Hijos del clan rojo (47 page)

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Authors: Elia Barceló

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Hijos del clan rojo
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Guardaron silencio durante unos minutos. Sombra llegó al aparcamiento de las Cuevas del Águila y cortó el contacto. Sólo había cuatro coches más.

—Sombra —preguntó Lena antes de bajar—, ¿cómo es mi mente?

—Luminosa, amplia, llena de colores, y de detalles incomprensibles para Sombra. Un lugar para descansar. ¡Vamos!

Mientras se ponían en marcha, Lena empezó a darle vueltas a lo que su maestro acababa de decirle. «Un lugar para descansar.» Era algo precioso, lo más personal que Sombra le había dicho nunca y, a la vez, era también algo difícil de aceptar. No podía imaginarse su mente, tan confusa y tan llena de miedos, como un lugar donde alguien pudiera relajarse. Pero Sombra no mentía, ni adornaba las cosas innecesariamente. Tenía que ser ésa la sensación que de verdad le había producido la visita a su interior, igual que a ella la visita al interior de Sombra le había creado inquietud y angustia.

Subieron un camino empinado que zigzagueaba hasta una zona donde había una tienda que vendía recuerdos, collares, postales y las entradas de la cueva. Las luces estaban encendidas y las puertas abiertas, pero no había nadie.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Lena, inquieta.

—Aquí.

—¿Y por qué no los veo?

—Porque Sombra y Lena ocupan un tiempo intermedio. Puedes imaginar que se mueven en el tiempo que separa un segundo de otro, como si el tiempo de los demás y el de Sombra y Lena fueran dos líneas onduladas que se cruzan puntualmente, cuando una sube, otra baja, de modo que son dos existencias separadas. Sombra elimina los puntos de cruce y los dos tiempos no se tocan ni se ven entre sí.

—¿No habría sido más fácil venir de noche para estar solos?

Sombra no contestó y la precedió hacia la escalera que bajaban a la cueva. La temperatura era una delicia; debía de haber casi veinte grados en el interior y, lo que en verano se sentiría como fresco en comparación con los cuarenta del exterior, ahora era maravilloso, porque eran quince grados más que fuera.

—Va a hacer falta mucho más que una noche. —La respuesta, casi un minuto después de la pregunta, la dejó por un momento perpleja. Cuando entendió qué quería decir, Sombra ya se había alejado unos metros y tuvo que darse prisa para alcanzarlo.

La gruta estaba bien iluminada, sin excederse en los focos, para crear un ambiente misterioso y algo mágico. Las formaciones rocosas brillaban tenuemente, blancas en su mayor parte, con tonos rojizos a veces, negros, e incluso suaves azules en ocasiones. El sendero los llevaba hacia arriba y hacia abajo bordeando una especie de gran sala central. El levísimo sonido de alguna gota de agua al caer era lo único que se oía, además de sus propios pasos. Los ojos se empeñaban en buscar figuras reconocibles en los caprichos de la naturaleza, aquí una tortuga, allí una virgen con niño, allá una gran ave de presa.

Llegaron a un punto que a Lena no le pareció diferente del resto de la cueva donde, de pronto, Sombra se detuvo y, abandonando su forma humana, volvió a convertirse en la alta columna de oscuridad pulsante que ella ya conocía y a la que no conseguía acostumbrarse. Empezaba a comprender que hubiera preferido hacer ese extraño truco con el tiempo en lugar de arriesgarse a que alguien los viera.

Aquí es. Ven
, dijo la voz de Sombra en su interior.

¿
Adónde
?

Aquí
.

Era evidente que le estaba pidiendo que entrara en la nube oscura que era él ahora. Sin darse cuenta de lo que hacía, empezó a sacudir espasmódicamente la cabeza en una negativa. No quería entrar ahí. Sería como entrar en Sombra, como fundirse con él. La idea le daba pánico.

No temas, Lena. No hay peligro para ti. Vas a seguir siendo tú. Sombra te va a guiar al centro del nodo. Después se retirará
.

¿
Qué es un nodo? ¿Qué me va a pasar? ¿Por qué tengo que hacer eso
?

Ella misma sabía que sonaba como si tuviera cuatro años y estuviera en plena fase de negarse a todo lo que querían los mayores, pero no podía evitarlo. La habían educado para querer saber, para cuestionar las situaciones, para no dejarse arrastrar sin crítica y análisis.

Después de esto, cuando hayas entrado en contacto con el nodo, empezarás a comprender. Confía en Sombra. Ven
.

Alzó la vista hacia el altísimo techo cuajado de estalactitas blancas, hacia la torre de oscuridad pulsante y danzante que era su maestro y, de golpe, llegada de ninguna parte, oyó la voz de su madre, con toda claridad, como si estuviera realmente a su lado, y a la vez sintió su mano apretada por la mano familiar, pequeña como la suya, suave, fuerte: «Preciosa mía, mi niña blanca y negra, ha sido un largo camino para llegar hasta aquí. No tengas miedo. Estoy contigo». La mano volvió a darle un apretón confortador y Lena, a pesar de que sabía que tenía que tratarse de un truco de Sombra para darle el empujón definitivo, cerró los ojos, inspiró hondo y entró en la oscuridad.

De momento no sucedió nada. Primero sintió un cosquilleo agradable en todo el cuerpo, como cuando se mete la mano entre las chispas de una bengala de Navidad y se notan diminutos pinchazos en la piel que hacen sonreír. Luego el cosquilleo se extendió a su interior, como una cascada o una ducha de chispas que, misteriosamente, pudiera alcanzar también la parte interna de su cuerpo.

Extrañamente, no se sentía fundida con la esencia de Sombra, ni amenazada de ningún modo. Lo único que no le acababa de gustar era que sus sentidos normales no recibían ningún impulso: no veía nada, no oía, no percibía olores ni sabores, no se sentía ni las manos ni ninguna otra parte del cuerpo, pero a la vez se encontraba segura, protegida, casi de regreso en el útero materno.

Dolerá unos instantes. Prepárate
.

Agradeció el aviso porque siempre se había sentido mejor cuando sabía que algo iba a doler y durante cuánto tiempo. Sombra debía de haberse enterado de ello al explorar su mente.

De un momento a otro fue como si una aguja la atravesara de la cabeza a los pies, entrándole por la coronilla y saliéndole por el cóccix. Tuvo la sensación de que gritaba, pero no consiguió oír su propio grito y, tal como le había prometido Sombra, el dolor desapareció tan rápido como había llegado.

Inmediatamente después sintió un extraño bienestar derrámandose por su interior y se le ocurrió que su sangre estaba siendo sustituida por un fluido caliente y relajante que iba dibujando todo su cuerpo por dentro mientras recorría sus arterias, sus venas y sus capilares. Veía el diseño con toda claridad, un mapa de sí misma en un azul fluorescente con chispas naranja, rojas y doradas.

Dentro de sus ojos cerrados o quizá inexistentes empezaron a destellar los colores con una intensidad desconocida, envolviéndola, arropándola, no como algo extraño a sí misma sino como si ella se estuviera convirtiendo en el color, en el puro color que la llenaba entera.

Aquí el tiempo no existe, Lena. Vas a aprender lo más difícil, lo que es realmente crucial para tu tarea. No vas a sentir el paso del tiempo y cuando regreses a él no recordarás nada de lo que has hecho, pero estará grabado en cada una de tus células
.

¿
Cuánto tiempo pasará en el exterior
?

Semanas, meses quizá. Depende de cómo reacciones a la Trama, de lo rápido que aprendas, de otras cosas que aún no debes saber
.

Prométeme que avisarás a mi padre y le pedirás que él avise a Daniel
.

A Lena se le hizo tan largo el silencio que temió que su maestro hubiera vuelto a desaparecer.

Sombra no entiende por qué o para qué
.

Porque me tranquiliza a mí. Porque, si sé que ellos saben que estoy bien y que volveré, puedo concentrarme en lo que sea necesario. ¿Lo harás
?

Es razonable. Sombra lo hará
.

Gracias. ¿Qué me va a pasar
?

Nada. Sombra te protege
.

¿
No me matarán, como a ese otro alumno tuyo
?

Esta vez no. Por eso olvidarás lo que vas a aprender aquí hasta que llegue el momento
.

Tengo miedo, Sombra
.

Él no contestó pero Lena sintió una especie de caricia, una mano gigante que alisara las plumas de un pájaro o se deslizara con suavidad por el pelo de un gato, calmante, tranquilizadora. Como si Sombra hubiese acariciado su aura y ella lo hubiera sentido.

Estoy lista, Sombra. Cuando quieras
.

Lena volvió a dejarse caer, volvió a hacerse consciente de la aguja inexistente que la traspasaba como una espina, se contrajo en un nuevo espasmo de miedo y de dolor, y se entregó a lo desconocido.

* * *

En un tiempo sin tiempo, en un lugar fuera de todo espacio, algo empezó a pulsar, a vibrar, a coagularse. Cuatro existencias interdependientes fueron activadas por la presencia que acababa de ocupar el nodo y, lentamente, empezaron a desarrollarse para entrar en función
.

Urruahkhim
.

Hacía miles de años de la última vez que se habían presentualizado, pero eran seres eternos y el tiempo no contaba
.

Había llegado de nuevo el momento. Todo podía comenzar
.

* * *

Tercera Parte
Principios de mayo. Rojo. Villa Lichtenberg. Costa de Amalfi (Italia)

Un resplandor rojizo se filtraba a través de las pesadas cortinas tiñendo la penumbra de la habitación de un color sangriento que le aceleraba el pulso. Tenía la garganta seca y los labios cuarteados, como si en vez de haber pasado un par de horas durmiendo hubiese estado caminando a través de un desierto.

Levantó la cabeza. Por la rendija, donde se unían las dos cortinas, se colaba un rayo de sol, una purísima lanza de luz de color rubí que moría a los pies de su cama, como un dedo luminoso que la señalara desde el cielo, desde el horizonte del atardecer por el que ahora el sol se precipitaba a su muerte, aserrado por los afilados dientes del acantilado.

Pronto llegaría la noche con su suave luz perlada y ella se encontraría mejor. Podría abrir del todo los ojos y salir a la terraza, o bajar al jardín, a disfrutar de la brisa marina en su piel sudorosa; el dolor de cabeza desaparecería y, por un tiempo, volvería a sentirse bien, dueña de su vida, otra vez joven y fuerte. Enamorada.

Luego volvería a tener hambre y vendrían de nuevo la lucha, el asco, los remordimientos, pero eso sería después y ahora prefería no pensarlo. Ahora se levantaría, en cuanto la luz dejara de ser roja y se volviera azul, se daría una larga ducha fresca, se pondría el vestido rosa claro que le había regalado él, abriría las puertas de la terraza para respirar hasta el fondo de los pulmones el olor a flores, a mar y a jardín recién regado, y bajaría al salón con la esperanza de que él ya hubiera vuelto.

Ése era siempre el mejor momento del día: cuando se despertaba de la larga siesta y, lavada y perfumada, bajaba a encontrarse con él. Entonces lo demás dejaba de tener importancia.

Pero él viajaba tanto que muchas veces pasaba más de una semana sin verlo; una semana en la que su única compañía eran el doctor, los pocos criados, que apenas si hablaban con ella, y Eleonora, si no estaba también de viaje.

Unos golpes en la puerta la sobresaltaron y, sin darse cuenta, se encontró sentada en la cama, apretando las sábanas contra el pecho, forzando la vista para penetrar la repentina oscuridad. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. Estaba sudada, con el pelo sucio y un aliento repugnante, como de fiera, como siempre al despertar.

Se quedó inmóvil, con la esperanza de que la dejara en paz pensando que seguía dormida, pero la puerta empezó a abrirse lentamente y la silueta alta y angulosa del doctor Kaltenbrunn quedó recortada contra la pared de seda dorada del pasillo.

—Sé que estás despierta, Clara. —Tenía una voz grave y cálida, tranquilizadora, que sin embargo siempre conseguía darle escalofríos—. Levántate. Tienes visita.

—¿Visita? —Le salió una voz entre ronca y destemplada, casi chillona, de la que se avergonzó inmediatamente.

Era imposible que tuviera visita. Nadie sabía dónde estaba, salvo su madre, y ella estaba en Estados Unidos.

—Dice que es una amiga tuya. De hecho, dice que es tu mejor amiga y que no piensa irse sin haberte visto.

—¿Lena? ¿Lena está aquí?

—Ése es el nombre que me ha dado, sí. Aliena. ¿Qué hago, Clara? ¿La dejo pasar? —Terminó la pregunta con una especie de risa ahogada que para cualquier otra persona habría resultado incongruente, pero que a Clara le oprimió el estómago.

—¡No! ¡No, por favor, doctor!

—Si es tan buena amiga como dice…

—Dígale que me espere en el salón, que tengo que arreglarme un poco. Dígale que ahora bajo.

—¿Tienes hambre ya, Clara? —preguntó antes de cerrar la puerta—. ¿Le digo a Emmanuela que os prepare algo?

Clara negó con la cabeza hasta que se dio cuenta de que el doctor no podía verla.

—No. O no sé… Sí. Quizá Lena quiera comer algo.

—Le preguntaré. No tardes.

Cuando volvió a quedarse sola, en la oscuridad, tardó aún un par de minutos en soltar la sábana que había tenido agarrada todo el tiempo, como un escudo que pudiera defenderla de todo mal. Estaba confusa, angustiada. Por un lado, la visita de Lena era lo más maravilloso que le había pasado en todos los meses de encierro, primero en la clínica privada del doctor Kaltenbrunn, en Suiza, y ahora en la villa de la costa amalfitana, propiedad de la familia Lichtenberg. La idea de volver a ver a Lena, de abrazarse a ella, de oír su voz y su risa la llenaba de excitación y de impaciencia. ¿Cómo habría conseguido encontrarla? ¿Para qué habría ido allí?

Por otro lado, sin embargo, le daba horror lo que pudiera pasar. ¿Qué pensaría su amiga al verla en ese estado, en ese cuerpo que casi no se parecía ya al que ella conocía? ¿Sabría —simplemente al mirarla— en qué se había convertido en los meses que llevaban sin verse? ¿Notaría de inmediato que se había convertido en un monstruo?

Mientras se duchaba, decidió que no la abrazaría, para minimizar el peligro. Le diría que tenía algo contagioso, una gripe no muy fuerte pero muy persistente.

Se lavó los dientes casi con furia, tratando de quitarse el sabor que le llenaba la boca, de espaldas al espejo para no verse reflejada, para no ver las ojeras violáceas, la piel tensada sobre los pómulos, los ojos espantados en un rostro de cera. Nunca en toda su vida había estado tan horrible.

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