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Authors: Dan Simmons

Ilión (30 page)

BOOK: Ilión
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Finalmente, el conversor de O
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estaba estropeado. Las células de combustible no producían aire. Mucho antes de que se quedaran sin agua o comida, Mahnmut y Orphu se quedarían sin oxígeno. Mahnmut tenía reservas internas de aire, pero sólo suficientes para un día-t o dos si no las recargaba. Todo lo que podía esperar era que, puesto que Orphu trabajaba en el espacio durante meses seguidos, una cosa tan insignificante como carecer de oxígeno no le perjudicara. Decidió preguntárselo al ioniano más tarde.

Más informes de daños llegaban a través de los sistemas IA del submarino que todavía funcionaban. Si se le concedía un mes o más en un muelle helado de Conamara Caos con una docena de moravecs de servicio trabajando,
La Dama Oscura
podría salvarse. De lo contrario, sus días (ya se midieran en soles marcianos, días terrestres o semanas europanas) estarían contados.

Manteniéndose en contacto con el casi silencioso Orphu a través de los cables, temiendo que su amigo dejara de existir sin advertírselo, Mahnmut le pasó el informe más positivo que logró componer y lanzó una boya periscopio. La boya ascendió a partir de la sección de la popa que sobresalía del cieno y funcionaba aún.

La boya en sí era más pequeña que la mano de Mahnmut, pero contenía una amplia gama de sensores de imágenes y datos. La información empezó a llegar.

—Buenas noticias —dijo Mahnmut.

—El Consorcio de las Cinco Lunas manda una misión de rescate —tronó Orphu.

—No tan buenas.

En vez de descargar los datos no visuales, Mahnmut los resumió para conseguir que su amigo siguiera escuchando y hablando.

—La boya funciona. Mejor aún, los satélites de comunicaciones y posición que Koros III y Ri Po colocaron en órbita siguen allí. Me pregunto por qué las... personas que nos atacaron no los borraron del espacio.

—Nos atacaron un Dios del Antiguo Testamento y su amiguita —dijo Orphu—. Puede que no se dignen reparar en satélites de comunicaciones.

—Creo que más parecían griegos que personajes del Antiguo Testamento —dijo Mahnmut ¿Quieres los datos que estoy recibiendo?

—Claro.

—El MPS nos sitúa en la parte sur de la Planicie de Chryse del océano norte, a unos trescientos cuarenta kilómetros de la costa de Xanthe Terra. Tenemos suerte. Esta parte de Acidalia y el mar de Chryse es como una enorme bahía. Si nuestra trayectoria se hubiera desviado unos cuantos kilómetros al oeste habríamos chocado contra las montañas de Tempe Terra. La misma desviación al este, Arabia Terra. Unos cuantos segundos más de vuelo al sur sobre las cordilleras de Xanthe Terra y...

—Seríamos partículas en la atmósfera superior —dijo Orphu.

—Eso es —dijo Mahnmut—. Pero si sacamos de aquí a
La Dama Oscura
, podremos llevarla hasta el delta del Valle Marineris si es necesario.

—Se suponía que Koros y tú teníais que desembarcar en el otro hemisferio —dijo Orphu— Al norte del monte Olimpus. Tu misión era explorar y llevar este aparato al Olimpus. No me digas que el submarino está en condiciones de hacernos rodear la península de Tempe Terra...

—No —admitió Mahnmut. En realidad, tendrían más suerte si
La Dama Oscura
aguantaba y seguía funcionando el tiempo suficiente para llevarlos a la tierra firme más cercana, pero no iba a decírselo al ioniano.

—¿Alguna otra buena noticia? —preguntó Orphu.

—Bueno, hace un día muy bonito en la superficie. Todo es agua líquida hasta donde puede ver la boya. Olas moderadas de menos de un metro. Cielo azul. Temperaturas de más de veinte grados...

—¿Nos están buscando?

—¿Cómo dices?

La… gente… que nos atacó, ¿nos está buscando?

—Sí —dijo Mahnmut—. El radar pasivo mostró varias de esas máquinas voladoras...

—Carros.

—...varias de esas máquinas voladoras sobrevolando el mar en los miles de kilómetros cuadrados que dejó la huella del impacto.

—Buscándonos —dijo Orphu.

—No hay ningún registro de búsqueda de radar o de neutrinos —dijo Mahnmut—. Ninguna búsqueda de energía espectral...

—¿Pueden encontrarnos, Mahnmut? —La voz de Orphu era monótona.

Mahnmut vaciló. No quería mentirle a su amigo.

—Posiblemente —dijo—. Casi con toda certeza lo harían si estuvieran utilizando energía moravec, pero no parece el caso. Están sólo...
mirando
. Tal vez con ojos y magnetómetros.

—Nos encontraron muy fácilmente en la órbita. Nos apuntaron.

—Sí.

No cabía ninguna duda de que el carro o sus ocupantes disponían de algún tipo de aparato localizador de objetivos efectivo a ocho mil kilómetros de distancia.

—¿Has recuperado la boya?

—Sí —dijo Mahnmut. Pasaron varios segundos de silencio roto únicamente por el crujido del casco dañado, el siseo de la ventilación y el golpeteo de varías bombas que trabajaban en vano por achicar el agua de las secciones inundadas—. Tenemos varias cosas a nuestro favor —dijo Mahnmut por fin—. Primero, hay toneladas y toneladas de residuos de metal de la nave en nuestro rastro, y es un rastro largo. Los primeros impactos no fueron tan al sur del casquete polar.

»Segundo, hemos caído de proa, y la única sección que sobresale de los sedimentos, la popa., conserva algunos fragmentos de material de camuflaje. Tercero, hemos reducido energía hasta el punto de que no originamos ninguna lectura. Cuarto...

—¿Sí? —dijo Orphu.

Mahnmut estaba pensando en el moribundo suministro de energía, las menguadas reservas de aire y agua y el dudoso sistema de propulsión.

—Cuarto, ellos siguen sin saber por qué estamos aquí.

Orphu tronó suavemente.

—Creo que nosotros tampoco lo sabemos, viejo amigo —Después de aproximadamente un minuto sin comunicación, Orphu añadió—: Bueno, tienes razón. Si no nos encuentran en las próximas horas, puede que tengamos una posibilidad. ¿O hay alguna otra mala noticia?

Mahnmut vaciló.

—Tenemos un ligero problema con nuestro suministro de aire —dijo por fin.

—¿Hasta qué punto es serio?

—-No estamos produciendo ninguno.

—Bueno, eso sí que es un problema —dijo el ioniano—. ¿Cuánto hay en reserva?

—Unas ochenta horas. Para nosotros dos, quiero decir. El doble, probablemente más, si es sólo para mí.

Orphu tronó levemente a través del intercomunicador.

—¿Sólo para ti? ¿Estás pensando en pisar mi toma de aire, amigo mío? Mis partes orgánicas también necesitan aire, ya lo sabes.

Durante un segundo Mahnmut se quedó sin habla.

—Creía... eres un moravec de durovac... pensaba...

—Pensabas que me paso meses en el espacio sin sacar tajada de Io —suspiró Orphu—. Produzco mi propio oxígeno a partir de las células de combustible internas, usando los fotovoltaicos de mi caparazón para darles energía.

Mahnmut sintió que su pulso disminuía. Había posibilidades de supervivencia si Orphu no necesitaba el aire de la nave.


Pero
mis fotovoltaicos están destruidos —dijo Orphu suavemente—, y las células de combustible no han producido O
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desde el ataque. Sobrevivo gracias al suministro de la nave. Lo siento, Mahnmut.

—Mira —dijo Mahnmut rápidamente, con fuerza—. Pensaba mantener el aire en marcha para los dos, de todas formas. No es ningún problema. He hecho los cálculos: nos quedan unas ochenta horas al ritmo de consumo actual. Y puedo reducirlo. Toda esta sala de control y mi nicho están inundados. Los sellaré. Ochenta horas, y luego vendremos a por aire. Su búsqueda habrá terminado ya.

—¿Estás seguro de que puedes sacar a
La Dama Oscura
del cieno? —preguntó Orphu.

—Absolutamente seguro —mintió Mahnmut, impertérrito.

—Voto porque nos quedemos inmóviles en el fondo marino durante... digamos... tres soles, tres días marcianos, setenta y tres horas o así, para ver si de verdad han cancelado la búsqueda con los carros. O doce horas después de nuestro último contacto por radar con ellos. Lo que pase primero. ¿Nos dejará eso tiempo suficiente para salir del barro y subir a la superficie, dejando además algo de energía y oxígeno?

Mahnmut miró su pared virtual de luces rojas de alarma y disfunción.

—Setenta y tres horas debería ser tiempo de sobra —dijo—. Pero, si se marchan antes, es mejor que subamos a la superficie y nos dirijamos a la costa.
La Dama
puede ir a unos veinte nudos por la superficie con el reactor a este nivel, así que, en cualquier caso, tardaremos un día y medio en llegar a tierra, sobre todo si somos quisquillosos con respecto a nuestro punto de destino.

—Tendremos que dejar de ser quisquillosos —dijo Orphu—. Muy bien, parece que de lo único que tenemos que preocuparnos durante el próximo par de días es del aburrimiento. ¿Jugamos al póquer? ¿Trajiste las cartas virtuales?

—Sí —dijo Mahnmut, sonriendo.

—No le robarás a un moravec ciego, ¿verdad? —dijo Orphu. Mahnmut se detuvo en el proceso de descargar el tapete verde—. Estoy
bromeando
, por los clavos de Cristo —prosiguió Orphu-—. Mis nódulos visuales han desaparecido, pero aún conservo la memoria y parte del cerebro. Juguemos al ajedrez.

Tres soles eran 73,8 horas y Mahnmut no quería permanecer tanto tiempo en el lecho marino. El reactor estaba perdiendo energía más rápido de lo que había calculado (las bombas consumían más de lo previsto) y todo el soporte vital flirteaba con el colapso.

Durante el primer período de sueño, Mahnmut pasó a energía interna, se armó de palanquetas y equipo para cortar y bajó por los estrechos corredores hasta la bodega. Los espacios interiores estaban inundados, el pasillo vertical sin energía y negro como boca de lobo. Mahnmut activó las lámparas de su hombro y nadó hasta lo más hondo. El agua era aquí mucho más cálida que en el mar de Europa. Las vigas y mamparos se habían desmoronado y bloqueaban los últimos diez metros de camino. Mahnmut los cortó con el soplete. Tenía que comprobar en qué estado se hallaba Orphu.

A dos metros de la compuerta, Mahnmut se detuvo. El impacto había combado el mamparo de proa, casi aplanándolo. El corredor, ya de por sí estrecho, se había reducido a un espacio de menos de diez centímetros de diámetro. Mahnmut veía la compuerta de la bodega (cerrada, combada y retorcida) pero no podía alcanzarla. Tendría que abrirse paso a través de uno o de ambos mamparos de presión y luego probablemente usar el soplete para cortar la compuerta misma. Sería un trabajo de seis o siete horas, y había un problema básico: el soplete consumía oxígeno, igual que Orphu y él. Lo que utilizara el soplete provendría de su suministro de aire.

Mahnmut flotó varios minutos cabeza abajo en la oscuridad, con el cieno arremolinándose delante de sus lentes ante los haces gemelos de sus lámparas del hombro. Tenía que decidirse. En cuanto Orphu despertara y advirtiera lo que estaba haciendo, el ioniano trataría de disuadirlo. Y la lógica dictaba ceder a la disuasión. Aunque consiguiera atravesar los mamparos en seis o siete horas, Orphu tenía razón: Mahnmut no podría mover al enorme moravec mientras siguieran atrapados en el lecho marino. Incluso los primeros auxilios se verían limitados a los recursos y sistemas que Mahnmut mantenía a bordo para sí mismo: tal vez no funcionaran con el enorme moravec de durovac. Si Mahnmut conseguía liberar a
La Dama Oscura
del cieno y llegar a la superficie, ése sería el mejor momento para llegar a Orphu... aunque tuviera que cortar las puertas de la bodega desde el casco exterior. Entonces habría O
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de sobra. Y podría sacar a Orphu si era preciso, encontrar un modo de atarlo al casco exterior, a la luz y el aire.

Mahnmut se dio media vuelta y subió nadando por el corredor ladeado y retorcido de regreso a su espacio personal. Dejó el equipo cortador.
Más tarde
.

Acababa de ocupar su asiento cuando la voz de Orphu llegó a través del comunicador.

—¿Estás despierto, Mahnmut?

—Sí.

—¿Dónde estás?

—En los controles. ¿Dónde si no?

—Sí —dijo Orphu, su grave voz parecía cansada y vieja a través de la conexión—. Pero estaba soñando. Me ha parecido notar una vibración. He pensado que podrías estar... no sé.

—Vuelve a dormir —dijo Mahnmut. Los moravecs dormían, aunque sólo fuera para soñar—. Te despertaré para la comprobación dentro de dos horas.

Mahnmut hacía subir la boya periscopio unos segundos cada doce horas, escrutaba rápidamente los cielos y el pacífico mar, y la recuperaba. Las máquinas voladoras seguían surcando el cielo día y noche al final de las primeras cuarenta y nueve horas, pero más al norte, cerca del polo.

Mahnmut se sentía relativamente cómodo. Su sala de control y el nicho adyacente estaban ilesos, cálidos y sólo un poco ladeados hacia proa. Podía moverse si lo deseaba. Varias de las otras recámaras habitables se habían inundado (incluidos el laboratorio científico y el antiguo cubículo de Urtzweil), pero aunque las bombas achicaron en poco tiempo el agua de tres compartimentos, Mahnmut no se molestó en llenarlos de aire. De hecho, lo primero que hizo después de su conversación inicial fue conectar su umbilical de O
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y vaciar su nicho y la sala de control. Se dijo que lo hacía para ahorrar oxígeno, pero sabía que el motivo era en parte que se sentía culpable de estar tan cómodo mientras Orphu sentía dolor (dolor existencial, al menos) y flotaba en la oscuridad inundada de la bodega.

Mahnmut todavía no podía hacer nada al respecto, no con tres cuartas partes del submarino clavadas en el suelo del océano, pero entró en el laboratorio científico al vacío y recogió comunicadores y otras cosas que necesitaría si alguna vez conseguía liberar al ioniano.

Y liberarme a mí mismo
, pensó Mahnmut, aunque estar separado de
La Dama Oscura
no le parecía libertad. Todos los criobots de los profundos mares de Europa tenían imbuida la semilla de la agorafobia, el auténtico terror a los espacios abiertos, y sus evolucionados descendientes moravecs la habían heredado.

Al segundo día, después de su octava partida de ajedrez, Orphu dijo:


La Dama Oscura
tiene una especie de aparato de escape, ¿no?

Mahnmut tenía la esperanza de que Orphu desconociera aquel hecho.

—Sí —dijo por fin.

—¿De qué clase?

—Una pequeña burbuja salvavidas —dijo Mahnmut, de un humor de perros por tener que hablar de aquello—. No mucho más grande que yo. Para soportar grandes presiones y llevarme a la superficie.

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