—¡¿Pero qué hacen?!
Intenté desasirme de ellos pero tenían una fuerza descomunal.
La doctora se acercó a mí y me clavó una jeringuilla.
—¡No! No pueden hacerme esto. No tienen derecho a decidir por mí, ustedes me secuestraron durante la noche. ¡Yo estaba consciente!
Las lágrimas llenaban mis ojos y se vertían sin freno por mis mejillas ante las impasibles miradas de los psiquiatras.
Fui viendo sus rostros cada vez más borrosos y mi cuerpo cada vez más débil. Hasta que perdí el conocimiento.
Te llamé gritándole al silencio,
sabiendo que escuchabas,
a pesar del fuerte viento.
¿Cuánto tiempo me mantuvieron sedada o drogada? Días… semanas… no lo sé. Me pasaba el día atontada delante de la ventana de la sala común, junto a otros internos.
¿Dónde estaba mi consciencia? Tampoco lo sabía, no me importaba nada. La medicación que me proporcionaban me quitaba las ganas de vivir. Era como si me hubieran arrancado el alma y solo quedara una pequeña parte de mí, lo justo para comer, beber o realizar las funciones más básicas del ser humano. Me habían desactivado la alegría, los sueños, las capacidades creativas. Era un androide sin sentimientos.
Pero alguien seguía velando por mí, ahora lo veía a mi lado todo el tiempo. Era mi ángel guardián, mi guía espiritual. Me sonreía, me transmitía paz, me decía que fuera fuerte:
— Irania, no estás sola, no permitas que ahoguen tu luz. Tu familia te ama. El consejo de los doce está velando por ti —me decía mi ángel—. Tú puedes con el veneno que te han introducido. Puedes neutralizarlo, ¿quieres? Ellos no lo harán, no bajarán la dosis, les has descubierto.
Yo asentía con la cabeza y le sonreía.
—¡Hazlo! Cree en ti. Puedes hacerlo. Permite que tu cuerpo lo expulse, no lo aceptes. Siente como tus células están llenas de luz, de fuerza. Nadie puede acallar el espíritu y el amor que brota del mismísimo centro de tu corazón. Ningún químico es lo suficientemente fuerte para apagar tu alma. Visualiza como es rechazado por tu sistema, observa cómo vas expulsándolo ¡Tú puedes! ¡Hazlo! Es tu don, lo has hecho otras veces ¿recuerdas, Irania?
—¿Con quién hablas cariño? —me preguntó Inés, la auxiliar que aquella mañana cuidaba del salón común. Después de limpiarme las babas que colgaban de mi boca, se agachó y me miró como esperando una respuesta.
Miré a mi ángel.
Él negó con la cabeza.
Miré a Inés suplicándole ayuda con mis ojos, pero no podía hablar.
Salió una lágrima de mi ojo.
Inés se alejó al escuchar a otro interno que se discutía con un enfermero.
Yo quería creer en la visión del ángel, pero estaba sumida en una tremenda desesperación. Mis fuerzas y mis creencias estaban subyugadas, atrapadas, y mi fe en la bondad de la gente rasgada.
Y los sueños habían dejado paso a las pesadillas, unas terribles visiones que se habían desatado del subconsciente y que me hacían el sueño intermitente, angustioso.
Estaba desesperada, tenía pavor de quedarme dormida porque sabía qué me esperaba allí.
Aquella noche corría por el túnel que encontré en la finca de Boí, corría desnuda perseguida por monstruos lagartos. Intentaba esconderme en una habitación llena de trastos, era oscura pero yo podía ver. Me escondí en lo más profundo detrás de una pequeña puerta. Pero siempre me encontraban, luego me llevaban a una sala circular y me ataban a un altar, allí me violaban los lagartos enfundados en sus túnicas negras.
Me despertaba gritando, una noche tras otra, devorada por la oscuridad. Asfixiada de mis propios miedos. Me repetía sin cesar que no estaba loca, que todo tenía un sentido como había aprendido de Kahul, pero la esperanza menguaba.
Los somníferos empezaban a no hacerme ningún efecto. La mente era mil veces más poderosa que ningún fármaco, y mi subconsciente no quería que yo olvidara lo que Kahul había despertado de mi interior con la regresión que me había practicado. Llegué a odiarlo por habérmelo hecho, llegué a creer que él formaba parte de un plan para volverme loca. Pero era mi mente la que hablaba desesperada por no poder dormir, pues mi corazón seguía anhelando su presencia y no dejaba de recordármelo a cada instante.
Mi corazón lo llamaba desde la distancia, le suplicaba ayuda.
Era tan fuerte mi deseo que llegué a verlo una noche a los pies de mi cama. Me sonreía y sus ojos brillaban.
—¡Ayúdame! —le dije. Pero se evaporó al instante.
—¡Ayuda por favor! —clamé— Yo creo en mí, yo creo en mí, yo creo en mí —repetí cientos de veces hasta que me dormí.
Al cabo de unas horas me desperté, pero esta vez no por una pesadilla sino por una agradable sensación a mi alrededor.
Entonces sucedió el momento más mágico que yo había vivido de manera consciente en mi vida: toda la habitación comenzó a llenarse de una energía brumosa suave de color verde esmeralda, se movía en remolinos. Parecía tener consciencia propia, viajaba por todas las esquinas, por la cama, por el armario.
La luz se introducía en la materia, lo inundaba todo. Se pegó a las paredes, a los techos, era hermosa de contemplar.
No salía de mi asombro, intenté incorporarme de la cama pero mi cuerpo estaba débil y casi atrofiado de la medicación.
De pronto los vi, la imagen más hermosa que jamás hubiera visto: ocho seres antropomorfos aparecieron a mi alrededor como si siempre hubieran estado ahí conmigo. Todos vestían un mono verde ajustado, llevaban un cinturón dorado. Alguno de ellos eran masculinos y otros femeninos pero todos eran extremadamente bellos. Pensé que eran ángeles y que ya estaba en el cielo. Sentí alivio.
Una de ellos se acercó a mí y posó su mano en mi hombro:
— Venimos a ayudarte. Pediste ayuda y aquí estamos.
Escuché su voz en mi mente. No podía evitar estar asustada aunque ellos transmitían una energía de paz y serenidad. Aún así seguía sintiendo desconfianza, ya casi había dejado de creer que merecía ayuda o cariño o respeto por parte de otro ser.
— No me hagáis daño —supliqué.
— Tú nos llamaste y también otros que velan por ti pidieron nuestra asistencia. Irania, vamos a sanarte lo más grave que hay en ti.
—¿Qué es eso tan grave que hay en mí?
— El miedo.
—¿Quiénes sois?
— Digamos que somos médicos, los médicos del cielo. Trabajamos desde el éter que luego influirá en la materia de tu cuerpo físico.
Mientras hablaba con la que parecía ser el jefe o tener un rango superior, si podía llamarse a algo superior o inferior en aquellos seres de tan elevada consciencia, el resto se habían puesto a mi alrededor y detrás de mi cabeza y comenzaron su trabajo.
—¿El miedo enferma el cuerpo? —pregunté.
—El miedo es la energía más destructiva que podéis crear. El miedo es todo lo contrario al amor. El miedo te quita, el amor te da. El miedo te destruye con la desconfianza, el amor te construye desde el centro de tu ser. El miedo te separa de todo lo que eres, te disgrega y el amor es unión, fusión, es completo en sí mismo. El amor se siente y no se habla de amor. Se es amor.
—¿Por qué el miedo me ha enfermado?
—Nadie te enseñó lo que era amar en esta vida. Pero no estás enferma, solo perdida, quizás confundida, pero esto es debido a que no te amas lo suficiente. Si te amaras dejarías de juzgarte. Te aceptarías tal como eres y no necesitarías que los demás te dijeran quién o qué eres, o dónde y con quién debes estar. Vives en una cárcel porque tú misma la estás aceptando. Una parte de ti cree que mereces estar aquí, que te controlen y te mediquen porque sigues pensando que hay algo malo en tu interior. Te lo has creído y ellos te lo han reafirmado.
—Pero sí creo en lo que soy, y en lo que siento… estoy aceptando la locura. Por favor, borrad de mi mente esas imágenes. No quiero verlas más —supliqué.
— Debes estar en paz contigo. Debes amarte tal como eres. Tienes que saber, el conocimiento es la luz que todo lo ilumina. Ante la luz ninguna oscuridad puede vivir. Iluminaremos tu interior, debes saber la verdad. Tienes que conocer y recordar para avanzar. No temas, ahora eres fuerte, nada del pasado puede dañarte más. Ahora estamos aquí contigo, ahora nos reconoces, ahora que pediste nuestra ayuda.
—¿Es necesario?
—Sabes que sí, aunque puedes continuar como estás. Es tu elección.
—No, yo quiero salir de aquí. Quiero sentirme libre.
—Nadie de tu familia va a creerte, no pueden ver a través de tus ojos. Debes vivir con eso. No esperes su aprobación, ellos viven conforme a sus creencias y eso está bien para ellos, pero no para ti. Te has pasado la vida esperando ser aceptada por los demás y nunca miraste hacia dentro. Debes reconciliarte con tu ser más profundo. Cuando consigas esto, ya nada te podrá perturbar.
—Era yo quien tenía que aceptarme ¿verdad?
—Así es. Ahora relájate.
Sentí una vibración en todo mi ser, era cálida, luego subió de intensidad. Sentía mucho calor en todo mi cuerpo. Comencé a sudar, como si tuviera mucha fiebre.
Escuché el sonido de cristales que se rompían a mi alrededor.
—¿Qué es eso?
—Tranquila, son cristalizaciones que se destruyen. Pensamientos, sentimientos, arquetipos, creados desde hace años que convivían en tu campo energético.
Intenté relajarme pero comencé a sentir dolor bajo el ombligo. Un fuerte calambre que casi conseguía doblar mi cuerpo del dolor.
—¡Duele! —grité.
—Lo sabemos, aguanta un poco más.
Pero me dolía mucho. Miré hacia mi ombligo y vi como entraban unas hebras de luz de color violeta y traspasaban mi cuerpo. Luego empezó a salir algo oscuro, unas figuras deformes negras.
— Me duele, me duele mucho. ¡Mucho! —grité.
No pude evitar retorcerme del dolor y lloré, mi llanto era desgarrador, antiguo, muy antiguo. Un dolor arraigado que había permanecido en mi interior desde hacía muchos años, muchas vidas.
Y lo único que salía de mi boca era:
—Lo siento, lo siento, lo siento.
En aquel momento no era consciente de todo lo que estaba siendo liberado. Ojalá hubiera estado más alerta. Quizá habría disfrutado más de la presencia de aquellos seres de luz sanadores que habían estado recomponiendo parte de mi ajado ser. Pero hoy doy las gracias por el amor que recibí, sin juicios, sin expectativas, solo amor y aceptación. Ellos me recordaron lo que era el amor. Pensé que si aquellos seres venidos de algún lugar en alguna dimensión desconocida se habían tomado la molestia de venir a mí es que yo merecía su amor.
Mientras me sanaban percibía mucho del dolor que salía de mi cuerpo, percibí odio hacia mí misma, desprecio y me pregunté
¿qué mal había hecho a la gente para odiarme de esa manera? ¿De dónde venía tanto dolor?
Quizá había traído el dolor de otras vidas conmigo, el daño que cometí a otros, porque no pude entender de manera racional de dónde había venido todo eso.
Me desperté a la mañana siguiente empapada de sudor. Para mi sorpresa pude incorporarme de la cama y noté que tenía más fuerza y energía. Miré el reloj, eran las ocho y ocho de la mañana. Todavía no había pasado la enfermera con la medicación.
Me levanté torpemente y caminé hacia la ducha. Me puse bajo el chorro de agua y dejé que corriera durante minutos bajo mi cabeza. Sentí como el agua arrastraba un manto de suciedad que me cubría, una suciedad que no se veía con los ojos. Me sentía feliz y despejada. Podía pensar y podía recordar lo que había vivido durante la noche. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, estaba feliz. La magia había llegado a mi vida.
Peiné mi cabello y me puse crema en el rostro. En el espejo pude ver detrás de mí la imagen de mi ángel. Me sonreía.
—Disimula, no deben saber que estás consciente. No tenemos mucho tiempo antes de que vuelvan a inyectarte el veneno en la sangre. Quieren dejarte aquí para siempre.
—¡Lo sé, es horrible! Tengo que salir.
—Debes esperar. Confía en mí.
—Confío en ti.
Me llevaron al comedor común como cada día mientras limpiaban y recogían mi dormitorio. Dejé que me transportaran en la silla de ruedas y siguieran tratándome como a una tullida.
Después de desayunar me dejaron en el salón. Allí permanecí mirando hacia la ventana, debía seguir haciendo lo que hacía cada día. No me había tomado los medicamentos pero sabía que si notaban alguna mejoría me inyectarían el potente sedante.
No sabía cómo iba a salir de allí, pero debía hacerlo. Miré la verja que rodeaba el recinto como una pantera salvaje, esperando encontrar un pequeño agujero entre los barrotes de su celda.
La clínica estaba sobre la montaña en el parque natural de Collserola. Sabía que si escapaba tendría la posibilidad de llegar a la ciudad con relativa facilidad. Ahora era mi única obsesión y no me paré a pensar qué venía luego. Solo quería irme.
De pronto algo en el jardín llamó mi atención; allí había un banco de madera y una chica sentada en él. Habían más residentes tomando el aire en la zona ajardinada que tenía la finca pero reparé especialmente en ella.
Cuando vi la oportunidad, me levanté de la silla y salí por la puerta del salón hacia el jardín.
A medida que me iba acercando supe porqué me sonaba familiar.
No podía creérmelo.
Me senté en el banco junto a ella.
—Hola —le dije con cierto temor en mi voz.
Ella me miró de reojo.
—Pensé que estabas muerta —le dije.
La chica me miró y luego miró hacia los lados. Tenía en las manos el mismo cerdito rosa de peluche que cuando la conocí en el sótano.
— No, no… tú… tú eres la mu-muerta. No puedo hablar, no pue-puedo hablar con muertos —me dijo con un fuerte tartamudeo— ¡Vete! —me ordenó.
—No estoy muerta, estoy viva pero yo te vi. Intenté ayudarte pero no podías venir conmigo. Ahora lo entiendo, no podías venir conmigo porque estabas viva ¡Claro! Pero tú sí me viste a mí.
La chica asintió con la cabeza repetidas veces.
—Yo te vi, yo… yo te vi. No… no te veo. El
doc-doctor
dice que no eres real, no existes. No
quie-quiero
hab-hablar
contigo.
Sentí un tremendo dolor al verla en aquel estado. Estaba completamente desconcertada.
—Me viste cuando los doctores me habían matado. ¡Tienes el mismo don que yo! ¡Puedes ver otras dimensiones!