Heliconia - Verano (68 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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—Es precisamente lo que ambos nos dijimos hace unas horas —dijo Esomberr, con su sonrisa más selecta—. Basta de postergaciones, como ha dicho con gran acierto su majestad… Y por tanto, con los poderes delegados en nosotros por nuestros superiores, hemos solemnizado el estado matrimonial entre JandolAnganol y tu bella hija Milua Tal. Fue una ceremonia sencilla, pero conmovedora, y habríamos deseado que sus majestades hubiesen podido estar presentes.

Su majestad se cayó del diván, se incorporó como pudo y rugió:

—Entonces, ¿se casaron?

—Sí, su majestad; están casados —respondió Guaddl Ulbobeg—. Yo oficié la ceremonia y escuché, en nombre de Su Santidad, in asentía, sus votos.

—Y yo fui testigo y sostuve el anillo —dijo Esomberr—. También estaban presentes algunos capitanes del rey de Borlien. Pero ningún phagor. Te doy mi palabra.

—¿Están casados? —repitió Sayren Stund, mirando a tontas y a locas a su alrededor. Y cayó en los brazos de su mujer.

—Ambos anhelábamos cumplimentar a sus majestades —dijo suavemente Esomberr—. Estamos seguros de que la afortunada pareja será muy feliz.

Era el anochecer del día siguiente. La bruma había cedido y las estrellas brillaban en el este. Aún se demoraban en el cielo occidental los colores de una magnífica puesta de Freyr. No había viento, pero los temblores de tierra continuaban.

Su Santidad el C'Sarr Kilandar IX había llegado a Oldorando a mediodía. Kilandar era un anciano de largo pelo blanco, y se fue directo a su cama, en el palacio, para recobrarse de la fatiga del viaje. Mientras reposaba, varios funcionarios, y finalmente el rey Sayren Stund, entre febriles excusas, le informaron del desorden religioso en que encontraría al reino de Oldorando.

Su Santidad escuchó con atención. Declaró, iluminado por su saber, que a la puesta de Freyr celebraría un servicio especial —no en la Cúpula sino en la capilla del palacio— en que se dirigiría a la congregación resolviendo todas sus dudas. Demostraría que era una absoluta falsedad el degradante rumor de que los phagors eran una raza antigua y superior. La voz de los ateos no prevalecerla mientras quedaran fuerzas en su viejo cuerpo.

Ese servicio acababa de dar comienzo. El anciano C'Sarr empezó con voz noble. Casi nadie estaba ausente.

Sin embargo, dos ausentes estaban juntos en el pabellón blanco del Parque del Silbato.

El rey JandolAnganol, en acción de gracias y penitencia, acababa de orar y de flagelarse, y una esclava limpiaba la sangre de su espalda derramando jarras de caliente agua del manantial.

—¿Cómo has podido hacer algo tan cruel, marido mío? —exclamó Milua Tal, mientras irrumpía en la habitación. Estaba descalza y llevaba una traslúcida sacara blanca—. ¿De qué estamos hechos sino de carne? ¿De qué otra cosa querrías estar hecho?

—Hay una separación entre la carne y el espíritu que ambos deben recordar. No pediré que sufras los mismos rituales, pero debes aceptar mis inclinaciones religiosas.

—Pero tu carne es preciosa para mí. Ahora es mi propia carne, y si le haces daño, te mataré. Cuando duermas me sentaré sobre tu cara hasta asfixiarte. —Lo abrazó y se apretó contra él hasta que su túnica comenzó a empaparse. El despidió a la esclava, y besó y acarició a Milua Tal.

—También tu carne joven es preciosa para mí, pero estoy decidido a no conocerte carnalmente hasta que cumplas los nueve años.

—¡Oh, no, Jan! ¡Faltan cuatro décimos enteros! No soy tan frágil… Puedo recibirte sin ninguna dificultad, ya lo verás. —Apretó contra el rey su rostro de flor.

—Cuatro décimos no es mucho tiempo, y esperar no nos hará ningún daño.

Ella se arrojó contra JandolAnganol y lo derribó sobre la cama, luchando y debatiéndose entre sus brazos, y riendo locamente como él.

—¡No voy a esperar, no voy a esperar! Sé todo acerca de qué debe hacer y cómo debe ser una esposa, y pienso serlo en todos los sentidos.

Empezaron a besarse furiosamente. Luego él la apartó riendo.

—Eres una joya fogosa. Esperaremos a que las circunstancias sean más propicias y a que yo consiga alguna especie de paz con tus padres.

—¡El momento más propicio es ahora! —gimió ella. Para consolada, el rey dijo:

—Oye, tengo un pequeño obsequio de bodas para ti. Es casi lo único que poseo en este lugar. Cuando lleguemos a Matrassyl prometo cubrirte de regalos.

Sacó de su cinturón el reloj de tres caras que perteneciera a BillishOwpin, y se lo extendió.

Los números eran:

07:31:15 18:21:90 19:24:40

Milua Tal lo tomó con cierto aire de decepción. Intentó colocárselo en la frente, pero los extremos no llegaban a unirse en la parte posterior de su cabeza.

—¿Cómo hay que usarlo?

—Como una pulsera.

—Está bien. Gracias, Jan. Me lo pondré más tarde.

—Dejó caer el reloj y, con un brusco movimiento, se quitó el vestido mojado.

—Ahora puedes verme y descubrir que no te engaño.

JandolAnganol empezó a orar, pero no pudo cerrar los ojos mientras Milua Tal bailaba y sonreía con lascivia al ver que el khmir del rey se despertaba. Él corrió hacia ella, la abrazó y la llevó hacia la cama.

—Muy bien, deliciosa Milua Tal. Aquí empieza nuestra vida de casados.

Más de una hora después, una violenta sacudida del suelo interrumpió su éxtasis. Los maderos gemían, una pequeña lámpara cayó al suelo. La cama rechinaba. Se pusieron en pie de un salto, desnudos, y sintieron que el suelo se mecía.

—¿Salimos?—preguntó ella—. El parque se mueve un poco, ¿verdad?

—Espera un instante.

Los temblores se prolongaban. A lo lejos los perros ladraban. Luego todo terminó y hubo un silencio mortal.

En aquel silencio, las ideas trabajaban como larvas en la mente del rey. Pensó en las promesas que había hecho, ahora rotas; en las personas que amaba, traicionadas; en las esperanzas que había tenido…, todas muertas. En nada, ni siquiera en ese cuerpo que yacía ante él, encontraría consuelo.

Su mirada se detuvo en un objeto que había caído sobre la estera que cubría el suelo. Era el reloj que una vez perteneciera a BillishOwpin, ese objeto de una ciencia desconocida que se había abierto paso a través de los décimos de su decadencia.

Con un súbito grito de rabia, saltó y arrojó el reloj por la ventana que daba al norte. Se quedó allí, desnudo, con la mirada fija, como desafiando al objeto a regresar a sus manos.

Tras un momento de terror, Milua Tal se le acercó y posó una mano en su hombro. Sin decir palabra, se asomaron a la ventana para respirar aire fresco.

Hacia el norte brillaba una luz blanca, espectral, que destacaba el horizonte y los árboles. El relámpago danzaba silenciosamente en el centro de esa luz.

—Por la Observadora, ¿qué ocurre? —dijo JandolAnganol, aferrando los hombros delicados de su esposa.

—No te alarmes, Jan. Son las luces del terremoto; brillan y se apagan. Las vemos con frecuencia después de un temblor particularmente violento. Es como una especie de arco iris nocturno.

—¿No hay demasiado silencio? —El rey percibió que no se oía el movimiento de la Primera Guardia Phagor en la vecindad, y de pronto sintió temor.

—Yo escucho algo… —Milua Tal corrió hacia la ventana opuesta y gritó: —¡Jandol! ¡Mira! ¡El palacio!

Él se acercó y miró. En el extremo opuesto de la plaza de Loylbryden, el palacio ardía. Toda la fachada de madera estaba en llamas, y densas volutas de humo subían hacia las estrellas.

—El temblor debe de haber provocado un incendio. Vamos a ver si podemos ayudar… Pronto, pronto… ¡Pobre madre! —Su voz de paloma vibraba.

Horrorizados, ambos se vistieron y salieron. No había phagors en el parque, pero cuando cruzaron la plaza los vieron.

La Primera Guardia Phagor, armada, custodiaba el palacio en llamas al tiempo que contemplaba, inmóvil, cómo el fuego crecía en intensidad. La gente de la ciudad lo observaba todo desde cierta distancia, sin poder ayudar, contenida por los seres de dos filos.

JandolAnganol intentó penetrar entre las hileras de phagors, pero una lanza le cortó el paso. La comandante phagor Ghht-Mlark Chzarn saludó a su jefe y habló.

—No es posible acercarse a mayor proximidad, señor, es peligroso. Hemos hecho aplicación de llamas a los Hijos de Freyr en ese lugar-iglesia bajo el suelo. Conocimiento llegó a nuestros harneys de que el rey perverso y el rey de la Iglesia pretendían matanza de todos tus servidores de esta Guardia.

—No tenías órdenes. —Apenas podía hablar.— Has matado a Akhanaba…, el dios hecho a tu imagen.

La criatura de profundos ojos rojos llevó a su cráneo una mano de tres dedos.

—En nuestros harneys se han formado órdenes. Muy antiguas. Una vez, este sitio fue la antigua Hrrm-Bhhrd Ydohk… Más palabras…

—Habéis matado al C'Sarr, a Akhanaba… Todo, todo… —Apenas lograba entender lo que decía la gillot, porque Milua Tal aferraba su mano y gritaba a viva voz:

—¡Mi madre, mi madre, mi pobre madre!

—Hrrm-Bhhrd Ydohk una vez antiguo sitio de los seres de dos filos. No dar a Hijos de Freyr.

Él seguía sin comprender. Empujó la lanza, y sacó su propia espada.

—Déjame pasar, comandante Chzarn, o te mataré. Sabía que las amenazas eran inútiles. Chzarn dijo sin emoción:

—No pasar, señor.

—Eres el dios del fuego, Jan… ¡Ordénale que muera! —Mientras chillaba como un loro, Milua comenzó a arañarlo, pero él no se movió. Chzarn estaba concentrada en explicar alguna cosa, y luchó con las palabras antes de poder decir:

—Antigua Hrrm-Bhhrd Ydohk buen sitio, señor. Las octavas de aire hacen una canción. Antes de que hubiera Hijos de Freyr en Hr-Ichor Yhar. En el antiguo tiempo de T'Sehnn-Hrr.

—¡Pero ahora es el presente, el presente! ¡Vivimos y morimos en el presente, gillot! Pensó en luchar, pero fue incapaz de hacerlo, a pesar de Milua Tal, que seguía chillando junto a él. Su voluntad fallaba. Las pupilas de sus ojos contraídos ardían como el fuego.

La gillot continuó con su explicación, como si fuera una autómata.

—Aquí seres de dos filos, señor, antes que Hijos de Freyr. Antes de que Freyr diera mala luz. Antes de ida de T'Sehnn-Hrr, señor. Culpas viejas, señor.

O tal vez sólo dijo "cosas viejas". Entre el crepitar del incendio era imposible entender. Parte del techo del palacio se derrumbó con gran estruendo, y una columna de fuego se elevó en el cielo nocturno. Los pilares cayeron hacia adelante sobre la plaza.

La muchedumbre lanzó un grito y retrocedió. Entre los espectadores se encontraba AbathVasidol, retrocediendo como los demás, del brazo de un personaje de la embajada sibornalesa.

—El Santo C'Sarr… Todos muertos… —exclamó JandolAnganol con la más profunda aflicción. Milua Tal ocultó su rostro en el costado de su esposo y se echó a llorar—. Todos muertos… Todos muertos…

No intentó consolar ni hacer a un lado a la muchacha. No le interesaba. Las llamas estaban devorando su espíritu. En ese holocausto se consumían sus ambiciones, las mismas ambiciones que el fuego tornaba realizables. Podía ser el amo de Oldorando tanto como el de Borlien; pero en ese incesante cambio de las cosas en sus opuestos, esa enantiodromia punitiva que convertía a un dios en un phagor, JandolAnganol no deseaba ya ese poder.

Sus phagors le habían dado un triunfo, y en él veía claramente su derrota. Su mente voló hacia MyrdemInggala, pero el verano de ambos había terminado, y ese tremendo incendio era el anuncio del otoño.

—Todos muertos —dijo en voz alta.

Una figura se acercó, moviéndose con elegancia entre las filas de la Primera Guardia Phagor, y llegó justo a tiempo para expresar:

—Me alegra decir que no todos.

No obstante querer parecer indiferente, el rostro de Esomberr estaba pálido y temblaba.

—Como nunca he sido muy devoto de Akhanaba, sea éste hombre o phagor, pensé que podía excusarme de asistir a la conferencia de C'Sarr. Fue una afortunada decisión. Y que te sirva de ejemplo, majestad, para que en el futuro no vayas tan seguido a la iglesia.

Milua Tal alzó la vista, con furia, y dijo:

—¿Por qué no corres a ayudar? ¡Mis padres están allí!

Esomberr alzó un dedo.

—Debes aprender a vivir de acuerdo con las circunstancias, como profesa tu marido. Si tus padres han muerto, y sospecho que ésa es una profunda verdad, quizá sea yo el primero en felicitarte por ser la reina de Borlien y Oldorando. Y espero algún privilegio, por haber sido el principal instrumento de tu boda clandestina. Nunca seré un C'Sarr; pero los dos sabéis que mi consejo es bueno. Soy un hombre jovial, incluso en momentos de adversidad como el presente.

JandolAnganol movió la cabeza. Tomó por los hombros a Milua Tal y empezó a apartarla del incendio.

—Nada podemos hacer. Matar a uno o dos phagors no mejorará las cosas. Esperaremos a la mañana. En el cinismo de Esomberr hay cierta verdad.

—¿Cinismo? —preguntó con calma Esomberr—. ¿Acaso tus bestias no se limitan a imitar lo que hiciste con los Myrdólatras? ¿No hay cinismo en el hecho de que te aproveches de ello? Tus phagors te han coronado rey de Oldorando.

En el rostro del rey había escrito algo que Esomberr no podía mirar de frente.

—Si toda la corte ha sido eliminada, entonces, ¿qué puedo hacer sino quedarme, cumplir con mi deber, ocuparme de que la sucesión continúe legalmente, en nombre de Milua Tal? ¿Acaso me alegrará esa tarea, Esomberr?

—Te acomodarás a las circunstancias, espero. Como haría yo. ¿Qué es la alegría?

Se alejaron. Pero la princesa trastabillaba y necesitaba apoyo.

Finalmente, el rey agregó:

—De otro modo, habrá anarquía, o bien Pannoval intentará invadir. Ya sea ésta una ocasión de llanto o de regocijo, parece que existe una buena oportunidad para hacer de nuestros dos reinos uno capaz de enfrentarse a sus enemigos.

—Siempre enemigos… —gimió Milua Tal, invocando a su dios fracasado.

JandolAnganol se volvió hacia Esomberr con expresión de incredulidad.

—Entonces el C'Sarr ha muerto. El C'Sarr…

—A menos que se haya producido una intervención divina, así es. Pero hay también una buena noticia para ti. Quizás el rey Sayren Stund no pase a la historia como el monarca más sabio, pero tuvo un impulso generoso antes de perecer. Probablemente fue inspirado por la madre de tu nueva reina. A su majestad le pareció mal ahorcar al hijo de su nuevo yerno y lo hizo poner en libertad hace alrededor de una hora. Tal vez como un regalo de boda…

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