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Authors: Dan Simmons

Ilión (15 page)

BOOK: Ilión
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—Queríamos ver cómo estabas —dijo Ada— Y yo quería disculparme en persona por el accidente... por no haber cuidado mejor de mi invitado.

Daeman sonrió y se encogió de hombros, pero sus manos temblaban levemente. Las apoyó en las rodillas, cubiertas por una bata de seda.

—Lo único que recuerdo es algo grande que se abría paso entre los árboles... y el olor a carroña, de eso sí me acuerdo... y luego despertarme en el nido-tanque de la fermería. Los servidores me dijeron lo que había pasado, naturalmente. Sería divertido si la idea no fuera tan... inquietante.

Ada asintió, se acercó más, y le tomó de la mano.

—Te pido disculpas, Daeman
Uhr
. Los alosaurios han venido a la mansión sólo muy raras veces en las últimas décadas y los voynix siempre están allí para protegernos...

Daeman frunció el ceño pero no retiró la mano de la suya.

—Evidentemente, no hicieron un buen trabajo al protegerme.

—Es extraño —dijo Harman, cruzando las piernas y tamborileando en los brazos de papel corrugado de su sillón—. Muy extraño. No puedo recordar la última vez que un voynix falló al proteger a un humano en una situación semejante.

Daeman miró al hombre mayor.

—¿Está usted acostumbrado a situaciones en que los animales recombinados se comen a las personas Harman
Uhr
?

—En absoluto. Me refería a situaciones en que los seres humanos corren peligro.

—Pido otra vez disculpas —dijo Ada—. El fallo de seguridad por parte de los voynix fue inexplicable, pero mi propio descuido fue inexcusable. Lamento que tu fin de semana en Ardis Hall se estropeara y que tu sentido de la armonía fuera perturbado.

—Perturbado, sí... tal vez una palabra inadecuada para describir el ser devorado por un carnívoro de doce toneladas —dijo Daeman, pero sonrió levemente, e inclinó la cabeza más levemente todavía para dar a entender que aceptaba la disculpa.

Harman se inclinó hacia delante y unió las manos, subiéndolas y bajándolas para darse énfasis mientras hablaba.

—Teníamos un asunto sin terminar por discutir, Daeman
Uhr
...

—La nave espacial. —Ahora el tono irónico de Daeman se convirtió en sarcasmo.

Harman no se detuvo. Sus manos unidas se alzaron y cayeron con las sílabas.

—Sí. Pero no sólo una nave espacial... es el objetivo definitivo, por supuesto... sino cualquier forma de máquina voladora. Jinker. Sonie. Ultraligero. Cualquier cosa que nos permita explorar entre fax-puertos...

Daeman se arrellanó en su asiento, apartándose de la intensidad de Harman, y se cruzó de brazos.

—¿Por qué insiste en esto? ¿Por qué me molesta con esto?

Ada le tocó el brazo.

—Daeman, Hannah y yo habíamos oído, de personas distintas, que en una fiesta reciente en Ulanbat (hace cosa de un mes, creo), les dijiste a algunos conocidos nuestros que una vez conociste a alguien que mencionó haber visto una nave espacial... y a alguien que habló de volar entre nódulos...

Daeman consiguió parecer a la vez desconcertado e irritado por un instante, pero luego se echó a reír y negó con la cabeza.

—La bruja —dijo.

—¿Bruja? —repitió Hannah.

Daeman abrió las manos en un eco del gracioso gesto de indiferencia de su madre.

—La llamábamos así. He olvidado su verdadero nombre. Una loca. Obviamente en su último Veinte... —dirigió una mirada hacia Harman—. La gente empieza a perder el contacto con la realidad en sus últimos años.

Harman sonrió e ignoró la pulla.

—¿No recuerda el nombre de esa mujer?

Daeman hizo de nuevo el mismo gesto, con menos gracia esta vez.

—No.

—¿Dónde la viste? —preguntó Ada.

—En el último Hombre Ardiente. Hace año y medio. He olvidado dónde se celebró... en algún lugar frío. Seguí a unos amigos de Chom cuando se faxearon allí. Las ceremonias de la Edad Perdida nunca me interesaron mucho, pero había muchas jóvenes fascinantes en esa reunión.

—¡Yo estuve allí! —dijo Hannah, los ojos brillantes—. Fueron unas diez mil personas.

Harman sacó una hoja de papel muy doblada de un bolsillo de su túnica y empezó a desplegarla sobre la otomana acolchada que había entre ellos.

—¿Recuerdas qué nódulo?

Hannah negó con la cabeza.

—Era uno de los nódulos medio olvidados. Uno de los vacíos. Los organizadores enviaron el código del nódulo como un día antes de que comenzara la ceremonia. Creo que allí no vivía nadie. Era un valle rocoso rodeado de nieve. Recuerdo que estuvo encendido todo el día, toda la noche, durante los cinco días del Hombre Ardiente. Y el frío. Los servidores habían emplazado un campo de Planck sobre todo el valle y calentadores aquí y allá por el valle mismo, así que no era incómodo, pero no se permitía que nadie fuera más allá del perímetro del valle.

Harman miró su ajada y doblada hoja de micropergamino. La página estaba cubierta de líneas retorcidas, puntos y runas arcanas como las que se veían en los libros. Señaló con un dedo un punto cerca del pie.

—Aquí. En lo que era la Antártida. Un nódulo llamado «El Valle Seco».

Daeman lo miró sin expresión.

—Esto es un mapa en el que llevo trabajando cincuenta años —dijo. Harman—. Una representación bidimensional de la Tierra con todos los fax-nódulos conocidos y sus códigos. La Antártida era el nombre en la Edad Perdida de uno de los siete continentes. He registrado siete fax-nódulos antárticos, pero sólo uno de ellos (este valle seco del que he oído hablar pero no he visitado nunca) está libre de hielo y nieve.

Esto obviamente no hizo nada para iluminar a Daeman. Incluso Ada y Hannah parecían confusas.

—No importa —dijo Harman—. Pero si el sol brillaba todo el día y toda la noche, este valle seco es el fax-puerto probable. Durante los veranos polares, hay días en los que el sol no se pone.

—El sol no se pone en junio en Chom —dijo Daeman, manifiestamente aburrido—. ¿Está cerca de su valle seco?

—No —Harman señaló un punto próximo a la parte superior del mapa—. Estoy bastante seguro de que Chom está en esta gran península de aquí arriba, sobre el círculo ártico. Cerca del polo norte, no del polo sur.

—¿El polo norte? —dijo Ada.

Daeman miró a las dos mujeres.

—Y yo que creía que la bruja del Hombre Ardiente estaba loca.

—¿Recuerda algo más que dijera esa mujer, esa bruja? —preguntó Harman, obviamente demasiado entusiasmado para sentirse insultado.

Daeman negó con la cabeza. Parecía cansado.

—Sólo cháchara. Habíamos estado bebiendo mucho. Era la noche de la quema y llevábamos despiertos días y noches bajo aquella maldita luz, robando unas cuantas horas de sueño en una de las grandes tiendas naranja. Fue la última noche y suele haber orgías la última noche y pensé que tal vez ella... pero era demasiado vieja para mi gusto.

—¿Pero habló de una nave espacial? —Harman estaba visiblemente intentando ser paciente.

Daeman volvió a encogerse de hombros.

—Alguien... un joven, aproximadamente de la edad de Hannah, comentó el hecho de que no teníamos sonies para volar desde el último fax, y esta... bruja... que había estado muy callada pero que también estaba muy borracha, dijo que sí que teníamos, que había jinkers y sonies si sabías dónde buscarlos. Dijo que ella los usaba a menudo.

—¿Y la nave espacial? —insistió Harman.

—Dijo que había visto una, eso es todo —respondió Daeman, frotándose las sienes como si le dolieran—. Cerca de un museo. Le pregunté qué museo era, pero no contestó.

—¿Por qué llamas bruja a esa mujer mayor? —preguntó Hannah.

—No empecé yo. Todo el mundo la llamaba así —Daeman parecía un poco a la defensiva—. Creo que es porque dijo que no había faxeado, sino que había llegado caminando, cuando estaba claro que no podía haberlo hecho... no había otros nódulos ni estructuras en el valle y el campo de Planck se selló.

—Es verdad —dijo Hannah—. Ese último Hombre Ardiente puede que haya sido en el lugar más remoto al que he faxeado jamás. Lamento no haber visto a esa mujer allí.

—Sólo recuerdo que estuvo dos noches —dijo Daeman—. La primera y la última. Y se mantuvo apartada, excepto durante aquella absurda conversación.

—-¿Cómo sabías que era vieja? —preguntó Ada en voz baja.

—¿Quieres decir aparte de por su evidente locura?

—Sí.

Daeman suspiró.

—Parecía vieja. Como si hubiera ido a la fermería demasiadas veces.

Hizo una pausa y frunció el ceño, pensando sin duda en su reciente visita al lugar.

—Parecía más vieja que nadie que yo haya visto jamás. Creo que incluso tenía esas marcas en la cara.

—¿Arrugas? —dijo Hannah. La muchacha parecía envidiosa.

Daeman sacudió la cabeza.

—Alguien que estaba junto al fuego la llamó por su nombre esa noche, pero no puedo... Yo había estado bebiendo también, sabéis, y no había dormido.

Hannah miró a Ada, tomó aliento y dijo:

—¿Pudo ser Savi?

Daeman alzó rápidamente la cabeza.

—Sí. Creo que eso era. Savi... sí, eso parece. Era raro. —Vio que Harman y Ada intercambiaban una mirada de inteligencia—. ¿Qué? ¿Es importante? ¿La conocéis?

—La Judía Errante —dijo Ada—. ¿Has oído esa leyenda?

Daeman sonrió, cansado.

—¿Sobre la mujer que de algún modo no llegó al último fax hace mil años y que está condenada a vagar por la tierra desde entonces? Por supuesto. Pero no sabía que la mujer de la leyenda tuviera un nombre.

—Savi —dijo Harman—. Savi es su nombre.

Marina llegó con dos servidores que traían jarras de vino caliente especiado y una bandeja de quesos y pan. El incómodo silencio fue interrumpido con charlas intrascendentes mientras comían y bebían.

—Faxearemos hasta allí por la mañana –les dijo Harman a Hannah y Ada—. Al valle seco. Puede que quede alguna pista.

Hannah sostenía su jarra humeante con ambas manos.

—No veo cómo. Ese Hombre Ardiente fue, como ha dicho Daeman, hace más de dieciocho meses.

—¿Cuándo es el siguiente? —preguntó Ada. Nunca asistía a aquellas ceremonias de la era de la demencia.

Fue Harman quien contestó:

—Eso nunca se sabe. El Cabal del Hombre Ardiente fija la fecha y la notifica a la gente sólo días antes del acontecimiento. A veces se celebran con meses de intervalo. A veces con una docena de años. El del valle seco fue el último. Si has ido a alguno de los tres anteriores, te invitan. Yo no fui porque estaba caminando por la Brecha Atlántica.

—Quiero ir con vosotros a buscar a esa mujer —dijo Daeman.

Los demás, incluida su madre, lo miraron con sorpresa.

—¿Te sientes preparado? —preguntó Ada.

El ignoró la pregunta.

—Me necesitaréis para identificar a la mujer si la encontráis. A esa... Savi.

—Muy bien —dijo Harman—. Agradecemos su ayuda.

—Pero faxearemos por la mañana —dijo Daeman—. No esta noche. Estoy cansado.

—Por supuesto —dijo Ada. Miró a Hannah y Harman—. ¿Faxeamos de vuelta a Ardis?

—Tonterías —dijo Marina—. Seréis nuestros invitados esta noche. Tenemos cómodos domis para invitados en el nivel superior. —Captó la sutil mirada de Ada en dirección a Daeman—. Mi hijo ha estado muy cansado desde el... accidente. Puede que duerma diez horas o más. Si os quedáis como invitados, podréis marcharos juntos cuando se despierte. Después de desayunar.

—Por supuesto —repitió Ada. Había siete horas de diferencia entre Cráter París y Ardis (todavía no era la hora de la cena allá en Ardis Hall), pero como todos los viajeros de fax, estaban acostumbrados a adaptarse a los horarios locales,

—Os mostraremos vuestras habitaciones —dijo Marina, guiándolos mientras los servidores gemelos flotaban a su lado.

Las «habitaciones» eran en realidad pequeños domis, sofisticadas suites situadas un nivel por encima del habitáculo de Marina y Daeman y a las que se llegaba por medio de una amplia escalera de caracol. Hannah aprobó la suya pero luego salió a explorar por su cuenta Cráter París. Harman dio las buenas noches y desapareció en su domi. Ada cerró la puerta, inspeccionó los interesantes tapices, disfrutó de la vista del cráter desde el balcón (la lluvia había cesado y la luna y los anillos eran visibles entre las nubes dispersas) y luego entró y ordenó una cena ligera a los servidores. Después se dio un baño y se relajó en el agua cálida y perfumada durante media hora o más, sintiendo cómo el dolor de la tensión abandonaba sus músculos.

Había conocido a Harman hacía apenas doce días, pero parecía que hiciera mucho más tiempo. El hombre y sus intereses la fascinaban. Ada había acudido a una fiesta del solsticio de verano en la mansión de un amigo cerca de las ruinas de Singapur, no porque le gustaran las fiestas (tendía a evitar faxear y acudir a las fiestas cuando podía, y viajaba solamente a las casas de viejos amigos cuando se celebraban reuniones pequeñas), sino porque su joven amiga Hannah iba a ir y la había instado a que asistiera. La fiesta del solsticio fue divertida, a su modo, y mucha de la gente era interesante, ya que su amigo acababa de celebrar su cuarto Veinte (Ada siempre había disfrutado de la compañía de personas mayores que ella). Entonces conoció a Harman, con quien tropezó cuando salía de la biblioteca de la casa. El hombre era callado, incluso reticente, pero Ada entabló conversación con él usando algunas de las tácticas que sus amigos más listos habían usado con ella para conseguir que hablara más.

Ada no sabía qué pensar del truco que Harman había empleado para aprender a leer sin una función (no había confesado su habilidad hasta otra reunión en casa de otro amigo seis días antes de la reunión en Ardis Hall), pero cuanto más pensaba Ada en ello, más sorprendida estaba. Ada siempre se había considerado bien educada: se sabía todas las canciones y leyendas habituales, había memorizado las Once Familias y a todos sus miembros, conocía muchos de los fax-nódulos de memoria, pero la amplitud de conocimientos y la curiosidad literaria de Harman la dejaba sin habla.

El mapa que había colocado delante de Daeman (tan poco apreciado por la curiosa y aventurera Hannah) seguía sorprendiendo a Ada. Nunca se había topado con el concepto de «mapa» antes de que Harman le mostrara los diagramas hacía menos de una semana. Fue Harman quien le explicó que el mundo era una esfera. ¿Cuántos de los amigos de Ada sabían eso? ¿Cuántos de ellos se habían preguntado siquiera por la forma del mundo en el que vivían? ¿De qué servía aquel arcano fragmento de conocimiento? El «mundo» era tu hogar y usabas la red de faxes para ver a tus amigos y sus hogares. ¿Quién pensaba jamás en la forma de la estructura física que se extendía más allá de la red de faxes? ¿Y por qué iban a hacerlo?

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