Horas más tarde, en la casa que nos ofrecía cobijo en el pueblo costero de Blanes, reflexioné junto a la chimenea y temí que la figura de la duda volviera a ensombrecer mis recuerdos. Fuera, la lluvia y el viento, golpeaban los cristales con violencia. Una tormenta nos había cogido por la autopista unos kilómetros antes de llegar. Nos habíamos puesto ropa seca pero yo seguía tiritando en tanto secaba mi nariz con un pañuelo de un incesante goteo nasal.
—Siento que tu hermana no te haya creído. Pero ha sido una imprudencia por tu parte ir allí sin que yo te acompañara. Has estado a punto de echarlo todo a perder.
Kahul estaba visiblemente enfadado, su tono de voz era alto, más alto de lo que yo le hubiera sentido nunca.
—¡Necesitaba hablar con ella! Tenía derecho a saberlo, yo hubiera querido saberlo.
—¡Pero Aurora no es como tú! No has respetado su libre albedrío. No has ido por ella, has ido por ti, porque necesitabas que alguien más corroborara tu versión. ¿No es cierto?
—Yo no lo veo así, es mi hermana y también ha tenido que sufrir mucho, quería que despertara.
—Eso no te corresponde a ti, no es tu decisión. Ella había escogido no recordar y tendrías que habérselo respetado.
Sentí de nuevo un nudo en mi garganta.
—No quería hacerle daño.
—Los impulsos pueden acarrearte muchos problemas Irania, ya deberías saberlo.
—De todas formas no me ha creído. De hecho, piensa que estoy más loca que nunca.
—Eso espero, que no haya más consecuencias.
Me molestó que no hubiera apoyado mi decisión de compartir mis recuerdos con ella. Yo no entendía por qué había que dejar a una persona en la inopia si había remedio.
—No me gustan los secretos, los odio. No me gusta que me oculten información —le dije—. Estoy harta de que la gente que quiero haga cosas horribles a mi espalda. ¡Estoy harta de secretos! —grité.
Kahul me miró de reojo pero siguió añadiendo troncos al fuego, a la única fuente de calor de la que disponíamos en aquella pequeña casa de playa. Aún estando serio, su rostro teñido del resplandor del fuego se veía hermoso. Lo miraba de reojo, y no podía dejar de suspirar por cada uno de los parpadeos de sus ojos.
Tardó un tiempo en volver a hablar. Sentía que no estaba cómodo, por eso dejó que el silencio sanara el ambiente.
—Tranquila, Irania, pronto terminará todo. Se hará justicia contigo y con los niños y podremos retirar ese maldito fármaco del mercado.
—Sí, yo también lo quiero. Esto es insoportable, siento que de un momento a otro me voy a derrumbar.
Kahul apoyó su cálida mano sobre la mía y me dijo mirándome fijamente a los ojos:
—Debes tener fuerza, estamos casi listos. Ya he tomado medidas. Estoy haciéndole llegar copias de la investigación de Miguel a personas muy importantes. Créeme vamos a por ellos.
—¿Pero qué credibilidad vamos a tener, ante la justicia, una loca y un estafador?
Kahul retiró su mano de la mía y transformó su mirada. Había conmoción en ella.
De pronto me arrepentí de mis palabras.
—Lo… siento —me disculpé.
—¿Estafador?
Note un nudo en mi garganta.
—Mi familia ha estado husmeando en tu vida y Aurora me ha dicho algo malo de ti pero yo no le he creído. Te lo prometo.
—¿Te ha dicho que soy un estafador? —me volvió a preguntar con el rostro congestionado.
—Que vivías de extorsionar a mujeres ricas.
Kahul dejó caer al fuego la rebanada de pan que estaba tostando insertada en un hierro. Las llamas la carbonizaron de inmediato liberando un agradable aroma.
—Bueno, dirían cualquier cosa con tal de confundirme —le dije—, ¿no?
Negó repetidas veces con la cabeza y soltó un largo suspiro.
—Es muy difícil seguir con esto si cada vez que avanzas, das un paso hacia atrás. Es muy duro tener que estar rearmando tu confianza cada vez que decides volver y mirar atrás, a las viejas actitudes.
—Mi hermana no me cree, de hecho no recuerda nada. Se me hace muy extraño que ella, siendo mayor que yo, no me haya confirmado lo que pasó. Me hace dudar de si lo he inventado todo, si es debido al
pinmetil
, si son alucinaciones al igual que las tenía el pequeño Sebas. A mí también debió afectarme de alguna manera el fármaco.
El gesto de Kahul se tornó severo.
—¡No, Irania! Por favor no vuelvas allí, debes creer en ti. Pero yo ya no puedo ayudarte.
—¡No sé qué creer! Yo estaba convencida de haber visto a mi hermana en el altar al igual que yo. Yo la vi, incluso he ido recordando detalles menores como la ropa que llevaba, los procesos previos a la ceremonia y cosas así. Pero la sentí tan firme y convincente cuando me dijo que eso jamás había ocurrido. Que lo había imaginado todo porque estaba loca.
—¿Entonces también piensas que soy un estafador?
Le miré a los ojos y percibí el enfado que transmitían. Su rostro era serio, como nunca antes lo había visto.
Me quedé unos segundos sin saber que decir.
Kahul se levantó de golpe del suelo, se puso la chaqueta y cogió el casco de la moto. Abrió la puerta principal y salió al exterior bajo la tormenta.
Me costó unos segundos reaccionar ante lo que estaba sucediendo. ¡Kahul se marchaba de mi lado! Entré en pánico.
Me levanté y corrí tras él bajo la lluvia.
—¡Por favor no te vayas! —le grité.
Kahul caminaba hacia el porche donde aparcaba la moto.
—Lo siento, yo confío en ti pero me cuesta entender todavía como una persona tan maravillosa como tú puede ayudarme si no es por dinero.
—¡Irania estás llena de miedo! Es imposible ayudarte así, no dejas que te quieran y continúas dudando de tus recuerdos, dudando de ti. ¡Y ahora de mí!
Estábamos completamente mojados y la lluvia y los relámpagos iluminaban intermitentemente nuestros rostros.
—¡Por favor no te vayas! —le supliqué sujetando su brazo.
—Estoy cansado de luchar contra tus dudas. Yo estoy aquí por ti y por la causa que siento verdadera. Pero no puedo si sigues derrumbando todo lo nuevo que construyes.
—Perdóname, nunca creí que fueras un estafador pero mi mente me decía que era más fácil creerlo, pues tenía más sentido que estuvieras ayudándome por dinero que por amistad. Nadie me ha ayudado por nada a cambio, entiéndeme.
—¡¿Por qué?!
—Porque no me siento digna del cariño de nadie. Ni mis padres me han querido nunca —reconocí.
Sentí las piernas como me temblaban y caí de bruces en el suelo, bajo el agua. Sentí mi corazón desmoronarse y las lágrimas salir con fuerza, calientes, ardientes de mis ojos. Un dolor profundo, anclado salía de mi pecho. El dolor acumulado del no amor, del no cariño, de la no comprensión.
Ya no sentía la lluvia golpear mi rostro, ya no sentía el barro en mis pies, ni el frío en mis huesos, solo el dolor aflorar de mi corazón. Ni tan siquiera sentí los brazos de Kahul que intentaban levantarme del suelo.
Kahul consiguió levantarme y cogió mi rostro entre sus manos para que pudiera mirarle.
Estuvo unos segundos mirándome sin decirme nada, aunque quería hablar.
—No he sido sincero contigo. Pues tampoco era consciente de lo que estaba sintiendo. Ahora sé que sí busco algo de ti.
Le mire expectante.
—Busco tu amor.
Entonces me besó con fuerza y esta vez sentí el tacto de sus labios ardientes. Nada había que frenara los sentimientos que habían aflorado entre nosotros. Nada detuvo que me tomara en sus brazos y me llevara de nuevo hacia la casa.
Me tumbó ante la chimenea, y se sentó a mi lado. Dejó su cazadora, luego fue desnudándose poco a poco depositando su ropa mojada en el suelo hasta quedarse completamente desnudo.
Todo mi cuerpo temblaba y no sabía distinguir si del frío de la ropa húmeda que calaba mis huesos o de la belleza de su cuerpo desnudo junto al mío.
Se acercó lentamente hasta que noté su aliento en mi cuello.
Luego volvió a besarme y yo a él. Sus labios eran dulces, carnosos.
Comenzó a quitarme la ropa y entonces sentí su piel sobre la mía.
Me miró a los ojos y entonces lo sentí, sentí que él era parte de mi vida, siempre lo había sido.
Me abrazó con fuerza y yo me aferré a su pecho sintiéndolo, absorbiendo cada instante, alimentándome de cada sensación que se estaba despertando, todas ellas desconocidas para mí. El amor en estado puro, el amor que comenzaba a ser familiar, el amor que yo había sentido en algún lugar, sin recordar si era en esta vida o en otras.
Pequeñas lágrimas de felicidad salían de mis ojos al entrar en contacto con su piel y su calor.
Me fundí con Kahul como si ambos fuéramos la misma persona o partes de un mismo ser que volvían a reunirse. Partes perfectas que encajaban física y espiritualmente.
Todo un manantial de energías fluyó de mi pecho o del suyo, o de ambos. Ya no podía percibir quién era yo, ni quién era él. Había perdido la noción del espacio y del tiempo.
La alquimia perfecta se derramó sobre nuestros cuerpos. Una danza de energías luminosas que visualicé a nuestro alrededor, bailando un compás sin director ni orquesta.
Sentí que estallaba, que moría, que me deshacía para luego rearmarme de nuevo. Pero el ser que volvía a mi cuerpo ya no era el mismo. Irania ocupaba el lugar, con su fuerza, con su valentía y con su poder. Aunque su presencia no era completa, su energía era más intensa de lo que Sandra hubiera podido sentir jamás. Y me así con fuerza a su pecho para no soltarlo jamás. Y sus ojos quedaron grabados en mi retina por la eternidad.
Conectada a través de mi cuerpo,
a las frecuencias más elevadas del universo,
para descargar los mensajes de amor
que dejaron los ancestros.
Jamás experimenté sensación más hermosa, pura y plena que en mi primera noche de amor con Kahul. No hay palabras para describir la felicidad que sentía a su lado. La paz que percibía al haber encontrado una de las piezas de mi rompecabezas, una de las piezas más importantes de mi vida. Un trozo que ni siquiera pensaba que me faltaba.
Enamorarme y ser correspondida había sido un regalo del cielo, un regalo que creí no merecer, pero que después de todo, se había manifestado, porque había algo más grande y más hermoso que nuestro propio ego y eso es el espíritu.
Pero a pesar de estar junto a él, de su amorosa presencia, nadie pudo librarme de un fuerte resfriado, acompañado de unas fiebres altas que surgieron durante la madrugada de aquella misma noche de amor.
Kahul entraba y salía cargando troncos de leña para que en ningún momento el fuego se apagara. Aún así temblaba de frío.
Estaba preocupado y casi cada media hora me tomaba la temperatura.
—Si sigue subiendo tendré que avisar a un médico.
Yo negaba con la cabeza cada vez que escuchaba la palabra “médico”. Ya no confiaba en nadie.
—Me pondré bien —musité.
Entonces me besaba en la frente y volvía a colocarse junto a mí para darme su calor.
—Lo sé. Es normal esta reacción después de todos los disgustos que has tenido. Hay muchas cosas que se quemarán en tu cuerpo gracias a la fiebre. Antiguos patrones del pasado que ya no tienen cabida en tu vida, los restos de Sandra deben marcharse para dejar cada vez más espacio a tu nuevo yo.
Le sonreí, pues a pesar del aturdimiento que sufría, ahora podía entenderlo. Yo también sabía que algunos aspectos de Sandra se estaban aferrando, que se negaban a marcharse como la eterna duda, que casi consiguió alejarme de él.
Estuve tres días con fiebre, tres días en los que no se apartó de mi lado, apenas para ir al pueblo y comprar alimentos.
Kahul cocinaba sopas deliciosas que me servía muy calientes y me obligaba a beberlas a menudo. También me daba infusiones de sabores horribles y me untaba con aceite de eucalipto y salvia por el cuello y el pecho.
Yo dormía casi todo el rato pero a veces me despertaba y podía observarlo mientras recitaba mantras. Mi percepción se había desarrollado con más fuerza y podía ver el color del sonido, veía las notas que salían de su voz. Las veía viajar por el éter que llenaba la habitación. Bailaban, agitándose delicadamente entre la materia y la antimateria. Veía cómo transformaba todo lo que tocaba, cómo lo bañaba en colores. Estaba maravillada, y por primera vez dejé que sucediera, dejé que mi don se manifestara en su totalidad y pude sentir que no solo había desarrollado la percepción de ver cosas horribles sino que también podía ver formas de energía más evolucionadas, más amorosas y sanadoras. Energías que curaban como las que vinieron a mí en el psiquiátrico. Y di las gracias por ello.
Como había predicho Kahul, tres días más tarde me levanté como nueva. De no ser por el herpes que tenía en el labio nadie hubiera asegurado que había estado rozando los cuarenta grados durante horas y horas.
Me sentía alegre, fuerte y con más vitalidad.
Eran las diez de la mañana.
—¡Buenos días! —me dijo Kahul desde la mesa del comedor. Estaba con el ordenador portátil encendido— ¿Estás mejor?
—Sí. Gracias por todo, sin ti no podría haberlo llevado tan bien.
Me levanté y fui al baño. Me miré en el espejo y toqué la pequeña costra de mi labio.
Busqué en el botiquín, pero no había nada que pudiera servirme.
Me di una ducha y me vestí con la ropa limpia y planchada que Kahul habría encontrado en los armarios: una sudadera vieja y unos tejanos pasados de moda. Sentí un gran amor en mi interior cuando vi que también había dejado sobre las prendas una pequeña flor silvestre de color amarillo.
Salió un suspiro de felicidad de mi boca.
Volví a mirarme en el espejo para secarme el pelo y me miré fijamente a los ojos. Me veía más delgada y mis facciones habían cambiado sutilmente. Mis ojos se veían más grandes y más brillantes.
Me sonreí.
Por primera vez en mi vida vi la belleza asomar desde mi ser. ¿Era el amor de Kahul? ¿o era el amor que yo estaba empezando a sentir por mi misma? Ambas cosas a la vez.
Salí del baño con una amplia sonrisa en mi rostro y fui corriendo a abrazarlo.
Kahul se vio sorprendido de mi reacción:
—Estás preciosa, estoy muy orgulloso de ti.
Se levantó y me abrazó durante largos segundos.
Luego me dio un beso en la frente y se sentó de nuevo frente al ordenador.