Irania (34 page)

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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: Irania
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—Correcto ¿Ya puedo subir? —le pregunté.

—Sí, venga.

El hombre abrió las puertas del camión y me ayudó a subir.

Kahul subió también.

—¿Les parece bien?

Miré la colosal estatua de Buda de dos metros de alto.

—Sí, es perfecta.

Le guiñé un ojo a Kahul y le sonreí, pero no conseguí que borrara sus facciones de preocupación.

Kahul sacó un sobre y se lo dio al transportista.

Este lo abrió, humedeció su dedo índice y comenzó a contar el dinero.

—Espero que sea discreto. Es una sorpresa muy importante para nuestra amiga—le dijo Kahul al hombre que se apresuraba a guardar el dinero en una riñonera negra de cuero que llevaba debajo del jersey.

—Sí, ya me quedó claro: tengo que entrar y decir que vengo a entregar un paquete para la señora Ros.

—Si le ponen trabas dirá que es un encargo que viene de Bali, ¿de acuerdo? —le dije.

—Sí señora. A mí me da igual, yo digo lo que usted quiera, pero si le pasa algo ahí dentro yo no quiero saber nada.

—No pasará nada —le dije— además ya le he firmado mi consentimiento.

El hombre ladeó la cabeza repetidas veces, no parecía convencido de nuestro extravagante pedido.

Por momentos, también sentí que me estaba equivocando, pero la película que había visto el día que pedí ayuda, me había dado la idea de cómo entrar sin ser vista. El plan me pareció perfecto.

Antes de cerrar la puerta del camión Kahul me dijo al oído:

—Utilizar esta escultura como un caballo de Troya no me parece la mejor idea. Seguiré al camión hasta tu casa.

Arrancó el camión y sentí el movimiento dentro de la escultura. El olor de la resina me estaba mareando y también el bamboleo de la cabina del camión.

Creí que vomitaría de un momento a otro pero me contuve.

Los constantes avances y frenadas me indicaron que ya había entrado en el núcleo urbano de Barcelona.

Calculé a grosso modo que habían pasado tres cuartos de hora cuando por fin el camión se detuvo.

Mi respiración se agitó así como el corazón en el pecho.

Escuché el sonido de las puertas y voces de hombres.

Luego por fin el Buda, conmigo dentro, comenzó a moverse. Me sujeté con fuerza a las asas interiores que habían atornillado a petición mía.

Agradecí la delicadeza con la que me estaban transportando a través de lo que yo supuse era ya el jardín de mi casa. Las órdenes habían sido precisas; les pedí que me dejaran justo en el hall del piso de arriba. Era una parte amplia y espaciosa donde entraba la luz directa a través de un tragaluz. Allí sabía que había solo una cámara de vigilancia y tendría facilidad para entrar a mi dormitorio.

Me sostuve con fuerza a los laterales de la estatua cuando comenzaron a subirme por las escaleras. Mientras fui escuchando los comentarios de Rosa:

—¿Ahí en medio tienen que ponerlo?

—Sí es lo que nos han dicho.

—¡Uy! Qué cosa más fea —opinó Rosa.

Noté un golpe en el suelo y de nuevo me colocaron de pie.

—¡Esto estorba aquí, muchacho! —exclamó mi cocinera.

—Pues yo hago lo que me dicen.

—Con lo bonita que es mi virgen del Rosario y la señora pone este gordo de los chinos. ¡Cómo se nota que el dinero no compra el buen gusto!

—Ahí le doy la razón —afirmó el chófer.

Esperé hasta oír las voces cada vez más lejanas, luego escuché la puerta principal cerrarse.

Entonces decidí salir.

El corazón me latía con fuerza aunque estuviera en mi propia casa. Abrí los pasadores que sujetaban la parte de la escultura que me hacía de puerta y la abrí.

Miré que no hubiera nadie alrededor y saqué la cabeza y los brazos.

Volví a comprobar que nadie subía por las escaleras y terminé de sacar mi cuerpo del interior de la estatua.

Tomé varias bocanadas de aire fresco y me dirigí hacia mi dormitorio y cerré la puerta con mucho cuidado.

Observé la habitación. Estaba todo como lo había dejado. Aunque ahora sentía como si ya no me perteneciera, incluso me molestó la decoración tan sobria y gris. Sentí un nudo en el estómago. Era miedo, miedo a que Sandra estuviera allí esperándome para volver a apoderarse de mí. Percibí mi antigua energía adherida a la cama, a los cuadros, a las fotos y voces que me decían que me quedara, que allí estaba a salvo, que cuidaban de mí, que nunca me faltaría de nada.

Me tapé los oídos y cerré los ojos.


Irania, sal de ahí
—escuché en mi interior.

Abrí los ojos y miré a mi alrededor, sombras oscuras salían de las paredes, sombras con formas humanas que alargaban sus brazos hacia mí. Me buscaban.

Sentí escalofríos.


Recuerda que ahora eres Irania. Puedes hacerlo.

Me temblaba todo el cuerpo y mis pies parecían no querer moverse. Pese a tener que pasar entre aquellas entidades de la sombra, que me observaban hambrientas de energía, me dirigí hacia la estantería que tenía justo al lado del equipo musical. Y cuando las traspasé sentí el miedo que cargaban, la tristeza que acumulaban, el rencor guardado. Todas aquellas emociones que yo misma había experimentado.

—Ya no soy Sandra, ya no soy Sandra —fui repitiendo en voz baja como un mantra que me otorgaba fuerza y valor.

Miré por encima todos los CDs hasta que encontré el de Miguel.

Sentí un profundo alivio y alegría.

—Ya está.

Lo metí en el pequeño bolso bandolera que me había comprado Kahul y me dispuse a salir de la casa. Entonces miré a mi alrededor y las sombras habían desaparecido, ya no estaban ahí o ya no las veía. Me sentí más fuerte, había vuelto a vencer a la oscuridad.

De pronto miré el reloj de mi mesita, era muy tarde, Rosa estaba a punto de marcharse para su casa.

Escuché unos pasos, la puerta principal y luego unos pitidos continuados.

—¡La alarma está conectada! —exclamé.

Me quedé paralizada unos minutos en mi dormitorio, dando vueltas. Miré hacia la ventana y vi como Rosa caminaba hacia la parada del autobús.

“¡Tenía que haberlo previsto!” cavilé.

Tenía veinticinco segundos antes de que la alarma se disparara para cruzar el hall, bajar las escaleras y llegar hasta el control y desactivarla para salir.

Sabía que Kahul estaba esperándome fuera, en algún lugar escondido, a la espera de verme salir por la puerta. Eso me dio fuerzas pero aún así lo vi tarea imposible.

Corrí todo lo que pude y bajé las escaleras, pero al llegar al hall principal, me tropecé con una alfombra y caí.

La alarma silenciosa comenzó a parpadear.

Un pánico atroz se adueñó de mí. La alarma estaba conectada a un servicio de vigilancia de cámaras de video y también a un guarda que hacía la ronda por el barrio. En unos minutos estaría allí.

Las manos me temblaban, los nervios se estaban apoderando de mí. Cogí las llaves que guardaba en una cómoda del recibidor y busqué la de la puerta principal. Se me cayó el manojo de llaves al suelo, me agaché para cogerlo y ni siquiera supe de donde saqué la calma para dar con la llave correcta.

Al fin conseguí abrir la puerta y corrí a través del jardín hasta la verja, abrí la puerta con la llave. Miré a ambos lados de la acera y caminé a paso normal. Pronto escuché el motor de una motocicleta a mi lado.

Me subí y Kahul aceleró. Solo entonces, dejé de temblar.

Escogimos uno de los serpenteantes asientos en el parque Güell para reponernos de la huída. Ni siquiera me paré a contemplar la belleza de unos de los parques más hermosos y mágicos de toda Barcelona. Quizá no llegaba a darle la importancia que se merecía por aquello de que lo había visto muchas veces. Tampoco era mi parque predilecto pues siempre estaba abarrotado de turistas y ya no sentía la función que tenía de relajar al viandante, ya que tenía que estar constantemente moviéndome de un lado a otro para encontrar un hueco de paz.

Aquella mañana no fue diferente, seguía lleno de personas que venían de todas las partes del mundo a fotografiarse con el dragón de las escaleras, pero en aquella ocasión agradecí estar rodeada de ellos y poder camuflarnos entre la muchedumbre.

Kahul sacó de su mochila el ordenador portátil que había comprado el día anterior en una tienda de electrodomésticos de Blanes.

Todavía con el pulso tembloroso le di el CD.

—¿Qué esperas encontrar aquí? —me preguntó.

—No lo sé. Ya intenté abrir esa carpeta pero me pide una contraseña. En estas otras dos solo hay fórmulas químicas.

Kahul intentó abrirla y de nuevo le apareció el mensaje:
introduzca la contraseña
.

Luego abrió una de las carpetas libre de contraseña y comenzó a pasar páginas hasta que se detuvo en el sello y firma de una de ellas.

—¿Trabajabas para Farma-Ros?

El corazón comenzó a palpitarme con fuerza.

Asentí con la cabeza.

—No solo trabajaba para ellos. Me llamo Sandra Ros, mi padre es Don Braulio Ros, dueño de los laboratorios —solté.

Le miré a los ojos esperando alguna señal negativa.

—¡Increíble! ¿Por qué no me lo habías contado antes?

—Por miedo, supongo. Después de que me contaras que habías tenido problemas con ellos no supe que decir. Pensé que dejarías de ayudarme. He sido una egoísta, lo siento.

Kahul dejó de mirarme y soltó un largo suspiro mientras parecía contemplar el paisaje de la ciudad condal.

Y mi corazón seguía palpitando angustiado a la espera de una respuesta, de una reacción a la noticia.

—Creí que confiabas en mí —me dijo. Su voz sonaba apagada.

Los ojos se me nublaron y se me hizo un nudo en la garganta.

—Sí, confío.

—¿Pensabas que dejaría de creer en lo que te ha hecho solo porque tu padre es un hombre rico y respetado en la ciudad? Ya sabes lo que pienso de su empresa y para nada me extraña su brutalidad y su mente enfermiza. Él es el loco y no tú. Ahora empiezan a encajar cada vez más las piezas de este puzzle.

Debemos abrir esta carpeta pero tienes que recordar algo más sobre Miguel ¿Qué clave pondría? No te lo habría dado si no estuviera convencido de que podrías abrirla, tienes que recordar.

Pensé por unos instantes y se me ocurrió decir:

—¡Pajarita! Escríbela.

Kahul insertó el nombre pero el programa nos denegó el acceso.

Resoplé y me llevé las manos al rostro.

—¿Por qué pajarita?

—Cuando vi a Miguel por primera vez después de muerto, me indicó una pajarita de papel que me había dejado en la mesa de mi despacho.

Abrí la caja del CD y se la mostré.

Kahul la miró por unos segundos pero luego comenzó a desdoblarla, algo que a mí nunca se me ocurrió.

—¡Mira esto! Hay unas palabras escritas a lápiz en inglés:
lonely, spanish, Brown y High.

La cogí y la leí también.

—Son muchas para que sean la clave. Probaré con una.

Probamos con todas las palabras por separado pero ninguna era la clave.

—¿Y si probamos utilizar la primera letra de cada palabra? —le dije.

—L-S- B-H —dijo Kahul en voz alta mientras las tecleaba— ¡Nada! —exclamó.

Resoplé, los acertijos nunca habían sido mi fuerte.

Mientras él seguía probando diferentes combinaciones me limité a mirar unos turistas japoneses, que posaban juntos sobre el asiento de detrás de nosotros. Hacían un simpático gesto con los dedos en forma de “uve”. Me pareció curioso. Se marcharon riendo. Luego volvieron a sentarse un matrimonio, también japonés, con dos preciosas niñas de la edad de Aina y volvieron a hacer el mismo gesto con los dedos.

—Victoria —murmuré. Luego sentí unos escalofríos.

—¿Qué dices? —me preguntó.

—Nada.

Volví a mirar la caja del CD y pensé en lo mucho que le había gustado ese CD a Miguel y lo que le costó encontrarlo. Fue durante un viaje que realizó a Nueva Orleáns cuando se lo encontró dentro de una caja de discos antiguos de un vendedor ambulante.

Leí la contraportada y algo me detuvo.


Lonely Little Wallflower, ¡Spanish Mama! —
Exclamé. Una ferviente emoción se desató en mi pecho— ¡Son canciones Kahul! ¡
Brown sugar
y
High Fever
!

Kahul leyó la contraportada del disco y sonrió.

—¡Es cierto son las primeras palabras de estas cuatro canciones del álbum! Y cada una de ellas tiene una posición en el disco. ¡Toma Irania! Ve diciéndome los números que tiene cada canción en orden.

—4, 16, 14, 15.

La carpeta se abrió.

Nos abrazamos presos de la alegría de haber resuelto el acertijo de Miguel.

Kahul me dejó el portátil y comencé a leer la primera hoja que era una carta del propio Miguel dirigida a mí.

El vello de todo el cuerpo se me erizó.

Miré unos segundos a Kahul y luego comencé a leer:

A la atención de la señora Sandra Ros,

“Querida señora, sé que nos conocemos de muy poco pero el corazón me dice que puedo y debo confiar en usted. En mis plegarias siempre aparecía su rostro y nunca he llegado a comprender porqué pero yo tengo fe en Dios. Si usted está leyendo esto, yo probablemente ya esté muerto. El cómo puede ser muy variado: un accidente de tráfico, un suicidio o quizá una extraña y repentina enfermedad. Esos son sus sucios métodos. Pero lo que es seguro que industrias Farma-Ros habrá tenido algo que ver. Me han descubierto. Llevan tiempo siguiéndome, leyendo mis correos, espiando mis llamadas. Por eso es que no he podido dejarle esta tarea a nadie más que a usted. Ellos jamás desconfiarían de una miembro de su propia familia”

—¡Dios mío! —exclamé.

“Aquí le dejo una declaración firmada y bajo mi juramento, de que todo lo que le voy a contar es cierto. Me apoyo en datos y pruebas científicas que he ido recopilando, tanto mías, como de otros compañeros del laboratorio. Pruebas recogidas a lo largo de la creación del medicamento registrado como 4578toc. El
pinmetil”

Dejé de leer, el corazón se me había acelerado. Mi alma parecía presentir la bomba que iban a lanzarme delante de mis propios ojos.

“Siento que merece una explicación porque es una víctima más de la despiadada industria que mueve su propia familia. Porque en un principio yo creía que usted estaba al corriente de esto, pero pude comprobar a lo largo de nuestros almuerzos de que no era así. Le han engañado. Y lo que más me duele de todo, que yo he participado de ello sin saberlo. Yo también soy culpable. Solo Dios sabrá si debe perdonarme o no, pero ahora intento remediar el mal que he cometido porque la ignorancia no me sirve de excusa. Todos deberíamos comprobar la honestidad de las empresas a las que dedicamos tantas horas de nuestra vida. Pero nadie lo hace, unos por comodidad, otros por dejadez. Yo creía que estaba haciendo un bien a la humanidad trabajando en un gran laboratorio que ayudaba a la gente a curarse, a sentirse mejor en su enfermedad. Viví demasiadas enfermedades en mi familia, sentí el dolor en sus rostros. Por eso estudié farmacia, química y biología, para ayudar y ahora sé que no ha sido así, que he estado colaborando con demonios sin escrúpulos.

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