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Authors: Dan Simmons

Ilión (36 page)

BOOK: Ilión
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—No pasa nada —dijo Savi, sin parecer ya furiosa ni embriagada, como si sus palabras hubieran venteado parte de la presión de su amargura—. El pariglás no conduce la electricidad y estamos firmemente sujetos... mientras el puente aguante, no nos caeremos. —Savi apuró su vino y sonrió con tristeza—. Naturalmente, el puente es más viejo que los dientes de Dios, así que no puedo garantizar que vaya a permanecer en pie.

Cuando lo peor de la tormenta pasó y Savi ofrecía café y té calentado en contenedores de cristal de extraño aspecto, Hannah dijo:

—Prometiste contarnos cómo llegaste aquí, Odiseo
Uhr
.

—¿Quieres que cante todas mis idas y venidas, desviándome de mi rumbo y una otra vez, desde los días en que mis camaradas y yo saqueamos las sagradas alturas de Pérgamo? —repuso éste en voz baja.

—Sí —dijo Hannah.

—Lo haré —contestó Odiseo—. Pero primero, creo que Savi
Uhr
tiene algo que discutir con todos vosotros.

Miraron a la anciana y esperaron.

—Necesito vuestra ayuda —dijo Savi—. Durante siglos he evitado exponerme a vuestro mundo, a los voynix y otros vigilantes que me quieren mal, pero Odiseo está aquí por un motivo, y sus fines sirven a los míos. Os pido que lo llevéis de vuelta, a uno de vuestros hogares, donde otros puedan visitarlo y que le permitáis reunirse y hablar con vuestros amigos.

Ada, Harman, Daeman y Hannah intercambiaron miradas.

—¿Por qué no faxea a donde quiera? —preguntó Daeman.

Savi negó con la cabeza.

—Odiseo no puede faxear, y yo tampoco.

—Eso es una tontería —dijo Daeman—. Todo el mundo puede faxear.

Savi suspiró y sirvió el vino que quedaba en su copa.

—Muchacho —dijo—, ¿sabes lo que es faxear?

Daeman se echó a reír.

—Por supuesto. Es cómo vas de donde estás a donde quieres estar.

—Pero, ¿cómo
funciona
? —preguntó Savi.

Daeman sacudió la cabeza ante la testarudez de la anciana.

—¿Qué quieres decir con «cómo funciona»? Funciona y ya está. Como los servidores o el agua corriente. Usas un portal fax para ir de un sitio a otro, de un fax-nódulo al siguiente.

Harman alzo la mano.

—-Creo que Savi
Uhr
quiere decir cómo funciona la máquina que nos permite faxear, Daeman
Uhr
.

—Yo me he preguntado eso mismo unas cuantas veces —dijo Hannah—. Sé construir un horno para derretir metal. Pero, ¿cómo se construye un portal fax que nos envíe de aquí para allá sin tener que... recorrer el camino intermedio?

Savi se echó a reír.

—No lo hace, amables chiquillos. Vuestros portales fax no os envían a ninguna parte. Os destruyen. Os descomponen átomo a átomo. Ni siquiera envían los átomos a cualquier parte, sólo los almacenan hasta que los necesita la siguiente persona que faxea. No vais a ninguna parte cuanto faxeáis. Morís y permitís que otro yo vuestro sea construido en otra parte.

Odiseo se bebió el vino y contempló la tormenta que se alejaba: al parecer no estaba interesado en las explicaciones de Savi. Los otros cuatro se la quedaron mirando.

—Vaya —dijo Ada—, eso es... es...

—Una locura —dijo Daeman.

Savi sonrió.

—Sí.

Harman se aclaró la garganta y soltó su taza de café.

—Si somos destruidos cada vez que faxeamos, Savi
Uhr
, ¿cómo es que lo recordamos todo cuando... llegamos... a otro lugar? —Levantó la mano derecha—. Y esta pequeña cicatriz. Me la hice hace siete años, cuando tenía noventa y dos. Normalmente, estos pequeños problemas se resuelven cuando vamos a la fermería cada Veinte, pero... —se detuvo como si él mismo viera la respuesta.

—Sí —dijo Savi—. Las mentes-máquina de los fax-portales recuerdan vuestras pequeñas imperfecciones, igual que hacen con vuestros recuerdos y la estructura celular de vuestras personalidades y envían la información (no vosotros, sino la
información
) de fax-nódulo en fax-nódulo. Os actualizan y rejuvenecen vuestras células cada veinte años (lo que llamáis visitas a la fermería). Pero, ¿por qué crees que desapareces al cumplir los cien años, Harman
Uhr
? ¿Por qué dejan de renovaros cuando llegáis a esa edad? ¿Y adonde irías en tu próximo cumpleaños?

Harman no dijo nada, pero Daeman intervino.

—A los anillos, mujer loca. Al Quinto Veinte, todos vamos a los anillos.

—Para convertiros en posthumanos —dijo Savi, sin poder evitar una mueca—. Para subir al cielo y sentaros a la derecha de... alguien.

—Sí —dijo Hannah, pero sonó como una pregunta.

—No —respondió Savi—. No sé qué les ocurre a las pautas de memoria que la logosfera conserva de vosotros hasta que cumplís los cien años, pero sé que no envían los datos a los anillos. Puede que los almacenen, pero sospecho que los destruyen. Que los desintegran.

Por segunda vez aquel largo día, Ada creyó que iba a desmayarse. Con todo, fue la primera en recuperar el habla.

—¿Por qué no podéis tu y Odiseo
Uhr
usar los fax-nódulos, Savi
Uhr
? ¿O es que decidís no hacerlo?

Elegir no ser destruido, que no arranquen los átomos de tu cuerpo como la carne de los cadáveres del herbívoro y el Ave Terrorífica que hemos comido esta noche
. Ada metió los dedos en su vaso de agua y se tocó la mejilla con las yemas.

—Odiseo no puede faxear porque la logosfera no tiene ningún registro suyo —dijo Savi en voz baja—. Su primer intento de faxear sería el último.

—¿Logosfera? —repitió Hannah.

Savi volvió a negar con la cabeza.

—Es un tema complicado. Demasiado complicado para una vieja que ha bebido demasiado.

—¿Pero lo explicarás pronto? —insistió Harman.

—Os lo enseñaré todo mañana —dijo Savi—. Antes de que volvamos a separarnos.

Ada miró a Harman a los ojos. Él apenas podía contener su entusiasmo.

—Pero esta logosfera... sea lo que sea —dijo Hannah—, ¿tiene un registro tuyo? ¿Para los fax-nódulos? ¿Y
podrías
faxear?

Savi esbozó su triste sonrisa.

—Oh, sí. Me recuerda a hace más de mil años, cuando faxeaba cada día de mi vida. La logosfera me está esperando como un Ave Terrorífica invisible... me reconocería al instante si intentara probar uno de vuestros fax-portales corrientes. Pero ese sería también mi último intento.

—No comprendo.

—Dejemos toda esta charla tecnológica —dijo Savi—. Aceptad que ni Odiseo ni yo podemos utilizar vuestros preciosos fax-portales. Y que si yo visitara vuestra maravillosa sociedad volando hasta allí, me costaría la vida.

—¿Por qué? —preguntó Harman—. No hay violencia en nuestro mundo. Sólo en el drama turín. Y ninguno de nosotros cree que sea real —miró fijamente a Odiseo, pero el hombre del pelo gris no respondió de ninguna manera.

Savi tomó un sorbo de vino.

—Creedme cuando digo que si me muestro abiertamente estaría muerta. También creed que es imperativo que se permita a Odiseo conocer a gente, hablar con ella, hacerse oír. SI os devuelvo a casa volando, ¿alguno de vosotros lo podría alojar en su casa unas cuantas semanas? ¿Un mes?

—Tres semanas —interrumpió Odiseo, brusco, como si le molestara oír hablar de él como sí no estuviera presente—. No más.

—Muy bien —dijo Savi—. Tres semanas. ¿Ofrecerá alguno de vosotros tres semanas de hospitalidad a este forastero en tierra extraña?

—¿No correrá Odiseo peligro, igual que tú? —preguntó Daeman.

—Odiseo
Uhr
sabe cuidar de sí mismo —dijo Savi.

Los cuatro permanecieron en silencio un minuto, tratando de comprender la petición y sus circunstancias.

—-Me gustaría acoger a Odiseo —dijo por fin Harman—, pero también quiero visitar ese lugar donde dijiste que podría haber naves espaciales, Savi
Uhr
. Mi objetivo es llegar a los anillos. Como señalaste, me acerco a mi Veinte final: no tengo tiempo que perder. Preferiría pasar el tiempo buscando ese mar seco donde dices que los posthumanos mantenían sus naves para volar a los anillos e y p. Tal vez si me enseñaras a pilotar tu sonie...

Savi alzó las cejas como si le doliera la cabeza.

—¿La Cuenca Mediterránea? No se puede volar hasta allí, Harman
Uhr
.

—¿Quieres decir que está prohibido?

—No. Quiero decir que no se puede volar allí. Los sonies y otras máquinas voladoras no funcionan sobre la Cuenca. —Savi hizo una pausa y contempló a los presentes—. Pero es posible caminar o conducir hasta la Cuenca. Nunca he estado allí, no en todos estos siglos, pero puedo llevarte. Si uno de tus amigos accede a acoger a Odiseo durante tres semanas.

—Yo quiero ir contigo y con Harman —dijo Ada.

—Y yo también —dijo Daeman—. Quiero ver esa Cuenca como-se-llame.

Harman miró al joven, sorprendido.

—Al demonio —dijo Daeman—. No soy ningún cobarde. Apuesto a que soy el único de los presentes que ha sido devorado por un alosaurio.

—Brindaré por eso —dijo Odiseo, y apuró su vino.

Savi miró a Hannah.

—Eso te deja a ti, querida.

—Me gustaría alojar a Odiseo —dijo la joven—. Pero yo no faxeo mucho ni voy a fiestas. Vivo con mi madre y ella no acoge a grupos con frecuencia tampoco.

—No, me temo que eso no sirve —dijo Savi—, Odiseo sólo dispone de tres semanas y tenemos que empezar con un lugar bien conocido y donde pueda alojarse mucha gente durante semanas seguidas. Lo cierto es que Ardis Hall sería perfecto —miró a Ada.

—¿Qué sabes de Ardis Hall, Savi
Uhr
? —preguntó Ada—. Y ya puestos, ¿cómo sabes lo de las lecturas de Harman o todo lo que pasa en el mundo, si no puedes caminar entre nosotros ni emplear los fax-nódulos?

—Observo —dijo la anciana—. Observo y espero y a veces vuelo a sitios donde puedo mezclarme con vosotros.

—El Hombre Ardiente —dijo Hannah.

—Sí, entre otras cosas —respondió Savi. Miró a los presentes— Parecéis agotados. ¿Os acompaño a vuestras habitaciones para que podáis dormir? Continuaremos la conversación por la mañana. Dejad los platos, yo los recogeré y los fregaré más tarde.

La idea de recoger o fregar los platos nunca se les había ocurrido a los invitados. Una vez más, Ada miró alrededor y sintió la ausencia de servidores y voynix.

Ada quiso protestar contra aquella imposición de irse a la cama (todavía no habían escuchado el relato de Odiseo), pero miró a sus amigos: Hannah estaba consumida por la fatiga; Daeman, borracho, apenas era capaz de mantener erguida la cabeza; el rostro de Harman denotaba su edad, y sintió que el cansancio también actuaba en ella. Era hora de dormir.

Odiseo se quedó sentado a la mesa mientras Savi y los demás abandonaban el salón y la anciana los conducía a través de pasillos iluminados sólo por los lejanos relámpagos. Subieron una escalera mecánica cubierta de cristal que rodeaba la torre de la Puerta Dorada y bajaron por un largo corredor hasta una serie de habitaciones-burbuja situadas en el punto más alto de la torre norte. Los dormitorios no estaban físicamente unidos a la cima de la torre, sólo al corredor de cristal que tenía el puente de acero como pared sur, y los cubículos mismos se asomaban precariamente al espacio, como racimos de uvas.

Savi les ofreció a todos burbujas separadas, e indicó a Hannah la primera habitación del corredor. La joven vaciló en la entrada del diminuto lugar. Dentro del cubículo incluso el suelo era transparente, así que Hannah dio un paso y luego saltó de regreso a la relativa solidez del pasillo de acceso, cubierto por una alfombra.

—Es perfectamente seguro —dijo Savi.

—Muy bien —dijo Hannah, y lo intentó otra vez. La cama estaba situada contra la pared del fondo y había un lavabo y un inodoro separados, cerca de la pared del pasillo, que guardaban la intimidad desde el punto de vista de las otras burbujas de sueño, pero por todas partes las paredes curvas y el suelo eran tan claros que se veían las piedras iluminadas por los relámpagos y la falda de la colina situada directamente debajo, a doscientos cincuenta metros.

Hannah caminó insegura por el suelo transparente y se sentó agradecida en la forma sólida de la cama. Los otros tres rieron y aplaudieron.

—Si tengo que ir al baño por la noche, puede que no tenga valor para volver a cruzar ese suelo —dijo Hannah.

—Te acostumbrarás. Hannah
Uhr
—dijo Savi— Puedes abrir y cerrar la puerta con una orden de voz. Sólo te responderá a ti.

—Puerta, ciérrate —dijo Hannah.

La puerta se cerró como un iris. Savi los fue dejando uno a uno en sus cubículos: primero Daeman, que se desplomó en la cama sin ningún temor aparente al espacio vacío bajo sus pies, luego a Harman, que se despidió de las dos antes de ordenar a su puerta que se cerrara, y después a Ada.

—Duerme bien, querida —dijo Savi—. Los amaneceres aquí son bastante hermosos y espero que disfrutes del espectáculo por la mañana. Te veré en el desayuno.

Había un camisón de seda sobre la cama. Ada fue al baño, se dio una rápida ducha caliente, se secó el pelo, dejó la ropa sobre la encimera, junto al lavabo, se puso el camisón y regresó a la cama. Una vez tapada, volvió el rostro hacia la pared y contempló los picos de las montañas y las nubes. La tormenta se dirigía ya hacia el este, los relámpagos iluminaban desde dentro las nubes que se alejaban y los picos y el barranco cercano estaban inundados de luz de luna. Ada contempló la carretera y las ruinas de piedra de abajo. ¿Qué había dicho Odiseo sobre aquel lugar? ¿Que estaba habitado sólo por jaguares, ardillas y fantasmas? Al contemplar las antiguas piedras gris pálido a la luz de la luna, Ada casi creyó en fantasmas.

Llamaron suavemente a la puerta.

Ada se levantó de la cama, caminó de puntillas sobre el frío suelo y colocó las yemas de los dedos sobre el metal irisado.

—¿Quién es?

—Harman.

El corazón le dio un vuelco a Ada. Tenía el deseo no formulado de que Harman se reuniera con ella esta noche.

—Puerta, ábrete —susurró, dando un paso atrás, advirtiendo en el reflejo de la pared la blancura lechosa de sus brazos y su fino camisón a la luz de la luna.

Harman entró y se detuvo mientras Ada le susurraba a la puerta que volviera a cerrarse. Harman llevaba sólo un pijama de seda azul. Ella esperaba que él la abrazara, la tomara en brazos y la llevara a la suave cama junto a la pared transparente y curva. ¿Cómo sería, se preguntó, hacer el amor como si estuvieras flotando sobre estas nubes, estas montañas?

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