Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
Cuando JandolAnganol dejó su cohorte para reunirse con Sayren Stund, observó que los phagors mostraban cierta inquietud. Habló con la comandante Chzarn, pero sólo pudo averiguar que la guardia necesitaba cierto tiempo para acomodarse en sus nuevos cuarteles.
El rey pensó que el Silbato Horario los irritaba. Después de dirigirles unas palabras de aliento, se marchó con su runt. Un olor sulfuroso, de volcanes, llenaba el aire.
Milua Tal lo recibió en las plateadas puertas del palacio. Durante los dos últimos días se había sentido cada vez más complacido por la volátil compañía de la muchacha y por su arrulladora voz de paloma.
—Han llegado unos amigos tuyos. Dicen que son sacerdotes, pero aquí todo el mundo aparenta serlo. El jefe no me parece un santo. Es demasiado bien parecido. Tiene cara de pícaro. ¿Te gusta la gente pícara, rey Jandol? Porque yo creo que soy bastante pícara.
Él rió.
—Pienso que lo eres. Como la mayoría de las personas. Incluso algunos sacerdotes.
—Entonces, ¿es necesario ser muy pícaro para destacarse?
—Es una deducción razonable.
—¿Por eso te destacas tanto de los demás?
Milua deslizó su mano en la de él, que la apretó. —Y por otras razones. Por ser, por ejemplo, un dios del fuego.
—Encuentro que la mayoría de las personas son decepcionantes. ¿Sabes?, cuando asesinaron a mi hermana, la encontramos sentada en una silla, completamente vestida. No había sangre a la vista. Era decepcionante. Yo imaginaba que habría ríos de sangre. Pensaba que cuando mataban a alguien, la víctima corría por todos lados intentando escapar, como si odiara lo que ocurría.
JandolAnganol preguntó con tono severo:
—¿Cómo la mataron?
—¡Zygankes, le atravesaron el corazón con un cuerno de phagor! Al menos eso dice mi padre. Directamente a través de su ropa y del corazón. —Miró con suspicacia a Yuli, que seguía a su amo; pero Yuli no tenía cuernos.
—¿Tuviste miedo?
Milua le dirigió una mirada jactanciosa.
—Ni se me ocurrió. Creo que pensé en su postura, en que estaba sentada y muy erguida. Todavía tenía los ojos abiertos, congelados.
Entraron en la sala de recepción, cubierta de tapices. Merced a la advertencia de Milua Tal, JandolAnganol estaba informado de la llegada de Adam Esomberr y su "pequeña caterva de vicarios”, como él mismo los llamaba. Estaban rodeados por una multitud de grandes de Oldorando, que los miraban con cortesía.
El ojo de águila del rey penetró hasta el fondo de la cámara y vio a una figura familiar a quien sacaron deprisa por una puerta posterior en el momento en que entraba el rey. La figura se volvió mientras salía, y su mirada, a pesar de las cabezas que se interponían, encontró la de JandolAnganol. Luego la puerta se cerró detrás de ella, y desapareció.
Al ver acercarse al rey, Esomberr se separó cortésmente de sus acompañantes y se inclinó ante JandolAnganol, al tiempo que le dedicaba una sonrisa burlona.
—Como ves, Jandol, mis vicarios y yo hemos llegado. Un tobillo torcido, una intoxicación por alimentos, un enviado que anhela un poco de pecado; aparte de eso, todo en orden. Por supuesto, algo sucios por esta marcha absurdamente larga a través de tus dominios… —Se abrazaron formalmente.
—Me alegra que hayas llegado bien, Alam. Tengo la impresión de que aquí la perspectiva de pecar es más bien remota.
Esomberr miró al runt, de pie junto al rey. Hizo el amago de dar una palmada a Yuli, pero retiró la mano. —No muerdes, ¿verdad, cosa?
—Zoy zivilizado —protestó Yuli.
Esomberr alzó una ceja.
—No quiero hablar de más, Jandol, pero esta gente tan poco brillante, Sayren Stund y compañía, ¿tolerarán aquí un…, tú sabes…, aunque sea "zivilizado"? En este preciso momento se está llevando a cabo un drumble, supongo que para celebrar la muerte de tu prometida…
—Todavía no he encontrado ningún problema. Pero el C'Sarr llega pronto. Sería mejor que pecaras antes. Además, acabo de ver a mi ex canciller, SartoriIrvrash. ¿Sabes algo?
—Hum. Pues sí, majestad, algo sé. —Esomberr se frotó con un dedo la elegante nariz.— Él y una dama sibornalesa se acercaron a mí y a mi caterva de vicarios, poco después de que tú te alejaras con tu infantería phagor a tu típico paso veloz. Tanto él como la dama sibornalesa venían en hoxneys. Recorrieron con nosotros el resto del camino.
—¿Qué busca en Oldorando?
—¿Pecados?
—Prueba otra vez. ¿Qué te dijo?
Alam Esomberr dirigió la mirada al suelo, como si tratara de recuperar un recuerdo elusivo.
—Zygankes, viajar estropea la mente… Hum… Realmente no lo sé. ¿No sería mejor que tú mismo se lo preguntaras?
—¿Venía de Gravabagalinien? ¿Para qué había ido allá? —Quizá deseaba ver el mar, como he oído que ocurre a muchos hombres antes de morir.
—En ese caso, su deseo bien podría ser premonitorio —respondió con brío JandolAnganol—. No estás colaborando mucho esta tarde, Alam.
—Perdóname. El estado de mis piernas está afectando mi cabeza. Tal vez pueda ayudarte mejor después de bañarme y cenar. Mientras tanto, te aseguro que no me siento amigo de tu gaseoso ex canciller.
—Sin embargo, tanto tú como él estaríais dispuestos a librar de phagors el mundo.
—Como la mayoría de los hombres si tuvieran valor para actuar. De phagors y de padres.
Ambos se miraron.
—Mejor será que no entremos en el tema del valor —dijo JandolAnganol, y se alejó.
Se acercó a un grupo de hombres con majestuosos charfruls ornamentales y tocados exóticos que conversaban con el rey Sayren Stund, y los interrumpió sin excusarse. Sayren Stund parecía enfadado; de mala gana, pidió a sus acompañantes que lo dejaran. Se abrió un espacio en torno a los dos reyes. De inmediato un lacayo se adelantó trayendo vasos de vino helado en una bandeja de plata. JandolAnganol se volvió. Quizá deliberadamente golpeó la bandeja.
—Tut, tut, tut —dijo Sayren Stund—. No importa, ha sido un accidente. Hay mucho más vino. Y más hielo, que ahora nos trae una capitana, Immya Muntras. Debemos acostumbrarnos a las innovaciones…
—Hermano rey, deja de lado las palabras amables. Albergas en tu palacio a un hombre que fue mi canciller. Yo me deshice de él y lo considero mi enemigo, porque se pasó a la causa de Sibornal. Se llama SartoriIrvrash. ¿Qué busca aquí? ¿Acaso, como temo, te ha traído un mensaje secreto de mi ex reina?
El rey de Oldorando miró a su alrededor con aprensión.
—El hombre a que te refieres llegó aquí hace sólo veinte minutos, con personas correctas, como Alam Esomberr. Dispuse que se le ofreciera alojamiento. Hay una dama con él. Te aseguro que no pernoctarán bajo el techo que nos cobija.
—Ella es sibornalesa. Yo despedí a ese hombre. No puedo pensar que venga aquí a hacerme un favor. ¿Dónde se alojarán?
—Querido hermano, no creo que eso sea asunto tuyo, y ni siquiera mío. La mariposa nocturna debe mantenerse en la sombra, como se suele decir.
—¿Dónde estará? ¿Lo proteges? Sé sincero.
Sayren Stund estaba sentado en una silla de respaldo alto. Se puso de pie con dignidad y dijo:
—Hace calor aquí. Vamos a dar un paseo por el jardín. —Con un gesto indicó a su esposa que no lo siguiera.
Salieron del salón por un corredor de arcos. Sólo Yuli, el runt, los acompañaba. Los jardines estaban iluminados por teas colocadas en nichos. Como circulaba tan poco aire como en el palacio, las teas ardían con una llama estable. Un olor sulfuroso flotaba en las avenidas prolijamente recortadas.
—No quiero molestarte, hermano Sayren —dijo JandolAnganol—, pero debes comprender que tengo aquí enemigos desconocidos. Acabo de ver en la mirada de SartoriIrvrash, en su expresión, que ahora es mi adversario, y que ha venido a crearme problemas. ¿Lo niegas?
Sayren Stund se estaba controlando mejor. Era corpulento y daba fuertes resoplidos al andar. Respondió fríamente:
—Has de saber que la gente común de Oldorando, o Embruddock, como algunos la llaman, a la manera antigua, consideran que los hombres de tu país son bárbaros. Comprenderás que no comparto ese prejuicio. Pero no puedo apartarlos de esa idea, ni siquiera insistiendo en que tenemos en común la misma religión.
—Y eso, ¿en qué responde a mi pregunta?
—Querido, estoy sin aliento. Creo que padezco una alergia. ¿Puedo preguntarte si haces que este peludo nos siga sólo para ofendernos a mi reina y a mí?
Ahora le tocaba a JandolAnganol sentirse perplejo.
—No es más que… mi cachorro favorito. Me sigue a todas partes.
—Es un insulto traer esa criatura a esta corte. Debería estar alojado en la Isla del Silbato con el resto de tus animales.
—Es sólo un cachorro. Duerme junto a mi puerta, por la noche, y ladra si hay peligro.
Sayren Stund se detuvo, unió sus manos a su espalda y miró fijamente un arbusto.
—No debemos discutir; ambos tenemos dificultades, yo en Kace y tú en Matrassyl, si los informes que he recibido son dignos de confianza. Pero no debes traer a la corte esa criatura; la opinión general se opone, aunque yo pueda decir otra cosa.
—¿Por qué no me lo dijiste a mi llegada, hace dos días?
El rey de Oldorando dejó escapar un pesado suspiro.
—Has tenido dos días de gracia. Considéralo así. Pronto llegará el C'Sarr, como sabes. El honor de recibirlo es grande, e implica también una grave responsabilidad. No tolerará la vista de un phagor. Nos creas demasiadas dificultades, Jandol. Si ya has cumplido tu misión aquí, ¿por qué no regresas mañana a tu capital, con tus animales?
—¿Tan indeseable soy? Me habías invitado a quedarme durante la visita del C'Sarr. ¿Qué veneno ha puesto en tus oídos SartoriIrvrash?
—La visita del Santo C'Sarr debe cumplirse en paz. Tal vez la alianza con la poderosa Pannoval es más importante para mí que para ti, por la mayor proximidad de mi reino. Con franqueza, los peludos y los amantes de los peludos no son populares en esta parte del mundo. Si no tienes nada más que hacer aquí, sugiero que te marches mañana mismo.
—¿Y si tuviera un propósito?
Sayren Stund aclaró su garganta.
—¿Cuál? Ambos somos hombres religiosos, Jandol. Vamos a orar juntos y a flagelarnos, y por la mañana separémonos como amigos y aliados. ¿No será mejor? Así podremos recordar con gusto tu visita. Te daré una embarcación con la que podrás descender rápidamente el Valvoral y llegar sin tardanza a tu hogar. ¿Hueles el zaldal en flor? Es hermoso, ¿verdad?
—Comprendo. JandolAnganol cruzó los brazos. Está bien; si hasta aquí llegan tu amistad y tu religión, nos apartaremos mañana de tu presencia.
—Lamentaré que nos abandones. Y también mi reina y mi hija.
—Cumpliré tu pedido, por poco que me agrade. En compensación, responde a mi pregunta. ¿Dónde está SartoriIrvrash?
El rey de Oldorando se mostró bruscamente enérgico.
—No tienes derecho a menospreciar mi pedido. ¿Crees que mi hija Simoda estaría muerta si no hubiese sido tu prometida? Fue un crimen político. La infortunada no tenía enemigos personales. Y luego vienes a mi corte con tus insoportables phagors, y esperas ser bienvenido.
—Sinceramente, Sayren, lamento la muerte de Simoda Tal. Si encontrara al asesino, sé cómo lo trataría. No aumentes mi dolor poniendo en mi puerta esa iniquidad.
Sayren Stund apoyó su mano en el brazo de JandolAnganol.
—No te preocupes por el hombre que mencionas, tu ex canciller. Le hemos concedido una habitación en una de las hosterías monásticas que se encuentran entre el palacio y la Cúpula. No tendrás que encontrarte con él. Y de nada serviría que nos separáramos enemistados. —Se sonó la nariz.— Pero vete mañana de Oldorando.
Ambos se inclinaron. JandolAnganol, seguido por Yuli, se dirigió lentamente hacia sus habitaciones en un ala del palacio.
Había en las paredes tapices sin interés; el suelo de tablas estaba sucio. Movido por una brusca inspiración, se dirigió a la puerta de Fard Fantil, y golpeó. El armero real lo invitó a entrar. El jorobado estaba sentado en la cama lustrándose las botas; cuando vio quién era su visitante, se puso de pie de un salto. Junto a la ventana había un silencioso guardia phagor con una lanza en la mano.
JandolAnganol fue al grano sin perder tiempo.
—Te necesito. Esta es tu ciudad natal y conoces bien sus costumbres. Nos marcharemos mañana… Sí, es inesperado, pero no hay remedio. Nos embarcamos hacia Matrassyl.
—¿Hay problemas, señor?
—Así es.
—El rey es un hombre artero.
—Quiero llevarme prisionero a SartoriIrvrash. Está aquí, en la ciudad. Quiero que lo encuentres, lo reduzcas y me lo traigas. No podemos cortarle el cuello; haría demasiado escándalo. Que nadie te vea. Fard Fantil empezó a recorrer de un lado a otro la habitación, con las manos en la cabeza.
—No podemos hacer eso. Es imposible. Está en contra de la ley. ¿Qué ha hecho?
JandolAnganol golpeó su palma con el puño.
—Conozco la forma de pensar de ese viejo pillo. Debe de haber inventado algún absurdo conocimiento capaz de desacreditarme. Seguramente se trata de los phagors. Antes de que hable debo tenerlo prisionero. Mañana nos lo llevaremos, escondido en un cofre. Nadie lo sabrá. Está instalado en una de las hosterías que hay detrás del palacio. Ahora confío en ti, Fard Fantil. Sé que eres hombre capaz. Hazlo y te prometo que serás recompensado.
El armero vacilaba.
—Está en contra de la ley.
Con voz de acero, el rey dijo:
—Tienes un phagor aquí, a pesar de que yo lo había prohibido expresamente. Excepto mi runt, todos los seres de dos filos debían alojarse en el Parque del Silbato. Mereces que te degrade y te mande azotar por desobedecer mis órdenes.
—Es mi servidor personal, majestad.
—¿Capturarás a SartoriIrvrash, como te he pedido?
Con expresión rencorosa, Fard Fantil asintió.
El rey arrojó sobre su cama un bolso con oro. Era el dinero que había recibido en el mercado dos días antes.
—Está bien. Disfrázate de monje. Ve inmediatamente. Y llévate a tu criado.
Cuando el hombre y el phagor se marcharon JandolAnganol permaneció un rato en la habitación oscura, meditando. Por la ventana podía Ver el cometa de YarapRombry, bajo, en el cielo del norte. La Vista de ese punto brillante en la noche le recordó el último encuentro con el gossie de su padre y su predicción de que en Oldorando hallaría una persona que dirigiría su destino. ¿Era ésta una referencia a SartoriIrvrash? Su mente, iluminándose de pronto, consideró todas las demás posibilidades.