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Authors: Dan Simmons

Ilión (34 page)

BOOK: Ilión
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Sí, el final del Canto Sexo. Héctor deja a Andrómaca y Paris lo alcanza antes de que salga de la ciudad, o justo cuando lo hace. ¿Cómo decía mi traducción favorita? «No se entretuvo mucho Paris en sus abovedados salones.» El nuevo marido de Helena se había puesto la armadura, como prometió, y corrió a reunirse con Héctor y los dos hombres atravesaron juntos las Puertas Esceas, camino de una nueva batalla. Recuerdo haber escrito un artículo para una convención de expertos donde analizaba la metáfora de Homero: Paris corriendo como un caballo que se libra de sus ataduras, el pelo al viento como una crin sobre sus hombros, ansioso de batalla, bla, bla, bla.

¿Dónde está Paris ahora? ¿Después de anochecer? ¿Qué me he perdido mientras deambulaba por las calles y miraba las luces de Helena y las tetas de Helena?

Eso era en el Canto Séptimo, y siempre me había parecido que el Canto Séptimo de la
Ilíada
era una masa confusa y apelotonada. Terminaba el largo día que había comenzado en el Canto Segundo, con Paris matando al aqueo llamado Menesteo y Héctor abriéndole la garganta a Eyoneo. Se acabaron los abrazos paternales. Luego hubo más combates y Héctor se enfrentó a Ayax el Grande en combate singular y...

¿Qué? Poco más. Ayax iba ganando (era mejor luchador) pero entonces los dioses empezaron a disputar de nuevo por el resultado, había un montón de charla por parte de griegos y troyanos, un montón de dimes y diretes, y una tregua, y Héctor y Ayax intercambian sus armaduras y se comportaban como viejos amigos, y luego todos acordaban una tregua mientras reunían a los muertos para quemarlos en las piras, y...

¿Dónde demonios está Paris esta noche? ¿Se queda con Héctor y el ejército para supervisar la tregua, habla en los ritos funerarios? ¿O actúa según su personalidad y se va a la cama con Helena?

—¿A quién le importa una mierda? —dije en voz alta y pulsé el icono de activación del brazalete y me morfeé en Paris.

Todavía era invisible, ataviado con el Casco de Hades, el arnés de levitación, todo.

Me quité el casco y todo lo demás excepto el brazalete morfeador y el pequeño medallón TC que me colgaba del cuello, y lo oculté todo tras un trípode, en un rincón del balcón. Ahora era sólo Paris con su armadura. Me quité la armadura y la dejé en el balcón también, apareciendo sólo como Paris con su suave peplo. Si la musa me localizaba ahora, no tendría más defensa que TCearme.

Atravesé las cortinas del balcón para llegar a la zona de baños. Helena alzó la cabeza sorprendida mientras yo abría las cortinas.

—¿Mi señor? —dijo, y vi primero el desafío en sus ojos y luego la mirada gacha de lo que podría haber sido disculpa y sumisión por sus anteriores palabras— Dejadnos —ordenó a las criadas, y las mujeres se marcharon.

Helena de Troya subió lentamente los escalones de la bañera hacia mí, el pelo seco excepto por los mechones mojados sobre sus omoplatos y pechos, la cabeza aún gacha, pero mirándome ahora a través de las pestañas.

—¿Qué quieres de mí, esposo mío?

Tuve que intentarlo dos veces antes de encontrar la voz adecuada. Finalmente, con la voz de Paris, dije:

—Ven a la cama.

19
Puerta Dorada de Machu Picchu

Caminaron de glóbulo verde en glóbulo verde de la Puerta Dorada, bajaron escaleras mecánicas inmóviles y cruzaron pasillos recubiertos de verde que conectaban los cables gigantescos que sostenían la carretera situada muy por debajo. Odiseo los acompañaba.

—¿Eres de verdad Odiseo del drama turín? —preguntó Hannah.

—Nunca he visto el drama turín —dijo el hombre.

Ada advirtió que el hombre que se hacía llamar Odiseo no había confirmado ni negado realmente nada: sólo evitaba la pregunta.

—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harman—. ¿Y de dónde vienes?

—Es una respuesta complicada —dijo Odiseo—. Llevo algún tiempo viajando, intentando encontrar el camino a casa. Esto es sólo una parada en el camino, un lugar donde descansar, y me marcharé dentro de unas semanas. Preferiría contar mi historia más tarde, si no os importa. Tal vez cuando cenemos, esta noche. Savi
Uhr
tal vez pueda ayudarme a encontrar sentido a partes de mi relato.

A Ada le pareció muy raro oír a alguien hablar inglés común como si no fuera su lengua materna: nunca había oído ningún acento hasta entonces. No había ningún acento regional en el mundo de Ada basado en el fax, donde todo el mundo vivía en todas partes... y en ninguna.

Los seis salieron a la cima de la torre donde Savi había hecho posarse antes el sonie. Lo hicieron justo cuando el sol tocaba la punta de uno de los dos afilados picos que sujetaban el puente, el situado más al sur. El viento de poniente era fuerte y frío. Caminaron hasta la barandilla que bordeaba la plataforma y contemplaron el barranco en pendiente con sus terrazas desmoronadas a más de doscientos cincuenta metros por debajo.

—La última vez que vine a la Puerta Dorada, hace tres semanas —dijo Savi—, Odiseo estaba en uno de los sarcófagos criotemporales donde suelo dormir. Su llegada, y lo que significa, es el motivo por el que finalmente contacté con vosotros: por eso dejé esas direcciones en la roca del Valle Seco.

Ada, Harman, Hannah y Daeman contemplaron a la anciana, sin comprender los términos ni el verdadero significado de su declaración. Savi no explicó nada. Los cuatro esperaron a que Odiseo dijera algo que los iluminara.

—¿Qué hay para cenar? —preguntó Odiseo.

—Más de lo mismo —contestó Savi.

El hombre barbudo negó con la cabeza.

—No —señaló a Harman con un dedo ancho y recio, y luego a Daeman—. Vosotros dos. Nos queda una hora de luz, Buen momento del día para cazar. ¿Queréis venir conmigo?

—¡No! —dijo Daeman.

—Sí —dijo Harman.

—Yo quiero ir —dijo Ada, sorprendida por el ímpetu de su propia voz—. Por favor.

Odiseo la miró largamente.

—Sí —dijo por fin.

—Debería ir con vosotros —dijo Savi. Parecía dubitativa.

—Se cómo manejar tu máquina —contestó Odiseo, indicando el sonie con un gesto.

—Lo sé, pero... —Savi tocó el arma negra que llevaba en el cinturón.

—No hace falta —dijo Odiseo—. Sólo busco comida, no una guerra. No habrá voynix allí.

Savi siguió vacilante.

Odiseo miró a Ada y Harman.

—Esperad aquí. Volveré con mi lanza y mi escudo.

Harman se echó a reír antes de darse cuenta de que el hombre del torso desnudo y la pálida túnica no estaba bromeando.

Odiseo sabía en efecto pilotar el sonie. Despegaron de la cima de la torre, rodearon el alto barranco con sus ruinas que proyectaban complicadas sombras y surcaron un valle a alta velocidad.

—Creí que ibas a cazar bajo el puente —dijo Harman por encima del siseo del viento.

Odiseo negó con la cabeza. Ada advirtió que el pelo gris del hombre le caía por el cuello como una crin rizada.

—Aquí no hay más que jaguares y ardillas y fantasmas —dijo Odiseo—. Tenemos que llegar a las llanuras para encontrar caza. Y tengo en mente una presa en concreto.

Salieron de la desembocadura del cañón a gran velocidad y surcaron las praderas moteadas de altas cicadáceas y abetos. El sol se ponía, pero sobre las montañas y toda la llanura se proyectaban todavía largas sombras. Un rebaño apareció bajo ellos: grandes animales herbívoros que Ada no logró identificar, de piel marrón con los cuartos traseros a franjas blancas. Los cientos de criaturas eran parecidos a los antílopes, pero de tamaño tres veces mayor, con las patas largas y extrañamente articuladas, largos cuellos flexibles y morros colgantes como mangueras rosadas. El sonie no hizo ningún sonido mientras revoloteaba sobre ellos y ninguno de los animales levantó siquiera la cabeza.

—¿Qué son? —preguntó Harman.

—Comestibles —-dijo Odiseo. Descendió trazando círculos e hizo aterrizar el sonie bajo unos altos matorrales, a unos treinta metros a sotavento de la manada. El sol se ponía.

Además de dos lanzas absurdamente largas (cada una más larga que el sonie, cuyas astas habían sobresalido de la burbuja del campo de fuerza y la popa del aparato volador), Odiseo había traído un escudo de bronce muy trabajado con capas de piel de buey, además de una espada corta en una vaina y un cuchillo que guardaba en el cinturón de su túnica. A Ada (que había empleado el paño turín con más frecuencia de lo que le había admitido a Harman) aquella yuxtaposición de un hombre del fantástico drama turín de Troya con su propio mundo, o esta versión salvaje de su mundo, la mareaba un poco. Se levantó y siguió a Odiseo y Harman, que se alejaban del sonie.

—No —ordenó Odiseo—. Tú quédate con el vehículo.

—Y un cuerno —contestó Ada.

Odiseo suspiró y les habló en un susurro.

—Quedaos los dos aquí, tras este matorral. No os mováis. Si algo se acerca, subid al sonie y activad el campo de fuerza.

—No sé hacerlo —susurró Harman.

—Dejé activada la IA —dijo Odiseo—. Tendeos y decid: «Conecta campo de fuerza.»

Sosteniendo ambas lanzas, Odiseo se internó en la llanura, caminando lenta y silenciosamente entre las bestias que pastaban. Ada oía los anímales de nariz colgante gruñir y masticar, oía la hierba que arrancaban con los dientes y su fuerte hedor. No corrieron alarmados cuando el hombre se acercó, y en el momento en que los animales situados en el perímetro de la manada finalmente alzaron la cabeza, Odiseo estaba a doce metros. Se detuvo, soltó una lanza y el escudo y empuñó la otra lanza.

Los animales habían dejado de masticar y miraban al extraño bípedo fijamente, pero no parecían alarmados.

El poderoso cuerpo de Odiseo se encogió, se arqueó y se tensó. La lanza voló recta, hasta alcanzar el animal más cercano por encima del pecho y casi atravesar su largo y grueso cuello. El animal se agitó, soltó un gruñido estrangulado y cayó pesadamente.

Los otros animales bufaron, balaron y echaron a correr, cada uno de ellos zigzagueando a un lado y a otro de una manera que Ada no había visto nunca, pues sus extrañas patas les permitían cambiar casi instantáneamente de dirección, hasta que toda la manada se alejó y se perdió de vista un par de kilómetros al norte.

Odiseo se apoyó en una rodilla junto al animal muerto y sacó el cuchillo corto y curvo de su cinturón. Con unos cuantos rápidos tajos le abrió la cavidad abdominal, sacó órganos y entrañas, que arrojó a la hierba (excepto lo que parecía el hígado, que guardó en un pequeño tarro de plástico que había colocado a un lado), y luego separó la piel de un cuarto trasero y cortó una gruesa tajada de carne roja, que también guardó en el tarro. Después rebanó la garganta del animal muerto, manchando de más sangre la hierba, y liberó su lanza cuidando de no romperla. Limpió el asta y la punta de bronce en la hierba.

Todavía de pie junto a los matorrales, Ada sintió una oleada de mareo inundarla y decidió sentarse en la hierba para no desmayarse. Nunca había visto a un ser humano matar a un animal, mucho menos abrirlo y desollarlo parcialmente con tanta habilidad. Fue terriblemente... eficaz. Avergonzada de su reacción, pero intentando no desmayarse, colocó la cabeza entre las rodillas hasta que los puntos negros dejaron de bailar alrededor del círculo de su visión.

Harman le tocó la espalda, preocupado, pero cuando ella le indicó que la dejara, empezó a caminar hacia el cadáver.

—Quédate ahí —ordenó Odiseo.

Harman se detuvo, confundido.

—Se han ido. ¿Necesitas ayuda para cargar...?

Odiseo alzó una mano para indicar a Harman que se quedara donde estaba.

—No es esto lo que quiero cazar. Esto es... ¡
No te muevas
!

Harman y Ada volvieron el rostro hacia el oeste. Dos formas bípedas, blancas, negras, y rojas, se acercaban a gran velocidad, más rápido aún de lo que habían huido los herbívoros. Ada sintió que la respiración se le atascaba en la garganta y vio a Harman quedarse paralizado.

Las criaturas corrían hacia el cadáver ensangrentado del herbívoro y el arrodillado Odiseo a más de noventa kilómetros por hora. Se detuvieron en medio de una nube de polvo. Ada reconoció las aves que habían visto desde el sonie:
Aves Terroríficas
, las había llamado Savi. Pero lo que había resultado extrañamente divertido desde las alturas, esas criaturas parecidas a avestruces que corrían como pollos torpes, era en realidad aterrador.

Las dos Aves Terroríficas se habían detenido a cinco pasos del cadáver del otro animal, los ojos fijos en Odiseo. Cada ave medía más de metro ochenta de altura. Plumas blancas cortas recubrían sus cuerpos musculosos, plumas negras sus alas residuales, y sus patas eran poderosas y tan gruesas como el torso de Ada. Los picos de las aves, de por lo menos doce centímetros, perversamente retorcidos, rojos alrededor de la boca (como manchados de sangre), eran controlados por unos poderosos músculos de las mandíbulas que abultaban bajo la media docena de largas plumas rojas que sobresalían de la parte posterior del cráneo. Sus ojos eran de un terrible y malévolo color amarillo rodeado de círculos azules, bajo un ceño de saurio. Además de sus imponentes picos de depredador, las aves tenían poderosas zarpas delanteras (cada una tan larga como el antebrazo de Ada) y una garra de aspecto aún más terrible en la curvatura de cada ala residual.

Ada supo de inmediato que aquel monstruo no era un carroñero, sino un terrible depredador.

Odiseo se puso en pie, una larga lanza en la mano izquierda y la lanza ensangrentada en la mano derecha. Las cabezas de las Aves Terroríficas se volvieron al unísono, los ojos amarillos parpadearon, y la pareja de cazadores se separó. Parecían bailarines ejecutando una coreografía a la perfección y preparándose para atacar a Odiseo por ambos lados. Ada olió el hedor a carroña de los monstruos. No le cabía duda de que aquellas poderosas patas desnudas podían impulsar a cada Ave Terrorífica unos cinco metros o más hacía su presa (Odiseo) de un solo salto, con las garras extendidas y agitándose mientras el monstruo de una tonelada de peso aterrizaba. Estaba claro que la pareja trabajaba a la perfección como equipo asesino.

Odiseo no esperó a que tomaran posiciones y atacaran. Con letal elegancia lanzó su primera lanza (en línea recta y firme) contra el musculoso pecho del Ave Terrorífica que tenía a la izquierda, y luego giró para enfrentarse a la segunda. La primera ave dejó escapar un alarido terrible que petrificó los pulmones de Ada. Un segundo más tarde, Odiseo, con un rugido y un aullido similar, saltó sobre el cadáver del herbívoro, se pasó la lanza de la mano izquierda a la derecha y lanzó la punta de bronce contra el ojo derecho de la segunda Ave Terrorífica.

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