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Authors: Dan Simmons

Ilión (27 page)

BOOK: Ilión
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Un escólico joven llamado Blix, un erudito homérico del siglo XXII al que le han asignado el turno de noche en Ilión, sale de su habitación en el primer piso frotándose los ojos y con aspecto estúpido.

—¿Dónde está Hockenberry? —exige saber mi musa.

Blix niega con la cabeza, la boca abierta. Duerme con calzones y una camiseta manchada.

—¡Hockenberry! —insiste la impaciente musa—. Nightenhelser dice que fue a Ilión, pero no está allí. No se ha presentado ante mí. ¿Has visto a alguno de los escólicos del turno de día?

—No, diosa —dice el pobre Blix, inclinando la cabeza en una especie de aproximación a la deferencia.

—Vuelve a la cama —dice la musa, disgustada. Sale al exterior, contempla la costa colina abajo hacia donde los hombrecillos verdes se esfuerzan tirando de las cabezas de piedra, y entonces se TCea con un suave golpe de aíre inspirado.

Yo podría seguir su pista a través del espacio de cambio de fase, pero... ¿para qué? Está claro que ella quiere recuperar el casco y el medallón. Con Afrodita en el tanque, para ella soy un cabo suelto: apuesto a que, aparte de Afrodita, sólo la musa sabe que con estos aparatos estoy equipado para ser espía.

Y quizá ni siquiera la musa sabe para qué planea utilizarme Afrodita...

Para espiar a Atenea y luego matarla.

¿Por qué? Aunque las duras palabras de Zeus a su hijo Ares sean ciertas (que los dioses pueden morir la Verdadera Muerte), ¿es posible que un simple mortal pueda causarla? Diomedes ha hecho todo lo posible hoy.

Y ha puesto a dos de los dioses fuera de combate, flotando en tanques con gusanos verdes que trabajan en ellos.

Sacudo la cabeza. De pronto me siento muy cansado y confuso. Mi esfuerzo por desafiar a los dioses, hace ahora veinticuatro horas, ha terminado. Afrodita me hará eliminar mañana a esta hora.

¿Adonde ir?

No puedo esconderme de los dioses mucho tiempo, y si se entera de que lo estoy intentando, Afrodita se hará unas ligas con mis tripas mucho antes. En cuanto la diosa del amor vuelva mañana a la acción, me verá... me encontrará.

Puedo TCear de vuelta al campo de batalla ante Ilión y permitir que mi musa me encuentre. Puede que sea mi mejor opción. Aunque se apropie de mis cosas, probablemente me permitirá vivir hasta que Afrodita salga del tanque. ¿Qué tengo que perder?

Un día
. Afrodita estará en el tanque un día, y ninguno de los otros dioses puede verme hasta que ella vuelva.
Un día
.

Efectivamente, me queda un día de vida.

Con eso en mente, finalmente decido adonde voy.

16
Mar del Polo Sur

Los cuatro viajeros decidieron comer por fin.

Savi desapareció en uno de sus túneles iluminados unos minutos y regresó con platos calientes: pollo, arroz recalentado, pimientos al curry, y tiras de cordero a la parrilla. Los cuatro habían picoteado en Ulanbat unas horas antes, pero ahora comieron con entusiasmo.

—Si estáis cansados —dijo Savi—, podéis dormir aquí esta noche antes de que nos marchemos. Hay dormitorios cómodos en algunas de las habitaciones cercanas.

Todos dijeron que no estaban cansados: era sólo media tarde según la hora de Cráter París. Daeman miró alrededor, engulló el cordero a la parrilla que estaba masticando, y dijo:

—¿Por qué vives en un...? —Se volvió hacia Harman—. ¿Cómo lo llamaste?

—Un iceberg —contestó Harman.

Daeman asintió y masticó y se volvió hacia Savi.

—¿Por qué vives en un iceberg?

—Este hogar concreto mío puede que sea el resultado de... digamos... la nostalgia de una vieja. —Cuando vio que Harman la miraba intensamente, añadió—: Estaba en una especie de período sabático en un iceberg muy parecido a éste cuando el último fax se hizo sin mí, hace más de diez veces el lapso de vida que se os permite.

—Creía que todo el mundo fue almacenado durante el último fax —dijo Ada. Se limpió los dedos en una hermosa servilleta de lino pardo—. Todos los millones de humanos al viejo estilo.

Savi negó con la cabeza.

—Millones no, querida. Éramos poco más de nueve mil cuando los posts hicieron su último fax. Por lo que yo sé, ninguno, y muchos eran mis amigos, fue reconstituido después del Hiato. Todos los supervivientes de la pandemia éramos judíos, ¿sabes?, a causa de nuestra resistencia al virus rubicón.

—¿Qué son los judíos? —preguntó Hannah—. ¿O, más bien, qué eran los judíos?

—Principalmente una creación racial teórica —dijo Savi—-. Un grupo genético semidistinto surgido debido al aislamiento cultural y religioso a lo largo de varios miles de años.

Hizo una pausa y contempló a sus cuatro invitados. Sólo la expresión de Harman sugería que tenía una leve idea de lo que estaba diciendo.

—En realidad no importa —dijo Savi en voz baja—. Pero por eso oíste que hablaban de mí como «la Judía Errante», Harman. Me convertí en un mito. Una leyenda. La expresión «Judía Errante» sobrevivió a su significado.

Sonrió de nuevo, pero sin humor.

—¿Cómo perdiste el último fax? —preguntó Harman—. ¿Por qué te dejaron atrás los posthumanos?

—No lo sé. Me he hecho a mí misma esa pregunta durante siglos. Tal vez para que pudiera actuar como... testigo.

—¿Testigo? —dijo Ada—. ¿De qué?

—Hubo muchos extraños cambios en el cielo y la Tierra en los siglos anteriores y posteriores al último fax, querida. Tal vez los posts consideraron que alguien (aunque fuera sólo un ser humano antiguo) debería ser testigo de esos cambios.

—¿Muchos cambios? —dijo Hannah—. No entiendo nada.

—No, querida, no lo entiendes, ¿verdad? Tú y tus padres y los padres de tus padres habéis conocido un mundo que no parece cambiar en absoluto, a excepción de la sustitución de algunos individuos... y sólo al ritmo constante de un siglo por persona. No, los cambios de los que estoy hablando no fueron visibles, desde luego. Pero ésta no es la Tierra que conocieron los humanos antiguos originales ni los primeros posts.

—¿Cuál es la diferencia? —-preguntó Daeman, y por su tono se veía lo poco que le interesaba la respuesta.

Savi lo barrió con sus claros ojos grises.

—Para empezar, una nimiedad, sin duda, algo insignificante en comparación con todo lo demás, pero importante para mí, al menos: no hay otros judíos.

Les mostró el camino a las zonas de cuartos de baño privados y sugirió que se quitaran las termopieles para el viaje.

—¿No las necesitaremos? —preguntó Daeman.

—Hará frío hasta llegar al sonie —respondió Savi—. Pero nos las arreglaremos. Y después no las necesitaréis.

Ada se quitó la termopiel y estaba de vuelta en la habitación principal, tendida en el sofá, contemplando las paredes de hielo y reflexionando sobre todo aquello, cuando Savi salió de una recámara distinta. La mujer mayor llevaba unos pantalones más gruesos que antes, botas más fuertes y más altas, una capa forrada, una gorra encasquetada, el pelo recogido en una cola de caballo gris, a la espalda una ajada mochila caqui que parecía pesada. Ada nunca había visto a ninguna mujer vestirse así y se sintió fascinada por el estilo de la anciana. Advirtió que le fascinaba Savi en general.

Harman también estaba fascinado, al parecer, pero por el arma que aún era visible en el cinturón de Savi.

—¿Sigues pensando en matarnos? —preguntó.

—No —dijo Savi—. Al menos de momento. Pero hay otras cosas a las que hay que disparar de vez en cuando.

El trayecto desde el interior del iceberg y por la superficie hasta el sonie fue frío, en efecto (el viento seguía ululando y la nieve arremolinándose), pero la máquina estaba cálida bajo la burbuja de su campo de fuerza. Savi ocupó el puesto principal que Harman había ocupado durante el vuelo de llegada y Ada se situó a su derecha. Cuando Savi pasó la mano por la capucha negra bajo el asa apareció un panel de control holográfico.

—¿De dónde ha salido eso? —preguntó Harman desde su lugar a la izquierda de la anciana. Una marca de ocupante seguía vacía entre Daeman y Hannah.

—Habría sido un desastre si hubieras intentado pilotar el sonie de camino hacia aquí —dijo Savi. Se aseguró de que todos estuvieran bien colocados y sujetos en posición tendida; luego giró el mando, la máquina zumbó gravemente y se alzaron verticalmente doscientos metros o más sobre el hielo, hicieron una pirueta invertida (el campo de fuerza los mantuvo sujetos en su sitio pero pareció que no había nada más que aire entre ellos y la terrible muerte si caían al hielo azul y el mar negro tan por debajo), y entonces la máquina se enderezó, osciló a la izquierda, y ascendió firmemente hacia las estrellas.

Cuando la máquina volaba hacia el noroeste a gran velocidad y una altitud respetable, Harman preguntó:

—¿Puede esto ir hasta allí?

Señaló con el brazo izquierdo, los dedos apretando el campo de fuerza elástico que tenía encima.

—¿Adonde? —dijo Savi, todavía concentrada en las imágenes holográficas. Alzó los ojos—. ¿Al anillo-p?

Harman estaba casi de espaldas, contemplando el anillo polar que se movía de norte a sur sobre ellos, las decenas de miles de componentes individuales resplandeciendo en el aire fino y límpido a esa altura.

—Sí —dijo.

Savi negó con la cabeza.

—Esto es un sonie, no una nave espacial. El anillo-p está alto. ¿Para qué querrías ir hasta allí arriba?

Harman ignoró la pregunta.

—¿Sabes dónde podríamos encontrar una nave espacial?

La anciana volvió a sonreír. Observando a Savi con atención, Ada advirtió la diversidad de expresiones de la mujer: las sonrisas verdaderamente cálidas, las que no tenían ningún calor, y ésta, amable, que sugería frialdad o ironía.

—Tal vez —dijo, pero su tono no daba pie a más preguntas.

—¿Conociste de verdad a los posthumanos? —preguntó Hannah.

—Sí —dijo Savi, alzando levemente la cabeza para hacerse oír por encima del zumbido del sonie mientras avanzaban hacia el norte—. Sí que conocí a algunos.

—¿Cómo eran? —La voz de Hannah era un poco triste.

—En primer lugar, todos eran mujeres.

Harman parpadeó.

—¿Si?

—Sí. Muchos de nosotros sospechábamos que sólo unos cuantos posts bajaban a la Tierra, pero que usaban formas diferentes. Todas femeninas. Tal vez no había ningún posthumano varón. Tal vez no conservaron el género mientras controlaban su propia evolución. ¿Quién sabe?

—¿Tenían nombres? —preguntó Daeman.

Savi asintió.

—La que conocí mejor... bueno, la que vi más... se llamaba Moira.

—¿Cómo eran? —volvió a preguntar Hannah—. Su personalidad. Su aspecto.

—Preferían flotar a caminar —dijo Savi, críptica—. Les gustaba hacer fiestas para nosotros, los antiguos. Solían hablar en acertijos deíficos.

Hubo un minuto de silencio sólo interrumpido por el viento que corría sobre el casco de policarbono y la burbuja del campo de fuerza. Finalmente, Ada dijo:

—¿Bajaban mucho de sus anillos?

Savi volvió a negar con la cabeza.

—No mucho. Muy raramente, hacia el final, en los últimos años antes del último fax. Pero se rumoreaba que tenían algunas instalaciones en la Cuenca Mediterránea.

—¿La Cuenca Mediterránea? —preguntó Harman.

Savi sonrió y Ada pensó que era una de sus sonrisas de diversión.

—Mil años antes del último fax, los posts secaron un mar que había al sur de Europa: hicieron una presa entre una roca llamada Gibraltar y la punta del norte de África, y nos lo prohibieron. Convirtieron gran parte en granjas, o eso nos dijeron los posts, pero un amigo mío se coló allí antes de que lo descubrieran y expulsaran, y dijo que había... bueno, ciudades podría ser la mejor descripción, si algo de estado sólido puede ser llamado una ciudad.

—¿Estado sólido? —dijo Hannah.

—No importa, hija.

Harman se tumbó de nuevo, apoyándose en los codos. Sacudió la cabeza.

—Nunca he oído hablar de esa Cuenca Mediterránea. Ni de Gibraltar. Ni... ¿cómo dijiste? El norte de África,

—Sé que has descubierto unos cuantos mapas, Harman, y has aprendido a leerlos... más o menos —dijo Savi—. Pero eran mapas pobres. Y antiguos. Los pocos libros que los posthumanos dejaron y que subsisten en esta época analfabeta son inconcretos... inofensivos.

Harman volvió a fruncir el ceño. Volaron hacia el norte en silencio.

El sonie los llevó de la noche polar a la luz de la tarde, lejos del oscuro océano, y a través de una tierra que desde las alturas sólo podían imaginar y a una velocidad que sólo podían soñar. El anillo-p se desvaneció a medida que el cielo se fue haciendo azul y el anillo-e apareció al norte.

Sobrevolaron tierra oculta por nubes altas y blancas, luego vieron picos elevados cubiertos de nieve y valles glaciares muy por debajo. Savi hizo descender al sonie al este de los picos y volaron a unos pocos cientos de metros por encima de bosques tropicales y sabanas verdes, todavía moviéndose tan rápidamente que aparecieron más picos como puntos en el horizonte para convertirse en montañas en segundos.

—¿Esto es Suramérica? —preguntó Harman.

—Solía serlo.

—Y eso, ¿qué significa?

—Significa que los continentes han cambiado un poco desde que se dibujaron los mapas que has visto —dijo la anciana—. Y han tenido varios nombres desde entonces también. ¿Mostraban los mapas que viste una masa de tierra conectada a la llamada Norteamérica?

—Sí.

—Ya no existe.

Tocó los símbolos holográficos, retorció el mando, y el sonie voló más bajo. Ada se apoyó en los codos, el pelo contra la burbuja, y miró alrededor. En silencio, a excepción del roce del aire sobre la burbuja de fuerza, el sonie volaba por encima de las copas de los árboles: cicadáceas, helechos gigantescos y antiguos árboles sin hojas pasaron de largo. Al este se alzaban colinas que se convertían en altos picos. Grandes animales avanzaban como borrones móviles cerca de ríos y lagos. Pastaban animales con morros improbables, veteados de blanco, marrón, pardo, rojo. Ada no pudo identificar ninguno de ellos.

De repente, un rebaño de herbívoros echó a correr a treinta metros bajo el sonie. Llevados por el pánico, los animales intentaban salvar la vida. Tras ellos corrían seis criaturas parecidas a aves, enormes, de dos metros y medio de altura o más, calculó Ada, con un plumaje salvaje que partía de los picos más grandes y las caras más feas que Ada hubiese visto. Los herbívoros corrían rápido, a cincuenta o sesenta kilómetros por hora, calculó Ada en los pocos segundos que pasaron antes de que el sonie los perdiera de vista, pero las aves se movían más rápido, quizás a ochenta kilómetros por hora, cuatro veces más rápido que cualquier droshky o carruaje en el que Ada o los otros tres hubieran viajado jamás.

BOOK: Ilión
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