Authors: Vicenç Navarro & Juan Torres López & Alberto Garzón Espinosa
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Este problema se agrava al no estar el Banco Central Europeo sujeto a control democrático y no tener que rendir cuentas ante el Parlamento europeo, y únicamente estar guiado por una concepción muy ideologizada de la economía que antepone objetivos nominales y muy favorables al interés privado del capital financiero a los del conjunto de la sociedad. Y sus decisiones acaban teniendo más que ver con el poder político que se encuentra detrás de una institución como el Banco Central Europeo que con criterios de solidaridad para favorecer al conjunto de las economías que forman parte de la Unión.
Todo eso significa que cuando hablemos de la economía española tengamos que tener presente lo que ocurre en Europa y que al igual que hemos de procurar crear en nuestro interior las condiciones adecuadas para el empleo y el bienestar también hemos de hacerlo en el espacio europeo en su conjunto porque también allí hay alternativas para lo que se nos viene presentando como una idea exclusivista de Europa.
Por otro lado también sabemos todos que la economía y la sociedad de casi todas las naciones se encuentran hoy día muy entrelazadas, que vivimos en un mundo muy globalizado en donde lo que cada uno pueda hacer depende en gran medida de lo que hagan los demás. Y es verdad que esto constituye también una consideración a la hora de aplicar políticas que traten, sobre todo, de salvaguardar los intereses nacionales.
Ya hemos comentado que el triunfo de las ideas neoliberales impuso la eliminación de prácticamente todas las trabas a los movimientos de capital. Eso quiere decir que si las empresas o los financieros no están satisfechos con las condiciones existentes en un país (impuestos, normas laborales o ambientales...) pueden deslocalizarse, es decir, desplazarse sin ningún problema a cualquier otro lugar. Y, lógicamente, esto actúa como una potente arma de disuasión porque muchas veces basta con amagar, con amenazar a los gobiernos con esa deslocalización para que éstos enseguida también cambien las normas legales y concedan ayudas multimillonarias a las grandes empresas que actúan así.
Ante la posible pérdida de empleos e inversiones la respuesta suele ser la cesión, y como eso se hace en todos los países resulta que estas nuevas condiciones liberalizadoras son las que han servido para crear una economía internacional en la que los estándares de protección laboral, de salarios, protección ambiental o, en general, sometimiento de los intereses empresariales a los sociales son cada vez más reducidos.
Algo semejante ocurre con los capitales financieros. Si una nación decide aplicar, por ejemplo, medidas fiscales más equitativas, los inversores especulativos podrán organizar auténticos ataques contra ese país, destrozar sus monedas o encarecer su deuda hasta que se vean obligados a ceder.
Aunque en este libro no podemos abordar alternativas a todos los problemas económicos del planeta, hemos de hacer referencia en este capítulo a las cuestiones internacionales más importantes que a nuestro juicio deben reformarse para salir de la crisis y poder aplicar las medidas que hasta ahora hemos propuesto.
Las dos circunstancias de entorno que acabamos de mencionar, nuestra pertenencia a Europa y al euro y la globalización, son factores que condicionan nuestra capacidad de actuar, como la de los demás países, pero eso no quiere decir ni que estas condiciones sean inmutables, ni que no dejen rendijas muy importantes para actuar defendiendo los intereses nacionales.
Ninguna de ellas significa ni mucho menos que los países y sus gobiernos tengan las manos completamente atadas a la hora de tomar decisiones.
El discurso neoliberal imperante un día detrás de otro se repite constantemente a fin de que la gente termine por creerse que sólo se puede hacer lo que se hace y que no se pueden tomar otras medidas porque el mundo «es así», porque «Europa» o «la globalización» o «los mercados», que al final viene a ser lo mismo, no permiten que nadie se salga del camino trazado.
Con este discurso consiguen que la ciudadanía no responda cuando se aplican las políticas neoliberales que disminuyen su renta y su bienestar: «son inevitables, no podemos hacer otra cosa», suele pensar casi todo el mundo. Y no reaccionan ni piensan ya en otras formas alternativas de resolver sus problemas.
Por eso es importante entender que nada de eso es verdad.
Que los ciudadanos pueden construir su historia y que pueden tomar las decisiones que deseen, y también en el campo económico, aunque lógicamente para ello deban crearse las circunstancias adecuadas de distribución de poder y organizarse bien los procesos de cambio.
Nosotros tenemos la convicción de que las cosas se pueden hacer de otro modo en Europa y en el mundo.
Lo cierto es que las políticas neoliberales han provocado un desastre general en la economía mundial, tal y como hemos analizado. Y no se trata tan sólo de que las medidas liberalizadoras que acabamos de comentar y el incremento extraordinario de la desigualdad hayan creado la crisis en la que estamos, que ya es mucho. En realidad vivimos, por su causa, en un estado generalizado y permanente de crisis. Desde hace años mueren de hambre entre 30.000 y 35.000 personas todos los días en el mundo y unos 2.700 millones de personas carecen de acceso al agua limpia en nuestro planeta azul, lo que causa la muerte de unas 5.500 personas también todos los días del año. ¿Puede haber una manifestación más evidente del fracaso de las políticas neoliberales, que, sin embargo, se nos presentan como las más eficientes para resolver los problemas económicos?
En este capítulo vamos a mostrar que, a diferencia de lo que dicen los líderes y los economistas neoliberales, también hay alternativas en Europa y en el mundo capaces de plantear los problemas económicos de otro modo y de resolverlos de forma más eficaz y proporcionando mucho mayor bienestar social.
A veces se piensa erróneamente que la Unión Europea fue construida de una manera romántica, con toda la población europea poniéndose de acuerdo para construir un mejor futuro común. Esa idea está muy extendida en especial en los países del sur de Europa, que vieron la construcción europea como la opción para escapar de sus dictaduras y sus gobiernos ultraconservadores.
Pero la realidad es otra porque la Unión Europea en la que ahora nos encontramos surgió de unas élites empresariales y financieras que simplemente buscaban disponer de un mercado común para el cual se necesitaba una moneda, el euro, que pasaría a sustituir a las monedas nacionales de la mayoría de países de la UE.
Un ejemplo claro de la influencia decisiva de estas élites fue la aprobación del Acta Única, el documento en el que se establecían las condiciones previas y los procesos que iban a llevar a la creación de la Unión Europea y del euro. El propio dirigente de la compañía Phillips, Wisse Dekker reconoció años más tarde que fue él quien se encargó de reunir a cuarenta representantes de «las más grandes empresas europeas» —según sus propias palabras— y de preparar entre ellos el documento que luego sería asumido íntegramente por el comisario Cockfield para la elaboración de la propuesta de 300 directivas en las que se basaría el Acta Única
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La banca alemana también influyó de manera decisiva a la hora de imponer condiciones y para permitir que el marco, la moneda alemana, fuera sustituido por el euro. Una de ellas fue que el Banco Central Europeo tuviera como objetivo primordial controlar la inflación, que es siempre el enemigo número uno de los bancos, pues el valor del dinero desciende si la inflación aumenta. Y también impuso que el Banco Central Europeo no pudiera comprar deuda pública a los Estados y así los sometía a una austeridad continua en la que cada Estado no podía ni imprimir moneda ni tener asegurada una venta de su deuda a su banco central, y sometía su financiación a la disciplina impuesta por los bancos privados, cuyo negocio, como ya sabemos, es generar deudas.
Los intereses de las grandes empresas y de los bancos europeos llevaron a que la actual Europa se haya construido atendiendo únicamente a los aspectos financiero y monetario, y dejando de lado el resto de ámbitos económicos. Eso no sólo ha provocado los problemas que más arriba señalamos sino que también ha producido un fuerte incremento de las desigualdades regionales dentro de la propia Europa. Especialmente importantes son las desigualdades que han aumentado como consecuencia de no haber planificado el modelo de crecimiento europeo, pues en su lugar se ha apostado por una lucha competitiva y no cooperativa entre todos los países miembros. Otra condición del establecimiento del euro fue el Tratado de Maastrich, que obligaba a los Estados a no tener un déficit público mayor del 3 por ciento del PIB y una deuda pública inferior al 60 por ciento del PIB. Esto significó un enorme freno al crecimiento económico y a la producción de empleo, medidas que el capital financiero deseaba para prevenir el crecimiento de la inflación que se consideraba debería mantenerse alrededor del 2 por ciento. Esto imposibilitó que los países, una vez en recesión, como ahora, pudieran salir de ella estimulando la economía.
Sin mecanismos suficientes de compensación, sin una estrategia cooperadora entre todos los países y, por el contrario, sometidos todos ellos al interés exportador de las grandes empresas y de la banca alemana los países periféricos fueron perdiendo tejido productivo y capacidad de generar ingresos, mientras que los grandes grupos empresariales y financieros alemanes fueron acumulando gran cantidad de euros (pues la mayoría de exportaciones era a los países de la Zona Euro), euros que eran prestados a la banca de esos países periféricos y a sus Estados facilitando el enorme crecimiento del endeudamiento privado y público en aquellos países.
De esta manera la clase dominante de Alemania evitaba la caída de sus exportaciones, financiando la demanda de los demás, incluso a pesar de que la capacidad adquisitiva de las clases populares de los países periféricos estaban disminuyendo. Una alternativa hubiera sido —tal como en su día había propuesto Oskar Lafontaine, ministro de Economía del gobierno socialdemócrata Schroeder— hacer depender la economía alemana de la demanda doméstica y permitir que las rentas producidas por la elevada productividad de la clase trabajadora alemana repercutiera en un crecimiento de sus salarios (que han estado estancados por muchos años), estimulando el crecimiento económico a base de aumentar la demanda y con ello también las economías periféricas que hubieran visto un crecimiento de sus exportaciones a Alemania.
Esto indica que los intereses de las clases populares de los países céntricos y periféricos pueden coincidir, en lugar de mostrarlos como antagónicos, presentando a los trabajadores alemanes contra los trabajadores, por ejemplo, españoles. Hay que establecer estas alianzas frente a las alianzas de las clases dominantes de los países centrales y periféricos que controlan la Unión Europea, el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el BCE, que intentan precisamente enfrentarlos, indicando que los trabajadores alemanes están ayudando a las personas trabajadoras de la periferia que supuestamente tienen mayores beneficios que ellos, cuando la realidad es muy distinta. La banca alemana y la de otros países centrales ha estado aliada a la banca de los países periféricos, así como con las grandes empresas, para imponer unas políticas que han perjudicado a las clases populares tanto del centro como de la periferia a fin de beneficiar sus intereses.
De ahí que la salida que éstas ofrecen con sus constantes políticas de recortes salariales hizo que la única forma de mantener su demanda fuera aumentando la deuda, que los bancos alemanes no tenían problema en incrementar constantemente para hacer negocio y para dar salida así a las exportaciones alemanas.
La salida que ofrecen los dirigentes neoliberales a esta situación es la misma de siempre: recortes salariales, tal y como propone ahora el llamado Pacto del Euro. Sus cuatro pilares (competitividad —con bajos salarios—, empleo —con reformas laborales—, finanzas públicas —con disminución del gasto público— y sistema financiero —con privatización de las cajas—) son los mismos que han articulado desde hace treinta años las políticas neoliberales y los que han dado lugar al problema que ahora quieren resolver con la misma receta que produjo la enfermedad y que está dañando a las clases populares de todos estos países, tanto centrales como periféricos, inhibiendo la demanda que se necesita para estimular toda la economía europea.
Como hemos comentado ya, de esta forma no se podrá salir de la crisis en muchos años. Las políticas de austeridad agudizarán la crisis de las pequeñas y medianas empresas, cuyas ventas se hacen en el interior del Estado, y, por supuesto, de los trabajadores que verán sus condiciones de trabajo y sus salarios muy deteriorados. Las grandes empresas que pagan salarios en España y exportan su producción fuera saldrán de nuevo beneficiadas porque propuestas como las del Pacto les permiten incrementar sus márgenes de beneficio, pero será imposible que con esa exclusiva rueda ande bien el carro europeo en el que todos estamos subidos.
Para que Europa deje de agudizar las contradicciones económicas y resuelva problemas de malestar social y desigualdad en su seno, en lugar de crearlos, es necesario en primer lugar que se camine en la dirección de una unificación en materia de coordinación de políticas económicas y, fundamentalmente, en materia fiscal.
Una unión monetaria consiste en someter a la misma disciplina monetaria a países muy distintos. Y si no hay mecanismos superiores que eviten que las piezas salten cada una por un sitio cuando hay problemas, la unión monetaria no funciona de forma adecuada. La Zona Euro, como toda unión monetaria, necesita un Estado, una estructura política superior, como sucede, por ejemplo, en Estados Unidos, que cimente las distintas piezas y que intervenga cuando una de ellas (por ejemplo, California en Estados Unidos o Grecia en Europa) tiene problemas.
En Estados Unidos hay un presupuesto federal que supone casi un 30 por ciento del PIB mientras que el europeo llega sólo al 1 por ciento. Lo que quiere decir que Europa como tal no está en condiciones de salvaguardar ni a cada uno de sus países ni al euro en su conjunto cuando se producen situaciones que afectan de modo desigual a cada uno de ellos.