La guerra de Mae contra los super-censores comenzó en serio en el verano de 1934, cuando los nuevos guardianes de la virtud norteamericana afilaron sus garras ante esta frase pronunciada por la estrella ante un gangster: "¿Qué te pasa en el bolsillo del pantalón? ¿Llevas una pistola o simplemente te alegras de verme?".
Mientras
No es pecado
anduvo en fase de producción, la Oficina Hays plantó a un guardián en el plató para que le informase sobre los diálogos y los desplazamientos de Mae. A ella, para espantar al entrometido, se le ocurrió una pequeña travesura.
Inventó una amenaza de bomba y se rodeó de una cuadrilla de atléticos guardaespaldas que, entre toma y toma, la escoltaban hasta su lujoso camerino. Mientras el perro guardián husmeaba, Mae colgó un cartelito en la puerta que decía: "No molestar excepto en caso de incendio".
Pese al constante mojigaterío, Mae se las compuso para dotar a sus diálogos de un tratamiento netamente West; por ejemplo: "Un hombre en casa vale por dos en la calle".
Hearst hizo su acto de presencia en 1936, cuando Mae se atrevió a hacer un chiste sobre su sacrosanta dama, Marion, provocando su ira. Ciñéndose a
Klondike Annie
como blanco, la cadena de periódicos de Hearst tachó a Mae de "monstruo de lascivia" y "amenaza para la Sagrada Institución de la Familia Norteamericana". Y añadían: ", Cuándo llegará la hora de que el Congreso se decida a hacer algo con Mae West?" (Una Marion un tanto trompa pudo ser observada divirtiéndose a lo grande en el transcurso de la
première
de
Klondike Annie
, sin imaginarse siquiera la causa del revuelo que había conmocionado a sus partidarios.)
A Hearst le había sacado de sus casillas cierto comentario de Mae acerca de las habilidades de Marion como comediante. Dado que el poderoso caballero tenía que guardarse muy bien de revelar el porqué de su odio, su hipócrita actitud para limpiar su honor derivó hacia la "concupiscencia" de los diálogos cinematográficos de Mae, a fin de condenar lo que en la actualidad resultaría ingenuamente divertido: "Si tengo que hacerlo, entre dos pecados elijo siempre el que nunca he probado". También se sintió injuriado ante el tratamiento dado por Mae a un himno usado en las Convenciones: "Mejor es dar que recibir". Y ordenó la inmediata prohibición de la publicidad de las películas de West en su extenso circuito de publicaciones.
Más allá de lo que "la monstruosa Mae" sugería desde la pantalla, su vida privada era un dechado de discreción. Los tipos que le gustaban solían ser, por lo general, boxeadores, culturistas o individuos dotados de especiales formas de masculinidad. Estos sujetos, y no miembros de su propia profesión, eran los admitidos en la intimidad de su antecámara rosada en forma de concha. Las persianas eran corridas y descorridas incesantemente. Mae respetaba la vida privada de los demás y le gustaba que con la suya se hiciera otro tanto. Se mantenía alejada del torbellino social de las fiestas de Hollywood y sólo era vista en público ocasionalmente en los combates de boxeo de algunos de sus favoritos, casi siempre en compañía de su antiguo amigo y representante Jim Timony.
A pesar de ello, Hearst y la Liga de la Decencia aguijonearon sin cesar a la oficina Hays para acobardarla durante la filmación de
Every day's a holiday
. Estas frases fueron censuradas: "No dejaría que me tocase ni con una vara de diez pies" y "Por ese fulano no me quitaría ni el velo".
Hearst se compinchó con Breen para que el "Motion Picture Herald", que editaba Quigley, publicase una relación de estrellas consideradas como "veneno para las taquillas". Esta falsa lista negra fue diseñada para quitarse de encima a intérpretes "desobedientes" o aquéllos que, víctimas de la censura o del chismorreo, eran considerados "no gratos". El folio incluía a personalidades "difíciles" como Katherine Hepburn y Fred Astaire o "malas mujeres" como Marlene Dietrich y Mae West. La realidad era que las películas de Mae aún se vendían muy bien, aunque la campaña había dejado su huella. Cuando en 1938 llegó la renovación del contrato, con
Every day's a holiday
a punto de estrenar, la Paramount dejó que los puritanos tuvieran la última palabra. Con su materia prima "pasteurizada", la calidad de los últimos
films
de Mae West en otros Estudios declinó sin remedio.
Los años treinta se vieron agraciados por otra luminaria femenina con una pronunciada inclinación por los hombres, una belleza de cabellos castaño rojizos, sofisticada y apacible, con una voz gutural y sensual: Mary Astor, una de las grandes actrices de carácter de la pantalla.
Desde muy jovencita, el mejor amigo y confidente de Mary había sido su diario. En él lo contaba todo, complaciéndose en reseñar cualquier experiencia sublime mientras su recuerdo aún persistiera. Así podía revivir el momento y señalar los puntos cruciales en su paso por la vida. Su diario hollywoodense estaba encuadernado en azul, con las páginas repletas de magníficos y ultrafemeninos pasajes que los grafólogos calificaban como admirables y desinhibidos. Su contenido era tan libre como su propietaria. El volumen que abarcaba el año 1935 cubría sus citas extramaritales con el agudo comediógrafo George S. Kaufman, en quien ella había encontrado un exquisito poder de comunicación.
El librito azul estaba guardado en un rincón de la cómoda del dormitorio, al lado de las braguitas de Mary. Cierto día, su esposo, médico, se hallaba a la caza y captura de unos gemelos extraviados. Cuando el doctor Franklyn Thorpe abrió distraídamente el volumen encuadernado en piel, su mirada se posó en determinado comentario en el que se describía con sorprendida admiración: "Es increíble su potencia, su capacidad para permanecer en situación durante tanto tiempo. ¡No comprendo cómo puede hacerlo!". La admiración no la provocaba el doctor Thorpe.
A medida que éste repasaba las páginas pudo saber que el hombre con ese fantástico poder de resistencia sexual no era otro que el urbano y neoyorquino Kaufman. Mary lo había conocido en el hotel Algonquin durante unas vacaciones que la actriz se regalara en 1933 con el pretexto de ir de compras. Lo cual demostraba que el buenazo del doctor había sido un soberano cornudo durante dieciséis largos meses. Mary entraba en detalles sobre el primer encuentro con su futuro amante (quien le había sido presentado por su amiga Miriam Hopkins) en términos radiantes:
"Su primera inicial es la G. —George Kaufman—, y yo me desplomé nada más verle como una tonelada de ladrillos. Era un viernes… el sábado me recogió en el Ambassador y fuimos a almorzar al Casino. ¡Lo pasamos de locura!"
Tras asistir en el teatro Music Box a una de las representaciones del musical de Kaufman
Of thee I sing
, Mary y George se recorrieron la ciudad de cabo a rabo durante las siguientes noches —clubs, fiestas, cenas. A medida que iba leyendo, los desilusionados ojos del médico apenas podían dar crédito a los records que su esposa había reseñado de su puño y letra en su itinerario sexual:
"Lunes: nos escabullimos de un
party
soporífero. Hacía mucho calor, de modo que tomamos un coche y dimos varias vueltas alrededor del parque, y el parque, bueno, era… el parque. Me apretó con fuerza las manos y me dijo que le gustaría besarme, aunque no lo hizo…»En la noche del martes, cenamos en el Veintiuno y, mientras llegábamos al teatro para ver
Run Little Chillun
, me besó en el trayecto. No creo que ninguno de los dos recuerde ahora de qué trataba la obra. Durante los dos primeros actos, jugábamos con nuestras rodillas, en el tercero mi mano no reposaba precisamente en mi falda… Hacía un montón de años que yo no manoseaba a un hombre en público, pero es que no pude contenerme… Después tomamos unas copas en algún lugar y a continuación fuimos a un pisito de la calle 73 donde podíamos estar a solas y todo fue emocionante y bellísimo. Cuando George se quita y deja a un lado sus gafas, es un hombre
completamente
distinto. Sus poderes de recuperación son asombrosos. Hicimos el amor durante toda la noche… Todo funcionó a las mil maravillas y comenzaba a amanecer cuando compartíamos nuestro orgasmo número cuatro…»Durante el resto del tiempo apenas si vi a nadie. Asistimos a cada
show
de la ciudad, nos divertimos mucho juntos y visitamos con frecuencia el apartamento de la calle 73 donde nos daban las claras del día en un coito tras otro…»Una madrugada, serían alrededor de las cuatro, tomamos un sandwich en Reuben; ya empezaba a salir el sol, de modo que recorrimos el parque en un coche abierto, los pájaros trinaban, y la mañana era fría y húmeda. Fue casi celestial estar acariciándonos y masturbarnos allí mismo… al aire libre…
»¿Acaso alguna mujer fue más feliz que yo? Tengo más que comprobado que George está en estado de erección constantemente… Ignoro cómo lo consigue… pero es perfecto."
Fue entonces cuando el Doctor Thorpe descubrió que el temerario idilio neoyorquino había continuado ante sus propias narices y en su propia casa.
Kaufman y Moss Hart pasaron unos días en Hollywood en febrero de 1934, antes de establecer su cuartel general de escritores durante el invierno en Palm Springs. Una mañana Mary le dijo a Thorpe que tenía que presentarse en la Warner para unas pruebas de vestuario; en lugar de ello salió disparada hacia el Beverly Wilshire, donde tuvo ocasión de ver por primera vez en varios días a George: "Me recibió en pijama y caímos uno en brazos del otro. Se excitó en un instante y al momento todo volvió a ser como en los viejos tiempos… Arrojó a un lado su pijama y, en cuanto a mí, jamás en toda mi vida, nadie me había quitado la ropa tan rápidamente… Luego fuimos a almorzar a Vendôme, después a una papelería y vuelta al hotel. Llovía y era hermoso… Fue maravilloso joder durante toda una tarde encantadora… Me marché a eso de las seis".
Esto ocurriría durante los subsiguientes fines de semana en Palm Springs:
"Sentados al sol durante todo el día —almuerzo en la piscina con Moss, George y los Rogers— cena en el 'Dunes' —un brindis a la luz de la luna SIN Moss y Rogers. ¡Ah, las noches en el desierto, desnudos bajo las estrellas y el cuerpo de George fundiéndose con el mío!"
Cuando Thorpe se encaró con su mujer para revelarle su descubrimiento, era de suponer que el libro encuadernado en azul se quedara en blanco durante un tiempo prudencial. Pero Mary no pudo resistirse a transcribir la reacción de su esposo:
"Durante varios días estuvo destrozado y al final usó su último cartucho: 'Te necesito', me dijo llorando.
»Para mantener la paz y dar una tregua a todo esta carga emocional, le dije que, de momento, no tomaría ninguna decisión. Para ser sincera, el único motivo de mi respuesta era que deseaba seguir viéndome con George durante el resto de su estancia sin que me molestase nadie— y hecha unos zorros. Deseaba poder gozarlo al máximo en estos últimos momentos…"
La negativa de Mary a romper el
affair
motivó el que Thorpe quisiera pagarle con la misma moneda y pronto pudo vérsele en compañía de tal cantidad de
starlets
que sus extravíos se convirtieron en la comidilla de la ciudad.
Cuando Thorpe, en abril de 1935, puso pleito de divorcio a Mary solicitando la custodia de su hija Marilyn (a quien ella adoraba) se alzaron centenares de cejas.
Mary no se dio por aludida. Thorpe se había apropiado del locuaz diario, antes de que ella saliera de la mansión de Beverly Hills. Fue una evidencia aplastante. Ella no podía soportar la idea de que la despojaran de Marilyn. Y presentó a su vez un recurso el 15 de julio para retener la patria potestad sobre la niña.
En el primer día del juicio, los abogados de Thorpe revelaron la existencia del diario. El juez "Goody" Knight, echó un vistazo al librito y lo rechazó como prueba. Pero los abogados de Thorpe mostraron a la prensa extractos que dejaban pocas dudas acerca de su contenido; entre ellos estaba lo de "¡Ah, las noches en el desierto…!" que,
ipso facto
, pasó a ocupar un lugar en el folklore nacional. Los periódicos airearon el diario a los cuatro vientos, seleccionando entre comillas extensas porciones del mismo. Y el respetable se lo pasó en grande echándole imaginación a lo que sólo quedaba insinuado.
Sus más constantes admiradores recordaron otro de los apasionados
affaires de coeur
de Mary Astor, hacía ya una década y antes de su matrimonio, cuando, durante el rodaje de
Don Juan
, de aspirante a estrellita pasara a convertirse en la jovencísima querida de John Barrymore.
La Corte fue toda oídos cuando la niñera de la hija de Mary hizo un recuento de todo lo que había pasado en casa de Thorpe a raíz de la salida de Madame. La nurse describió, por ejemplo, la batalla campal de celos, desarrollada ante los ojos de la niña, a cargo de la
starlet
Norma Taylor y el doctor, con Norma llevando como único atuendo sus uñas laqueadas al rojo vivo. La niñera declaró también que no sólo Norma, sino otras rubias del conjunto de Busby Berkeley "habían dormido en el lecho del doctor" en sucesivas noches. 01 dónde estaba Thorpe? La imperturbable respuesta fue: "Pues allí, en su cama, naturalmente".
Mary consiguió que le devolvieran la casa y su Marilyn a pesar de todas las revelaciones que el diario contenía sobre su pasión por Kaufman.
Sin embargo, la Corte no le restituyó a su "más querido amigo". El diario se consideró "pornográfico" y fue destinado a la estufa del juzgado.
Resulta extraño que estas revelaciones no dañaran la carrera de Mary Astor; nada más lejos de ello. Diez años antes, un caso similar hubiese significado el fin para cualquier estrella; pero la Depresión era un factor que, aunque doloroso, contribuyó a una mayor madurez de los espectadores. Transcurrirían sólo unos años hasta que Mary Astor se apuntara uno de sus mayores triunfos artísticos como la malvada seductora en aquel inolvidable
El halcón maltés
.
Kaufman, que había puesto pies en polvorosa durante la realización del juicio, se instaló con Hart en Nueva York. Había logrado zafarse de todas las preguntas concernientes al caso, pero, una vez, acosado por los periodistas en la salida de artistas del Music Box, dejó caer: "Pueden ustedes confiar en que yo no llevo ningún diario".
El año 1935, en que fue incinerado el explosivo diario de Mary Astor, finalizó con un repugnante estampido: uno de los más desconcertantes asesinatos de Hollywood. Los crímenes resueltos son, por lo general, archivados y olvidados. Los que no dejan tras de sí una estela semejante a una enfermedad que se niega a desaparecer. Esto fue lo que ocurrió en el caso de la Rubia Merengue.