Historia de los reyes de Britania (21 page)

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Authors: Geoffrey de Monmouth

Tags: #Historico

BOOK: Historia de los reyes de Britania
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Dio crédito el rey a las palabras de Ulfin y ordenó llamar a Merlín, que también había acudido al asedio. Una vez en presencia del monarca, el sabio fue intimado a sugerir de qué modo podría Úter satisfacer su deseo de Igerna. Al ver los sufrimientos que padecía el rey a causa de una mujer, se maravilló mucho Merlín de tan extremada pasión y dijo:

—«Para dar cima a tu deseo, deberás servirte de artes nuevas para tu tiempo e inauditas. Con mis drogas sé cómo darte la apariencia de Gorlois, de manera que en todo te asemejes a él. Si haces lo que te digo, te convertiré en un doble perfecto del duque, y a Ulfin en la réplica exacta de su camarada Jordán de Tintagel. También yo cambiaré de forma, y me uniré a la expedición. De ese modo podrás entrar a salvo en el castillo y tener acceso a Igerna».

Convino el rey en ello, demostrando un enorme interés. Dejó, en fin, el asedio en manos de sus subordinados, tomó las drogas de Merlín y adquirió al punto la apariencia de Gorlois. Ulfin se transformo en Jordán y Merlín en un tal Britael, sirviente del duque, de manera que nadie pudiese adivinar quiénes eran en realidad. Emprendieron después camino a Tintagel y llegaron al castillo con el crepúsculo. En cuanto vio el guardián que su amo se aproximaba, abrió las puertas y franqueó la entrada a los tres hombres. ¿Qué otra cosa podía hacer si hubiese jurado que el mismísimo Gorlois acababa de llegar? Permaneció el rey aquella noche con Igerna y satisfizo su deseo. A ella la engañó su falsa apariencia, y también la engañaron sus fingidas palabras, que astutamente había concebido de antemano: le dijo que había salido en secreto de la fortaleza asediada para velar por la seguridad de su querida esposa y del castillo en que se encontraba; y ella creyó cuanto decía y se ofreció a él sin reservas. Concibió Igerna aquella noche al celebérrimo Arturo, que tanta fama adquiriría más tarde por su extraordinario valor.

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En el ínterin, cuando se descubrió en el asedio de Dimilioc que el rey se hallaba ausente, su ejército, obrando por cuenta propia, se dispuso a abatir las murallas y a provocar al asediado duque a combatir. Gorlois, mal aconsejado, realizó una salida con sus compañeros de armas, pensando que podría oponerse a tan gran hueste de guerreros con una tropa tan exigua. El duque fue de los primeros en caer, sus hombres fueron dispersados y la fortaleza, tomada. El botín no se repartió de forma equitativa, pues cada soldado tomaba con garra codiciosa todo lo que el azar o la fuerza bruta ponía a su alcance. Una vez concluido tan desenfrenado pillaje, vinieron mensajeros a Igerna para anunciarle la muerte de su esposo y el final del asedio. Cuando vieron al rey sentado junto a la duquesa bajo la apariencia de Gorlois, enrojecieron de estupefacción, pues el hombre al que habían dejado atrás, muerto en Dimilioc, se encontraba ahora allí, sano y salvo. Desde luego, nada sabían de las drogas preparadas por Merlín. Rióse Úter al oír semejantes noticias y, rodeando con sus brazos a Igerna, dijo:

—«¡A fe que no estoy muerto, sino vivo, y bien vivo, como podéis ver todos! Mucho me entristece, sin embargo, la destrucción de mi fortaleza y la muerte de mis camaradas. Es de temer que el rey llegue hasta aquí y nos prenda en este castillo. Saldré a su encuentro y haré la paz con él, no sea que nos sobrevenga algo peor».

De modo que partió y se dirigió hacia su propio ejército, y, abandonando la apariencia de Gorlois, volvió a ser Úter Pendragón. Cuando se enteró de todo lo sucedido, lamentó el fin de Gorlois; pero se alegró, al mismo tiempo, pues así Igerna se veía libre del vínculo conyugal. Regresó luego al castillo de Tintagel, lo capturó y, con él, a Igerna, que era lo que más deseaba conquistar. Desde entonces vivieron ambos juntos, unidos por un mutuo y gran amor, y tuvieron un hijo y una hija. El niño fue llamado Arturo y la niña, Ana.

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Pasaron los días y los años, y se apoderó del rey una enfermedad que lo afligió durante mucho tiempo. En el ínterin, los guardianes de la cárcel donde se hallaban Octa y Eosa, los caudillos sajones arriba mencionados, llevaban una vida en extremo tediosa, por lo que decidieron escapar con sus prisioneros a Germania, sembrando con su huida el terror a lo largo del reino. Se difundió, en efecto, el rumor de que los fugitivos habían encrespado los ánimos de los Sajones en Germania y que, con una escuadra imponente, regresaban a destruir la isla. Y eso sucedió en realidad. Octa y Eosa regresaron con una enorme escuadra e innumerables guerreros, invadieron Albania y recorrieron a sangre y ruego el país, destruyendo ciudades y dando muerte a sus ciudadanos. Se confió el mando del ejército de Britania a Lot de Lodonesia
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, con órdenes de mantener a distancia al enemigo. Era este Lot duque de Leil
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, esforzado y valiente caballero, maduro en el saber y en la edad. Como recompensa por sus hazañas, el rey le había dado a su hija Ana por esposa y, con ella, el cuidado del reino mientras durase su enfermedad. En sus ataques contra el enemigo, Lot fue con frecuencia rechazado, de modo que tenía que refugiarse en las ciudades. Pero con más frecuencia lograba derrotar a los invasores, dispersándolos y obligándolos a huir a los bosques o a sus propias naves. De cualquier forma, las espadas seguían en alto, y la victoria no se decantaba de ninguno de los dos bandos. El orgullo y la arrogancia de los Britanos los ponían a menudo en desventaja, pues no se avenían a obedecer las órdenes de su caudillo, lo que debilitaba sus fuerzas y los hacía incapaces de alzarse con el triunfo definitivo.

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Casi toda la isla fue devastada. Cuando lo supo el rey, se irritó más de lo que su enfermedad aconsejaba, y convocó a todos sus barones para echarles en cara su orgullo y su tibieza. Una vez ante su presencia, tuvo duras palabras de reproche para ellos, y juró que él en persona los guiaría contra el enemigo. Ordenó construir una litera donde pudiera ser transportado, pues la enfermedad le impedía moverse de otra forma. Ordenó también a todos sus hombres que estuviesen dispuestos a caer sobre el enemigo cuando la ocasión lo exigiera. Pronto estuvo lista la litera, los hombres, preparados, y la oportunidad estaba a punto de llegar.

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Con el rey en su litera, se dirigieron a Verulam, donde los antedichos Sajones maltrataban a la población local. Cuando Octa y Eosa fueron informados de la llegada de los Britanos y supieron que el rey viajaba en litera, no se dignaron combatir con él, pues que venía en tal vehículo. No convenía a tan grandes hombres medir sus fuerzas con un moribundo, de modo que se retiraron a la ciudad y dejaron abiertas las puertas de la misma, para mostrar que nada temían. Cuando Úter lo supo, ordenó poner sitio inmediatamente a la ciudad y asaltar las murallas por todas partes. Obedecieron los Britanos, poniendo sitio a Verulam y asaltando sus muros. Sembraban ya la muerte entre los enemigos, y estaban a punto de entrar por las brechas practicadas en la muralla, cuando los Sajones comenzaron a oponer resistencia: veían que los asaltantes llevaban la mejor parte de la batalla, y los avergonzaba su anterior arrogancia, por lo que decidieron defenderse, y, subiendo a lo alto de las murallas, rechazaban a los Britanos con todo tipo de armas arrojadizas. Ambos bandos luchaban encarnizadamente cuando llegó la noche, invitándolos a abandonar las armas y a descansar. Muchos deseaban ese descanso, pero la mayoría prefería un buen plan con el que destruir a sus adversarios. Cuando los Sajones se dieron cuenta del perjuicio que les había ocasionado su fanfarronería y arrogancia pasadas, y de que los Britanos habían estado a punto de obtener la victoria, resolvieron efectuar una salida con las primeras luces del alba y provocar a sus enemigos a una batalla en campo abierto. Y así lo hicieron. Tan pronto como el sol anunció el día, salieron en compacta formación para dar cumplimiento a su propósito. Al verlos, los Britanos dispusieron a sus soldados en orden de combate y, saliéndoles al encuentro, comenzaron a atacarlos. Resisten los Sajones, atacan los Britanos. Ambos bandos se infligen mutua matanza. Finalmente, cuando hubo transcurrido la mayor parte de la jornada, el rey de los Britanos se hizo con el triunfo, Octa y Eosa perdieron la vida y los Sajones volvieron las espaldas. Tan alegre está el rey por lo sucedido que, aunque hasta entonces era incapaz de levantarse sin ayuda, ahora se incorpora en su litera con un pequeño esfuerzo, como si de repente hubiese recuperado la salud, y, riéndose, dice con voz jovial:

—«Esos ladrones me llamaban el rey moribundo, porque yacía tendido en una litera. Y, ciertamente, lo estaba. Prefiero, sin embargo, estar medio muerto y vencer a estar sano, con buenas perspectivas de futuro, y ser vencido. Mejor es morir con honor que vivir deshonrosamente».

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Aunque derrotados, no por ello abandonan los Sajones sus hábitos perversos. Antes bien, invadiendo las provincias septentrionales, hostigan sin cesar a sus habitantes. Quiso el rey Úter perseguirlos, pero sus príncipes lo disuadieron de su propósito, pues su enfermedad había dado un giro aún más grave después de la victoria. Como consecuencia de ello, el enemigo se hizo más y más audaz en sus acciones, e intentaba por todos los medios someter el reino a su poder. Como era usual en ellos, acudieron a la traición, maquinando cómo podrían matar al rey mediante engaños. Y no encontraron mejor medio de darle muerte que el veneno. Así lo hicieron. Mientras Úter yacía enfermo en la ciudad de Verulam, enviaron espías disfrazados de mendigos para informarse de la situación de la corte. Obtenida toda la información que buscaban, descubrieron en ella una circunstancia que se adaptaba perfectamente a su traición: había cerca de la residencia real una fuente de cuyas límpidas aguas solía el rey beber, pues su enfermedad le prohibía tomar cualquier otro licor. Esos abominables traidores se dirigieron a la fuente y la contaminaron con veneno, de manera que todas sus aguas quedaron inficionadas. Cuando el rey bebió de ellas, murió inmediatamente, y cien de sus hombres con él, hasta que el fraude fue descubierto y cegaron la fuente con un montón de tierra. Tan pronto como el óbito regio fue dado a conocer, llegaron los obispos de todo el reino con su clerecía y trasladaron el cuerpo del monarca al monasterio de Ambrio, inhumándolo con los honores debidos en el Círculo de los Gigantes, junto a su hermano Aurelio Ambrosio.

2. Arturo

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Muerto Úter Pendragón, los barones de Britania llegaron desde las distintas provincias a la ciudad de Silchester y sugirieron a Dubricio, arzobispo de la Ciudad de las Legiones, que coronara a Arturo, su hijo, como rey de la isla. La necesidad los urgía a ello, pues los Sajones, enterados del fallecimiento de Úter, llamaron a sus compatriotas de Germania y, acaudillados por Colgrin, amenazaban con exterminar a los Britanos. Habían ya sometido la parte de la isla que se extiende desde el río Humber hasta el mar de Caithness. Dubricio, lamentando las calamidades de su patria, convocó a los obispos e impuso sobre las sienes de Arturo la diadema del reino.

Era entonces Arturo un joven de quince años, de un valor y una generosidad sin precedentes. Su innata bondad le había granjeado tanto favor a los ojos del pueblo, que casi todos lo amaban. Tan pronto como fue coronado, y siguiendo inveterada costumbre, comenzó a distribuir regalos entre sus súbditos. Fue tal la multitud de caballeros que acudió a su presencia, que se agotaron sus recursos. Mas todo aquel en quien se alían de forma natural la liberalidad y el coraje, si en un momento dado se ve agobiado por la necesidad, no se verá abrumado por ella durante mucho tiempo.

Así que Arturo, en quien se daban cita la liberalidad y el coraje, resolvió atacar a los Sajones, con ánimo de repartir las riquezas del enemigo entre sus camaradas. La propia justicia de su causa lo animaba a ello, pues había obtenido por derecho hereditario la soberanía de toda la isla. Reunió, pues, a toda la juventud del reino y marchó sobre Eboraco. Cuando Colgrin lo supo, convocó a sus Sajones, Pictos y Escotos, y le salió al encuentro con una impresionante muchedumbre a orillas del río Duglas, donde tuvo lugar la batalla, sufriendo ambos ejércitos pérdidas numerosas. Al cabo, Arturo se hizo con la victoria. Colgrin huyó, y Arturo lo persiguió y puso sitio a Eboraco, donde el Sajón buscó refugio. Al enterarse de la derrota de su hermano Colgrin, Baldulfo se dirigió con seis mil hombres a la ciudad sitiada, con la esperanza de romper el asedio.

Cuando Colgrin combatía a orillas del Duglas, Baldulfo se encontraba en la costa, esperando la llegada de Cheldric, un caudillo sajón que estaba a punto de desembarcar en su auxilio desde Germania. Lo separaban ya tan sólo diez millas de Eboraco cuando decidió proseguir la marcha durante la noche y caer por sorpresa sobre Arturo. Pero éste conoció sus propósitos y ordenó a Cador, duque de Cornubia, que saliera al encuentro de Baldulfo esa misma noche, con seiscientos jinetes y tres mil infantes. Rodeó Cador el camino por donde marchaban los enemigos y, atacándolos de improviso, mató a la mayoría, poniendo en fuga a los supervivientes. Muy angustiado se halla Baldulfo por no haber podido ayudar a su hermano, y debate consigo mismo cómo va a ingeniárselas para comunicarse con Colgrin, pues está seguro de que, si consigue llegar a su presencia, entre los dos discurrirán algo para salir del apuro. Como no existe otro medio de acceso a la ciudad, se afeita los cabellos y la barba, y se disfraza de juglar, cítara en mano. Comienza luego a pasear por el campamento, pretendiendo ser un músico ambulante que concierta melodías con su lira. Nadie sospecha nada, y él, poco a poco, va acercándose a las murallas de la ciudad, siempre con la misma intención. Finalmente, los sitiados lo reconocen, lo izan con cuerdas al otro lado de los muros y lo conducen a presencia de Colgrin, quien, al verlo, lo colma de besos y abrazos, como si regresara de entre los muertos. Cuando, tras mantener ambos hermanos exhaustivas deliberaciones, han perdido ya toda esperanza de escapar, vuelven a las costas de Albania los mensajeros que habían enviado a Germania, y traen consigo seiscientas naves repletas de bravos guerreros y a Cheldric como caudillo. Llegado que hubieron estas nuevas al campamento de Arturo, los consejeros del rey lo disuadieron de continuar por más tiempo el asedio, pues entrañaba un serio peligro enfrentarse a un número tan crecido de enemigos.

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Aceptó Arturo el consejo de sus hombres de confianza y se retiró a la ciudad de Londres. Allí convocó al clero y a los prelados de todos sus dominios, y les preguntó qué medidas sería más aconsejable adoptar ante la invasión de los paganos. Fue parecer común que se despacharan mensajeros al rey Hoel de Armórica, para darle noticia de las calamidades que se cernían sobre Britania. Era este Hoel hijo de la hermana de Arturo y de Budicio, rey de los Britanos de Armórica
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. Tan pronto como se enteró de las dificultades por las que atravesaba su tío
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, ordenó preparar una escuadra y, reuniendo quince mil guerreros, se hizo a la mar con vientos favorables y desembarcó en Puerto de Hamón. Arturo lo recibió con los honores que merecía, y ambos se confundieron en un interminable abrazo.

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