Irania (33 page)

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Authors: Inma Sharii

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: Irania
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Mientras caminaba por las plácidas calles de un pueblo que antaño había sido pesquero, después de comprar algunos víveres, me paré frente a una peluquería que había en una calle estrecha y peatonal.

La peluquera me miró tras el cristal y me sonrió.

Saqué del monedero el dinero que tenía y lo conté.

Volví a mirar los carteles de los precios y seguí caminando.

—¡Hoy miércoles tenemos servicios a mitad de precio! —me gritó desde la puerta una jovencísima peluquera, delgada y bajita. Llevaba una escandalosa mezcla de tres colores distintos de mechas en su media melena.

Me sonrió y le devolví la sonrisa.

Decidí entrar.

La peluquería era pequeña, solo tenía tres sillones y dos sillas con secadores, uno de ellos ocupado por una señora de unos setenta años de edad que ojeaba una revista de cotilleos a medio palmo de sus ojos. Llevaba unas gafas de pasta de gran tamaño para su pequeña cabeza, llena de rulos de color amarillo y rosa.

—Este pueblo en invierno está aburrido —me dijo la joven peluquera con un fuerte acento gerundense—, pero en verano tenemos hasta cuatro chicas trabajando aquí.

Me invitó a sentarme frente a un espejo y luego se puso detrás de mí apoyando sus manos sobre mis hombros.

—¿Qué te hago, guapa? —me preguntó mirando el reflejo de mi rostro en el espejo.

Había una revista de moda sobre la silla de mi izquierda. Observé a la modelo que posaba en la portada. La cogí y la miré por unos segundos, la conocía de los desfiles. Marta me la había presentado porque la había contratado en muchas ocasiones. Cuando hablé con ella me pareció que tenía una personalidad impresionante: orgullosa de sí misma pero a la vez respetuosa.

—Quiero esto.

La peluquera hizo una mueca de sorpresa.

—¿Está segura? —me preguntó cogiendo entre sus manos mi cabello que ya tenía por debajo de los hombros.

Solté un suspiro y luego sonreí.

—Sí lo estoy.

Observaba fascinada el cambio exterior que iba tomando mi cabello y cómo iba adecuándose a mis facciones, al color de mis ojos, al tono de mi piel encajando como la pieza del puzzle que sentía que me faltaba.

Sentía una emoción de alegría en mi pecho, un simple cambio de cabello pero que para mí era un triunfo sobre mí misma, el trofeo de una batalla ganada.

Cuando terminó, la joven me miró y me dijo:

—Al principio pensé que se estaba equivocando pero… está increíble. ¡Perfecta! ¡Guapísima!

Miré de nuevo la imagen que me devolvía el espejo, me había cortado el cabello por debajo de las orejas y me lo había teñido de negro con un flequillo ladeado largo.

—Muchas gracias —le dije.

Antes de marcharme la peluquera me dijo:

—¿Cómo se llama, para apuntarle el color del tinte en la ficha?

—San… Irania, me llamo Irania.

Y le sonreí, profundamente convencida de lo que decía.

Caminé por las calles del centro, con la ilusión creciendo en mi pecho, pequeños cambios que me llevaban hacia la libertad. Me sentía más ligera, más viva, la alegría me acompañó durante unos metros hasta que en la puerta de una farmacia el corazón volvió a encogérseme.

En el escaparate habían colocado un cartel grande con la foto de un niño sonriente soplando un molinillo de viento anunciando el
Pinmetil
.

La moto de Kahul ya estaba bajo el porche de la casa cuando llegué del pueblo. Seguía cortando leña de espaldas a mí. No me había escuchado llegar y me detuve unos segundos para observarlo. Se había quitado el jersey, quedándose con una camiseta de tirantes. A pesar del frío que hacía, corría sudor por su frente.

Todavía me emocionaba al verlo realizar tantos esfuerzos por protegerme, todavía seguía sintiéndome poco merecedora de su apoyo. Eso me entristecía.

Kahul dejó de cortar leña, pareció presentirme.

Giró lentamente su cuerpo todavía con el hacha en la mano.

Cuando me vio dudó unos instantes.

Me acerqué poco a poco y le sonreí.

Mi sonrisa le calmó, pero su rostro todavía contenía marcado el asombro inicial.

—¡Estás increíble, menudo cambio! Me gusta mucho como te queda el moreno.

Sonreí y creo que me sonrojé.

Me miró durante unos segundos sin decir nada.

—Un paso más para ser tú misma, eso está bien. Irania comienza a ser visible.

—Lo necesitaba, siento haber gastado dinero en eso pero créeme que me lo pedía el corazón.

—No te preocupes, he conseguido rescatar mis ahorros.

—¿Has entrado a tu apartamento? ¡Te pueden haber seguido hasta aquí!

—Calma, yo no he entrado. Llamé a mi vecina de al lado. Tengo mucha confianza con ella, aunque es un poco chismosa no es mala persona, siempre se ha ofrecido a cuidarme la casa por si yo me marchaba, regarme las plantas, cogerme el correo, cosas así. Le dejé una llave de mi casa hace algún tiempo y le he pedido que entrara en mi apartamento, tras darle indicaciones de donde guardo el dinero. Luego quedé con ella en una pequeña plaza.

Me ha dado la bolsa, no falta ni un billete. Aunque me ha regañado porque tenía el apartamento “patas arriba” como si me hubieran robado. Le he tenido que decir que me persigue una banda de mafiosos por haberles denunciado a la policía. No sé si me ha creído pero he intentado ser convincente.

Me llevé la mano al pecho y le dije:

—Lo siento mucho.

—Está bien —me sonrió y me acarició el mentón—, no te preocupes, ya hemos hablado de esto ¿no? Lo que por un lado perdemos lo ganamos por otro. Es la ley del ritmo. Algo mucho mejor nos espera.

No pude evitar el impulso que me llevó a abrazarlo.

Respondió a mi abrazo pero debió percibir que mis sentimientos ya no eran de simple amistad. Noté como algo en su interior me ofrecía resistencia.

Me separé de su cuerpo y me encontré de frente con su mirada. Sus hermosos ojos seguían brillando con la misma intensidad, y yo seguía sintiendo el mismo cariño y respeto por él, pero mi deseo nublaba mi mente y me lancé a sus labios.

Kahul me besó, pero su beso fue un leve instante pero lo suficiente para sentir su calor y el amor que me envolvía con él. El amor que me había hecho cometer un impulso tan impropio de mi carácter tímido y reservado.

Kahul se apartó dejando un margen cómodo para nuestros cuerpos.

—Lo siento, no sé que me ha pasado. Yo… —me disculpé. Me sentía completamente abochornada—. Por favor no creas que no te respeto, es que me confunde nuestra amistad, yo nunca he tenido un amigo como tú y ahora te he ofendido.

Kahul me elevó el rostro con su mano hasta que nuestras miradas se encontraron.

—No te preocupes. Lo entiendo.

—Lo siento —le volví a decir. Me sentía estúpida y un miedo atroz de perderle me envolvía— Ya sé que eres homosexual. No debí…

Kahul apartó la mirada y se rascó suavemente el cabello. Luego sonrió.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Bueno, las compañeras del club lo decían.

Resopló.

—No me imaginé que los rumores iban a llegar tan lejos.

—No necesitas darme explicaciones, soy una patosa. ¡Discúlpame!

Hice ademán de marcharme hacia la casa para dejar la compra y poder liberarme de lo incómoda que me sentía.

—No soy gay, pero dejé que lo pensaran. No lo negué cuando una cierta persona del club me lo preguntó ante sus repetidos acosos. Estaba harto de ella así que me ha servido para estar más tranquilo en el club y poder ejercer mi trabajo con normalidad.

—¿Fue Lidia, verdad?

—No importa sus nombres. Son mujeres casadas que pretenden utilizarme como si yo fuera un juguete, para llenar el vacío que dejan sus esposos cuando se marchan largas temporadas de viaje. Y luego pretenden llevar una vida normal como si nada pasara. No puedo soportarlo. Una de ellas tiene tres hijos, incluso me enseñó una foto familiar. Me pareció irrisorio que justo después me diera la dirección de un hotel en la costa para un encuentro.

Sentí una punzada en el estómago. No le dejé terminar su exposición porque me sentí parte de ese grupo de mujeres acosadoras, mi orgullo quedó herido y me alejé de su lado con la cabeza mirando al suelo como una adolescente rechazada.

La alegría que había sentido con mi nuevo cambio de imagen se iba disipando poco a poco, los acontecimientos iban enterrándola con pesadas losas de sentimientos negativos. Me sentía incómoda y también había conseguido que Kahul se sintiera incómodo conmigo. Apenas podíamos mirarnos a los ojos.

Preparé para el almuerzo un guiso de arroz que me quedó pastoso e insípido. Me sentí avergonzada cuando tomó el cucharón para servirse y la masa pegajosa se resistía a desprenderse de él.

—Lo siento, no sé cocinar. No sé hacer nada —le dije con tristeza.

—Deja de excusarte constantemente ¿Quién te ha pedido tanta perfección?

—Yo debía haber puesto más interés.

—No Irania, deja de continuar el papel que estabas representando en tu casa. Aquí ya estás libre, nadie te pide que sepas de todo. Tú naciste con un don maravilloso, ese es el don que debes potenciar y si después te apetece aprender a cocinar ¡hazlo! Pero porque te gusta, no por quedar bien o hacer lo que se espera de ti.

Entonces me di cuenta, me observé a mí misma desde fuera; Vi que estaba siguiendo un programa como si fuera un robot.

Sonreí.

—Es cierto.

—Ámate como eres, deja de exigirte más de lo necesario. Yo te veo fuerte, capaz, poderosa. Después de todo lo que has tenido que sufrir y aún estás aquí. A pesar de toda la oscuridad que te ha mantenido atrapada, sigues luchando por una nueva vida.

Me tomó de la mano y me la apretó con fuerza.

—Yo te admiro —me dijo mirándome a los ojos.

Sus palabras llenas de sinceridad movilizaron algo en mi interior:
Soy digna de amor, merezco que el amor vuelva a mi vida
, cavilé.

Capítulo 26

Qué tonto sufrir por querer ser seguida.

Qué tonto esperar ser comprendida.

Si por sentir, soy requerida,

¡Ábranse las puertas!

¡Rómpanse las cadenas!

Aquí estoy retenida.

Decidimos que pasaran unos días más para bajar de nuevo a Barcelona. Sabíamos que estaban buscándonos, pero la investigación debía seguir su curso y ahora más que nunca sentía que tenía una responsabilidad con los niños que estaban siendo medicados con el
pinmetil
.

No solo fue por los recuerdos espontáneos que iban aflorando en mi mente si no porque ya seguía con fuerza los dictados de mi corazón.

Tener a Kahul a mi lado durante tantos días, había conseguido que perdiera parte del miedo y la confusión que me había perseguido durante años. Él reforzaba mi intuición.

Pero esos días, también habían conseguido que me enamorara más de él. La cercanía, su amabilidad, constante respeto y cariño no me ayudaban para que pudiera retener el torrente de emociones que me despertaba.

Recordaba cómo me había tratado Joan: su desprecio, sus constantes críticas, la brusquedad y el tacto frío de sus besos. Desde la lejanía podía verlo de otro modo, podía ver cómo había permitido que me tratara así. La distancia me estaba haciendo desprende de una invisible atadura que habíamos creado. Una cuerda que veía cómo iba deshaciéndose, quedando convertida en diminutos hilos de cáñamo cada vez más pequeños hasta convertirse en polvo.

En ese instante me estaba dando cuenta de que ya no sentía nada por él, pero ya hacía mucho tiempo que esto era así. Había dejado que otros opinaran, que otros juzgaran o incluso me inculcaran lo que debía sentir por él.

Veía la imagen de mi madre y de mi padre a su lado sonriéndole las gracias y también al revés, él sonriéndoles las gracias a ellos. Luego esperaban que yo también hiciera lo mismo. Me miraban desconcertados hasta que les mostraba mis dientes en un acto forzado de aceptación. Pero no era yo, ya no eran mis sentimientos y dudé si alguna vez fueron los míos. Me sentí feliz pues había comenzado a reconocer que ya no amaba a Joan y esto me devolvía la fuerza. El poder que le había entregado a Joan volvía de nuevo a mí y lo veía como regresaba llenándome de energía, completando una parte ajada de mi ser. Porque nunca más podrían utilizar mi amor, como excusa para la manipulación.

Enfrentarme de nuevo al miedo a ser atrapada en la ciudad me había dejado engarrotadas las piernas. Di gracias porque ya habíamos llegado a nuestro destino; una gasolinera a las afueras de Barcelona capital.

Me apeé de la moto de Kahul y caminé en círculos por la explanada de asfalto hasta que se me pasó el hormigueo.

—No me convence tu plan para entrar en la casa —confesó Kahul.

—Yo confié en ti cuando recuperaste el dinero. Ahora confía tú en mí. Puedo hacerlo.

—¿Y si te delatan?

—Tendremos que arriesgarnos.

Me sorprendió el estado de preocupación de Kahul. Yo que estaba acostumbrada a apoyarme en él, ahora lo percibía inseguro. Había estado días planeando cómo entrar en mi propia casa sin levantar sospechas. Había pensado en todo tipo de excusas, pero no podía enviar a nadie. No confiaba en Marta, ni podía enviar a Lila ni a ninguna de mis pocas amigas de la ciudad.

Después de horas sin encontrar una solución seguí el consejo de Kahul; me había dicho que pidiera ayuda al Universo y que el Universo respondería. Y así fue que cuando menos lo esperaba, recibí la solución al encender el televisor aquella misma noche.

Estaban dando una película muy antigua que yo había visto en mi infancia, hubiera cambiado de canal si no fuera porque justo estaban dando la parte que más me gustaba. Después de ver la escena, una luz se encendió en mi interior.

—Lleva encima el móvil —me pidió.

Esperamos durante media hora hasta que un camión se paró en la estación de servicio de la autopista.

De él bajó un hombre moreno con bigote espeso y barba cerrada de cuatro días, que caminaba con pasos cortos y rápidos. Parecía llevar un reloj pegado al trasero.

Sus compañeros: dos jóvenes de origen sudamericano, aguardaron sentados en la cabina del camión.

Le hice señas con el brazo.

El conductor caminó hacia nosotros.

—¿Es usted la señora Ros? —me preguntó.

Asentí con la cabeza.

—¡Firme el albarán antes de que se me olvide! Tenga mire si está todo correcto.

El conductor me dio la factura, observé la fecha del pedido y se la devolví.

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