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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (19 page)

BOOK: Imperio
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Fue Mark quien les dijo que Cole iba a salir en el programa de O'Reilly de esa noche. Volvió de casa de un amigo y entró corriendo en el salón, donde Reuben estaba dando una cabezadita en el sofá.

—El otro tipo va a salir en la Fox esta noche.

Todavía un poco amodorrado, Reuben creyó que se había perdido algo.

—¿Quién?

—El otro tipo que iba contigo, el que disparó contigo a los terroristas. Va a aparecer en
El Factor O'Reilly.
[6]

Reuben se puso en guardia de inmediato.

—Muy bien. Gracias, Mark. ¿Te has enterado de eso en casa de algún amigo?

—Su padre estaba viendo Fox News cuando volvió del trabajo.

—Pero se supone que no puedes decir a la gente...

—Papá, se supone que no puedo decir a nadie que estás
aquí.
Ya saben que eres mi padre. Es demasiado tarde para negar eso.

Mantuvieron la tele encendida mientras cenaban (algo que normalmente iba contra las reglas), pero los anuncios del programa de O'Reilly fueron bastante anodinos. Esa noche Bill hablaría con uno de los héroes del combate en la dársena. A medida que se iba acercando el momento de la emisión del programa los anuncios empezaron a prometer »sorprendentes revelaciones» y, en la última andanada, «graves acusaciones» contra «oficiales de alto rango».

—Parece que han conseguido alguna confirmación —dijo Reuben.

—Parece que están dándole bombo a un programa de televisión —dijo Cessy.

Cuando llegó la entrevista con Coleman, Reuben sintió ganas de marcharse de la habitación. Le caía bien aquel soldado, confiaba en él, pero los militares daban notablemente mal en televisión. Mantenían la sangre fría, sí, pero no demostraban
nada.
Solían parecer de cartón. Incluso deba la impresión de que seguían un guión.

Cole, sin embargo, parecía de carne y hueso, con emociones humanas normales. Al principio O'Reilly le hizo hablar del combate en la dársena. Y Cole lo contó de manera clara pero humana: no parecía un relato memorizado. Divagó un poco. Y cuando habló de cómo no habían alcanzado el otro lanzacohetes a tiempo, se atragantó y pareció muy sincero.

—La gente nos llama héroes pero no nos sentimos así —dijo Cole—. Sentimos que la misión fracasó.

—Pero no era su misión —dijo O'Reilly.

—Mi misión es defender los Estados Unidos de América y su Constitución, señor —respondió Cole—. Estaban siendo atacados y no había nadie más lo bastante cerca para cambiar los hechos. Rube y yo... el mayor Malich y yo no dejamos de pensar que si hubiéramos elegido un objetivo distinto... Si hubiéramos conducido un poco más rápido. Corrido más. Disparado antes. Un segundo, y tal vez hubiésemos podido impedirlo.

—En mi opinión es usted un héroe, capitán Coleman —dijo O'Reilly—. Los héroes no siempre tienen éxito. Son los que lo intentan.

Hubo una pausa para publicidad con la promesa de que seguirían con el capitán Cole después de los anuncios.

—Hasta ahora, bien —dijo Cecily.

—No ha ido a Fox News a hablar de la dársena —dijo Reuben.

Cuando el programa continuó, no apareció solamente Cole en pantalla. En un recuadro se veía al general Alton.

—Se une a nosotros desde nuestros estudios en Washington el general Chapel Alton. Gracias por estar con nosotros, general.

—Es un honor estar en el programa con el capitán Coleman, señor —dijo Alton.

—Oh, vamos, como si no supiera de qué va a hablar Cole —comentó Reuben.

—Es la televisión —le recordó Cessy—. La guerra por otros medios.

Cuando O'Reilly volvió a dirigirse a él, Cole contó brevemente su almuerzo con el general Alton. A Reuben le gustó la manera en que lo dijo, sin furia, aunque un poco de ira asomó a su voz.

Entonces le tocó el turno a Alton, y el tipo era un profesional. No demostró tampoco ninguna furia. De hecho, inmediatamente pidió disculpas.

—El capitán Coleman es un gran soldado. Lo invité a almorzar porque quería conocerlo mejor. Conocía su hoja de servicio, que es excelente. Le había visto en ese vídeo que ha visto todo el mundo.

—¿Dijo usted las cosas que el capitán Coleman nos ha contado que dijo? —le preguntó O'Reilly.

—Le advertí acerca de lo que iban a hacerle los medios. Ya hemos visto algunas cosas en varios programas de noticias. Cosas que andan diciendo ciertos miembros del Congreso. ¿Por qué estaban allí esos dos soldados, armados, en un parque de la ciudad? Y, naturalmente, el mayor Malich ya ha violado el protocolo y ha hablado al
Post
sobre un plan de contingencia similar diseñado por él, de modo que eso también se está divulgando. Le advertí del torbellino al que iba a enfrentarse.

—¿No dijo nada sobre un golpe? ¿Sobre impedir que los medios de comunicación arrojaran dudas sobre el capitán Coleman y el mayor Malich?

—En mi esfuerzo por expresar mi solidaridad con su situación, señor, estoy seguro de que debo de haber dicho cosas que el capitán Coleman ha malinterpretado. Lamento haberle dado una falsa impresión sobre cuánto apoyo iba a tener. Creemos en el control civil de los militares en este país, y punto. Di por hecho que entendería que nuestro apoyo a él no pasaría ese límite.

O'Reilly se volvió hacia Cole.

—¿Bien, capitán Coleman? ¿Qué dice a eso?

—No te enfades... —susurró Cessy.

—Primero —dijo Cole—, tengo que puntualizar algo: el mayor Malich y yo no íbamos armados. Cuando advertimos lo que estaba ocurriendo,
obtuvimos
armas en la estación forestal del parque.

—No te andes por las ramas, no te andes por las ramas —murmuró Reuben.

—No, está bien —dijo Cessy—. Eso le da credibilidad.

—Me alegro de oír que el general Alton desautoriza ahora los planes que me ha descrito en el almuerzo. Le insté a que lo hiciera en ese momento. Pero puedo asegurarle, señor O'Reilly, que no hubo pie a error. El general Alton fue bastante concreto. Consideró el asesinato del presidente, el vicepresidente y el secretario de Defensa como un pretexto para un ataque izquierdista a la Constitución. Sus planes iban encaminados a impedir eso, dijo. Pero eran bastante específicos.

Mientras Cole hablaba, Alton cometió el error de poner los ojos en blanco.

—Tiene malos modales, general —dijo Cessy—. La gente desconfiará de usted, creerá que miente.

Hubo un poco más de toma y daca, con Alton un poco furioso: no mucho, pero lo suficiente para quedar mal.

—Este tipo habla ante comités del Congreso —dijo Cessy—. Me sorprende que permita que esto le afecte.

—Es porque está mintiendo —dijo Reuben.

—Oh, vamos. Como si no mintieran en el Congreso.

—Manipulan al Congreso, que no es lo mismo.

—Bueno, esto también es una manipulación, ¿no? «Estoy seguro de que me ha malinterpretado», dice, cuando lo que piensa es: «Lo dije, capullo, pero se suponía que no ibas a contarlo.»Cole volvía a hablar. O'Reilly acababa de decir su famosa frase: «Le cedo la última palabra», aunque solía decir algo al final, así que no era la última después de todo.

—Me dirijo a todos los soldados que ven su programa, señor O'Reilly. Recordad, ante todo sois ciudadanos. Ciudadanos de un país donde los militares no toman las decisiones, las toman los cargos electos. Si violamos esa regla, no volverán a confiar en nosotros. El país puede que esté fastidiado, pero si recibís una orden para apuntar con vuestras armas a estadounidenses que están haciendo su trabajo, no obedezcáis esa orden. Apuntad al tipo que la dé.

Durante un momento, O'Reilly se quedó sin habla. Tal vez incluso sin respiración.

—Ruego a Dios que nadie necesite jamás seguir tal consejo en este país, capitán Coleman.

—Yo también —dijo Cole.

Y se despidieron para pasar más anuncios.

—¿Crees que Cole tendrá ahora su propio programa de televisión? —preguntó Reuben—. ¿Como Ollie North?

—Ha estado magnífico. Me ha dado escalofríos.

—Sí, pero mis escalofríos eran por otro motivo. —Reuben pulsó la tecla para rebobinar el DVR—. Mira a Alton mientras Cole hace su última intervención.

Esperó mientras Cessy lo miraba, pero ella no captó nada raro. Así que volvió a pasárselo.

—Mira. Está disfrutando. ¿Ves?

—No, es una sonrisa de desdén. Se está burlando.

—Así es, al principio. Pero ahora... ¿ves cómo cambia?

—Estaba cansado de mantener la misma expresión.

—Estaba feliz por algo —dijo Reuben—. Acaba de perder en esta entrevista. Cole se ha llevado el gato al agua. No es que todo el mundo crea a Cole, pero lo creen lo suficiente y desconfían de Alton lo suficiente para querer saber más al respecto... y Alton está feliz.

—Porque cree que ha ganado.

—Probablemente tengas razón —dijo Reuben—. Pero como bien has dicho, declara impertérrito ante el Congreso pero hoy pone los ojos en blanco, hace muecas. Y luego, cuando todo se termina y ha salido escaldado, se muestra
satisfecho.

—¿Y qué puede significar eso?

—No lo sé. Pero creo que nos la han dado.

—¿Con queso?

—Del todo.

—¿Por qué querría nadie que se anunciara que están planeando un golpe contra el Gobierno de Estados Unidos?

—No tiene sentido —dijo Reuben—. Pero sea como sea... Es como cuando estás cara a cara con un tipo que puede o no tener una pistola bajo la ropa o una bomba atada al cuerpo y lo miras a los ojos. Tienes que poder leer en él. Alton da una mala lectura. Eso es todo.

Cessy reflexionó en silencio un rato. Reuben había aprendido hacía tiempo que si llenaba esos silencios con conversación, ella salía de la habitación para poder pensar y entonces él no estaba a su lado para oír lo que hubiera pensado.

—Es como lo que ha dicho LaMonte sobre cómo podía acabar con esto. No me ha parecido propio de él. Hay algo raro.

—Tal vez... —dijo Reuben—. Tal vez no sea un golpe, sino una toma.

—Lo siento, tu jerga militar de alto nivel acaba de derrotarme.

—En un golpe de Estado arrestan al presidente y lo sustituyen. Una toma de poder implica que es el presidente quien dirige el golpe y se sirve del Ejército para arrestar a todo aquel que considera una amenaza.

—No —dijo Cessy—. No, no y no.

—¿No es posible?

—No lo es en el caso de LaMonte Nielson. De verdad, Reuben. Conozco a ese hombre.

—Lo conocías. Hace tiempo.

—Es sólido. Es un político muy hábil e implacable, pero no se salta las normas. Ama la Constitución. Nunca haría algo así.

—A menos que piense que es Abraham Lincoln y el país necesita que se salte un poco las normas.

—¿Apenas lleva un día en el cargo de presidente y ya está planeando una dictadura militar?

A Reuben se le ocurrió otra idea.

—Odio decir lo que estoy pensando.

—Sé lo que estás pensando y puedes considerar que ya he gritado que no, no y no. El no tuvo nada que ver con el asesinato.

—Bueno, alguien tiene que haber tenido algo que ver.

—Él no.

—Alguien quería que LaMonte Nielson fuera presidente.

—O tal vez alguien quería ver muertos al presidente y el vicepresidente y no le importaba quién era el siguiente en la lista.

—LaMonte fue nombrado presidente de la Cámara de Representantes hace sólo tres meses, ¿no?

—Ha habido muchos cambios en ese puesto.

—¿Cuánto tiempo piensas que hace que viene gestándose este asesinato? —dijo Reuben—. Han tenido que entrenar a esos tipos. No vacilaron en ningún momento. Habrán tenido que practicar cómo izar las cajas herméticas y abrirlas y montarlo todo. Sabían al dedillo dónde colocar esos lanzacohetes, exactamente en qué ángulo apuntar. Lo hicieron como máquinas. ¿Cuántos meses crees que llevaban practicando?

—No lo sé —respondió Cessy—. ¿Cuánto hace que terminaste de idear tu plan?

Reuben lo pensó y no pudo acordarse. Abrió su PDA y ella frunció el ceño.

—Oh, vamos, no puedes ser tan paranoico.

—El presidente ha muerto porque utilizaron mi plan —dijo él—. No soy un paranoico.

—Muy bien, miraré la fecha exacta en que cesaron al anterior presidente de la Cámara de Representantes.

Reuben la siguió al ordenador.

—El cuatro de marzo es la fecha en que presenté un borrador del plan de la dársena.

—El diez de marzo —dijo Cessy—. Ese día quedó vacante el puesto. A LaMonte le confirmaron su nombramiento el trece de marzo.

—Así que no lo nombraron presidente de la cámara hasta que tuvieron listo el plan para asesinar al presidente del Gobierno.

—No —dijo Cessy—. No.

—¿Cómo lo sabes?

Ella lo retó con la mirada.

—Igual que sé que tú no has tenido nada que ver con el asesinato, a pesar de que el plan que siguieron era tuyo, a pesar de que siempre estás fuera en viajes misteriosos y asistes a reuniones a altas horas de la noche y nunca puedes decir lo que estás haciendo. ¿Quieres que confíe en mi instinto o no, Reuben?

Lo pilló por sorpresa. No se le había ocurrido que para ella pudiera resultar difícil estar segura de su inocencia. El sabía que no había tenido nada que ver con el asesinato (no deliberadamente, al menos), pero si pensaba en cómo debían parecerle a ella todas sus actividades, decía mucho en su favor que le creyera. ¿Por qué tendría que haberlo hecho?

«¿Lo creería yo, si no supiera lo que sé?»

Acercó la mano a su mejilla.

—Confía en él —dijo—. Y yo confiaré en tu instinto sobre LaMonte Nielson, presidente de Idaho. —Forzó algo parecido a una sonrisa—. Es casi como en
Caballero sin espada.
El chico de la granja hace bien las cosas.

—No —dijo Cessy—. LaMonte es hombre del partido. No es ningún Jimmy Stewart. Pero no engaña. Y no mata. Y le caía bien el presidente. Le caía bien antes de que fuera elegido. LaMonte es sólido.

—Y sin embargo has sido tú, no yo, quien ha relacionado la actitud de Alton y lo que te ha dicho Nielson por teléfono.

—Todavía no me has dado las gracias por rechazar el trabajo más estupendo que me ofrecerán jamás.

—Creía que ya tenías el trabajo más estupendo.

Ella hizo una mueca.

—¿Quieres decir que cocinar y fregar los platos y hacer los recados no es estupendo?

—Es el trabajo más importante del mundo. Por eso rechacé el trabajo más estupendo para seguir haciendo éste.

El móvil de Reuben sonó. Uno de los nuevos.

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