HHhH (30 page)

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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

BOOK: HHhH
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Después de la guerra, Bousquet pasa por los filtros de la Santa Depuración, pero su participación en Vichy lo aparta por completo de la carrera política a la que parecía destinado. Sin embargo, no se queda en la calle y se arrastra por varios consejos de administración, como el del
La Dépêche du Midi
, en el que marca una línea antigaullista muy dura… pero de 1959 a 1971. En resumen, se beneficia de la sempiterna gran tolerancia de las clases dirigentes con sus elementos más comprometedores. A continuación, se complace en frecuentar, imagino que no sin malicia, a Simone Veil, superviviente de Auschwitz y desconocedora de sus actividades vichystas.

Sin embargo, su pasado acaba por atraparlo en los años ochenta, y en 1991 es acusado de crímenes contra la humanidad.

La instrucción se cierra cuando, dos años más tarde, es asesinado en su domicilio por un iluminado. Me acuerdo muy bien de aquel muchacho dando una rueda de prensa justo después de haber matado a Bousquet y un poco antes de que los polis vinieran a detenerlo. Me acuerdo de su aire de satisfacción, mientras explicaba tranquilamente que había hecho aquello únicamente para que se hablara de él. A esas alturas, me parecía algo completamente gilipollesco.

Este espectacular imbécil salido directamente de una pesadilla que ni el mismísimo Debord se habría atrevido jamás a producir, nos ha privado de un proceso que habría sido diez veces más interesante que los de Papon y Barbie juntos, más interesante que los de Pétain y Laval, más interesante que el de Landru y el de Petiot, el proceso del siglo. Por este escandaloso atentado contra la Historia, el insondable cretino fue condenado a diez años, ha cumplido siete y hoy ya está en libertad. Siento una enorme repulsión y profundo desprecio por alguien como Bousquet, pero cuando pienso en la majadería de su asesino, en la inmensa pérdida que su gesto representa para los historiadores, en las revelaciones que habrían aflorado durante el proceso y de las que nos ha privado irremediablemente, me siento inundado por el odio. No ha matado inocentes, es cierto, pero es un sepulturero de la verdad. ¡Y sólo por salir tres minutos en la tele! ¡Monstruosa, estúpida excrecencia warholiana! Los únicos que podrían poseer el derecho de fiscalización moral sobre la vida y la muerte de ese hombre son sus víctimas, las vivas y las muertas, que cayeron en las garras nazis por culpa de hombres como él, pero estoy seguro de que éstas lo querrían
vivo
. ¡Qué decepción debió de ser la suya ante el anuncio de su absurdo asesinato! La sociedad que produce comportamientos así, alienados así, me da asco. «No me gusta la gente indiferente a la verdad», escribió Pasternak. Peores aún son las fetideces ante las que ella deja indiferente, y que actúan tan activamente contra ella. Como todos los secretos que Bousquet se ha llevado a la tumba… No puedo seguir pensando en esto o me pondré malo.

El proceso Bousquet habría debido ser el equivalente francés al de Eichmann en Jerusalén.

203

¡Y para colmo, esto otro! Doy con el testimonio de Helmut Knochen, nombrado por Heydrich, a su paso por París, jefe de los policías alemanes en Francia. Pretende revelar una confidencia que le hizo Heydrich en esa ocasión y que jamás había contado a nadie todavía. Este testimonio data de… ¡el año 2000, cincuenta y ocho años más tarde!

Según él, Heydrich le habría dicho: «Ya no podemos ganar la guerra, habrá que hallar una paz de compromiso y temo que Hitler no sea capaz de admitirlo. Hay que pensar en esto.» ¡Le habría hecho partícipe de esta reflexión en mayo de 1942, antes de Stalingrado, cuando el Reich parecía más fuerte que nunca!

Knochen ve ahí la extraordinaria clarividencia de Heydrich, a quien considera mucho más inteligente que todos los demás dignatarios nazis. También entiende que Heydrich se plantea la posibilidad de derrocar a Hitler. Y a partir de ahí, nos lanza esta insólita teoría: la eliminación de Heydrich habría constituido una prioridad absoluta para Churchill, que en ningún caso querría que se le privase de una victoria total sobre Hitler. En resumidas cuentas, los ingleses habrían apoyado a los checos porque tenían miedo de que un astuto nazi como Heydrich apartara a Hitler y salvara al régimen nazi gracias a una paz de compromiso.

Sospecho que a Knochen le interesa especialmente asociarse a la hipótesis de un complot contra Hitler, para minimizar su papel bien real en el aparato policial del Tercer Reich. Es incluso totalmente factible que, sesenta años más tarde, él mismo esté convencido de lo que cuenta. Por mi parte, considero que todo esto carece de importancia. Pero lo refiero aquí, de todos modos.

204

He leído en un foro lo que decía un lector muy convencido a propósito del personaje de Littell: «Max Aue suena verdadero porque es el espejo de su época.» ¡No! Suena verdadero (para algunos lectores fáciles de engañar) porque es el espejo de
nuestra
época: nihilista posmoderna, por resumir. En ningún momento se ha sugerido que ese personaje se adhiera al nazismo. Hace alarde, por el contrario, de un desapego a menudo crítico con la doctrina nacionalsocialista, y en eso no se puede decir que refleje el fanatismo delirante que reinaba en
su
época. En cambio, ese desapego del que alardea, ese aire hastiado de vuelta de todo, ese malestar permanente, ese gusto por el razonamiento filosófico, esa amoralidad asumida, ese sadismo desabrido y esa terrible frustración sexual que le revuelve sin cesar las entrañas… ¡todo eso claro que sí! ¿Cómo no había caído yo antes en la cuenta? De repente, lo veo claro:
Las benévolas
es «Houellebecq entre los nazis», así de sencillo.

205

Creo que empiezo a comprender: estoy escribiendo una
infra novela
.

206

El momento se acerca, lo presiento. El Mercedes está en camino. Llega. Flota en el aire de Praga algo que me traspasa hasta los huesos. Las revueltas de la carretera trazan el destino de un hombre, y de otro, y de otro, y de otro. Veo unas palomas que echan a volar de la cabeza de bronce de Jan Hus y, de fondo, el decorado más hermoso del mundo, Nuestra Señora de Týn, la negra catedral con sus torres afiladas, ante la que me dan ganas de caer de rodillas cada vez que puedo admirar la gris majestad de su maléfica fachada. El corazón de Praga late en mi pecho. Oigo la campanilla de los tranvías. Veo a unos hombres de uniforme verdegris cuyas botas resuenan sobre el pavimento. Estoy casi allí. Debo ir. Es preciso que vaya a Praga. Debo estar ahí en el momento en que todo se va a producir.

Debo escribirlo allí.

Oigo el motor del Mercedes negro que enfila a toda velocidad por la carretera como una serpiente. Oigo el aliento de Gabčík ceñido en su impermeable, esperando en la acera, veo a Kubiš enfrente, y a Valčík, apostado en lo alto de la colina. Siento el bruñido helado de su espejo, dentro de un bolsillo de su abrigo. Todavía no, todavía no,
už nie, noch nicht
.

Todavía no.

Noto el viento que golpea el rostro de los dos alemanes en el coche. El chófer conduce muy rápido, lo sé, tengo mil testimonios que lo atestiguan, estoy tranquilo por ese lado. El Mercedes va a toda marcha y ésta es la parte más valiosa de mi imaginario, de la que estoy más orgulloso, la que se desliza silenciosamente tras su estela. El aire entra con fuerza, el motor ruge, el pasajero no deja de decirle al chófer, un gigante, «
schneller! schneller!
» Más rápido, más rápido. Pero ignora que el tiempo ha empezado ya a ralentizarse. Pronto el devenir del mundo va a coagularse en una curva. La tierra dejará de girar exactamente al mismo tiempo que el Mercedes.

Pero todavía no. Sé que todavía es demasiado pronto. Todo no está aún completamente en su sitio. Aún falta algo que decir. Sin duda, querría poder dar marcha atrás a ese instante eternamente, aunque todo mi ser propende hacia él con tanta intensidad.

El eslovaco, el moravo y el checo de Bohemia también esperan y yo daría lo que fuera por sentir lo que ellos están sintiendo. Pero estoy demasiado corrompido por la literatura. «Siento crecer en mí algo peligroso», dice Hamlet, e incluso en un momento parecido es de nuevo una frase de Shakespeare la que me viene a la cabeza. Que me perdonen. Que ellos me perdonen. Todo esto lo hago por ellos. Ha habido que arrancar el Mercedes negro, lo que no ha sido nada fácil. Colocar todo en su sitio, ocuparse de los preparativos, de acuerdo, tejer la tela de esta aventura, preparar la capacidad de la Resistencia, disimular el horrible rodillo de la muerte tras el telón suntuoso de la lucha. Y todo esto no es nada, evidentemente. He tenido que asociarme, a despecho de todo pudor, con hombres tan grandes que al mirar hacia abajo no habrían podido ni siquiera sospechar mi existencia de insecto.

A veces he tenido que hacer trampas y renegar de lo que creo, porque mis creencias literarias no tienen ninguna importancia con respecto a lo que se representa ahora. Lo que se va a representar en unos minutos. Aquí. Ahora. En esa curva de Praga de la calle de Holešovice, allí donde más tarde, mucho más tarde, se construirá una especie de vía de circunvalación porque las formas de una ciudad cambian más rápido, ay, que la memoria de los hombres.

Pero eso apenas si tiene importancia. Un Mercedes negro va a toda velocidad por la carretera como una serpiente, eso es en adelante lo único que cuenta. Nunca me he sentido tan próximo a mi historia.

Praga.

Siento el metal que roza contra el cuero. Y esa ansiedad que crece en los tres hombres, y esa calma que demuestran. No es la varonil seguridad de los que saben que van a morir, porque, aunque se han preparado para ello, nunca han descartado la posibilidad de escapar con vida, lo que, en mi opinión, hace aún más insoportable la tensión psicológica. No sé qué increíble resistencia nerviosa han necesitado para dominarse. Repaso rápidamente las ocasiones en que he tenido que dar prueba de sangre fría en mi vida. ¡Qué escarnio! Una tras otra, cada vez era a cual más ridícula: una pierna rota, una noche detenido en un calabozo o un rechazo amoroso, prácticamente eso es todo lo que me he arriesgado en mi pobre existencia. ¿Cómo podría dar más que una ínfima idea de lo que vivieron esos tres hombres?

Pero ya no queda tiempo de tener este tipo de estados de ánimo. Yo también, después de todo, tengo responsabilidades, y he de afrontarlas. Quedarme bien aferrado a la estela del Mercedes. Escuchar los ruidos de la vida de aquella mañana de mayo. Sentir el viento de la Historia que se pone a soplar suavemente. Hacer que desfile la lista de todos los actores desde el amanecer de los tiempos al siglo xii y hasta nuestros días y Natacha. Y luego quedarme solo con cinco nombres: Heydrich, Klein, Valčík, Kubiš y Gabčík.

En el embudo de esta historia, esos cinco nombres empiezan a ver la luz.

207

El 26 de mayo de 1942, por la tarde, unas horas antes del concierto inaugural de la semana de música organizada en Praga al que va a asistir y para el que ha programado una obra de su padre, Heydrich da una rueda de prensa ante los periodistas del Protectorado:

Me duele constatar que las descortesías, incluso las indelicadezas por no decir las insolencias, especialmente hacia los alemanes, vuelven a estar en alza. Ya saben, señores, que yo soy generoso y que aliento todos los planes de renovación. Pero también saben que, pese a toda mi paciencia, no titubearé a la hora de golpear con el rigor más extremo, si llegara a tener el sentimiento y la impresión de que se cree débil al Reich y de que se toma su bondad de espíritu por debilidad.

Yo soy un niño. Este discurso es interesante por varios conceptos: muestra a Heydrich en la cima de su poder, seguro de su fuerza, expresarse como el monarca iluminado que cree ser, el virrey orgulloso de su gobernanza, el amo severo pero justo, como si el título de «protector» se hubiera grabado en la conciencia de quien lo detenta, como si Heydrich se tomara verdaderamente por un «protector»; muestra a Heydrich, orgulloso de su agudo sentido de la política, manejando el palo y la zanahoria en cada uno de sus discursos; muestra a Heydrich el verdugo, a Heydrich el carnicero, en un claro ejemplo del escándalo retórico de todos los discursos totalitarios, invocando ingenuamente su generosidad y su progresismo, dominando la antífrasis con la insolencia y la pericia de los tiranos más expertos. Pero no es eso sólo lo que llama mi atención en ese discurso. Lo que llama mi atención es el término «descortesías» que emplea.

208

La tarde del 26 de mayo, Libena viene a ver a Gabčík, su novio. Pero éste ha salido para calmar los nervios porque no soporta más los aplazamientos de los miembros de la Resistencia que temen las consecuencias del atentado. La recibe Kubiš. Ella ha llevado cigarrillos. Duda un poco, pero finalmente se los entrega a Kubiš. «¡Jeniček (diminutivo afectuoso que emplea para Jan, lo que indica que conoce su verdadero nombre), ya sabes que no tienes que fumártelos todos…!» Y la chica se marcha, sin saber si volverá a ver a su novio.

209

Pienso que todo hombre al que la vida no ha reservado más que una serie de desgracias sin fin debe conocer, al menos una vez, un momento que considere, con razón o sin ella, la apoteosis de su existencia, y pienso que para Heydrich, con quien la vida se mostró muy generosa, ese momento ha llegado. Y por uno de esos jugosos azares en los que, crédulos, forjamos los destinos, ocurre la víspera del atentado.

Cuando Heydrich penetra en la iglesia del palacio Wallenstein, todos los invitados se ponen de pie. Camina solemne y sonriente, con la mirada alta, por uno de los lados de la alfombra roja que lo conduce hasta su sitio, en la primera fila. Por el otro lado, su mujer Lina, embarazada y radiante, vestida de oscuro, lo acompaña. Todas las miradas se han vuelto sobre ellos y los hombres que asisten de uniforme hacen el saludo nazi a su paso. Heydrich se deja invadir por la majestuosidad del lugar, lo leo en sus ojos, contempla con orgullo el altar, rematado por un fastuoso bajorrelieve, al pie del cual enseguida se ubicarán los músicos.

La música, como bien recuerda esa noche, si es que lo había olvidado, es toda su vida: lo acompaña desde su nacimiento y no lo ha abandonado jamás. En él, el artista siempre ha rivalizado con el hombre de acción. El curso de las cosas es el que ha decidido su carrera por él. Pero la música lo habita en todo momento, estará ahí hasta su muerte.

Cada invitado sostiene en la mano el programa de la velada en el que se puede leer la mala prosa que el protector interino ha creído adecuado redactar a modo de introducción:

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