Historia de los reyes de Britania (18 page)

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Authors: Geoffrey de Monmouth

Tags: #Historico

BOOK: Historia de los reyes de Britania
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»Fluirá el Támesis de nuevo; reunirá las aguas de sus afluentes y desbordará los límites de su cauce.

»Se anexará las fuentes de Gálabes, llenas de engaño y de iniquidad. A consecuencia de esto se originarán sediciones que inducirán a los Venedocios a combatir. Se agruparán los robles de los bosques y se enfrentarán con las rocas de los Gewiseos. Un cuervo volará con los milanos y devorará los cadáveres de los muertos. Un búho anidará sobre las murallas de Gloucester y en su nido será incubado un asno. La serpiente de Malvern lo criará y le enseñará muchas falacias. El asno será coronado, llegará a lo más alto y aterrorizará al pueblo con su horrible rebuzno. En sus días se tambalearán los montes Pacayos y las provincias se verán despojadas de sus bosques. Vendrá, en efecto, un gusano de aliento ígneo y quemará los árboles con su vaho mortífero. De él saldrán siete leones, desfigurados por unas cabezas de machos cabríos. Con el hedor exhalado por sus narices corromperán a las mujeres, y harán comunes a las que tuvieren marido. El padre no sabrá quién es su hijo, pues todos retozarán a la manera del ganado.

»Entonces surgirá un auténtico gigante de iniquidad que aterrorizará a todos con el penetrante fulgor de sus ojos. Se levantará contra él el dragón de Wigornia
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, e intentará destruirlo. Trabada la batalla, el dragón será vencido y muerto por la perversidad del triunfador. Trepará, en efecto, por el dragón y, quitándose los vestidos, se sentará desnudo sobre él. El dragón se lo llevará por los aires y golpeará su cuerpo desnudo con su erguida cola. Pero el gigante recobrará su fuerza y quebrará las fauces de aquél con su espada. Finalmente, el dragón quedará enredado en los anillos de su cola y morirá envenenado.

»Lo sucederá el jabalí de Totnes, y oprimirá al pueblo con cruel tiranía. Gloucester enviará un león que inquietará al rabioso en diversos combates. Lo pisoteará con sus pies y lo asustará con las fauces abiertas. Finalmente, el león contenderá con el propio reino, y se
alzará
sobre las espaldas de los nobles. Aparecerá entonces un toro en medio del conflicto y golpeará al león con su pezuña diestra. Lo expulsará de todos los albergues del reino, pero se romperá los cuernos contra las murallas de Exonia. El zorro de Kaerdubal vengará al león y devorará al toro por entero con sus dientes. La culebra de Lincoln se enroscará alrededor del zorro, y su horrible silbido anunciará su presencia a numerosos dragones. Pelearán después los dragones y se harán pedazos mutuamente. El que tiene alas oprimirá al que no las tiene, y clavará sus uñas ponzoñosas en las quijadas de su enemigo. Acudirán otros dos a la batalla y se matarán entre sí. Un quinto dragón sucederá a los muertos y destruirá a los dos restantes por medio de diversas estratagemas. Se encaramará sobre el lomo de uno con una espada y le separará la cabeza del cuerpo. Se despojará de su camisa y, dirigiéndose al segundo, lo agarrará por la cola con ambas manos. Desnudo, logrará vencer a aquel contra el que, vestido, nada pudo. Atormentará a los demás trepando sobre sus lomos y los hará entrar en la redondez del reino. Vendrá entonces un león rugiente, temible en su monstruosa ferocidad. Reducirá tres veces cinco partes a una sola, y él solo ejercerá el poder sobre el pueblo. Un gigante del color de la nieve resplandecerá, y procreará un pueblo radiante. Los placeres debilitarán a los príncipes, y sus súbditos se transformarán en bestias salvajes. De entre ellas nacerá un león, atiborrado de sangre humana. Un hombre con una hoz será su ayudante en la siega; cuando el hombre se distrajere, será abatido por el león.

»El auriga de Eboraco apaciguará los ánimos y, expulsando a su amo, se apoderará del carro que conducía. Con la espada desenvainada amenazará al Oriente, y llenará de sangre los surcos trazados por sus ruedas. Se volverá después pez marino que, al silbido de la serpiente, se unirá a ella. De esa unión nacerán tres fulgurantes toros que, tras haber devorado sus pastos, se convertirán en árboles. El primero llevará un látigo de víboras y le dará la espalda al segundo. Éste se esforzará por quitarle el látigo, pero será el tercero quien se apodere de él. No se mirarán mutuamente a la cara hasta que se hayan desprendido del vaso envenenado.

»Lo sustituirá un granjero de Albania, a quien una serpiente amenazará por la espalda. Se dedicará a remover la tierra a fin de que el país resplandezca de cosechas. La serpiente se afanará en propagar su veneno para que no se desarrollen las espigas. Una calamidad mortal consumirá al pueblo, y las murallas de las ciudades serán derribadas. El remedio será la ciudad de Claudio
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, que interpondrá a la hija del flagelante. Ésta, en efecto, llevará la balanza de la medicina, y la isla se restablecerá en poco tiempo. Dos hombres empuñarán el cetro después, y un dragón cornudo los servirá a ambos. Vendrá el primero revestido de hierro y cabalgará una serpiente voladora. Se sentará, desnudo, sobre su lomo, y agarrará su cola con la diestra. Se turbarán los mares con sus gritos, e inspirará temor al segundo. A consecuencia de esto el segundo se aliará con un león, pero surgirá una querella y combatirán. Se harán recíprocamente mucho daño, pero la ferocidad de la bestia prevalecerá. Vendrá un hombre con un tamboril y una cítara, y apaciguará la fiereza del león. Las naciones del reino serán pacificadas y llamarán al león para que empuñe la balanza. Se aplicará a las pesas en el puesto a él asignado, pero tenderá sus palmas hacia Albania. Las provincias septentrionales se entristecerán por ello y abrirán las puertas de sus templos. Un lobo portaestandartes conducirá las tropas y ceñirá a Cornubia con su cola. Se le opondrá un guerrero sobre un carro, y convertirá a aquel pueblo en un jabalí. El jabalí devastará las provincias, pero ocultará su cabeza en las profundidades del Severn. Un hombre abrazará a un león borracho, y el fulgor del oro cegará los ojos de los espectadores. Resplandecerá la plata en derredor y pondrá diversos lagares en movimiento.

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»Los mortales se embriagarán con el vino producido y, olvidándose del cielo, se volverán hacia la tierra. Las estrellas apartarán sus semblantes de ellos y confundirán su acostumbrado curso. Al indignarse éstas, se secarán las mieses y no caerá ninguna humedad de la bóveda celeste. Raíces y ramas intercambiarán sus papeles, y la
rareza
de este hecho se considerará un milagro. El resplandor del sol disminuirá ante el brillo ambarino de Mercurio, y los que observen el prodigio se llenarán de horror. Estilbón
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de Arcadia cambiará su escudo, y el casco de Marte llamará a Venus. El casco de Marte proyectará su sombra, y el furor de Mercurio sobrepasará sus límites. El férreo Orión desenvainará su espada. El marino Febo ahuyentará las nubes. Júpiter abandonará sus preestablecidas sendas y Venus dejará sus acostumbradas órbitas. La malignidad del planeta Saturno caerá sobre la tierra y destruirá a los mortales con su hoz corva. Las dos veces seis casas de las estrellas se lamentarán al ver errantes a sus huéspedes. Los Gemelos omitirán los abrazos de costumbre y llamarán la urna a las fuentes. Los platillos de la Balanza penderán de costado hasta que el Carnero los sostenga con sus combados cuernos. La cola del Escorpión engendrará relámpagos y el Cangrejo disputará con el Sol. La Virgen subirá a lomos del Arquero y marchitará así sus flores virginales. El carro de la Luna trastornará el Zodíaco y las Pléyades prorrumpirán en llanto. Ninguna estrella volverá a la función debida, pero Ariadna cerrará su puerta y se ocultará tras los farallones batidos por el mar. A la mordedura del rayo los mares se levantarán, y regresará el polvo de los tiempos antiguos. Los vientos chocarán entre sí con ráfaga funesta, y su ruido resonará entre las estrellas».

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Después de pronunciar Merlín estas y otras profecías, quedan estupefactos los presentes ante la ambigüedad de sus palabras. Vortegirn, más atónito aún que los demás, colma de elogios el talento del joven y, en la misma medida, sus vaticinios. Pues su tiempo no había producido a nadie capaz de expresarse de esa manera y ante el propio rey. Queriendo averiguar cómo sería el final de su vida, pidió al joven que le dijese cuanto supiera acerca de ello. Merlín dijo:

—«Huye del fuego de los hijos de Constantino, si es que puedes hacerlo. Ya preparan las naves, ya se alejan del litoral de Armórica, ya despliegan las velas para surcar el mar. Pondrán proa a la isla de Britania, atacarán al pueblo sajón y someterán a esa raza abominable, pero antes te quemarán a ti, encerrado en tu torre. Un fatal error cometiste cuando traicionaste a su padre e invitaste a los Sajones a tu isla. Los invitaste para que acudieran en tu defensa y llegaron como verdugos. Dos géneros de muerte te aguardan, y no está claro cuál de los dos podrás evitar antes. Por una parte, los Sajones devastarán tu reino y buscarán darte muerte; por otra, dos hermanos, Aurelio y Úter, desembarcarán y se esforzarán por vengar en ti la muerte de su padre. Búscate refugio, si puedes. Mañana arribarán a las costas de Totnes. Se teñirán de sangre los rostros de los Sajones y, muerto Hengist, Aurelio Ambrosio será coronado. Pacificará las naciones, restaurará las iglesias, pero morirá envenenado. Lo sucederá su hermano Úter Pendragón, pero sus días serán también interrumpidos bruscamente por el veneno. Tus descendientes participarán en traición tan cobarde, pero el jabalí de Cornubia los devorará».

VI.
LOS GRANDES DÍAS DE LA HISTORIA DE BRITANIA
1. Aurelio Ambrosio y Úter Pendragón

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Amanecía un nuevo día cuando desembarcó Aurelio Ambrosio en la isla. Tan pronto como se difundió la noticia de su llegada, los Britanos, esparcidos aquí y allá por tanto desastre, acudieron de todas partes, más alegres de lo que solían y fortalecidos por la presencia de sus compatriotas. Reunidas las altas jerarquías del clero, ungieron rey a Aurelio y le rindieron homenaje según la costumbre. Los Britanos eran partidarios de atacar inmediatamente a los Sajones, pero su rey los disuadió de ello, pues se proponía dar caza a Vortegirn primero. Tanto le dolía la traición perpetrada contra su padre que no quería emprender acción alguna antes de haber tomado cumplida venganza de aquélla. Deseando coronar sus propósitos, marchó con su ejército a Cambria y llegó ante el castillo de Ganarew, donde Vortegirn había buscado refugio. Se encontraba aquella fortaleza en la región de Herging
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, a orillas del río Wye, sobre un monte llamado Cloarcio
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. Nada más llegar a aquel lugar, Ambrosio, recordando la traición perpetrada contra su padre y contra su hermano, dijo al duque de Gloucester, Eldol:

—«Contempla, noble duque, las fortificaciones y murallas de este lugar. Di si serán capaces de proteger a Vortegirn e impedir que la punta de mi espada se hunda en sus entrañas. Se ha ganado la muerte que lo aguarda, y tú no ignoras hasta qué punto se la ha ganado. ¡Sin duda es el más vil de todos los hombres y merece morir entre infandos tormentos! En primer lugar, traicionó a mi padre Constantino, que lo había librado a él y a Britania de la invasión de los Fictos; luego, a mi hermano Constante, a quien promovió a la dignidad real sólo para matarlo después; finalmente, tras hacerse él mismo con la corona a fuerza de maquinaciones, trajo paganos y los mezcló con la población para poder exterminar mejor a aquellos que me guardaban fidelidad. Pero ahora Dios ha querido que cayera incautamente en la trampa que él había preparado para mis partidarios. Pues cuando los Sajones descubrieron su iniquidad, lo expulsaron del reino —algo que nadie debe lamentar— deplorable es, en cambio, el hecho de que ese pueblo impío a quien ese impío invitó exterminase a nuestra nobleza, devastara nuestros fértiles campos, destruyese nuestros templos sagrados y borrara prácticamente el cristianismo en nuestra isla de mar a mar. Ha llegado, pues, la hora, compatriotas, de que os comportéis como hombres y os venguéis, primero, de aquel que tantas maldades ha cometido. Volveremos después nuestras armas contra los bárbaros que nos amenazan y liberaremos a nuestro país de sus fauces hambrientas».

Sin pérdida de tiempo, aplican sus máquinas de asedio a las murallas y se esfuerzan por derribarlas. Como éstas resistieran, recurrieron al fuego, y éste, encontrando combustible, no descansó hasta que hubo quemado por completo la torre donde se hallaba Vortegirn, que murió.

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Cuando llegaron nuevas de estos sucesos a Hengist y a sus Sajones, el jefe bárbaro se asustó, pues temía el valor de Aurelio. Tanto coraje y bravura se daban cita en el caudillo britano que, mientras vivió en Galia, no hubo nadie que se atreviera a enfrentarse con él en singular combate. Y si alguien justaba con él, una de dos: o lo arrojaba a tierra lejos de su caballo, o rompía su lanza en pedazos. Era, además, liberal en sus dádivas, diligente en la observancia del servicio divino, moderado en todos los aspectos de la vida, enemigo de la mentira, buen infante y mejor jinete, experto conductor de ejércitos. Todavía vivía en la Britania Armoricana, y ya la fama, en su constante vuelo, había traído a la isla noticia de sus altas dotes. Los Sajones, pues, lo temían y, en consecuencia, se retiraron al otro lado del Humber. Fortificaron allí ciudades y castillos, pues aquella región fue siempre buen refugio para bárbaros. Escocia estaba cerca, y ello significaba protección, dado que Escocia nunca había perdido la oportunidad de causar daño a los Britanos. Era un país horrible para habitar en él, vacío de paisanos, y ofrecía un seguro escondite a los extranjeros. Por su situación geográfica estaba abierta a Fictos, Escotes, Daneses, Noruegos y cualquier otro pueblo que allí desembarcara con ánimo de devastar la isla. Seguros, pues, de la conveniencia de una comarca así, los Sajones se retiraron en esa dirección; en un momento de necesidad, podían refugiarse allí con tanta facilidad como en sus propios castillos. Cuando Aurelio lo supo, creció su audacia y sus esperanzas de triunfo. Reunió a sus conciudadanos lo más rápidamente que pudo, reforzó su ejército y se puso en camino hacia las regiones septentrionales. ¡Cómo se dolía al ver desoladas las tierras por las que iba pasando, sobre todo a causa de las iglesias, que habían sido derribadas hasta los cimientos! Prometió que las restauraría si se hacía con la victoria.

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Hengist, por su parte, cuando se enteró de la llegada de Aurelio, cobró valor, reunió a sus hombres y, animándolos uno por uno, los exhortó a combatir como hombres y a no temer a su enemigo. Dijo que Aurelio tenía pocos Britanos de Armórica con él, difícilmente más de diez mil. Los Britanos de la isla no contaban, pues habían sido vencidos por él muchas veces en combate. Por todo ello, auguró la victoria a sus hombres y les infundió la seguridad que proporciona el saberse más numerosos, pues había allí alrededor de doscientos mil hombres armados. Después de haber animado así a sus guerreros, salió al encuentro de Aurelio en una llanura llamada Maisbeli, por donde su rival tenía que pasar. Planeaba llevar a cabo un repentino ataque por sorpresa y anticiparse a los desprevenidos Britanos. Pero no se ocultaron a los ojos de Aurelio sus intenciones: no por ello dejó de atravesar la llanura, pero lo hizo lo más rápidamente que pudo. Cuando distinguió al enemigo, dispuso sus tropas en orden: colocó de reserva a tres mil jinetes armoricanos, y a los demás, mezclados con los isleños, los formó en línea de batalla; situó a los Demecios en las colinas y a los Venedocios en los bosques circundantes, a fin de que, si los Sajones huían por una u otra parte, hubiese en ambos sitios hombres que les cerraran el paso.

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