Hollywood Babilonia (16 page)

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Authors: Kenneth Anger

Tags: #Historia, Referencia

BOOK: Hollywood Babilonia
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El artículo de Rosenfield fue la única nota de piedad. El resto de sus compañeros se limitó a seguir a la mentalidad letal de Lolly Parsons quien, despreciativamente, había escrito: "La Cenicienta de Hollywood ha regresado a sus cenizas por el resbaladizo sendero de la bebida".

La creatividad está compuesta a partes iguales de Genio y Locura. De todas las María Magdalena de Hollywood que bebieron del pozo de la Demencia —Clara Bow, Gail Russell, Gene Tierney— desde ya, hay que nombrar como patrona a Santa Frances.

Un suicidio amortajado

El Síndrome de los Suicidios resurgió en los cuarenta con las muertes por barbitúricos de Julián Eltinge, en 1941, y del payaso triste Joe Jackson, en 1942.

El suicidio por seconal de Lupe Vélez, en 1944, se llevó en los titulares la parte del león. Lupe había comenzado a formar parte del ambiente de Hollywood a finales de los años veinte, cuando la entonces decidida quinceañera se trasladó desde la ciudad de México dispuesta a conquistar un puesto en el cine. Había sido descubierta por Douglas Fairbanks, quien le ofreció un papel como oponente suya en
El gaucho
; esto la puso en órbita. Pronto Lupe se ganó el cariñoso apodo de "la explosiva mexicana" a causa de su incontenible alegría y fiero temperamento.

Ella no perdió el tiempo en probar al "Macho de Hollywood". Su primer romance lo tuvo con John Gilbert (necesitado entonces de un antídoto fuerte para olvidar el rechazo de Garbo). En 1929, puso sus ojos en su compañero en
El canto del lobo
, el joven semental Gary Cooper. Fue un idilio tempestuoso, aunque, tras algunos meses de insaciables asaltos por parte de Lupe, el exhausto Coop pidió que le relevaran.

Cuando un espléndido ejemplar de masculinidad llegó a Hollywood, todavía chorreando agua tras su reciente triunfo en la piscina olímpica de Los Ángeles, Lupe quedó noqueada y a partir de ese instante Johnny Weissmüller, "Tarzán", encontró a su compañera de la vida real en una tormentosa unión que duró hasta su divorcio en 1938. Lupe, con su mentalidad un tanto infantil, no alcanzaba a comprender por qué Johnny se ponía como loco cuando ella desplegaba sus encantos en fiestas y saraos hollywoodenses, enroscándose los vestidos por encima de los hombros y casi sin ropa interior, a la que era un tanto alérgica.

Las broncas en el hogar llegaron a oídos de la siempre vigilante Hedda Hopper, que vivía justo en la calle de en frente. La batalla más sonada tuvo lugar una noche en el Ciro's, cuando un exasperado Johnny vertió una mesa atiborrada de comida justo encima de las partes íntimas de Lupe. El torbellino amor-odio de la intensa pasión dejaba frecuentemente marcas de Lupe en el torso de dios griego de Weissmüller, señales de color fresa en el poderoso cuello, mordeduras en los perfectos pectorales, elocuentes rasguños en la marfileña espalda. El maquillador de la Metro asignado al equipo de Tarzanes no tenía que esforzarse mucho en su trabajo. Aquello era un ejemplo de
amour fou
entre casados.

Tras el inevitable divorcio de Weissmüller, los desesperados asaltos de la machoadicta Lupe fueron tan numerosos como breves. De las estrellas, sus miradas pasaron a posarse en una ronda que abarcaba desde
cowboys
, actores de segunda fila o especialistas, a esa muchedumbre parásita de profesionales típicos de Hollywood, especializados en complacer a damas un tanto maduras, chulos cuyo apellido comenzaba con la 'g' de gigoló. Paralelamente, su carrera descendió de las películas A a las B, mediocres films destinados a explotar a la "explosiva mexicana" y farsas al lado de Leon Errol, en las cuales, parodiando su propia y picante personalidad, ella ofrecía "guindilla con Lupe". La diminuta Lupe no era una mujer feliz. Disminuida su popularidad, tuvo que comprar sus amores. Y, a pesar de que todavía su aspecto continuaba siendo el de una traviesa
gamine
, era consciente de haber cumplido los treinta y seis.

Un buen día dejó de tener sus períodos y se dio cuenta, horrorizada, de que Harald Ramond, su último amante, le había propinado el golpe de gracia.

¿Qué hacer? ¿Llamar al Doctor Killcare (mote con el que era conocido el especialista en abortos de la Ciudad Oropel)? [Doctor Killcare: el autor establece una similitud entre
Kill
(asesinar)
Care
(tener o estar al cuidado de alguien) y Kildare, apellido del médico protagonista de una famosa serie cinematográfica de la Metro Goldwyn Mayer en los años cuarenta; más adelante la serie fue convertida en un programa televisivo de múltiples episodios cuyo protagonista encarnó Richard Chamberlain. De contenido moral y argumental muy semejante a los ya posteriores
Doctor Cannon
y
Marcus Welby
. (N. de T.)] Olvídalo. Lupe, atracción máxima y símbolo sexual de todos los festejos, continuaba siendo en lo más hondo de su ser la inmaculada virgen, blanca como la nieve desde su primera comunión en San Luís de Potosí y fiel devota de Nuestra Señora de los Grandes Dolores: "¡Arrodíllate, pecadora!". Igualito que su compadre Ramón Novarro, otro mexicano y ferviente católico.

Ella no podía despachar así como así al feto del gigoló que anidaba en sus entrañas. Antes, más valía ser condenada a tormentos eternos quitándose la vida. (Los castigos que la esperaban al fin y al cabo no iban a ser peores que el vacío que en la noche sentía al añorar a Johnny, minuto a minuto en su opulenta prisión de North Rodeo Drive.)

Sus acreedores surgían de todos los ámbitos en estos tiempos tan distintos a los más refulgentes de su período "Zorro". Ahora, Lupe se hallaba endeudada hasta el cuello. (Como Wagner, como Oscar Wilde e Isadora Duncan, ella, narcisista al fin, pensaba: "¡Ahí me las den todas! No soy yo quien debo a mis acreedores, son ellos quienes tendrían que estar encantados con ser clientes míos".)

Todavía en 1944 el nombre de una estrella era un cebo para los nuevos ricos que invadían Beverly Hills para alimentar a sus moradores con tiendas de delicatessen y similares a base de tarjetas de crédito. De modo que hileras de carros avanzaron hacia la finca de Lupe cargados con vinos espumosos y deliciosos plato mexicanos capaces de satisfacer al más exigente
gourmet
: todos los ingredientes para una suntuosa fiesta del Día de los Difuntos. Llegaron flores frescas en cantidad suficiente como para adornar el funeral de un gangster: gardenias a granel, manojos de jacintos despidiendo fragancias como para hacer desmayar a toda la marina.

Y todo a cuenta ("Firme aquí, por favor, señorita Velez"). Por supuesto que ella no iba a pagar nunca. ¿Qué era aquel pecadillo en el Infierno comparado con la culpa para la que ya se aprestaba?

Lupe había planificado su Ultima Noche en la Tierra tan meticulosamente como un antiguo
flashback
alegórico en los films de Cecil B. de Mille. (Tres noches antes, mientras bebía su décimo Tequila Sunrise en el Trocadero, había confiado a sus gorrones acompañantes: "Sé que no valgo nada, no sé cantar bien, ni bailar", hizo una señal al camarero para que trajese otra ronda, "y esto
mi corazón
lo sabe mejor que nadie; si no, no lo diría".

Consumada actriz fuera de la pantalla, daba así pie a que sus amigos imploraran con ojos en blanco y se deshicieran en horrorizadas negativas, las justas, para satisfacer su imperiosa necesidad de halagos: "¡No, no, querida, no digas esas cosas. Si tú eres maravillosa, Lupita,
chérie
!"

La Mexicana Explosiva no había tenido la suerte de borrar de su mente al sinvergüenza, al villano sin corazón, su particular Nicky Arnstein [
Nicky Arnstein
: impenitente y atractivo jugador casado en la vida real con la estrella de Ziegfeld Fanny Brice, cuyo nombre se vio frecuentemente implicado en los escándalos de su esposo. Interpretado en el cine por Tyrone Power, bajo nombre ficticio, en
Es mi hombre
, film de Gregory Ratoff en donde la figura de Fanny Brice, también encubierta, estaba encomendada a Alice Faye. Y ya, bajo su verdadero nombre, encarnado por Omar Sharif en
Funny Girl
y su continuación,
Funny Lady
con Barbara Streisand en el papel de Miss Brice. (N. de T.)], Harald Ramond, quien al saber la noticia se limitó a encogerse de hombros con un despreciativo "¿Y a mí qué?" en los labios. Harald era un moreno muy guapo, alto y bien dotado, pero no era un caballero (¿y qué es lo que ella podía esperar de una Escuela de Hidalguía forjada en el Cinebar?).

Ramond telefoneó al diminuto Bo Roos, representante de Lupe, dejando bien sentado que no tenía inconveniente en prestarse a una falsa ceremonia, a condición de un documento privado, con firma de Lupe, en el que se especificase que él se casaba sólo para dar nombre al hijo que venía en camino.

Cuando Roos notificó a Lupe las malas nuevas, ella estalló y telefoneó a Lolly Parsons, quien había sido la primera en dar la noticia de su compromiso con Harald; ahora Lolly podía tener otra exclusiva. Todo había acabado.

Louella recordaría: "Lupe me dijo que habían tenido una tremenda pelea y que ella lo había echado de la casa. Y cuando le pregunté cómo se escribía correctamente el nombre del tipejo me contestó: lo ignoro, jamás lo supe. Y además ¿a quién le importa?".

Lupe invitó para compartir la Ultima Cena a sus dos mejores amigas, Estelle Taylor (ex mujer de Jack Dempsey) y Benita Oakie (la esposa de Jack). Después del festín mexicano, entre cigarrillos y brandy, Lupe confesó: "Estoy harta de vivir. De luchar por todo. Me siento
tan
cansada. Desde que era una niñita, en México, nadie me ha regalado nada. Ahora se trata de
mi bebé
. No podría cometer un crimen y continuar viviendo en paz conmigo misma. Antes preferiría
matarme
".

A las tres de la madrugada, la "Explosiva" se encontró nuevamente a solas en su enorme finca de pacotilla en North Rodeo Drive, y por última vez subió por la escalera de hierro, embutida en un traje de lamé plateado (impagado, como todo lo demás).

Su dormitorio parecía la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en el día de su santo: velas y flores relucientes, por todas partes aguardando a la estrella. Ella redactó una nota de despedida, en su bloc situado en la mesita de noche, que depositó junto al teléfono laquedado en oro:

"Para Harald:

»Que Dios te perdone, y también a mí, pero antes que traer a mi hijito al mundo con deshonor, o asesinarlo, prefiero quitarme la vida y la de nuestro bebé.

»Lupe."

Al dorso de la hoja añadió una postdata:

"¿Cómo pudiste, Harald, fingir tamaño amor por mí y nuestro hijito, cuando jamás nos quisiste de verdad? No veo otro camino, de modo que adiós y buena suerte. Con amor,

»Lupe".

Abrió el frasco de seconal que estaba en la mesita de noche, tomó el vaso de agua y tragó de un golpe los setenta y cinco billetes para el Olvido.

Se tendió en la cama de satén, sobre la que pendía un gran crucifijo, con las manos cruzadas sobre el pecho en una postrer plegaria; cerró los ojos y trató de imaginar las fotografías que aparecerían junto a los titulares: "La Bella Durmiente", por descontado. Y, dentro, la exclusiva de Louella sobre su última gran escena, festoneada de negro como en las esquelas.

Naturalmente, en el "Examiner" del día siguiente Lolly O. describió el cuerpo sin vida exhibido en la Casa Felicias de North Rodeo Drive:

"Jamás Lupe había lucido tan bella; reposaba como si estuviese dormida… había una lánguida sonrisa en sus labios, como si albergara secretos sueños… Parecía una niña a quien acaban de regalar su primera espuma de azúcar en una fiesta… Pero, ¡escuchad! ¡Han llegado sus perritos! Chops y Chips están arañando la puerta. Y gimen… Quieren que su Lupita los saque de paseo para jugar, como siempre…".

La prosa de Parsons no iba acompañada de ninguna fotografía tomada en el lecho mortuorio de Lupe. Lo que había ocurrido allí era bien distinto.

Cuando Juanita, la doncella, abrió la puerta del dormitorio de Lupe, a las nueve de la mañana siguiente al suicidio, no encontró rastro de Lupe. La cama estaba vacía. El aroma de los perfumados cirios y la fragancia de los jacintos no conseguían prevalecer sobre un hedor de cuerpo abandonado por el desodorante y otras estéticas costumbres de urbanidad.

Juanita siguió una pista, la que llevaba desde el lecho hasta el cuarto de baño empapelado en tilos y orquídeas, un camino salpicado por el vómito iniciado en la cama. Allí, con la cabeza dentro del retrete, encontró ahogada a su amita.

La gran dosis de seconal había resultado fatal, pero no en la forma acostumbrada. Las píldoras habían "colisionado" con la picante cena mexicana. La reacción en el intestino, los violentos retortijones, habían reanimado a una mareada Lupe. Violentamente enferma, una última convulsión la había obligado a arrastrarse tambaleando hasta el
sancta sanctorum
de su
salle de bain
donde había resbalado, cayendo de bruces dentro de su excusado (modelo De Luxe, por supuesto, y, al estilo egipcio, en onix color Chartreuse).

Allí había estado sentada Louella, y no en otro sitio, redactando su macabra exclusiva.

Ha llegado Mister Bugs

Un apuesto canalla, Benjamín "Bugsy" ("Sabandija") Siegel, el de los dientes brillantes y los ojos azules de niño inocente, tuvo durante su apogeo más influencia en Hollywood que cualquier director déspota o máximo jefe de Estudio. Siegel se había criado en Nueva York, en la zona conocida como "Cocina del Diablo", al lado de George Raft; sus andanzas de adolescencia cimentaron una amistad que duraría toda la vida. Bugsy había empezado, como tantos otros matones de Gangsterlandia, cuando tan sólo era un muchacho, violando a chicas que se rendían a su magnetismo personal. Su iniciación en el Sindicato del Crimen la había hecho como eficaz contrabandista de heroína a las órdenes de Lucky Luciano; después, durante la Prohibición, se pasó al tráfico, trabajando para Meyer Lansky. Bajo su máscara atractiva latía un asesino a sangre fría; su líbido era potente y, en los comienzos de los años treinta, sus atributos de chulo joven y psicópata proporcionaron más de una noche brava a las coristas de Broadway.

Participó, al lado de Lansky, en una operación sin resultados positivos para quitar de circulación a la pesadilla del hampa, Thomas Dewey, a la sazón en el bufete de abogados adyacente a la Fiscalía Central de los Estados Unidos y posteriormente gobernador de Nueva York. A lo largo de 1936, la mafia neoyorquina descubrió que bandas rivales de Chicago planeaban el traslado de sus operaciones a la Costa Oeste para hacerse dueños de los bajos fondos de Hollywood, inexplotados aún. Y decidieron eliminar a sus competidores a la fuerza. De modo que Bugsy hizo las maletas y tomó rumbo al Oeste en unión de media docena de matones. Alquiló la mansión del astro del cine y la ópera Lawrence Tibbett.

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