Harry Potter y el Misterio del Príncipe (58 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Entonces, cuando la profecía dice que yo tendré «un poder que el Señor Tenebroso no conoce», ¿se refiere sólo al amor? —preguntó Harry, un poco decepcionado.

—En efecto, sólo al amor. Pero no olvides nunca que la predicción de la profecía sólo tiene valor porque Voldemort se lo concedió. Ya te lo expliqué a finales del curso pasado: Voldemort te señaló a ti como la persona que mayor peligro podía entrañar para él, y al hacerlo ¡te convirtió efectivamente en la persona que mayor peligro entrañaría para él!

—En realidad viene a ser lo mismo…

—¡No, no lo es! —discrepó Dumbledore, y su tono empezaba a denotar impaciencia. Señalando a Harry con su negra y marchita mano, añadió—: ¡Das demasiado valor a la profecía!

—Pero si… pero si usted me dijo que significa…

—Si Voldemort no hubiera oído hablar de la profecía, ¿se habría cumplido ésta? ¿Habría significado algo? ¡Claro que no! ¿Acaso crees que todas las profecías de la Sala de las Profecías se han cumplido?

—Pero… —persistió Harry, desconcertado— pero el año pasado usted dijo que uno de nosotros tendría que matar al otro…

—¡Harry, Harry! ¡Te lo dije porque Voldemort cometió un grave error y dio por buenas las palabras de la profesora Trelawney! Si él no hubiera matado a tu padre, ¿habría hecho surgir en ti un furioso deseo de venganza? ¡Claro que no! Y si no hubiera obligado a tu madre a morir por ti, ¿te habría conferido una protección mágica que él no podría vencer? ¡Pues claro que no! ¿Acaso no lo entiendes? ¡El propio Voldemort creó a su peor enemigo, como hacen los tiranos! ¿Tienes idea de hasta qué punto éstos temen a la gente que someten? Todos los opresores comprenden, tarde o temprano, que entre sus muchas víctimas habrá al menos una que algún día se alzará contra ellos y les plantará cara. ¡Voldemort no es ninguna excepción! Él ya estaba alerta por si aparecía alguien capaz de desafiarlo. ¡Oyó la profecía y decidió actuar, y como consecuencia de ello no sólo escogió a la persona con más posibilidades para acabar con él, sino que le entregó unas armas excepcionalmente mortíferas!

—Pero…

—¡Es fundamental que entiendas esto! —insistió Dumbledore, y se levantó para pasearse por la habitación haciendo ondear su relumbrante túnica. Harry nunca lo había visto tan alterado—. ¡Al intentar matarte, el propio Voldemort señaló a la extraordinaria persona que está ante mí y le proporcionó las herramientas necesarias para realizar el trabajo! El tiene la culpa de que tú pudieras adivinar sus pensamientos, sus ambiciones, e incluso de que entiendas el lenguaje de las serpientes que él emplea para transmitir órdenes; y sin embargo, Harry, pese a tu privilegiada comprensión del mundo de Voldemort (un don por el que cualquier
mortífago
mataría), nunca te han seducido las artes oscuras, nunca, ¡ni siquiera por un segundo has mostrado el menor deseo de unirte a los seguidores de Voldemort!

—¡Por supuesto que no! ¡El mató a mis padres!

—¡Lo que significa que te protege tu capacidad de amar! —concluyó Dumbledore elevando la voz—. ¡Esa es la única protección efectiva contra unas ansias de poder como las de Voldemort! ¡A pesar de todas las tentaciones que has resistido y del sufrimiento que has soportado, tu corazón sigue puro, tan puro como cuando tenías once años y te miraste en un espejo que reflejó los deseos de ese corazón tuyo! El espejo te mostró el modo de desbaratar los planes de Voldemort, pero no te tentó con la inmortalidad ni las riquezas. ¿Te das cuenta, Harry, de que muy pocos magos habrían podido ver lo que tú viste en ese espejo? ¡Voldemort debió haber comprendido entonces a qué se enfrentaba, pero no lo hizo!

»Ahora sí sabe qué clase de adversario eres. Tú te asomaste a su mente sin sufrir daño, pero él no puede poseerte sin padecer una agonía mortal, como descubrió en el ministerio. Pero sigue sin entender por qué. Tenía tanta prisa por cercenar su propia alma que no se detuvo a valorar el incomparable poder de un alma íntegra e intachable.

—Pero señor —dijo Harry, y se esforzó en no parecer discutidor—, al fin y al cabo da lo mismo, ¿no? Tengo que intentar matarlo o…

—¿Que tienes que intentarlo? —lo interrumpió el director—. ¡Claro que sí! ¡Pero no por la profecía, sino porque sabes que no descansarás hasta que lo hayas intentado! ¡Ambos lo sabemos! ¡Imagínate, aunque sólo sea un momento, que nunca hubieras oído esa profecía! ¿Cómo juzgarías a Voldemort? ¡Piensa!

Harry se quedó mirando a Dumbledore, que no cesaba de pasearse delante de él, y reflexionó. Pensó en su madre, en su padre y en Sirius; pensó en Cedric Diggory; pensó en todos los horrores cometidos por Voldemort y sintió como si una llama le ardiera dentro del pecho y le abrasara la garganta.

—Querría verlo muerto —murmuró—. Y querría matarlo yo.

—¡Pues claro! —exclamó Dumbledore—. ¿Lo ves? ¡La profecía no significa que tú tengas que hacer nada! Pero la profecía provocó que lord Voldemort «te señalara como su igual»… Dicho de otro modo, tú tienes libertad para elegir tu camino, eres libre para rechazar la profecía. En cambio, Voldemort sigue otorgándole un gran valor. El seguirá persiguiéndote, y eso garantiza que…

—Que uno de nosotros acabará matando al otro —dijo Harry, y por fin comprendió lo que Dumbledore intentaba explicarle: la diferencia entre dejarse arrastrar al ruedo para librar una lucha a muerte o salir al ruedo con la cabeza alta. Algunos dirían, quizá, que los dos caminos no eran tan distintos, pero Dumbledore sabía («Y yo también —pensó Harry con un arrebato de fiero orgullo— y mis padres también») que la diferencia era enorme.

24
¡Sectumsempra!

En la clase de Encantamientos de la mañana siguiente, Harry, agotado pero muy satisfecho de la última clase particular con Dumbledore (y después de hacerles el hechizo
muffliato
a los que tenía más cerca), les explicó a Ron y Hermione lo que había sucedido. Sus dos amigos se mostraron muy impresionados por la manera como le había sonsacado el recuerdo a Slughorn y se sintieron sobrecogidos cuando les habló de los
Horrocruxes
de Voldemort y les contó que Dumbledore había prometido llevarlo con él si encontraba otro de éstos.

—¡Uau! —exclamó Ron embelesado, mientras agitaba distraídamente su varita apuntando al techo sin prestar la menor atención—. ¡Uau! Vas a ir con Dumbledore… para destruir… ¡Uau!

—Ron, estás provocando que nieve —le advirtió Hermione con paciencia, y le desvió la varita para que dejara de apuntar al techo, del que empezaban a caer unos gruesos y blancos copos. Lavender Brown, que tenía los ojos enrojecidos, fulminó con la mirada a Hermione desde una mesa cercana, y ésta soltó el brazo de Ron.

—¡Oh, vaya! —se asombró el muchacho, y se miró los hombros—. Lo siento… Ahora parece que todos tengamos una caspa horrible. —Sacudió la nieve falsa que Hermione tenía en el hombro y Lavender rompió a llorar. Ron puso cara de sentirse tremendamente culpable y le dio la espalda—. Es que anoche cortamos cuando me vio salir del dormitorio con Hermione —le explicó a Harry por lo bajo—. Como a ti no podía verte porque llevabas puesta la capa, creyó que habíamos estado solos.

—Bueno, pero no te importa que se haya acabado, ¿no?

—No —admitió Ron—. Fue muy desagradable cuando se puso a chillarme, pero al menos no tuve que cortar yo.

—Cobarde —dijo Hermione, aunque daba la impresión de que aquella historia le resultaba graciosa—. En fin, se ve que la pasada noche fue mala para los romances en general. Ginny y Dean también han cortado, Harry.

A él le pareció que Hermione lo miraba con suspicacia, pero era imposible que ella supiera que de pronto sus entrañas se habían puesto a bailar la conga. Esforzándose por no cambiar la expresión y por hablar con un tono lo más indiferente posible, preguntó:

—¿Qué ha pasado?

—Pues mira, ha sido por una tontería. Ginny le dijo que estaba harta de que siempre la ayudara a pasar por el hueco del retrato, como si no pudiera hacerlo ella sola. Pero la verdad es que hacía tiempo que no les iban bien las cosas.

Harry miró a Dean, en el otro extremo del aula, y comprobó que no parecía nada contento.

—Esto te plantea un pequeño dilema, ¿verdad? —dijo Hermione.

—¿Qué quieres decir? —se apresuró a replicar Harry.

—El equipo de
quidditch
—aclaró Hermione—. Si Ginny y Dean no se hablan…

—¡Ah! ¡Ah, sí! Claro…

—Que viene Flitwick —les previno Ron.

El menudísimo maestro de Encantamientos se dirigía bamboleándose hacia ellos, y Hermione era la única que había logrado convertir el vinagre en vino; su frasco de cristal estaba lleno de un líquido rojo oscuro, mientras que los frascos de Harry y Ron todavía presentaban un contenido marrón fangoso.

—A ver, a ver, chicos —los regañó el profesor con su voz de pito—. Menos charla y más acción, por favor. Dejadme ver cómo lo intentáis…

Los dos muchachos alzaron sus varitas, concentrándose al máximo, y apuntaron a sus frascos. El vinagre de Harry se convirtió en hielo y el frasco de Ron explotó.

—Muy bien, seguid practicando, pero en vuestro tiempo libre —dijo Flitwick mientras salía de debajo de la mesa y se quitaba fragmentos de cristal del sombrero.

Después de la clase de Encantamientos, los tres amigos tenían una de esas escasas horas libres en que coincidían y se dirigieron a la sala común. A Ron se lo veía de muy buen humor después de haber cortado con Lavender, y Hermione también parecía contenta, aunque, cuando le preguntaron por qué estaba tan sonriente, se limitó a contestar: «No sé, porque hace un día muy bonito.» Ninguno de los dos había advertido que en la mente de Harry se estaba librando una cruel batalla:

Es la hermana de Ron.

¡Pero le ha dado calabazas a Dean!

Sigue siendo la hermana de Ron.

¡Soy su mejor amigo!

Eso sólo empeora las cosas.

Si antes de hacer nada hablara con él…

Te pegaría un puñetazo.

¿Y si eso no me importa?

¡Es tu mejor amigo!

Harry casi ni se dio cuenta de que entraban en la soleada sala común por el hueco del retrato, y apenas se fijó en el reducido grupo de alumnos de séptimo año que había allí, hasta que Hermione gritó:

—¡Katie! ¡Has vuelto! ¿Ya te encuentras bien?

Harry, sorprendido, se quedó mirándola de hito en hito: sí, era Katie Bell, con un aspecto de lo más saludable y rodeada de sus amigas, radiantes de alegría.

—¡Sí, muy bien! —contestó ella, muy contenta—. El lunes me dejaron salir de San Mungo. Pasé un par de días en casa con mis padres y esta mañana he vuelto al colegio. Leanne me estaba contando lo de McLaggen y el último partido, Harry…

—Ya —dijo él—. Bueno, ahora que has vuelto y Ron ya está recuperado, tenemos posibilidades de machacar a Ravenclaw, y eso significa que todavía podemos luchar por la Copa. Oye, Katie…

Necesitaba formularle esa pregunta de inmediato; sentía tanta curiosidad que hasta Ginny desapareció por unos instantes de su mente. Bajó la voz mientras las amigas de Katie empezaban a recoger sus cosas porque llegaban tarde a la clase de Transformaciones.

—Aquel collar… ¿Te acuerdas ya de quién te lo dio?

—No —respondió Katie negando con la cabeza, apesadumbrada—. Todo el mundo me lo ha preguntado, pero no tengo ni idea. Lo último que recuerdo es que entré en el lavabo de señoras de Las Tres Escobas.

—Entonces, ¿estás segura de que entraste en el lavabo? —preguntó Hermione.

—Bueno, al menos sé que abrí la puerta; supongo que quienquiera que me haya echado la maldición
imperius
estaba esperando dentro. No recuerdo nada de lo sucedido después, hasta que recobré la conciencia en San Mungo, hace dos semanas. Perdonadme, pero tengo que irme. No me extrañaría nada que McGonagall me castigara con copiar aunque éste sea el día de mi vuelta al colegio…

Recogió la mochila y los libros y siguió a sus amigas. Harry, Ron y Hermione se sentaron a una mesa junto a una ventana y cavilaron sobre lo que Katie les había contado.

—Debió de ser una niña o una mujer —razonó Hermione—; de lo contrario, no habría podido esperarla en el lavabo de señoras.

—O alguien que parecía una niña o una mujer —observó Harry—. No olvidéis que en Hogwarts había un caldero lleno de poción
multijugos
. Ya sabemos que robaron un poco… —Se imaginó a varias parejas de Crabbes y Goyles transformados en chicas contoneándose como si desfilaran por una pasarela—. Me parece que beberé otro trago de
Felix Felicis
—anunció— e iré a probar fortuna con la Sala de los Menesteres.

—Eso sería malgastar la poción —opinó Hermione, dejando el
Silabario del hechicero
que acababa de sacar de la mochila—. La suerte no lo soluciona todo, Harry. El caso de Slughorn era diferente; tú ya tenías la capacidad para convencerlo y sólo necesitabas amañar un poco las circunstancias. Pero la suerte no te servirá para romper un poderoso sortilegio. Y en cambio, necesitarás toda la que puedas obtener si Dumbledore te lleva con él… —añadió con un susurro—. Así pues, no malgastes el resto de esa poción.

—¿No podríamos preparar un poco más? —le preguntó Ron a Harry—. Sería genial tener una reserva de
Felix Felicis
. ¿Por qué no miras en el libro…?

Harry sacó de la mochila su
Elaboración de pociones avanzadas
y buscó
Felix Felicis
.

—¡Jo, es complicadísimo! —dijo recorriendo con la mirada la lista de ingredientes—. Y tarda seis meses en obtenerse porque hay que dejarlo en infusión…

—¡Típico! —comentó Ron.

Harry se disponía a guardar el libro cuando se fijó en una página que tenía un extremo doblado; la abrió y vio el hechizo
Sectumsempra
, con el comentario «para enemigos», que había marcado unas semanas atrás. Todavía no había averiguado qué efecto tenía, sobre todo porque no quería probarlo en presencia de Hermione, pero se estaba planteando probarlo con McLaggen la próxima vez que surgiera a sus espaldas por sorpresa.

El único al que no le hizo mucha gracia enterarse del regreso de Katie Bell fue Dean Thomas, porque ya no podría sustituirla jugando de cazador en el equipo de
quidditch
. Cuando Harry se lo comunicó, el chico encajó el golpe con entereza y se limitó a gruñir y encogerse de hombros; pero luego a Harry le pareció que Dean y Seamus murmuraban a sus espaldas, furiosos.

Los entrenamientos de
quidditch
de las dos semanas siguientes fueron los mejores desde que Harry era capitán. El equipo estaba tan contento de haberse librado de McLaggen y de la vuelta de Katie que volaban como nunca.

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