Ya no existen más estrellas en la Metro Goldwyn Mayer que en el firmamento. Si puede decirse que ese estudio continua en pie, es para referirse a un desértico planetario. Las escasas celebridades fílmicas que continúan en la brecha se sienten más que satisfechas si consiguen atraer la atención cuando son invitadas a discutir sus propias debilidades en programas televisivos en directo. De hecho, tras el caso "Confidential", estrellas como Errol Flynn, Zsa Zsa Gabor y Diana Barrymore comenzaron a promocionarse con sus propias y verboreicas autobiografías. ¿Por qué dejar que otros se forraran a costa de sus vidas privadas cuando ellos podían llevarse buena tajada? Ninguna revista podía competir con tamaña sinceridad.
El teléfono de Jerry Geisler sonó el 4 de abril de 1958, Viernes Santo. El abogado más famoso de Hollywood escuchó una voz familiar: "Soy Lana Turner. Ha ocurrido algo terrible. ¿Puedes venir inmediatamente a mi casa, por favor?".
Cuando Geisler llegó a la mansión estilo colonial que en Beverly Hills poseía la célebre chica del jersey ajustado. Lana se hallaba desconsolada llorando y su jovencísima hija Cheryl al borde del histerismo. Enseguida Geisler conoció el motivo —algo que contrastaba desagradablemente con los tonos rosados del coqueto
boudoir
de Lana: el cadáver ensangrentado de Johnny Valentine, más conocido de todos como Johnny Stompanato, antiguo guardaespaldas del gangster Mickey Cohen, notorio gigoló y último amante de Lana.
Al poco tiempo de hacer su aparición en Hollywood, al apuesto supermacho Stompanato se lo disputaban varias damas prominentes de la colonia fílmica; sus aparentes encantos le habían granjeado el apodo de "Oscar" (aludiendo los 30 cm de la estatuilla de la Academia). En la primavera de 1957, el atrevido Johnny, que jamás fuera presentado a Lana, se las arregló para obtener su número telefónico privado y la llamó. Sabía, como toda Norteamérica, que ella se había separado recientemente del ex-Tarzán Lex Barker, y sospechaba que debía de encontrarse sola y disponible. Le sugirió una cita a ciegas, nombrando a personas conocidas por los dos y dejando escapar algunas insinuaciones acerca de "su Oscar".
En esa época él regentaba una elegante tienda de objetos de regalo en Los Ángeles. En el transcurso de los siguientes quince esplendorosos meses, ya no volvió a prestar atención a ese negocio.
Hasta después de su muerte, Lana no supo que Johnny había estado casado tres veces y era padre de un niño de diez años. Sí estaba informada, en cambio, de sus sólidas conexiones con elementos criminales, pero eso la tenía sin cuidado. El llevar como acompañante a un auténtico gangster, con un arma dura debajo del smoking, añadía emoción y espíritu de aventura a cualquier velada.
En ese momento de su vida, Lana se hallaba en un estado agudo de vulnerabilidad emocional. Tras una deslumbrante carrera iniciada de modo fulminante en 1937 con un pequeño papel en
They won't forget
("¡Vaya par de tetas!", se escuchaba decir por toda la nación cuando la colegiala Lana se paseaba por la plaza del pueblo, dispuesta a ser violada y asesinada, en el primer rollo de aquel film "épico"), en 1946 Lana Turner figuraba entre las diez mujeres mejor pagadas del país. En los comienzos de los años cincuenta se convirtió en la reina de la Metro Goldwyn Mayer. Al mismo tiempo, iba de hombre en hombre. Sus romances —Sinatra, Howard Hughes, Tyrone Power, Fernando Lamas— habían constituido buena materia prima para llenar columnas de prensa amarilla durante dos décadas. Sus matrimonios, sin embargo no habían servido para "realizarla" del todo. Power había sido realmente el único al que había amado pero su afán de posesión había arruinado el idilio. Tras el director de orquesta Artie Shaw, llegó Steve Crane (en el altar Lana ya llevaba dentro a Cheryl); después, el millonario playboy Bob Topping. Quiso a toda costa tener otro hijo con Lex Barker, su más reciente esposo, pero sólo tuvo un aborto. Tras una racha de películas mediocres, y al cabo de dieciocho años en el mismo Estudio, la Metro Goldwyn Mayer se desprendió de ella.
Sus casamientos e idilios siempre habían estado presididos por la violencia, provocada en algunos casos, y tal vez secretamente deseada. Lana había sido arrojada escaleras abajo por uno de sus maridos, abofeteada en público por otro y empapada con champagne en Ciro's por un tercero. En otra ocasión hubo de llevar el bello rostro oculto tras gafas oscuras para disimular un ojo morado.
Entonces se le pudo oír decir en alguna ocasión: "Los hombres son terriblemente excitantes y cualquier muchacha que opine lo contrario es una solterona anémica, una prostituta o una santa". Al cumplir los treinta, esa necesidad de "excitación" se le tornó obsesiva. Durante su separación de Johnny (ella se encontraba a la sazón en Londres rodando
Brumas de inquietud
), las cartas que le dirigía mostraban la añoranza de los "dulces tormentos" que él le infligía deliberadamente. Así que le envió un billete de avión —otro de sus muchos regalos— y lo instaló en una espléndida casa londinense situada en la "Calle de Los Millonarios".
Johnny, seguro de su poder, le exigía cada vez más: "Cuando yo diga arriba, tú te levantarás. Cuando yo diga, salta, tú saltarás". La amenazó también con marcarla. "Te mutilaré. Te haré tanto daño que te convertirás en un ser repulsivo y tendrás que esconderte para siempre." Llegó un momento en que, en medio del plató, Johnny apuntó con una pistola al oponente de Lana, Sean Connery, advirtiéndole que se mantuviese alejado de ella. Connery lo ignoró. Y el Estudio, con la colaboración de Scotland Yard, deportó a Stompanato fuera de Inglaterra.
Con todo, Lana continuaba echándole de menos. En sus cartas reclamaba sus caricias: "Tan salvajes que me hacen daño… es todo tan terrible, pero al mismo tiempo tan bello… Soy tuya y te necesito, MI HOMBRE". Terminado el rodaje, el idilio sadomasoquista se reanudó en México, donde los huéspedes que lindaban con sus habitaciones en el Hotel Vía Vera se quejaban de su ruidosa forma de hacer el amor. Después regresaron a Hollywood, donde Cheryl les esperaba en el aeropuerto. Como tantos otros retoños de la fábrica de sueños, la hija de Lana y Steve Crane, era una adolescente insegura y complicada.
Y cierta noche, en la mansión de Bedford Drive, mientras Johnny abusaba de Lana (ella se había negado a continuar pagándole sus deudas de juego), maltratándola de palabra y obra, y jurando vengarse en toda su familia, Cheryl escuchó detrás de la puerta: "Voy a rajarte y después haré otro tanto con tu madre y tu hija… esto es lo que voy a hacer ahora mismo".
Cheryl (de acuerdo con sus declaraciones y las de Lana) corrió hasta la cocina, agarró el primer arma que encontró —un cuchillo de cortar la carne de nueve pulgadas— y voló en ayuda de su madre.
Después Lana testificaría: "Todo sucedió tan rápido que ni siquiera vi que mi hija tenía un cuchillo en sus manos. Pensé que le había golpeado en el estómago con los puños. El señor Stompanato se separó y cayó de espaldas. Se llevó las manos a la garganta, se ahogaba. Corrí hasta él y le levanté el jersey. Vi la sangre… De su garganta escapaba un sonido terrible…".
A lo largo de su magistral actuación en el Tribunal, Lana lloró y casi se desmayó. Prosiguió: "Traté de insuflar aire entre sus labios entreabiertos… mi boca contra la suya…". Lana estaba a punto de desvanecerse. Geisler la sostenía. Un ayudante del alguacil le trajo un vaso de agua. Terminó con voz trémula: "Estaba muriéndose".
En la prensa hubo unanimidad: Lana había representado la escena más dramática de toda su carrera. El jurado sólo necesitó veinte minutos para deliberar. Su veredicto: homicidio justificado. Fue un día completo para los periodistas; el romántico pasado de Lana fue desmenuzado y escudriñado. Sus cartas amorosas, descubiertas en casa de Johnny por amigos del hampa, sirvieron para cubrir las primeras planas de los periódicos de todo el país. Lana fue puesta en la picota por los columnistas, el clero, los sociólogos y los psicoanalistas como una madre disoluta y antinatural. En cuanto a Cheryl, era defendida por aquí y acusada por allá. "¡Mi corazón sangra por Cheryl!" escribió Hedda Hopper.
Walter Winchell fue el único periodista de peso que asumió la defensa de Lana: "Ella está hecha de rayos de sol, empezando por el techo de sus ojos azules, sus cabellos color miel y siguiendo por sus cimbreantes curvas. Es Lana Turner diosa de la Pantalla. Pero, repentinamente, la magia desaparece y las sombras ocupan su lugar. Hace su entrada la acechante crueldad. Lana es azotada por comentarios malignos, invadida por editoriales denigrantes y amenazada con la privación de su hija. Por supuesto, es la escandalizada virtud la que grita más fuerte. Me parece sádico someter a Lana a cualquier otro tormento. Es imposible imaginar un castigo que pueda herirla más que esta pesadilla. Y está condenada a vivir con él hasta el final de sus días… Resumiendo, ofreced vuestro corazón a una muchacha que tiene el suyo destrozado".
Gloria Swanson se puso furiosa ante la defensa de Lana llevada a cabo por Winchell. Y explotó: "Walter, me parece repugnante que trates de sublimar a Lana. No eres un norteamericano leal… Estás acabado y todo el mundo lo sabe, excepto tú. En lo que se refiere a Lana Turner, esa pobre chica, la única verdad que nos has contado es que para dormir se pone un camisón de punto. No es ni siquiera una actriz… Es sólo una furcia".
La publicación de las cartas de Lana causó sensación. Habían sido cedidas por Mickey Cohen a un redactor del "Herald Examiner" de Los Ángeles en venganza contra Lana. Cohen, jefe y compadre de Johnny, había tenido que cargar con los gastos del funeral. Las doce misivas (algunas de ellas censuradas) acapararon los titulares de la nación durante un par de días. Tal y como se publicaron, parecían redactadas, no por una "mala mujer", sino por una fémina que intentaba desahogarse emocionalmente como cualquier inmaduro espécimen de su raza necesitada de amor. Con su exceso de asteriscos, era la primera vez, desde la publicación del diario de Mary Astor, que la ropa sucia de una estrella se aireaba con tal detalle.
Lana capeó el temporal. En muchas salas, al verla reaparecer en la pantalla con
La caldera del diablo
, el público aplaudía y gritaba: "¡Estamos contigo, Lana!". Poco después intervino en un melodrama de la Universal,
Imitación de la vida
que, dirigido por Douglas Sirk, constituyó uno de los mayores éxitos taquilleros de toda su carrera.
Cuando llegaron los años sesenta, el Viejo Hollywood había muerto. Las almenas de los Estudios, esos reinos feudales, fueron derribadas una tras otra por el enemigo. La RKO fue adquirida por la televisión; nada más deshacerse de ella, Howard Hughes pronunció este óbito: "Se acabó Hollywood". Los fans se dieron buena prisa en acudir a la subasta de la Fox (los trajes de baño de Gable, la espada de Tyrone Power —¿quién te empuñará ahora?—) y a la de la Metro Goldwyn Mayer (los zapatos abotinados de Judy Garland en
Cita en San Luis
, el traje de esquiar de Greta Garbo en
La mujer de las dos caras
—qué fanático admirador estará embutido en él, paseando arriba y abajo ante el roto espejo de la memoria?). La calle neoyorquina de la Fox no es más que un recuerdo. Han maltratado y derrumbado la casa de Andres Harvey… Y sin embargo…
En 1962, el suicidio de Marilyn Monroe con somníferos evocaba los ya olvidados de tantas otras: Lupe, Carole Landis, Abigail Adams, Lynne Baggett, Laird Cregar y muchas más. Marilyn se había pasado de rosca (aunque en realidad acaso durante su vida había sabido controlarse?). Los malignos jefazos habían perdido cientos de miles de "verdes" a causa de la tardanza o la no comparecencia de su reina con cabeza de chorlito. Puede que Garbo prefiriese la soledad, pero siempre era puntual a la hora de rodar, aunque fuese de madrugada. Barbara Stanwyck, considerada y responsable, quien, con sólo alzar una de sus cejas, podía expresar más que Monroe en todo un guión, conseguía que sus tomas fueran dadas por buenas a la primera, y sin quejas de nadie por accesos de ira.
En 1966 se declaró una avanzada epidemia de "normadesmonditis" [El autor se refiere a Norma Desmond, el personaje estelar del film de Billy Wilder "El crepúsculo de los dioses" interpretado por Gloria Swanson. Se trata de un perfecto y acabado retrato de una antigua reina del cine mudo que desea regresar a la pantalla y acaba perdiendo la razón. (N. de T.)] galopante. Corinne Griffith, la aclamada actriz que en 1965 se casara con el cantante y actor Danny Scholl en el día de San Valentías, solicitó una anulación basándose en que el matrimonio no se había consumado. Al frágil Danny le dio un patatús en el banquillo de los testigos, pero lo más sonado fue cuando Corinne Griffith (que sin lugar a dudas
era
Corinne Griffith) manifestó ser una doble que había asumido la identidad de Corinne Griffith al morir la verdadera. En 1966, Corinne Griffith había cumplido setenta y un años y su no consumada pareja cuarenta y cuatro. La "doble" declaró que ella tenía "cincuenta y uno, aproximadamente". Lo absurdo de este caso, en el que la inveterada costumbre de ocultar la edad llegó a la destrucción de la identidad, jamás ha sido superado.
El juez Harvey (Lewis Stone), esa personificación de la bondad, murió de un ataque al corazón al tratar de capturar a una pandilla de gamberros que lanzaban piedras contra su chalet de Beverly Hills. La deslumbrante Jayne Mansfield, con su carrera ya en el alero, se estrelló en una carretera enfangada por la lluvia en junio de 1967. Antiguos niños prodigio tuvieron finales tremendos: Bobby Driscoll con una sobredosis de metedrina; Carl "Alfalfa" Switzer (de la Pandilla), cosido a tiros en una reyerta por drogas. Montgomery Clift y Robert Walker terminaron tal y como habían deseado.
En 1968 la espantosa muerte de Ramón Novarro a causa de una paliza recordó los extraños crímenes del Hollywood de antaño. Ahí estaba ese hombre, muriendo tan extravagantemente como había vivido, ahogado en su propia sangre y con el consolador Art-decó que Valentino le regalara cuarenta y cinco años antes introducido en la garganta. Un par de estúpidos bestias, hermanos y chulos de Chicago, eligieron el 31 de octubre,
Halloween
, para jugar a Ángeles de la Muerte con el primitivo Ben Hur de sesenta y nueve años. Lo único que los muchachos querían era apoderarse de una fruslería en metálico, cinco mil dólares que, según datos facilitados por otros chulos, Novarro tenía a buen recaudo en su hogar hollywoodense allá en las colinas. Destrozaron la casa haciendo añicos los recuerdos de una extensa carrera que para esos cretinos no tenía significado alguno.
Souvenirs
empapados en sangre: un caso análogo al de Lou Tellegen y su
harakiri
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