El Inspector Jefe de Enseñanza Primaria tuvo un choque, del todo inesperado, con el profesor Civil… Éste oyó hablar de la Obra de Dios al señor obispo y, acuciado por la curiosidad, quiso beber en su fuente principal: le pidió a Agustín Lago que le permitiera echar una ojeada al libro del padre Escrivá, Camino, que como es sabido constituía para el Inspector la clave de sus meditaciones. Agustín Lago complació gustoso al viejo profesor, convencido de que éste reaccionaría favorablemente. Y ocurrió todo lo contrario. El profesor Civil se llevó las manos a la cabeza. Estimó que Camino contenía algunos bellos pensamientos, pero otros se le antojaron del todo inadmisibles. «¿Se da usted cuenta, amigo Lago? Vea lo que dice aquí: “El plano de la santidad que nos pide el Señor, está determinado por tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza”. ¿Qué significa eso? Y eso otro: “Si sientes impulso de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último; con los demás, el primero”. ¿Quiénes son los demás? ¿Y por qué querer ser el primero? ¿Y a qué viene esa grosería, y perdone usted la palabra, amigo Lago?; “El manjar más delicado y selecto, si lo come un cerdo (que así se llama, sin perdón), se convierte, a lo más, ¡en carne de cerdo!”. No lo entiendo, no lo entiendo… Amigo Lago, permítame que le diga que ese libro es confuso, contradictorio… ¿Y por qué su autor emplea el tuteo? Ya está bien que lo emplee la Falange? ¿no cree? Tutear a las almas no me ha gustado jamás. Con su permiso, continuaré leyendo de vez en cuando los Evangelios… y
El Criterio
, de Balmes».
Agustín Lago se las vio y deseó para convencer al profesor Civil de que lo que valía de Camino era su contexto, el aliento sobrenatural que emanaba de sus páginas y le recordó que, en su esporádica dureza, el padre Escrivá, fundador del Opus Dei, no había hecho sino imitar a Cristo, que en múltiples ocasiones se mostró también fustigador; el profesor Civil negó con la cabeza y sentenció: «Cristo era Dios, y tenía derecho a expulsar del templo a quien quisiera; pero cuando Pedro desenvainó la espada en el Huerto y le cortó la oreja a Malco, criado del pontífice, le obligó a envainarla, dándole una suprema lección de tolerancia».
Agustín Lago pasó unos días mucho más inseguro de lo que podían pensar de él el Gobernador y Mateo. Por fortuna, recordó su coloquio con Carlos Godo —«seremos incomprendidos durante mucho tiempo»— y, sobre todo, encontró en el propio Camino el pensamiento consolador: «Cuando te entregues a Dios, no habrá dificultad que pueda remover tu optimismo».
En consecuencia, pues, se tomó más en serio que nunca la idea de «comportarse con la mayor naturalidad en medio del mundo», y después de piropear a la imagen de la Virgen que tenía en el cuarto de su modesta pensión se dedicó con renovados bríos a lo suyo: al trabajo, a ocuparse de la situación de los maestros, que continuaba siendo dramática.
Una vez más encontró en Carlos Godo, con quien mantenía ahora asiduo contacto epistolar, su gran aliado: «No te desanimes, querido Agustín. También yo he librado aquí, en Barcelona, combates similares. Pero avanzaremos, avanzaremos poco a poco… ¿No te acuerdas de las palabras de Chesterton? El milagro del cristianismo es que está loco: pretende vender jabón que no lava…»
Por otra parte, Carlos Godo le tendió el puente necesario para que sus gestiones en el terreno de la Enseñanza resultaran, dentro de lo posible, positivas. Le dio las señas de otro compañero del Opus Dei, residente en Madrid y que trabajaba precisamente en el Ministerio de Educación Nacional. Se llamaba Víctor Camacho y era jefe de Negociado.
«Escríbele en mi nombre. Mándale un informe detallado de todo cuanto necesites y él te aconsejará y te apoyará lo que pueda. En mi opinión, deberías ponerle al corriente, por supuesto, de los problemas de los maestros en ejercicio; pero sin olvidarte de los otros, de los maestros “depurados”. Creo que debes prestarles a éstos la máxima atención, por cuanto, como bien sabes, lo que menos importa es el pasado ideológico. ¡La cuestión es que sean competentes!».
Agustín Lago siguió al pie de la letra el consejo de su amigo. ¡Y acertó! Víctor Camacho, al recibir en el Ministerio la carta de Agustín Lago sintió como si una llama cálida hubiera brotado en medio de aquella frialdad burocrática. Y se mostró eficiente en grado sumo. Consiguió el permiso necesario para que los maestros de la provincia de Gerona pudieran en el curso próximo cobrar «las permanencias» —es decir, las horas extraordinarias de clase—, ¡y obtuvo además una asignación para comprar estufas! Y para poner cristales en las escuelas que carecieran de ellos. Y la promesa oficial de levantar, en un plazo de tiempo relativamente corto, treinta viviendas en los pueblos más necesitados.
¡«Permanencias», estufas, cristales, treinta viviendas! Agustín Lago festejó la noticia por todo lo alto con los maestros que acertó a reunir en un ágape de Hermandad que tuvo lugar en Gerona, en el Hotel del Centro, donde se hospedaban el doctor Chaos y el cónsul inglés, míster Edward Collins; ágape que transcurrió con tan sana alegría que un maestro de Santa Coloma de Parnés, mordaz por naturaleza, comparando los manjares que les iban sirviendo con el menú que habitualmente le servían en la pensión del pueblo, se levantó como para brindar y dijo: «Propongo a todos los aquí presentes que nos declaremos reunidos en sesión permanente».
Agustín Lago soltó una carcajada. ¿Qué le ocurría? ¡Decididamente había dado un paso adelante!
Pero faltaba por resolver la segunda parte de su programa, y ahí sí que la cosa no era para reírse. El Inspector había informado a Víctor Camacho de la trayectoria humana seguida por los maestros que al término de la guerra habían sido expulsados de la carrera por la Comisión Depuradora, que él se vio obligado a presidir. ¡Santo Dios!
Algunos habían emigrado a Barcelona; otros, los menos, habían montado un pequeño negocio; muchos se habían empleado en oficinas… Pero en su mayoría pasaban, ellos y ellas, vergonzosas privaciones, por no decir hambre. Se habían convertido en parásitos desmoralizados, lo mismo que muchos de los mutilados que habían combatido con el Ejército «rojo»; en fácil presa para cualquier aventura ilícita. Dato confirmado por el hecho de que entre los primeros denunciantes de la
Fiscalía de Tasas
al objeto de percibir el cuarenta por ciento de las multas, figuraban precisamente algunos de los maestros expulsados… ¿Qué hacer? Víctor Camacho le sugirió varias salidas. Intentar colocarlos, ¡al margen de lo que en ello hubiere de paradójico!, en Colegios Religiosos, en muchos de los cuales las plantillas no habían sido cubiertas del todo; y darles facilidades para que pudieran montar Academias Particulares…
Agustín Lago obtuvo éxito en ambos terrenos. ¡Cuánto se alegró! No faltaban maestros, de edad avanzada y entrañablemente apegados a su profesión, que le llamaron su Ángel Salvador, a semejanza del músico Quintana cuando Chelo Rosselló le propuso dirigir el coro de la Sección Femenina. «¡Nos ha salvado usted! ¡Nos ha salvado usted!».
Agustín Lago estuvo tentado de decirle al profesor Civil: «¿Se da usted cuenta, profesor? ¡Ahí tiene la santa desvergüenza!». Pero se abstuvo de hacerlo, puesto que la Obra prefería actuar en secreto, evitando que sus gestiones adquirieran el carácter, siempre humillante, de paternalismo benéfico.
Carlos Godo felicitó a Agustín Lago. «Enhorabuena, Agustín. No cejes en tu empeño. Tu responsabilidad es muy grande, pues el problema fundamental de España es éste, la Enseñanza. Según Víctor Camacho, más de un tercio de nuestra población es analfabeta… Amemos a esos analfabetos, porque son hermanos nuestros, porque son hombres y procuremos que consigan santificarse por medio de un trabajo decente. ¡Enhorabuena otra vez! Y créeme si te digo que me gustaría mucho hacer antes de Navidad otro viaje a Gerona para darte un abrazo».
¿Y «La Voz de Alerta»?
Euforia, euforia por los cuatro costados. Presidente, esta vez, de la Comisión de Festejos para las Ferias, la provincia entera se desplazaría a la ciudad para gozar de ellas. ¡Y los fuegos artificiales marcarían época! No ocurriría lo que en los primeros, lanzados tres meses después de terminada la guerra, con motivo del aniversario del Alzamiento, en los que la cascada final constituyó un fiasco, puesto que fallaron las aspas y la multitud sólo pudo leer: «Viva… Julio». Además, concurso de carteles, concurso de escaparates y premios especiales para las calles mejor engalanadas, lo que entusiasmó al vecindario. Cada calle había ya nombrado su Comisión y se presentía una orgía de gallardetes y de tiestos de flores en los balcones. Y al final, en el baile de gala del Casino, ¡la
Gerona Jazz
!
Capítulo XLIQuerida Carlota:
Esto marcha… Será por el gozo íntimo que me proporcionó mi estancia en Puigcerdá, por la suerte que Dios me deparó dándome la ocasión de conocerte, pero esto marcha. Hago lo que puedo para levantar la moral de la ciudad y creo que la consigo.
Me dijiste que te interesaban todos los detalles que se refiriesen a mi labor; pues ahí van. Aunque yo preferiría hablar exclusivamente de nuestros proyectos en común…
Te adjunto el programa de Ferias, por el que te harás cargo de la que aquí se va a armar. En honor tuyo, como verás, se celebrará en la Rambla una extraordinaria audición de sardanas. ¡Sí, el día de San Narciso, el Ayuntamiento obsequiará a la población con seis sardanas, seis, en la mismísima Rambla y a cargo de la
Cobla Gerona
! Todo un acontecimiento. Supongo que hasta los ancianos bajarán de sus casas para formar en los ruedos.La gente —no así algunos concejales, que me preguntan qué es lo que me pasa— está entusiasmada porque digo que «sí» a todo. Accedo a todas las peticiones que se me formulan, lo mismo si se trata de instalar un quiosco de periódicos, que una churrería, que un puesto para vender castañas… Ello ha creado un clima muy favorable. Es de admirar el celo con que los guardias urbanos vigilan que los vecinos no sacudan las alfombras en la calle, que no tiren las basuras al río y que enciendan las luces de las escaleras a la hora justa. El espíritu de colaboración es tal que en la Guardería Municipal se amontonan, como muestras de buena voluntad, cantidades ingentes de objetos perdidos. Hoy, día de mercado, una vecina ha entregado incluso dos patos que se ha encontrado sueltos por ahí. ¿Te das cuenta? Digo yo que un pueblo que devuelve los patos perdidos es un pueblo sano. Reconozco que hasta ahora exageré al negar que la masa puede también poseer ciertas virtudes…
Claro que, a fuer de sincero, he de reconocer que no todo se debe a mi gestión. Ha empezado el Campeonato de Fútbol y el Gerona Club de Fútbol le ha pegado al Málaga una paliza: 4-0. Esto ha enardecido a mis conciudadanos. Y por si fuera poco, se ha fundado en la ciudad un Club de Hockey sobre ruedas, deporte magnífico, elegante, que estoy seguro que cuando lo veas te entusiasmará.
Otra buena noticia es el remozamiento de la emisora de radio. Esto se lo debemos al Gobernador. Es una emisora potente y el director ha concebido un programa que se ha hecho inmediatamente popular: la retransmisión, a capítulo diario, de novelas adaptadas ex profeso… Mejor dicho, de novelones de rompe y rasga, con pastoras enamoradas, algún que otro huerfanito y espadachines. Naturalmente, al final siempre hay boda… lo que me congratula sobremanera. No puedes imaginarte el éxito de estos «seriales». Las amas de casa lloran. Las modistas lloran. Llora todo el mundo, incluidas la esposa del Gobernador, María del Mar, y mi criada, Montse. En suma, que Gerona, gracias a los «seriales», llora… de felicidad, lo que demuestra que lo imaginario conmueve más que lo real.
Mi querida Carlota, te incluyo la última «Ventana al mundo» que he escrito. Te la dedico a ti, como verás, pues en ella demuestro que el idioma catalán, que tan a fondo conoces, llegó a hablarse en todo el Mediterráneo y hasta en Bizancio… Y cito a tu autor preferido: Ramón Llull. Habrá algunas protestas… ¡Qué más da! En eso no puede meterse la
Fiscalía de Tasas
. Ni tampoco el inspector de Enseñanza Primaria, aunque sea de la tierra del Quijote. En cambio, habré dado un alegrón a mosén Alberto y al profesor Civil, de quienes tanto te hablé. Y estoy seguro de que te lo habré dado también a ti.Te escribiría mucho más largo, pero me espera el señor obispo… Por lo visto corren por ahí unos cuantos desgraciados que suben por los pisos ofreciendo escapularios que garantizan la salvación eterna. ¡Menudo chasco se va a llevar Su Ilustrísima! Porque yo soy un pecador —bien lo sabes tú—, y por tanto estoy dispuesto a comprar uno de dichos escapularios.
Espero que el correo me traiga luego tu carta. Mañana volveré a escribirte…
Entretanto, recibe lo que quieras de éste que por tu culpa sufre cada noche una crisis de insomnio.
«La Voz de Alerta».
Pocos días antes de la Feria se produjo la catástrofe que mosén Alberto presintió cuando flotaron sobre la ciudad aquellas nubes con carga dramática. El notario Noguer, por una vez, había pecado de optimista. La tramontana no le obedeció. Sobrevino la inundación, llevándose consigo la euforia de «La Voz de Alerta», el encantamiento de la Feria, los arcos de triunfo de las calles engalanadas, algunos puentes, algunas casas, unas cuantas vidas humanas.
Un día u otro tenía que ocurrir. El agua formaba parte de la historia de Gerona con mucha más antigüedad que Cosme Vila, que el Gobernador e incluso que el héroe de la guerra de la Independencia, el general Álvarez de Castro.
Empezó a llover el sábado por la tarde y no paró hasta el lunes al amanecer. Hubo un momento, cuando el agua llevaba ya varias horas cayendo, en que el cielo tenía el color del barro. Un cielo pardo, reumático, tan oscuro que, según el señor Grote, recordaba algunos pasajes del Evangelio. ¡Cómo llovía! Daba miedo. Lloraban las fachadas, los árboles, los letreros de los comercios. Fue cortada la luz y se apagaron los faroles de gas. El agua caía en diagonal, sesgadamente. Ráfagas de viento doblaban los cables telegráficos y paralizaban los relojes públicos. El vecindario se había congregado en los lugares estratégicos para contemplar el espectáculo. Las calles céntricas, la plaza Municipal, el barrio de la Barca, eran ríos desbocados.
A la mañana del domingo las noticias no podían ser peores. Dado que llovía también en el Pirineo, el Ter llegaba enfático y con ira, lo que significaba que el Oñar no podría desahogarse en él y se desbordaría. Así fue. El agua, pese a las medidas tomadas por el vecindario tapiando apresuradamente las entradas, empezó a penetrar en los establecimientos, como si quisiera encaramarse a los mostradores y a los estantes.