Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
—Que es una vergüenza —dijo una voz entre los bancos de la corte; pero Abathy respondió sin turbarse:
—En efecto, he tenido el placer de conocer a un caballero de Sibornal, señor. Me gustan los sibornaleses por sus buenas maneras, señor.
—Gracias, Abathy; tu testimonio ha sido inapreciable.
Crispan Mornu logró producir un mohín que parecía la sonrisa de un estilete. Se volvió luego hacia la corte, y sólo habló cuando la muchacha se hubo marchado.
—Supongo que no necesitaréis más pruebas. Esta inocente joven nos ha dicho todo lo que necesitamos saber. A pesar de sus mentiras, ha quedado demostrado que el hijo del rey de Borlien es un asesino. Ya hemos oído cómo asesinó en Ottassol, presumiblemente siguiendo las instrucciones de su padre, y sólo para proporcionarle un tonto regalo que traer aquí. Su arma favorita es el cuerno de phagor; ya había asesinado a Simoda Tal, empleando la misma arma. Su padre vino aquí a gozar de nuestra hospitalidad al tiempo que ponía en práctica sus perversos designios con la única hija que queda a su majestad. Hemos descubierto un plan tan salvaje como la historia no conoce otro. No vacilaré en pedir, en nombre de la corte y de toda nuestra nación, la pena de muerte para el padre y para el hijo.
La actitud desafiante de RobaydayAnganol se había desmoronado en el mismo instante en que Abathy entrara en la corte. Parecía un niño travieso; su voz se convirtió en un susurro cuando dijo:
—Por favor, dejadme en libertad. Estoy hecho para la vida, no para la muerte; para algún lugar salvaje donde sople el viento. No he planeado nada perverso con mi padre; eso lo niego, así como todos los demás cargos.
Crispan Mornu enfrentó al joven con un gesto dramático.
—¿Niegas todavía que has asesinado a Simoda Tal? Robayday se humedeció los labios. —¿Puede matar una hoja? Sólo soy una hoja, señor, presa del vendaval del mundo. —Su majestad la reina Bathkaarnet-ella está dispuesta a testificar que ya en otra ocasión visitaste este palacio disfrazado de Madi, tal como lo has hecho ahora para cometer ese acto infame. ¿Deseas que la reina se presente ante esta corte para identificarte?
Robayday tuvo un súbito estremecimiento.
—No —dijo.
—Entonces, el caso está probado. Este joven, nada menos que un príncipe, entró en el palacio y, por orden de su padre, mató a nuestra muy querida princesa Simoda Tal.
Todos los ojos se volvieron al juez. Éste miró el suelo antes de emitir su fallo.
—El veredicto es el siguiente: la mano que cometió este vil asesinato pertenece al hijo. La mente que controlaba esa mano es la del padre. Entonces, ¿dónde está la fuente de la culpa? La respuesta es clara…
Un grito atormentado surgió de Robayday. Extendió la mano como si quisiera detener las palabras de Kimon Euras.
—¡Mentiras! ¡Mentiras! Esta sala está llena de mentiras. Diré la verdad, aunque me destruya. Confieso que hice eso a Simoda Tal. Pero no porque estuviera en connivencia con mi padre el rey. Imposible. Somos el día y la noche. Lo hice contra él. Está allí ahora. Ahora es sólo un hombre, no un rey. Sólo un hombre, mientras que mi madre sigue siendo la reina de reinas. ¿Yo de acuerdo con él? No mataría ni me casaría por su causa. Declaro que ese villano es inocente. Si debo morir vuestra miserable muerte, entonces que no se diga jamás aquí que he estado de acuerdo con él. Desearía poder estarlo, pero ¿por qué habría de ayudar a quien jamás me ayudó?
Se agarró la cabeza como si quisiera arrancársela de los hombros.
En el silencio que siguió, Crispan Mornu declaró fríamente:
—Más daño habrías hecho a tu padre si hubieras guardado silencio.
Robayday le dirigió una mirada glacial y cuerda.
—Lo que temo es el principio del mal en los hombres… Y veo que ese principio está más vivo en ti que en ese pobre ser que carga con la corona de Borlien.
JandolAnganol alzó la vista al cielo raso, como si intentara desligarse de los acontecimientos terrenos. Pero lloraba.
Con ese ruido de pergamino que se rompe, el juez aclaró su garganta.
—En vista de la confesión del hijo, por supuesto queda demostrada la inocencia del padre. La historia está llena de hijos ingratos… Por lo tanto pronunciaré mi sentencia, bajo la guía de Akhanaba el Todopoderoso y Supremo: el padre está en libertad y puede marcharse; el hijo será ahorcado tan pronto como desee su majestad, el rey Sayren Stund.
—Quiero morir en su lugar y que él reine en el mío —dijo con voz firme JandolAnganol.
—La sentencia es inapelable. Sesión concluida.
Por encima del rumor de los pies se oyó la voz de Sayren Stund.
—Descansaremos ahora; pero recordad que esta tarde tendremos un nuevo espectáculo, cuando escuchemos lo que el ex canciller del rey JandolAnganol, SartoriIrvrash, tiene que decirnos.
El drama de la corte y la humillación de JandolAnganol habían sido contemplados por un público más numeroso de lo que el rey podía imaginar.
Sin embargo, el personal del Avernus no se ocupaba sólo de esa historia en que el rey jugaba un papel preponderante. Algunos estudiosos estaban atentos a sucesos que ocurrían en otras partes del planeta, o en los cuales el rey apenas desempeñaba un rol incidental. Un grupo de eruditas damas de la familia Tan, por ejemplo, tenía como tema el origen de las interminables desavenencias. Habían seguido varias disputas a lo largo de generaciones, estudiando cómo empezaban las diferencias, cómo se mantenían y, cuando éste era el caso, el modo en que terminaban por resolverse. Una de ellas se refería a un pueblo del norte de Borlien por donde había pasado el rey en su marcha hacia Oldorando. Allí la disputa original había surgido porque los cerdos de dos vecinos bebían agua en el mismo arroyo. El arroyo y los cerdos ya no existían, pero aún había en aquel lugar dos aldeas que al asesinato de vecinos lo llamaban "crimen marrano". Al pasar con sus phagors por una de esas aldeas y no por la otra, el rey JandolAnganol había exacerbado los ánimos, y esa noche, en una reyerta, un joven resultó con un dedo roto.
De esto las eruditas damas Tan aún no tenían noticia. Toda la información era automáticamente almacenada para su posterior estudio. En ese momento ellas estaban trabajando en un capítulo de la querella ocurrida hacía doscientos años. Habían visto los videos de un incidente de exhibicionismo, en el que un anciano de uno de los pueblos había sido atacado en masa por los hombres del otro. Luego de ese lamentable hecho, alguien inspirado en el tema había escrito una bella balada que aún se cantaba en las fiestas. Para las eruditas damas Tan sucesos como ése eran tanto o más vitales que el juicio del rey, y de mayor significación que las austeridades de la materia inorgánica.
Otros grupos estudiaban asuntos aún más esotéricos. En particular se seguían de cerca las líneas genealógicas de los phagors. El tema de la movilidad phagor, sorprendente para los heliconianos, era ya bastante bien comprendido en el Avernus. Los seres de dos filos tenían antiguas pautas de conducta de las que no se apartaban con facilidad, si bien esas pautas eran más elaboradas de lo que se suponía. Había un tipo de phagor “doméstico” que estaba tan dispuesto a aceptar el dominio del hombre como el de un kzahhn; pero alejados de la vista de los hombres había otros seres de dos filos, mucho más independientes, que sobrevivían a las estaciones de modo muy similar al de sus antepasados, tomando lo que podían y continuando su marcha. Eran criaturas libres, de ningún modo afectadas por el género humano.
La historia de Oldorando, considerada como una unidad, tenía también sus especialistas, interesados sobre todo en los procesos. Éstos seguían las vidas entrelazadas de los individuos sólo de un modo general.
Cuando los ojos del Avernus se dirigieron por vez primera hacia Oldorando —o Embruddock, como se llamaba entonces— era poco más que una fuente termal en el punto donde dos ríos confluían. Alrededor de la fuente se alzaban unas pocas torres bajas en medio de un inmenso desierto de hielo. Incluso entonces, en aquellos primeros años de las investigaciones del Avernus, era evidente que ese lugar, estratégicamente situado, tenía un gran potencial de crecimiento para cuando el clima mejorara.
Ahora, Oldorando era tan grande y populosa como ningún miembro de las seis familias había visto antes. Como cualquier organismo vivo, se dilataba cuando el clima era favorable y se contraía cuando era adverso.
Pero, en lo que se refería a la gente del Avernus, la historia no había hecho más que comenzar. Guardaban sus registros, transmitían un flujo constante de información hacia la Tierra; se estimaba que las transmisiones actuales llegarían allí en el año 7877. Las capas de la biosfera heliconiana y su reacción al cambio a lo largo del Gran Año sólo podrían ser comprendidas una vez estudiados al menos dos ciclos completos.
Los investigadores podían extrapolar; podían formular hipótesis inteligentes; pero no podían imaginar el futuro, como tampoco podía saber el rey JandolAnganol lo que ocurriría esa misma tarde.
Sayren Stund no estaba de tan buen humor desde antes de que muriera su hija mayor. Antes de los acontecimientos de esa tarde, destinados a humillar aún más a JandolAnganol, Stund tomó una ligera ración de gout de Dorzin y reunió al círculo más íntimo de sus consejeros para que comprendieran lo inteligente que él había sido.
—Por supuesto, nunca tuve la intención de colgar al rey JandolAnganol —informó a los consejeros—. La amenaza de ejecución sólo estaba destinada a reducirlo, como bien dijo ese Otro que es su hijo, a la mera condición de un hombre desnudo e indefenso. Él cree que puede hacer lo que quiera. No es así.
Cuando terminó de hablar, su primer ministro se puso de pie para hacer un discurso de agradecimiento a su majestad.
—Apreciamos particularmente la humillación de un monarca que civiliza a los phagors y los trata casi como si fueran humanos. Nosotros, en Oldorando, no podemos ni debemos dudar que los seres de dos filos son animales y no otra cosa. Tienen aspecto de animales. Y si bien es cierto que hablan, también lo hacen los preets y los loros.
“Pero, al contrario que estos últimos, los phagors son hostiles a la humanidad desde siempre. No sabemos de dónde han venido. Según parece nacieron durante el último período glaciar. Pero sí sabemos, y esto es lo que ignora el rey JandolAnganol, que estos formidables advenedizos deben ser erradicados; primero de la sociedad humana, y luego de la faz del mundo.
“Padecemos aún la indignidad de ver en nuestro parque a las bestias de JandolAnganol. Prevemos que, después de los acontecimientos de esta tarde, una vez más podremos demostrar al rey Sayren Stund nuestra gratitud por librarnos para siempre de esa manada de bestias, y del jefe de esa manada.”
Todos, incluido Sayren Stund, aplaudieron. Las palabras del ministro eran un eco de las suyas propias.
A Sayren Stund le encantaba esta obsecuencia. Pero no era un tonto. Necesitaba la alianza con Borlien, pero quería asegurarse de ser el socio principal. Esperaba, además, que los entretenimientos de esa tarde impresionaran también a la nación con la que estaba incómodamente aliado, Pannoval. Se proponía desafiar el monopolio militar y religioso del C'Sarr, mediante la provisión de una filosofía básica para el impulso pannovalano de destruir a los seres de dos filos. Después de hablar con SartoriIrvrash, pensó que el sabio era la persona más indicada para proporcionar esa filosofía.
Había hecho un arreglo con SartoriIrvrash. A cambio de su discurso de la tarde y de la destrucción de la autoridad de JandolAnganol, Sayren Stund había liberado a Odi Jeseratabahr de la embajada sibornalesa, a pesar de las quejas de sus competidores. Prometió a SartoriIrvrash y a Odi la seguridad de su corte, donde podrían vivir y trabajar en paz. El arreglo fue recibido con júbilo por ambas partes.
El calor de la mañana había abrumado a muchas de las personas presentes en la corte; noticias llegadas al palacio hablaban de cientos de muertes provocadas por ataques cardíacos. En consecuencia, el espectáculo vespertino se llevaría a cabo en los jardines reales, donde chorros de agua jugaban con el follaje y delicados velos suspendidos de los árboles creaban una agradable sombra.
Cuando se reunieron los distinguidos miembros de la corte y de la Iglesia, Sayren Stund apareció con la reina tomada de su brazo y su hija unos pasos más atrás. Cubriéndose los ojos, buscó a JandolAnganol. Milua Tal lo vio primero y corrió a su lado. Estaba debajo de un árbol, con su armero real y dos capitanes.
—No se puede negar que es osada —murmuró Sayren Stund. Había hecho entregar a JandolAnganol una carta en la que se disculpaba por haberlo hecho encarcelar, pero explicando a la vez que todas las evidencias estaban en su contra. Ignoraba que Bathkaarnet-ella había enviado una nota mucho más directa donde manifestaba su pena por el incidente y llamaba a su marido “estrangulador de amores”.
Una vez que su majestad se hubo instalado en su trono, sonó un gong y apareció Crispan Mornu, vestido de negro, como siempre. Evidentemente, el ministro de los Rollos, Kimon Euras, se hallaba demasiado fatigado por sus actividades de la mañana para hacer nada más. Crispan Mornu estaba a cargo de todo.
Ascendió a la plataforma erigida en mitad del césped, se inclinó ante el rey y la reina, y habló en esa voz que tenía tanto atractivo —según comentara un cortesano con agudeza como la vida sexual de un verdugo.
—Esta tarde nos ocupa un acontecimiento poco común. Asistiremos a la presentación de un descubrimiento de historia y filosofía natural. En las últimas generaciones, nosotros, que nos contamos entre las naciones ilustradas, hemos llegado a comprender por qué la historia de nuestras culturas es, en el mejor de los casos, intermitente. Esto se debe a nuestro Gran Año de 1.825 años pequeños, y no a las guerras, como decían los ignorantes. El Gran Año incluye un período de intenso calor y varios siglos de frío terrible. Ambos son castigos del Todopoderoso por los pecados de la humanidad. Cuando el frío dura tanto tiempo, es difícil mantener la civilización.
“Ahora escucharemos a una persona que ha logrado ver a través de estas discontinuidades y nos trae noticias de asuntos remotos que, sin embargo, nos conciernen muy de cerca. En particular se refieren a nuestra relación con esas bestias que el Todopoderoso nos ha enviado para ponernos a prueba: los phagors.”