—Me alegro de verla de nuevo señora Ros.
No le respondí, no por descortesía, ya no pensaba en nada, solo la rabia me dominaba. Ardía en mi interior a cada paso en el que veía la maldad que me había rodeado.
Apreté varias veces el botón de la planta sexta. Sentía que todo iba demasiado despacio y mi energía muy deprisa, me sentía presa en un mundo excesivamente lento.
Cuando las puertas se abrieron salí disparada como viento gélido. Me dirigí a su puerta y piqué varias veces al timbre.
No abría.
Luego comencé a golpear la puerta con la mano.
Escuché la llave girar.
En cuanto abrió empujé la puerta con fuerza.
Marta se retiró asustada. Estaba en camisón, iba descalza pero ya estaba maquillada.
Cerré la puerta de un portazo.
—¡Sandra! —exclamó con los ojos abiertos.
—¡¿Por qué lo has hecho?! ¿Por qué? —le pregunté.
—¿De qué me hablas?
—Kahul está en la cárcel por tu culpa. Eres una maldita mentirosa. —Sandra, tranquilízate. La vi realmente asustada. Me acerqué más a ella pero Marta retrocedía sus pasos. Estaba decidida a ignorarme.
—¡Dime! —le exigí.
Caminó hasta su enorme dormitorio y yo la seguí. Tenía la cama sin hacer y un montón de ropa sobre ella.
—No quería hacerlo pero me vi obligada. No es lo que parece, él intentó seducirme y luego me pedía dinero, y cada vez más. Es cierto.
—Entonces fuiste tú.
Marta se negaba a mirarme a los ojos.
—Fuiste tú, la que lanzó el rumor de que era gay. No soportaste que te rechazara, por eso lo has denunciado. Intentaste seducirlo con regalos y como te dijo que no le gustabas le has acusado de estafador ¡Eres una puta!
Por un instante Marta dejó de plegar el suéter que tenía en las manos. Luego me clavó una fría mirada.
—El rumor de su homosexualidad no fue solo cosa mía, había otras que le acechaban.
—Pero no es cierto, no es homosexual, ni tampoco un extorsionador. Es buena persona, me ha ayudado a destapar todo lo que había de podrido en mi vida.
Por favor Marta, te lo suplico —mi tono de voz se suavizó— retira la denuncia. Deja que sea libre, tú sabes que es inocente.
Marta continuó plegando ropa como si yo no estuviera allí.
Estiré del vestido que tenía en sus manos y lo tiré al suelo.
—¡Escúchame, por favor! Te lo ruego, retírala.
Mis ojos comenzaron a nublarse. No podía contener las lágrimas de impotencia que me provocaba la desesperación, la injusticia que se estaba cometiendo contra Kahul.
Me arrodillé ante sus pies.
—Por favor, Marta, olvida tu orgullo. Eres una mujer atractiva y simpática, puedes tener el hombre que quieras, pero deja a Kahul. Yo lo amo, es la primera vez que siento amor profundo, amor verdadero por alguien. Él también me ama. Te lo suplico, él es lo único que me da fuerzas para sobrellevar todo lo que he vivido y todo lo que se me viene encima, sin él no sé si podré seguir. Por favor Marta, no tengo nada más, no me queda nada.
Marta tenía la mirada perdida en algún punto de la cama. Vi cómo se le escapaba una tímida lágrima.
—Marta, mi familia me lo ha arrebatado todo, experimentaron conmigo desde niña, la medicación me creó una infertilidad irreversible, Joan nunca me amó y mi padre….
Se había formado un nudo en mi garganta, ya no podía seguir hablando. Solo llorar.
Marta se tapó los ojos con la mano y se sentó en la cama.
—Por favor, retírala —balbuceé entre sollozos.
Estando en el suelo vi varias maletas bajo la cama. Algunas estaban abiertas y contenían ropa.
—¿Te vas? —le pregunté con temor.
—Sí, me iré una temporada a vivir a París, hasta que todo esto pase.
—Por favor, no te vayas sin retirar la denuncia.
—No es tan fácil Sandra, tú no lo entiendes. No voy a engañarte, intenté tener un romance con él, pero no siento nada por Kahul. Todo comenzó cuando tu accidente. Yo seguía asistiendo a las clases de yoga y una tarde nos encontramos en la cafetería del club, comenzamos a hablar y me apeteció mucho seguir viéndole. Era encantador y amable, me hacía sentir bien. Me insinué varias veces, pero no parecía coger mis indirectas. O si las cogía, hacía como que no las había oído. Entonces una tarde fui más descarada y me presenté en su apartamento con un regalo. Me invitó a un té, yo intenté seducirle pero me puso de patitas en la calle. Sentí mi orgullo herido, como cualquier persona, pero ya está. Yo quería tener una aventura romántica, divertirme.
—¿Entonces por qué la denuncia?
—Sandra, te has metido en un gran lio. Estás jugando con fuego. No luchas solo contra una empresa farmacéutica, es algo más grande.
—Las Piezas negras.
Marta me miró con ojos de sorpresa.
—No pronuncies ese nombre —me dijo en voz baja.
Entonces una intuición se activó en mi interior.
—¡Tú estás con ellos! Les sirves, eres un peón de su juego —afirmé.
—¿Y quién no es peón? No seas ilusa, todos somos peones, de un bando o de otro.
—Mi padre pagaba todo esto, ¿no? —dije señalando la habitación y la ropa—; tenía que haberlo imaginado cuando os vi follando sobre la mesa de su despacho. Eres su puta.
—Tú no lo entiendes. Has vivido rodeada de lujos, no has tenido que trabajar en bares hasta las tantas de la noche por cuatro duros, aguantando manoseos. Limpiando vómitos, meadas y preservativos de los baños. No has visto a tus padres con los dedos destrozados de trabajar en el campo. Ni ver como una mierda de helada echaba a perder toda la cosecha de manzanas. Ese año vivíamos de los créditos que se iban amontonando con otros créditos. ¡Qué fácil juzgar para ti que lo has tenido todo! Ahora he podido ayudarlos a salir del aprieto en el que habían vivido siempre. ¿Qué hay de malo en eso?
—Ese dinero está manchado con asesinatos. Tú también me has traicionado. Yo creía que eras mi amiga.
—Yo no lo veo así. Fue entrar en la vida de tu familia y el mundo se abrió para mí, veía tantas posibilidades a mi alcance. Tu padre comenzó a enviarme regalos y no supe decir que no. Él me ofrecía todo lo que yo siempre había soñado y lo único que tenía que hacer en un principio era vigilarte. Estaba obsesionado contigo, quería saber qué hacías, dónde ibas, con quién hablabas, ¡todo! Me pareció enfermizo, pero bueno, me daba igual. Lo vi como un trabajo, por eso estaba contigo.
No daba crédito a lo que mis oídos escuchaban de boca de Marta.
—¿Nunca sentiste nada por mí? ¿Yo era solo un trabajo? —le pregunté.
Noté un dolor en mi pecho. El dolor de la traición. Porque yo sabía que Marta era una mujer superficial pero creía que en el fondo me apreciaba.
—¿Era solo para espiarme? Yo me sentía especial a tu lado. Sabía que me envidiaban porque eras una mujer muy popular. Yo te admiraba. Todas querían estar contigo pero tú siempre me escogías a mí. Ahora lo entiendo.
Marta suspiró.
—Aunque no lo creas te cogí cariño. Luego tu padre quería algo más que información y bueno… ya sabes… accedí. Él quería saber con quién andabas. Las visitas a la tarotista y luego tu amistad con Kahul. Él lo sabía todo. Me ordenó ponerle la denuncia después de que te ayudara a salir del psiquiátrico.
La cabeza iba a estallarme, ya no lloraba. Estaba exhausta de tanto dolor, de tanta maldad, de tantas mentiras. Mi vida había sido una mentira tras otra, una vida rodeada de oscuras sombras, artificial, una obra de teatro.
Había apoyado mi cabeza en la cama de Marta y miraba hacia el suelo intentando comprender. No sabía qué sentir, ni que pensar. Era todo demasiado surrealista. ¿Qué había sido cierto? ¿Qué había sido real?
Marta se levantó y siguió plegando ropa.
—Te aconsejo que desaparezcas. Vete lo más lejos que puedas —me dijo.
—No me iré sin Kahul.
—Entonces que Dios te ayude. Irán a por ti, tu padre no estaba solo.
—Ya lo sé varios miembros escaparon, pero no me iré sin Kahul, por favor ayúdame.
—No puedo, lo siento. Mi vida tampoco vale nada para ellos, recuerda, soy solo un peón más en su tablero. Alguien de quien pueden fácilmente prescindir. Yo lo sé y asumo los riesgos.
Su frialdad me dejó sin habla.
Corroe tus adentros,
sin faltas ni miramientos.
¡Deshazte de tu hierro!
que más que coraza, es peso.
Esperé largo rato en la sala hasta que mi hermana apareció con las celadoras.
Su piel estaba demacrada, tenía la mirada perdida. Unas oscuras ojeras bajo los ojos anunciaban que dormía poco o quizá nada.
La ayudaron a sentarse y luego se marcharon.
Aurora siguió con la mirada perdida en algún punto de la pared.
—¿Cómo estás? —le pregunté.
—Mal, cómo quieres que me sienta. No puedo ver a mis hijos. No sé cómo están.
—Están bien Aurora, tu marido y tus suegros cuidan bien de ellos. Ahora no se atreverán a tocarlos.
—No lo están. Aina no está bien.
—Estuve con ella ayer mismo y mira lo que te ha dibujado. Esto solo lo dibuja una niña tranquila y feliz—. Aina se había dibujado junto a sus padres y hermanos subidos en el barco. Todos se veían sonrientes—. Ya terminó todo. Pronto saldrás de aquí.
Mi hermana cogió el dibujo de Aina, lo miró. Sus ojos comenzaron a verter lágrimas, luego apoyó el papel en su pecho y lo apretó con fuerza.
—Mi abogado ha dicho que el doctor Vall dice que nos lo inventamos todo. Que estábamos representando una obra de teatro entre amigos y que yo estoy enferma como tú. Que es genético. Que tergiversamos la realidad.
—No irás a creerles…
Agachó el rostro entre sus manos.
—Yo era feliz Sandra, todo estaba bien en mi vida. ¿Por qué tuviste que destrozármela con tus fantasías?
—¡Aurora! ¿Por qué dices eso? Tú viste lo que iban a hacerle a tu hija, iban a violarla entre todos.
—No lo sé, no lo sé.
—No quieres aceptarlo. No quieres ver que también nos lo hicieron a nosotras.
Aurora se rió. Su risa era irónica. Me dio miedo.
Agachó el rostro durante unos instantes luego levantó la mirada y clavó sus ojos en mí con una mirada pétrea, llena de odio.
—A ti nunca te tocaron. Nunca lo entendí. Siempre te ataban y dejaban que miraras pero nunca te subieron al altar. ¿Por qué? Eh… dime… ¿Tú eras especial? ¿Por qué a ti nunca te tocaron?
—Eso no es cierto, yo también estuve en el altar lo recuerdo.
Aurora negó con la cabeza.
—¡Nunca te tocaron! ¡Nunca! —Me gritó. Sus ojos estaban inyectados en ira— ¡Te odio! ¡Te odio!
—Aurora por favor, no es justo que digas eso.
—Yo ahora me pudriré en la cárcel, y tú podrás llevar mi vida, cuidar de mis hijos. ¿Por eso lo has hecho, verdad? Has querido destapar la cloaca para robarme mi vida.
—No vas a pudrirte aquí. Te sacaré, yo testificaré a tu favor.
—Nadie creerá a una loca.
—No estoy loca, nunca lo he estado. Ese maldito psiquiatra era de la misma secta que papá. Además mamá también testificará.
Apoyó las manos en las sienes y soltó una risa burlona. Me dio escalofríos oírla.
—Mamá no dirá nada en contra de papá y lo sabes. Ella siempre ha callado, no me ayudará. Nunca lo hizo.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas y caían sobre la mesa.
Aurora apoyó sus manos sobre los ojos y las dejó ahí.
—Voy a ayudarte y mamá también —afirmé.
Aurora se levantó, hizo un gesto para que las celadoras le abrieran la puerta.
—Olvídate, mamá no va a ayudarme, no lo hará.
Me asustó la convicción de sus palabras.
—¿Por qué estás tan segura?
—Cuando hables con ella pregúntale por Victoria.
—¿Qué?
Las celadoras vinieron a por mi hermana y se la llevaron, dejándome sumida en la angustia.
Sus palabras habían sido duras, sus intensas emociones me habían afectado. No entendía por qué había mentido sobre lo que yo había vivido, sobre mis recuerdos.
Reventándome en los ojos,
aquello que no pude recordar.
¿Por qué guardabas gusanos
si no era por maldad?
Mi madre hacía semanas que se había encerrado en la casa de Boí. No había vuelto a la ciudad desde el entierro de mi padre. No quería recibir visitas y se excusaba que estaba enferma y que el médico le había recomendado el clima de la montaña.
Yo sabía que no era capaz de soportar todo el escándalo que se había formado sobre la familia y se escondía como una rata en su madriguera.
Me presenté una mañana en la casa sin avisar y aunque su mayordomo me impidió la entrada con mil excusas, conseguí colarme por la parte trasera.
Ella estaba en el porche acristalado de la casa, resguardada de los gélidos vientos de la montaña. Leía una revista de decoración, sus preferidas, mientras tomaba un café con leche. Tenía una manta puesta en las rodillas y Rosco dormitaba a sus pies.
La observé de lejos durante un instante. Parecía vivir en su propio mundo. Un mundo que se había construido a costa de enterrar todo aquello que podía haberla hecho más accesible y humana. Donde ella era una gran dama de la alta sociedad, donde todo a su alrededor era bondad, buen gusto, refinamiento, sorpresas agradables y fiestas de beneficencia.
Cuando me vio cruzar la puerta y entrar en su mágico mundo de reyes y reinas, su gesto se transformó. Yo nunca le había encajado, sentía que siempre había sido el cardo entre sus rosas, la carcoma entre sus vestidos de seda. Pero nada iba a detenerme.
Se removió de su lujosa butaca y se quitó las gafas.
—¡¿Qué haces aquí?! ¿No te he dicho que estoy enferma? No tengo ganas de ver a nadie.
—Hola mamá.
—¡Márchate! O le diré a Guillem que te acompañe a la puerta.
No quería escucharme, ni siquiera quería mirarme a la cara.
—Mamá, es importante lo que vengo a decirte. Aurora necesita ayuda.
—No vuelvas a mencionar su nombre en esta casa.
Las manos de mi madre temblaban y la parte inferior de sus dientes se había hecho más visible. Parecía un
bulldog
a punto de atacar.
—¡Márchate!
—No mamá, tenemos asuntos que resolver.
—No quiero hablar con vosotras, ingratas, hijas ingratas. Vuestro padre lo dio todo por vosotras y cómo se lo habéis pagado. ¡Es asqueroso! ¡Asqueroso! Jamás creí que unas hijas podían ser tan malvadas y enfermas. Pero la culpa la tienes tú; tú contagiaste a tu hermana con delirios. Ella lo creyó todo y lo mató, lo mató, lo mató —decía con las manos apoyadas en la cabeza.