Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—¿Cómo sabía que había una barca en el fondo del lago? —preguntó Harry, estupefacto.
—La magia siempre deja rastros —respondió Dumbledore, mientras la barca llegaba a la orilla y la golpeaba suavemente—, a veces muy evidentes. Yo fui maestro de Tom Ryddle. Conozco su estilo.
—¿Es segura esta barca?
—Sí, creo que sí. Voldemort necesitaba disponer de un modo de cruzar el lago sin despertar la cólera de esas criaturas que él mismo puso dentro, por si alguna vez decidía ir a ver su
Horrocrux
o recuperarlo.
—Entonces, ¿esas cosas que hay en el agua no nos harán nada si cruzamos el lago en la barca de Voldemort?
—Creo que en algún momento se darán cuenta de que no somos Voldemort. Sin embargo, hasta ahora nos ha ido todo muy bien. Nos han dejado sacar la barca.
—Pero ¿por qué nos lo han permitido? —preguntó Harry, imaginándose unos tentáculos que surgirían de las oscuras aguas en cuanto ellos se alejaran de la orilla.
—Voldemort debía de estar convencido de que sólo un gran mago sería capaz de encontrar la barca. Como para él era una posibilidad muy remota, creo que decidió correr el riesgo a sabiendas de que más adelante había puesto otros obstáculos que sólo él podría superar. Ya veremos si tiene razón.
Harry le echó un vistazo a la barca, que era muy pequeña.
—No parece hecha para dar cabida a dos personas. ¿Nos aguantará? ¿No pesaremos demasiado?
Dumbledore se rió con ganas.
—A Voldemort no debía de importarle el peso del intruso que cruzara el lago, sino su grado de poder mágico. No me extrañaría que esta barca tuviese un sortilegio para impedir que naveguen en ella dos magos a la vez.
—¿Y entonces…?
—No creo que tú cuentes, Harry: eres menor de edad y todavía no has terminado tus estudios. Voldemort jamás imaginaría que un muchacho de dieciséis años pudiera llegar hasta aquí. Además, supongo que tus poderes no se detectarán, comparados con los míos. —Esas palabras no sirvieron para levantarle la moral a Harry, y como Dumbledore quizá se dio cuenta, añadió—: Un grave error por parte de Voldemort, Harry, un grave error… Los adultos somos insensatos y descuidados cuando subestimamos a los jóvenes. Bien, esta vez pasa tú delante y procura no tocar el agua.
Dumbledore se apartó y Harry subió con cuidado a la barca. El anciano profesor lo siguió, enrolló la cadena y la dejó en el suelo. Se apretujaron como pudieron; Harry no podía sentarse cómodamente, sino que iba agachado y las rodillas le sobresalían por los lados de la embarcación, que empezó a moverse enseguida. No se oía más que el sedoso susurro de la proa surcando el agua; la barca avanzaba sin ayuda, como si una cuerda invisible tirara de ella hacia la luz que brillaba en el centro del lago. Al poco rato dejaron de ver las paredes de la cueva y tuvieron la impresión de que navegaban por alta mar, pero no había olas.
Harry vio el reflejo dorado de la luz de su varita, que refulgía y centelleaba sobre las negras aguas. La barca labraba profundas ondulaciones en la vítrea superficie, surcos en un oscuro espejo… De pronto Harry vio una cosa de un blanco marmóreo a escasos centímetros por debajo de la superficie.
—¡Profesor! —exclamó, asustado, y su voz resonó sobre las silenciosas aguas.
—¿Qué pasa, Harry?
—¡Me ha parecido ver una mano en el agua, una mano humana!
—Sí, no lo dudo —repuso Dumbledore sin inmutarse.
Harry escudriñó el agua buscando la mano, que había desaparecido, y notó que una náusea le ascendía por la garganta.
—Entonces esa cosa que antes ha saltado del agua…
Pero tuvo la respuesta a su pregunta antes de que Dumbledore contestara: en ese momento la luz de la varita mostró el cadáver de un hombre flotando boca arriba, a unos centímetros de la superficie: tenía los ojos abiertos pero vidriosos, y el cabello y la túnica le ondeaban alrededor como humo.
—¡Son cadáveres! —exclamó Harry con una voz tan estridente que no parecía la suya.
—Sí —confirmó Dumbledore, imperturbable—, pero de momento no tenemos que preocuparnos por ellos.
—¿De momento? —Harry apartó la vista del agua para mirar al director.
—Sí, mientras floten a la deriva por debajo de la superficie. No hay nada que temer de un cadáver, Harry, como tampoco hay que tener miedo de la oscuridad. Aunque no lo confiese, lord Voldemort teme esas dos realidades y, como es lógico, no opina igual que yo. Pero, una vez más, con esa actitud revela su ignorancia. Lo único que nos da miedo cuando nos asomamos a la muerte y a la oscuridad es lo desconocido.
Harry no dijo nada porque no quería discutir, pero la idea de que hubiera cadáveres flotando alrededor y por debajo de ellos le producía pavor, y además no estaba de acuerdo en que no fueran peligrosos.
—Pero… saltan —insistió procurando conservar un tono tan bajo y pausado como el de Dumbledore—. Cuando intenté hacerle un encantamiento convocador al
Horrocrux
, un cadáver saltó del lago.
—Sí. Sospecho que cuando cojamos el
Horrocrux
no se mostrarán tan pacíficos. Sin embargo, como muchas otras criaturas que habitan en sitios fríos y oscuros, temen la luz y el calor, y, por lo tanto, a eso recurriremos si surge la necesidad: al fuego —añadió esbozando una sonrisa al ver la expresión de desconcierto del muchacho.
—Ah, claro… —se apresuró a decir Harry, y volvió la cabeza en dirección al resplandor verdoso hacia el que se dirigían inexorablemente. Ya no podía fingir que no tenía miedo. Un lago inmenso y negro, lleno de cadáveres… Tenía la impresión de que habían pasado horas desde que se encontró a la profesora Trelawney, o desde que les dio el
Felix Felicis
a Ron y Hermione… Entonces lamentó no haberse despedido con más calma de ellos… Y pensar que a Ginny ni siquiera la había visto…
—Estamos llegando —anunció Dumbledore con júbilo.
La luz verdosa parecía estar aumentando por fin de tamaño, y pasados unos minutos la barca se detuvo golpeando suavemente algo que Harry al principio no pudo ver, pero cuando levantó su iluminada varita comprobó que habían llegado a una pequeña isla de roca lisa en el centro del lago.
—Ten mucho cuidado de no tocar el agua —insistió Dumbledore mientras el muchacho bajaba de la barca.
La isla no era más grande que el despacho de Dumbledore: se trataba de una extensión de piedra lisa y oscura sobre la que no había otra cosa que el origen de aquella luz verdosa, que de cerca brillaba mucho más. Harry entornó los ojos y la examinó: creyó que era una especie de lámpara, pero luego vio que la luz procedía de una vasija de piedra, parecida al
pensadero
, colocada encima de un pedestal.
Dumbledore se acercó a la vasija y Harry lo siguió. Se pusieron uno al lado del otro, miraron en el interior y vieron que contenía un líquido verde esmeralda que emitía aquel resplandor fosforescente.
—¿Qué es? —preguntó Harry con un hilo de voz.
—No estoy seguro. Pero sin duda es algo más preocupante que la sangre y los cadáveres.
Dumbledore se subió una manga de la túnica y acercó los chamuscados dedos a la superficie de la poción.
—¡No lo toque, señor!
—No puedo tocarlo —dijo Dumbledore esbozando una sonrisa—. ¿Lo ves? No puedo acercarme más. Inténtalo tú.
Con los ojos como platos, Harry introdujo la mano en la vasija e intentó tocar la poción, pero una especie de barrera invisible le impidió acercarse al líquido. Por mucho que empujara, sus dedos no encontraban otra cosa que esa barrera, invisible pero sólida.
—Apártate, Harry, por favor.
Dumbledore alzó la varita e hizo unos complicados movimientos sobre la poción al tiempo que murmuraba palabras ininteligibles. No pasó nada, salvo quizá que el brillo del líquido se intensificó. Harry guardó silencio mientras el profesor se concentraba, pero al cabo de un rato el anciano apartó la varita y Harry consideró que ya podía hablar.
—¿Cree que el
Horrocrux
está ahí dentro, señor?
—Sí, así es. —Dumbledore volvió a mirar con detenimiento el interior de la vasija. Harry le vio la cara reflejada del revés en la lisa superficie de la poción verde—. Pero ¿cómo llegar hasta él? No podemos introducir la mano en la poción, ni hacerle un hechizo desvanecedor, ni apartarla, ni cogerla, ni trasvasarla, ni transformarla, ni hacerle ningún encantamiento, ni alterar su naturaleza por ningún otro medio. —Con un ademán casi distraído, volvió a levantar la varita, le dio una sacudida y atrapó al vuelo la copa de cristal que hizo aparecer de la nada—. Lo único que se me ocurre es que haya que bebérsela.
—¿Qué? —dijo Harry—. ¡No!
—Sí, sí. Sólo bebiéndomela podré vaciar la vasija y ver qué se esconde en su interior.
—Pero ¿y si… y si lo mata?
—No; dudo que funcione de ese modo —respondió Dumbledore con tranquilidad—. Lord Voldemort no querría matar a la persona que consiga llegar a esta isla.
Harry no dio crédito a sus oídos. ¿Era esa conjetura otro ejemplo de la insensata propensión de Dumbledore a pensar bien de todo el mundo?
—Pero, señor —dijo, procurando controlar la voz—, todo esto es obra de Voldemort…
—Discúlpame, Harry; debí decir que él no querría matar «tan deprisa» a la persona que consiga llegar hasta aquí, sino que la mantendría con vida hasta averiguar cómo ha conseguido burlar sus defensas y, más importante aún, por qué le interesa tanto vaciar la vasija. No olvides que lord Voldemort cree que sólo él sabe que existen sus
Horrocruxes
.
Harry fue a hablar otra vez, pero Dumbledore levantó la mano pidiendo silencio y examinó el líquido verde esmeralda con la frente ligeramente fruncida, muy concentrado.
—No me cabe duda de que esta poción causa un efecto que impide coger el
Horrocrux
—dijo pasados unos momentos—. Podría paralizarme, hacerme olvidar para qué he venido aquí, producirme tanto dolor que no pueda continuar o incapacitarme de algún modo. En ese caso, Harry, tú te encargarás de que yo siga bebiendo, aunque tengas que hacérmela tragar por la fuerza. ¿Entendido?
Se miraron a los ojos; ambos tenían el rostro iluminado por aquella extraña luz verdosa. Harry no dijo nada. ¿Era por eso por lo que Dumbledore lo había invitado a acompañarlo, para que lo obligase a beber una poción que quizá le causara un dolor insoportable?
—Recuerda la condición que te impuse para venir conmigo —dijo el profesor.
Harry vaciló sin apartar la vista de sus ojos azules, ahora teñidos de verde por la luz de la vasija.
—Pero ¿y si…?
—¿Acaso no juraste que obedecerías cualquier orden que te diera?
—Sí, pero…
—¿No te avisé que podía ser peligroso?
—Sí, pero…
—Muy bien —dijo Dumbledore arremangándose de nuevo la túnica y alzando la copa vacía—, pues ya te he dado mi orden.
—¿Por qué no puedo bebérmela yo? —propuso Harry sin esperanzas.
—Porque yo soy mucho más anciano, mucho más inteligente y mucho menos valioso. Por última vez, Harry, ¿me das tu palabra de que harás cuanto esté en tu mano para obligarme a seguir bebiendo?
—¿No podríamos…?
—¿Me das tu palabra?
—Pero…
—¡Necesito que me des tu palabra, Harry!
—Yo… Está bien, pero…
Antes de que Harry siguiera poniendo objeciones, el anciano metió la copa de cristal en la poción. Harry confiaba en que no lograría tocarla, pero el cristal atravesó limpiamente la superficie, aunque antes no lo habían conseguido con las manos; cuando la copa estuvo llena hasta el borde, Dumbledore la alzó y se la llevó a los labios.
—A tu salud, Harry.
Y la vació. El muchacho lo observó estremecido, aferrando el borde de la vasija con tanta fuerza que se le entumecieron los nudillos.
—¿Profesor? —dijo cuando Dumbledore bajó la copa, ya vacía—. ¿Cómo se encuentra?
El director de Hogwarts negó con la cabeza. Tenía los ojos cerrados y Harry se preguntó si sentiría dolor. Sin abrir los ojos, volvió a sumergir la copa, la llenó de nuevo y bebió por segunda vez.
En silencio, bebió tres veces. Cuando iba por la cuarta copa, se tambaleó y cayó sobre la vasija. Todavía tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad.
—¿Profesor Dumbledore? —llamó Harry con voz tensa—. ¿Me oye?
El anciano no contestó. Le temblaban los párpados, como si estuviera profundamente dormido en medio de una pesadilla. Aflojó la mano que sujetaba la copa y la poción amenazó con derramarse. Harry logró sujetarla a tiempo y enderezarla.
—¿Me oye, profesor? —repitió en voz alta, y sus palabras reverberaron en la cueva.
Dumbledore jadeó y luego habló con una voz que Harry no reconoció porque nunca lo había visto tan asustado.
—No quiero… no me obligues… —Harry escrutó el pálido rostro que tan bien conocía, observó la nariz torcida y las gafas de media luna, y no supo qué hacer—. No me gusta… Quiero dejarlo… —gimió Dumbledore.
—No… no puede dejarlo, profesor. Tiene que seguir bebiendo, ¿se acuerda? Me dijo que tenía que seguir bebiendo. Tome…
Odiándose por lo que hacía, Harry le acercó la copa a la boca y la inclinó, y Dumbledore se bebió lo que quedaba de poción.
—No… —gimió de nuevo mientras Harry volvía a llenar la copa—. No quiero… no quiero… Déjame marchar…
—No pasa nada, profesor —dijo Harry procurando controlar el temblor de las manos—. No se preocupe, estoy aquí…
—Haz que se detenga, haz que se detenga —murmuró Dumbledore.
—Sí, sí… Tome, esto lo detendrá —lo conformó Harry, y vertió la poción en la boca abierta de Dumbledore.
El anciano gritó y su voz resonó en la enorme cueva por encima de las negras y muertas aguas.
—No, no, no… No puedo… no puedo, no me obligues, no quiero…
—¡Tranquilo, profesor, no pasa nada! —perseveró Harry; le temblaban tanto las manos que apenas pudo llenar la copa por sexta vez; la vasija estaba ya mediada—. No le ocurre nada, está a salvo, esto no es real, le juro que no es real. Beba esto, beba esto…
Y, obediente, Dumbledore bebió, como si lo que Harry le estaba ofreciendo fuera un antídoto; pero, al acabar, cayó de rodillas, sacudido por fuertes temblores.
—Todo es culpa mía, todo es culpa mía —sollozó el anciano—. Haz que se detenga, por favor… Ya sé que me equivoqué, pero, por favor, haz que se detenga y nunca más volveré a…
—Esto lo detendrá, profesor —dijo Harry con voz quebrada mientras vaciaba la séptima copa en la boca de Dumbledore.