Ha estallado la paz (72 page)

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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

BOOK: Ha estallado la paz
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En cierto sentido, pues, el general se encontraba sin apenas escolta frente al alud de la ambición. De ahí su interés por trabar conocimiento con el Fiscal de Tasas nombrado para la provincia de Gerona, don Óscar Pinel. Apenas supo su llegada a la ciudad —el 23 de septiembre, precisamente el día en que el mariscal Pétain, «¡gran militar!», anunció en Vichy su propósito de disolver las logias masónicas francesas— le invitó a un vino de honor, que se celebró en el cuartel.

El Fiscal de Tasas acudió… y su contacto con el general no pudo ser más afortunado. Don Óscar Pinel era hombre de unos cincuenta y cinco años, bajito pero de mirada relampagueante y autoritaria. Por si fuera poco, ¡procedía del Ejército! Fue, durante la contienda, comandante de Intendencia, y hablaba de los suministros con la propiedad con que Agustín Lago hablaba de maestros y de pupitres.

Era viudo, con dos hijas. Una, la mayor, había profesado en un convento de clausura; la segunda se llamaba Sólita, era soltera y enfermera de profesión. «Ya la conocerá usted, mi general. Parece un sargento. En casa es la que manda».

¡Parece un sargento! El general Sánchez Bravo se felicitó por la aportación que la
Fiscalía de Tasas
significaba para Gerona. Por lo demás, los planes de don Óscar Pinel al frente de dicha Fiscalía no podían ser más convincentes. Se había traído consigo un equipo de inspectores, vascos en su mayoría, que recorrerían incesantemente la provincia. Pondría en práctica, con carácter permanente, aquella medida antipática pero eficiente según la cual los denunciantes cobrarían el cuarenta por ciento del importe de la sanción. Y desde luego, quien infringiera gravemente la ley sería enviado sin contemplaciones a prisión mayor o a trabajos forzados.

El general estrechó con efusión la mano del Fiscal de Tasas, don Óscar Pinel, cuyo mentón revelaba una energía indomable.

—Cuente conmigo, comandante.

—A sus órdenes, mi general.

Pocos días después, con motivo de la inauguración del local en que quedaría instalada la
Fiscalía de Tasas
—en la plaza del Marqués de Camps—, «La Voz de Alerta» dedicó otra «Ventana al mundo» al nuevo organismo. «Esperamos —dijo— la colaboración de todos los ciudadanos. Es inadmisible que en Madrid haya ya quien cante coplas como ésta:

Si Candelas hoy viviera

tan triste fin no tuviera,

porgue el estraperlo hoy día

da fama y categoría.»

Para el Gobernador había de suponer un gran alivio el funcionamiento de la
Fiscalía de Tasas
, que actuaría en estrecha colaboración con la Delegación de Abastecimientos, donde trabajaba Pilar. Le quitaban de encima una enorme responsabilidad, lo que le permitiría encauzar sus energías hacia otros menesteres más en consonancia con sus dotes y su carácter.

Otras personas, en cambio, arrugaron el entrecejo al contemplar en
Amanecer
el rostro impenetrable del comandante de Intendencia don Óscar Pinel y al leer sus rotundas declaraciones. Entre estas personas figuraban el coronel Triguero y el capitán Sánchez Bravo. Para no hablar de la Torre de Babel, de Padrosa, del abogado Mijares, del patrón del
Cocodrilo
… y del Administrador de la Constructora Gerundense, S. A.

Cabe decir que el capitán Sánchez Bravo, desde que su padre lo llamó a la Sala de Armas y lo conminó a no «deshonrar el uniforme» dedicándose a negocios marginales, no había movido un dedo en beneficio de la Sociedad. El capitán, impresionado por la integridad del general, se concedió una tregua. Tal vez ello se debiera a que sus ideas no eran tan claras como las del coronel Triguero. Dudaba mucho y en el fondo temía echarlo todo a perder en un santiamén: su tranquilidad y el orgullo que había sentido al luchar en la guerra y al recibir las estrellas que lucía en la bocamanga. De modo que todo el mes de agosto lo dedicó íntegramente a su cargo de presidente del Gerona Club de Fútbol, que el próximo invierno militaría en II División, cargo que lo traía de cabeza, pues debía mejorar la plantilla del equipo, remozar el Estadio, que a no dudarlo se llenaría de bote en bote, y construir un túnel para que los jugadores pudieran trasladarse directamente del terreno de juego a los vestuarios.

El coronel Triguero… era otro cantar. Sostuvo con el capitán Sánchez Bravo un diálogo ceñido, que hubiera hecho las delicias de mosén Alberto, cada día más aficionado a ahondar en los problemas de conciencia.

—Capitán… La Sociedad está quejosa de tu inactividad. Estás chaqueteando. Y te consta que eso es lo último que debe hacer un militar.

—Mi padre tiene razón, coronel Triguero. Si hemos de dedicarnos a los negocios, quitémonos el uniforme.

—¡Eso nunca! Sin el uniforme, adiós influencia. Los hermanos Costa no nos necesitarían para nada.

—Ésa es la cuestión.

—Por todos los diablos… ¡corrígeme si me equivoco! Van a racionar la gasolina. ¿Te haces cargo de lo que eso puede dar de sí?

—Me hago cargo… La Sociedad podría fabricar gasógenos, obtener cupos extra, etcétera. Pero… prefiero meditar con calma la situación.

—¿Hasta cuándo, si puede saberse?

—Hasta Navidad, que es cuando los hermanos Costa saldrán de la cárcel, si mis informes no mienten.

—Por Navidad lo que harás será echar unas lagrimitas, con eso de los belenes y la adoración de los pastores.

—Veremos. Que yo sepa, nadie ha decretado que soy un santurrón.

—Te falta poco. Te has contagiado. Te gusta el rancho del cuartel. Te gustan los garbanzos. Y contemplar tus cicatrices…

—Puede ser; pero la razón principal, por ahora, es mi padre. Tú vives solo y no te haces cargo. Además, tengo miedo. Ya lo tenía antes de la Fiscalía; ahora, mucho más.

El coronel Triguero se atusó el bigote y pareció que le nacían largas patillas.

—Mis respetos por la actitud de tu padre. Pero no irás a creer que todos son como él. Date una vuelta por Madrid y verás.

—Lo sé, lo sé… Allá ellos. Yo quiero reflexionar… y de momento fichar un buen extremo derecha y un buen portero.

La lengua del coronel Triguero chascó.

—¡Bien! Allá tú con tu vocación de pobre… Si cambias de parecer, ya sabes dónde estoy. Y se fue.

El coronel Triguero comunicó todo esto al oscuro Administrador de la Constructora Gerundense, S. A. Éste contestó:

—Entendido. Esperaremos hasta Navidad. Pero ese niño es tonto de remate. Entretanto, vea usted, coronel, si en Figueras podemos meter baza en las divisas que traen los refugiados franceses y belgas que siguen entrando por la frontera.

Nada, imposible abrir brecha allí. La gente que huía de los alemanes caía inexorablemente en manos del Gobernador. No había forma de maniobrar ni con las joyas que llevaban, ni de sobornarlos con promesas de facilitarles el paso rápido a África del Norte o a Portugal. Sus bienes quedaban confiscados… pero bajo el control de la Guardia Civil, y eran depositados legalmente en el Banco de España. Las órdenes del Gobierno eran al respecto severísimas, de suerte que la oficina del coronel Triguero en Figueras se estaba pareciendo a una cárcel. Y había más… La actitud de muchos de esos refugiados daba que pensar al coronel Triguero, puesto que no parecían considerar, ni mucho menos, que la guerra estuviera perdida para Inglaterra y Francia. De modo que empezaban a organizarse, poniéndose en su mayoría bajo la protección del cónsul británico llegado recientemente a Gerona: un hombre tranquilo, llamado Edward Collins, que se había instalado en el Hotel del Centro y que cuando oía la palabra Gibraltar sonreía de forma imperceptible. También la Cruz Roja estadounidense se movilizaba a su favor. En cuanto a los judíos, se desenvolvían con una astucia impar, pese a que algunos de ellos venían huyendo de la propia Alemania… ¡e incluso de Polonia! Los más aterrados, quizás, eran los aviadores ingleses que se habían visto obligados a hacer aterrizajes forzosos en Bélgica o en la Francia ocupada. Llegaban deshechos, heridos a veces y el coronel Triguero debía atenderlos de modo especial. Por cierto que uno de estos aviadores le contó al coronel que entre las tropas aliadas que combatieron a los alemanes en terreno belga, ¡y hasta en Noruega, en Narvik!, figuraban algunos exilados españoles. El coronel Triguero se quedó boquiabierto y no pudo menos de preguntarle: «¿Y qué tal?». «Muy valientes», fue la respuesta.

Así las cosas, el coronel Triguero recibió en su despacho de Figueras una visita inesperada: la de Gaspar Ley, director de la sucursal gerundense del Banco Arús. Fue una entrevista cordial, que abría para el futuro grandes perspectivas.

Gaspar Ley no se anduvo con tapujos. Se presentó al coronel en calidad de representante oficial, en Gerona, de la sociedad barcelonesa Sarró y Compañía y le comunicó que ésta deseaba conectar con la Constructora Gerundense, S. A. «Habrá usted oído hablar de Sarró y Compañía, ¿verdad? Es una sociedad que juega fuerte…»

El coronel, al oír estas palabras, llamó a Nati, la hermosa mecanógrafa, y le encargó que trajera del bar de abajo un par de cervezas. No obstante, disimuló su entusiasmo y adoptó una actitud expectante.

—¿Puede decirme quién es el señor Sarró?

Gaspar Ley sonrió.

—Nadie le llama señor Sarró. Es don Rosendo Sarró… Un hombre de empuje; y ex cautivo, por más señas. Se pasó toda la guerra en la Cárcel Modelo.

El coronel Triguero se mordió el labio inferior.

—Bien… ¿Y en qué podemos servirles?

—De momento, en nada. Don Rosendo Sarró tiene el proyecto de desplazarse a Gerona para entrevistarse con ustedes.

El coronel Triguero dijo:

—De todos modos, tengo la impresión de que de momento no entra en los planes de la Constructora Gerundense, S. A., fusionarse con nadie.

—¡Oh, no se trata de fusionarse! —contestó Gaspar Ley—. Llegado el caso… todo esto se resolvería sin papeles. Como si dijéramos… en familia.

El coronel Triguero asintió con la cabeza. Hervía por dentro, pero no modificó su actitud.

—¡Bien, entendido! Comunicaré esto a mis colegas.

—Eso es —asintió Gaspar Ley—. Ya recibirán ustedes mis noticias.

Gaspar Ley se despidió. Y en cuanto hubo salido, el coronel Triguero soltó una carcajada. Abandonó el despacho y le dijo a Nati: «¡Se acabó por hoy! Puedes irte a flirtear por ahí… hasta nueva orden».

El problema del coronel Triguero era que había perdido por completo el sentimiento de culpabilidad. La guerra lo había embrutecido. Su amoralidad crecía por días. Tanto, que en el fondo deseaba que los optimistas refugiados que iban entrando tuvieran razón, que la guerra entre el Eje y las democracias se prolongase. Entonces las oportunidades en España —con o sin Sarró y Compañía— serían cada vez mayores… y el capitán Sánchez Bravo, si no había perdido definitivamente el juicio, se decidiría de una vez a tirar por la borda sus escrúpulos y a reintegrarse a la Sociedad.

Capítulo XXXIX

Mateo tuvo que hacer frente a una papeleta difícil: aplazar la boda, proyectada para el 12 de octubre, Fiesta del Pilar, Día de la Raza o de la Hispanidad. Tres semanas antes recibió una orden de Núñez Maza, Delegado Nacional de Propaganda, para que se trasladase precisamente por aquellas fechas a San Sebastián, donde tendría lugar una magna concentración de Jefes Provinciales de Falange de toda España. La orden decía, como siempre: «Sin excusa ni pretexto».

No hubo opción. Pilar, que andaba atareadísima dando los últimos toques a su ajuar y al piso de la plaza de la Estación donde viviría con Mateo y con don Emilio Santos, tuvo una reacción casi histérica. Lloró, pataleó, se mordió las uñas hasta hacerlas desaparecer. En cuanto a Mateo, se limitaba a mostrarle con aire desolado la orden recibida de Madrid.

—Compréndelo. Van todos los jefes provinciales. Núñez Maza me ha llamado por teléfono. Al parecer ocurre algo grave. No puedo faltar. Por lo que he entendido, se trata de la actitud que ha de tomar la Falange con respecto a la guerra.

—¿A la guerra? —Pilar puso cara de espanto—. ¿A qué te refieres?

—No temas, mujer. Los alemanes quieren conocer nuestra opinión. Serrano Súñer va a Berlín y estas conversaciones previas son necesarias.

Pilar se asustó todavía más.

—Pero ¿es que España va a liarse con Alemania? ¿Eso es lo que pretendéis?

—Yo no pretendo nada, cariño. Me han llamado y tengo que ir, nada más. Lo que quiero es casarme contigo… cuanto antes. Pilar se hundió en la mecedora en que solía descansar Carmen Elgazu. No supo qué decir. Era el primer golpe «directo» que recibía desde que tenía relaciones con Mateo. Hizo un esfuerzo sobrehumano y dejó de llorar.

—¿Qué vamos a hacer, pues? ¿Cuánto durará esto? Mateo puso una gran carga de afecto en las palabras que pronunció luego. Comprendía muy bien lo que aquello significaba para Pilar. Se le ocurrió que podían señalar otra fecha, lo más próxima posible: por ejemplo, el ocho de diciembre, fiesta de la Inmaculada.

—No deja de ser un día bonito, ¿verdad?

—Sí, claro. Precioso…

—Son dos meses nada más…

No había opción. El Gobernador en persona intervino, indicándole a Mateo que su obligación era ir a San Sebastián. Pilar accedió por fin, aunque se encerró en su cuarto y por primera vez pensó en Hitler como hubiera podido hacerlo el señor Grote, su jefe de la Delegación de Abastecimientos.

La noticia cayó como una bomba en el piso de los Alvear. Matías se lo tomó un poco a la tremenda. Se entrevistó con don Emilio Santos, quien en el piso no había cesado de darles prisa a los yeseros y a los pintores.

—Mi querido amigo —le dijo Matías—, esas «magnas concentraciones» empiezan a resultar cargantes. No me gusta esta faena. A una mujer no se le hace eso. Yo, por lo menos, no me hubiera atrevido.

Don Emilio Santos se sentía abrumado.

—¿Qué puedo decirle, Matías? Por lo visto la Falange atraviesa un momento difícil…

—Quien atraviesa un momento difícil es Pilar…

Carmen Elgazu se enfrentó directamente con Mateo. Pero la actitud de éste fue tan rígida, que la mujer quedó desconcertada.

—Pilar ha aceptado —argumentó Mateo—. ¿A qué tanto barullo?

Carmen Elgazu no encontró las palabras justas. Murmuró varias frases incomprensibles y, por último, volviéndose hacia Pilar, le dijo:

—Ya lo ves, hija… Diles a las hermanas Campistol que tu traje de novia no corre ninguna prisa…

Y el caso es que el incidente favoreció, de rebote, a Ignacio. Ignacio no se había decidido todavía a comunicar a su familia que había roto con Marta. Entonces lo hizo.

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