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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (62 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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El muchacho se había detenido y los separaba una distancia de tres metros.

—Harry… —repitió ella, desconcertada.

Quizá había palidecido demasiado, porque la profesora pareció asustarse. Harry permanecía en medio del pasillo, inmóvil, mientras lo azotaban una serie de ráfagas de conmoción que le borraban todo de la mente, excepto la información que se le había ocultado durante tanto tiempo…

Era Snape el que había oído las palabras de la vidente. Era Snape quien le había revelado a Voldemort la existencia de la profecía. Y Snape y Peter Pettigrew habían puesto a Voldemort sobre la pista de Lily, James y su hijo…

En ese momento a Harry no le importaba nada más.

—¡Harry! —insistió la profesora Trelawney—. ¿No íbamos a ver al director?

—Quédese aquí —repuso él moviendo apenas los labios.

—Pero querido… Iba a contarle que me han atacado en la Sala de los…

—¡Quédese aquí! —repitió Harry con autoridad.

La profesora, alarmada, lo vio echar a correr y pasar por su lado. Harry dobló la esquina y enfiló el pasillo de Dumbledore, donde montaba guardia la gárgola solitaria. Harry le espetó la contraseña y remontó de tres en tres los peldaños de la escalera de caracol móvil. No llamó a la puerta con los nudillos, sino que la aporreó con el puño, y cuando la serena voz del director respondió «Pasa», Harry ya había irrumpido en el despacho.

Fawkes
, el fénix, miró alrededor; la luz de la puesta de sol que se veía tras la ventana se reflejaba en los negros y brillantes ojos del ave y les arrancaba destellos dorados. Dumbledore, con una larga capa de viaje negra colgada de un brazo, se hallaba de pie junto a la ventana contemplando los jardines.

—¡Hola, Harry! Te prometí que te dejaría acompañarme…

Al principio no lo entendió; la conversación con Trelawney le había borrado cualquier otro pensamiento y el cerebro parecía funcionarle muy despacio.

—¿Acompañarlo? ¿Adonde?

—Sólo si quieres, desde luego.

—¿Si quiero…? —Y entonces recordó por qué estaba tan ansioso por llegar al despacho del director—: ¿Ha encontrado uno? ¿Ha encontrado el
Horrocrux
?

—Eso creo.

La cólera y el rencor lidiaban con la conmoción y el entusiasmo, hasta tal punto que Harry enmudeció unos instantes.

—Es lógico que tengas miedo —añadió Dumbledore.

—¡No tengo miedo! —saltó Harry, y no mentía en absoluto; el temor era una emoción que ni siquiera concebía en ese momento—. ¿Qué
Horrocrux
es? ¿Dónde está?

—Todavía no sé cuál es, aunque estimo que podemos descartar la serpiente, pero creo que está escondido en una cueva que hay en la costa, a muchos kilómetros de aquí. Llevo largo tiempo tratando de localizarla: es la cueva donde un día, durante la excursión anual, Tom Ryddle aterrorizó a dos niños de su orfanato, ¿lo recuerdas?

—Sí. ¿Y cómo está protegida?

—No lo sé. Mis sospechas podrían resultar erróneas. —Dumbledore vaciló un momento y añadió—: Harry, te prometí que me acompañarías y mantengo esa promesa; sin embargo, sería una insensatez no advertirte que cabe la posibilidad de que este viaje entrañe graves peligros y…

—Voy con usted —afirmó Harry antes de que el director terminase la frase. Estaba furioso con Snape, y su deseo de hacer algo drástico y arriesgado se había multiplicado por diez en los últimos minutos. Eso debía de notarse en su semblante porque Dumbledore se apartó de la ventana y le escudriñó el rostro. Una fina arruga se marcó entre las plateadas cejas del anciano profesor.

—¿Qué te ha pasado?

—Nada —mintió Harry con osadía.

—¿Qué te ha disgustado?

—No estoy disgustado.

—Nunca fuiste un gran oclumántico, Harry…

Esa palabra fue la chispa que encendió la cólera de Harry.

—¡Snape! —dijo casi a voz en grito, y
Fawkes
dio un débil graznido detrás de ellos—. ¡Se trata de Snape, como siempre! ¡Fue él quien le habló a Voldemort de la profecía! ¡Era él quien estaba espiando detrás de la puerta! ¡Me lo ha contado la profesora Trelawney!

Dumbledore no mudó el gesto, pero Harry tuvo la impresión de que palidecía bajo el tinte rojizo que el sol poniente proyectaba sobre él. El director guardó silencio unos instantes.

—¿Cuándo te has enterado de eso? —preguntó por fin.

—¡Ahora mismo! —respondió Harry, esforzándose por no gritar. Pero de pronto ya no pudo contenerse—: ¡¡Y usted le deja enseñar aquí, sabiendo que fue él quien dijo a Voldemort que atacara a mis padres!!

Harry respiraba entrecortadamente, como si estuviera peleándose con alguien; le dio la espalda a Dumbledore, que seguía sin mover un músculo, y se puso a dar largas zancadas por el despacho frotándose los nudillos de un puño con la otra mano y conteniéndose para no ponerse a romper cosas. Quería expresar su furia ante Dumbledore, pero también quería ir con él a destruir el
Horrocrux
; quería decirle que era un viejo chiflado por confiar en Snape, pero temía que si no controlaba su rabia no le permitiría acompañarlo.

—Harry —dijo el director con serenidad—. Escúchame, por favor.

Quedarse quieto le resultaba tan difícil como no gritar. Se detuvo, mordiéndose la lengua, y dirigió la mirada hacia Dumbledore, cuyo rostro estaba surcado de arrugas.

—El profesor Snape cometió un terrible…

—¡No me diga que fue un error, señor! ¡Estaba escuchando detrás de la puerta!

—Te ruego que me dejes terminar. —Dumbledore esperó hasta que Harry inclinó con brusquedad la cabeza, y prosiguió—. El profesor Snape cometió un terrible error. La noche que oyó la primera parte de la profecía de la profesora Trelawney, Snape todavía trabajaba para lord Voldemort. Como es lógico, corrió a explicarle a su amo lo que había escuchado porque le incumbía enormemente. Pero él no sabía (era imposible que lo supiera) a qué niño elegiría Voldemort como víctima a raíz de aquel descubrimiento, ni que los padres sobre los que descargaría su instinto asesino eran los tuyos, a los que Snape conocía.

Harry soltó una amarga carcajada.

—¡Él odiaba a mi padre tanto como a Sirius! ¿No se ha fijado, profesor, en que las personas que Snape odia suelen acabar muertas?

—No tienes idea del remordimiento que se apoderó de Snape cuando se dio cuenta de cómo había interpretado lord Voldemort la profecía, Harry. Creo que eso es lo que más ha lamentado en toda su vida y el motivo de que regresara…

—Pero él sí es un gran oclumántico, ¿verdad, señor? —dijo Harry con voz temblorosa a causa del esfuerzo por controlarse—. ¿Y acaso no cree Voldemort que Snape está en su bando, incluso ahora? ¿Cómo puede estar usted seguro de que él está de nuestra parte?

Dumbledore permaneció callado un momento, como si tratara de decidir algo. Al fin dijo:

—Estoy seguro. Confío plenamente en Severus Snape.

Harry respiró hondo varias veces, intentando serenarse, pero no dio resultado.

—¡Pues yo no! —afirmó a voz en grito—. Ahora está tramando algo con Draco Malfoy, en sus propias narices, y usted sigue…

—Ya hemos hablado de eso —lo cortó Dumbledore con tono más severo—. Y ya conoces mi opinión al respecto.

—Esta noche usted se va a marchar del colegio y seguro que todavía no se ha planteado siquiera que Snape y Malfoy podrían decidir…

—¿Decidir qué? —El director arqueó las cejas—. ¿Qué es exactamente lo que temes que hagan?

—Pues… ¡están tramando algo! —exclamó Harry apretando los puños—. ¡La profesora Trelawney acaba de entrar en la Sala de los Menesteres para esconder unas botellas de jerez y ha oído a Malfoy gritar de alegría, como si celebrara algo! Malfoy intenta arreglar algo peligroso ahí dentro, y por si le interesa, creo que ya lo ha conseguido. Y usted piensa marcharse del colegio tan tranquilo sin haber…

—Basta —lo atajó el director. Lo dijo con calma, pero Harry se calló de inmediato, consciente de que esa vez había cruzado una línea invisible—. ¿Crees que alguna de las veces que me he ausentado he dejado el colegio desprotegido? Te equivocas. Esta noche, cuando me vaya, entrarán en funcionamiento medidas especiales de protección. Te ruego que no vuelvas a insinuar que no me tomo en serio la seguridad de mis alumnos, Harry.

—Yo no quería… —masculló un tanto avergonzado, pero Dumbledore lo interrumpió de nuevo:

—No quiero seguir hablando de este tema.

Harry reprimió una protesta, temiendo haber ido demasiado lejos y echado por tierra sus posibilidades de acompañar a Dumbledore, pero el anciano continuó:

—¿Quieres acompañarme esta noche?

—Sí —contestó él sin vacilar.

—Muy bien. En ese caso, escúchame. —Se enderezó, adoptando un aire solemne, y añadió—: Te llevaré con una condición: que obedezcas cualquier orden que te dé sin cuestionarla.

—Por supuesto.

—Quiero que lo entiendas bien, Harry. Lo que estoy exigiéndote es que obedezcas incluso órdenes cómo «corre», «escóndete» o «vuelve». ¿Tengo tu palabra?

—Sí, claro que sí.

—Si te ordeno que te escondas, ¿lo harás?

—Sí.

—Si te ordeno que corras, ¿lo harás?

—Si te exijo que me dejes y te salves, ¿lo harás?

—Yo…

—Harry…

Se miraron a los ojos.

—Sí, señor, lo haré.

—Bien. Ahora ve a buscar tu capa invisible y reúnete conmigo en el vestíbulo dentro de cinco minutos. —Dumbledore volvió la cabeza y miró por la ventana; lo único que quedaba del sol era un resplandor rojo rubí difuminado sobre el horizonte.

Harry salió deprisa del despacho y bajó por la escalera de caracol. De pronto sintió una extraña lucidez. Sabía qué tenía que hacer.

Ron y Hermione estaban sentados en la sala común cuando él entró.

—¿Qué quería Dumbledore? —preguntó Hermione—. ¿Estás bien? —añadió, preocupada.

—Sí, estoy bien —contestó Harry, pero pasó a su lado sin detenerse.

Subió a toda prisa la escalera que conducía a su dormitorio; una vez allí, abrió el baúl y sacó el mapa del merodeador y un par de calcetines con los que había hecho una bola. Volvió a la carrera a la sala común y se detuvo con un patinazo delante de Ron y Hermione, que lo miraron con desconcierto.

—No puedo entretenerme —explicó jadeando—. Dumbledore cree que he venido a buscar mi capa invisible. Escuchad…

Les explicó rápidamente adónde iba y por qué. No hizo caso de los gritos ahogados de Hermione ni de las atolondradas preguntas de Ron; más tarde ya se enterarían de los detalles.

—¿Entendéis lo que esto significa? —concluyó atropelladamente—. Dumbledore no estará en el colegio esta noche, de modo que Malfoy va a tener vía libre para llevar a cabo lo que está tramando. ¡No, escuchadme! —susurró con énfasis al ver que sus amigos trataban de interrumpirlo—. Sé que era Malfoy el que gritaba de alegría en la Sala de los Menesteres. Toma.

Le entregó el mapa del merodeador a Hermione.

—Tenéis que vigilarlo, y a Snape también. Que os ayude alguien del
ED
. Hermione, aquellos galeones embrujados todavía servirán, ¿verdad? Dumbledore dice que ha organizado medidas de seguridad excepcionales en el colegio, pero si Snape está implicado, probablemente sepa qué clase de protección es y cómo burlarla. Pero lo que no se imagina es que vosotros estaréis montando guardia, ¿me explico?

—Harry… —empezó Hermione, con el miedo reflejado en los ojos.

—No hay tiempo para discutir —dijo Harry con brusquedad—. Coged también esto. —Le entregó los calcetines a Ron.

—Gracias. Oye, ¿para qué quiero unos calcetines?

—Lo que necesitas es lo que está escondido en uno de ellos, el
Felix Felicis
. Repartíoslo con Ginny. Y decidle adiós de mi parte. Tengo que irme, Dumbledore me está esperando…

—¡No! —dijo Hermione al ver que Ron sacaba la botellita de poción dorada—. No necesitamos la poción. Tómatela tú. No sabes qué peligros te esperan.

—A mí no me pasará nada porque estaré con Dumbledore —le aseguró Harry—. En cambio, necesito saber que vosotros estáis bien. No me mires así, Hermione. ¡Anda, hasta luego!

Salió disparado por el hueco del retrato y se dirigió hacia el vestíbulo.

Dumbledore lo esperaba junto a las puertas de roble de la entrada. Se dio la vuelta cuando Harry derrapó y se detuvo resoplando en el primer escalón de piedra; el muchacho notaba una fuerte punzada en el costado.

—Me gustaría que te pusieras la capa, por favor —dijo Dumbledore, y esperó a que Harry lo hiciera. Luego añadió—: Muy bien. ¿Nos vamos?

Dumbledore empezó a bajar los escalones de piedra; su capa de viaje apenas ondulaba porque no soplaba ni pizca de brisa. Harry iba a su lado protegido por la capa invisible, pero seguía jadeando y sudaba mucho.

—¿Qué pensará la gente cuando lo vea marcharse, profesor? —preguntó, sin poder olvidarse de Malfoy ni de Snape.

—Que me voy a tomar algo a Hogsmeade —respondió Dumbledore con despreocupación—. A veces voy al local de Rosmerta o a Cabeza de Puerco. O lo finjo. Es una forma como otra cualquiera de ocultar mi verdadero destino.

Descendieron por el camino a medida que la oscuridad se acrecentaba. Olía a hierba tibia, agua del lago y humo de leña procedente de la cabaña de Hagrid. Costaba creer que se dirigían hacia algo peligroso o amenazador.

—Profesor —dijo Harry al ver las verjas que había al final del camino—, ¿vamos a aparecemos?

—Sí. Tengo entendido que ya has aprendido a hacerlo, ¿no?

—Sí, pero todavía no tengo licencia. —Creyó que lo mejor era decir la verdad; ¿y si lo estropeaba todo apareciendo a cientos de kilómetros de donde se suponía que tenía que ir?

—Eso no importa —lo tranquilizó el director—. Puedo ayudarte otra vez.

Traspasaron las verjas y llegaron al desierto camino de Hogsmeade, que estaba en penumbra. La oscuridad se incrementaba a medida que caminaban y cuando llegaron a la calle principal ya era de noche. En las ventanas de las casas que había encima de las tiendas titilaban las luces, y al acercarse a Las Tres Escobas oyeron fuertes gritos:

—¡Y no vuelvas a entrar! —bramó la señora Rosmerta, que en ese momento echaba de su local a un mago cochambroso—. ¡Ah, hola, Albus! Qué tarde vienes…

—Buenas noches, Rosmerta, buenas noches. Discúlpame, pero voy a Cabeza de Puerco… Espero que no te ofendas, pero esta noche prefiero un ambiente más tranquilo.

Un minuto más tarde, doblaron la esquina del callejón donde chirriaba el letrero de Cabeza de Puerco, pese a que no soplaba brisa. El pub, a diferencia de Las Tres Escobas, estaba completamente vacío.

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