Ha estallado la paz (70 page)

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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

BOOK: Ha estallado la paz
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El doctor Chaos contestó:

—De acuerdo.

Un cuarto de hora después el ilustre cirujano conducía su coche, su Peugeot de segunda mano, por la carretera que lo devolvería a Gerona. Era domingo. Sus manos temblaban en el volante. Sentía una inmensa pena. Se compadecía a sí mismo. Miraba el paisaje circundante y se preguntaba por qué la naturaleza, tan sabia en coordinar la vegetación, le había jugado a él aquella mala pasada. Se cruzó con otros coches, pocos, en los que iban hombre y mujer. Todavía su cara olía a agua de colonia y a masaje, pues se había preparado a conciencia para su frustrado intento. Y era lo peor que la imagen del joven Rogelio lo obsesionaba más que nunca. Goering, el perro, parecía también tristón y en vez de asomar su cabeza por la ventanilla se había acurrucado en el asiento junto a su amo.

Llegado a Gerona, el doctor Chaos se dirigió al Hospital. Las monjas lo saludaron con deferencia. «¿Cómo por aquí, doctor? No lo esperábamos hasta mañana…». «He de arreglar unas cosas». Y se encerró en su despacho. Y desde allí llamó por teléfono al doctor Andújar.

Sabía que el doctor Andújar no podría modificar su constitución. Pero necesitaba expansionarse con él. Él era la única persona que podía entenderlo. Era su entrañable, amigo, que ya intentó encauzar su vida en los lejanos tiempos de la Facultad.

El doctor Andújar se encontraba en su casa, gozando con los suyos, con sus ocho hijos, de la serena tarde dominguera, Se dedicaban a resolver rompecabezas, mientras la señora Andújar preparaba para todos la merienda.

—Voy en seguida. No tardo ni diez minutos.

La entrevista entre los dos médicos, en el despacho del doctor Chaos, en el Hospital, fue dramática.

Dramática porque el doctor Chaos —y el doctor Andújar era buen conocedor de ello— se había pasado la vida justificando desde todos los ángulos su perversión, basándose para ello en las manifestaciones bisexuales evidentes, lo mismo en los hombres que en las mujeres, amparándose en citas del Talmud, de los filósofos griegos, de Freud y de Gide, y afirmando, con Ulrichs, que el amor uranista era superior a las relaciones amorosas normales.

Pero todo ello iba a servirle al doctor Chaos de muy poco aquella tarde de agosto, pues la escena con el joven Rogelio lo había sumido en el bochorno y casi en la desesperación.

—Mi querido amigo —le dijo al doctor Andújar—, acabo de darle la razón a Óscar Wilde: «Soy un payaso con el corazón destrozado». He caído una vez más y no puedo ni siquiera inspirar lástima, sino repugnancia o una carcajada. Y le contó a su amigo su rapto pasional en el Hotel Miramar.

El doctor Andújar, que sentía por el problema homosexual un interés muy vivo y un extremo respeto por la persona de su colega, no experimentó ni repugnancia ni tuvo ganas de reír. Sintió una gran lástima, eso sí, pues tenía enfrente a un gran hombre derrotado, con la cabeza hundida entre los hombros y jugueteando con el papel secante de la mesa.

—Esperaba que un día u otro me llamarías —le contestó el doctor Andújar, sentándose con la máxima naturalidad en un sillón desde el cual veía perfectamente el rostro de su interlocutor—. Desde el día que llegué a Gerona quería enfocar en serio este asunto contigo, pero no me atrevía. Esperaba a que lo hicieras tú, pues me advertiste que no habías conseguido corregirte.

—Pues ya lo ves. El momento ha llegado. Si el dueño del hotel me hubiera denunciado, en estos momentos me encontraría declarando ante la Guardia Civil.

El doctor Andújar encendió un pitillo.

—Lo malo es que no sé por dónde ayudarte —prosiguió—. La fe religiosa podría serte útil, muy útil; pero ya me dijiste que, por ese lado, nada hay que hacer…

El doctor Chaos hizo un gesto de impotencia.

—Desgraciadamente, nada. Al contrario. En estos momentos, suponiendo que creyera en Dios, lo maldeciría por no haberme creado como a ti o como a la mayoría de los mortales.

El doctor Andújar no se inmutó.

—Tampoco puedo confiar en que lo que te ha sucedido va a servirte de escarmiento para no reincidir…

El doctor Chaos suspiró con fatiga.

—No creo… Me conozco demasiado. Esta noche dormiré diez horas seguidas y mañana me esperan en la Clínica dos apéndices y un riñón. Ahora me doy asco, pero ya me ha ocurrido otras veces. La única moraleja posible es que renuncie para siempre a arriesgarme con desconocidos…

—¿Sigues interesándote más bien por hombres… de clase inferior?

—Pues sí… Como siempre. Pero últimamente…

—¿Qué?

—Será por la edad, pero me vuelvo cada vez más pederasta. Últimamente, me excitan sobre todo los jóvenes, los adolescentes… Lo de esta tarde ha sido una muestra.

El doctor Andújar, sin querer, recordó el modo como una noche, en casa del Gobernador, el doctor Chaos miró a Pablito.

—Eso es mucho más peligroso. Socialmente, se entiende.

—Ya lo sé. Lo mejor sería que me pegara un tiro.

El doctor Andújar, al oír esto, se intranquilizó.

—Eres médico como yo —dijo el doctor Andújar—. Sabes que no existe la droga maravillosa.

—Lo sé.

—Es decir —rectificó el doctor Andújar—, existe una, pero tampoco crees en ella: la voluntad.

El doctor Chaos siguió jugueteando con el papel secante.

Volvió a suspirar.

—La voluntad… —pareció sonreír—. Soy un esclavo, ya lo sabes. Tú también lo eres amando a tus hijos. ¿Podrías dejar de amar a tus hijos?

—No.

—Pues también deberías pegarte un tiro.

El doctor Andújar guardó silencio.

—Si no creyera en Dios, no habría traído hijos al mundo y me habría suicidado antes que tú. ¿Crees que no tengo mis problemas?

—¿Qué problemas? Eres el ser más feliz que he conocido.

—Estás equivocado. Al terminar la carrera pasé una crisis muy grave. Me pasaba el día con prostitutas. Pero luché y vencí.

—Claro. Porque tu crisis era normal. Te casaste, y en paz.

—¿En paz? ¿Qué psiquiatra puede hablar de paz? Rodeado de locos… y sin poder hacer nada. Queriendo ayudar a los hombres como tú… y sin poder hacer nada. Comprender que necesitas una pistola… y no tener derecho a dártela.

El doctor Chaos pareció reaccionar. Se había planteado a menudo el problema del suicidio: durante la guerra un alemán herido, de la Legión Cóndor, se suicidó a su lado, porque dijo que se sentiría incapaz de vivir con una sola pierna. Entendió que el doctor Andújar le provocaba para demostrarle que era un cobarde y que si habló de pegarse un tiro fue para ponerse a su nivel.

—Es curioso —comentó, notando que sudaba, por lo que puso en marcha el ventilador que tenía a su lado—. Te he llamado… Porque no podía con mi sufrimiento. Y lo que haces es decirme que tú también tienes problemas… y que te salvó una mujer.

El doctor Andújar asintió con la cabeza.

—Por ahí voy… Ése es el camino. ¡No, por favor, no te excites! Hoy debes dormir diez horas… y mañana operar dos apéndices y un riñón. Pero mi consejo es que intentes ese recurso supremo: acércate a una mujer. No estoy hablando de que te cases, entiéndeme. Pero vuelvo a mi teoría de los tiempos de la Facultad… Continúo creyendo que hay casos recuperables y que tú eres uno de ellos. Estoy seguro de que también una mujer podría proporcionarte placer.

El doctor Chaos quedó abatido de nuevo.

—¿Crees que no lo he intentado? Durante la guerra, con una enfermera… Y antes, con una viuda, en Madrid. Fue un fracaso espantoso. Me pareció que tocaba una serpiente.

El doctor Andújar se levantó para dejar la colilla en el cenicero, que no estaba al alcance de su mano.

—Pero me has dicho que ahora se ha producido un cambio en ti, que te interesan cada vez más los adolescentes…

—Sí. ¿Y eso qué tiene que ver?

—Quién sabe… Los adolescentes tienen la piel suave. Se parecen a una mujer mucho más que un peón ferroviario…

El doctor Chaos retó a su amigo con la mirada. Por un instante se agarró a la idea como a un clavo ardiente.

—¿Quieres decir que…?

—Yo lo probaría.

El doctor Chaos, sin querer, miró a su perro, que yacía a sus pies. Su piel era suave, como la de Rogelio.

—Estás empleando un truco —dijo de pronto—. Mi deseo no se satisface con sólo tocar la piel.

—Insisto en que lo probaría… —repitió el doctor Andújar—. Tú mismo has hablado de los cambios que la edad produce.

—Las aberraciones me tientan más que nunca.

—No sabemos nada. Tú mismo defiendes esta tesis. Nuestro organismo es un misterio. ¿Quieres que te diga una cosa? Verte tan abochornado me ha infundido esperanzas. Otras veces el incidente de hoy te habría tenido sin cuidado. «Probaré con otro», te habrías dicho. Tal vez hayas penetrado en el hastío… a través de la vergüenza.

—No te he dicho que sienta vergüenza, sino que me doy asco.

—Tampoco puedes afirmar eso. Y no me repitas que empleo un truco. Hay hombres que se han curado, sobre todo al llegar a tu edad. Es un hecho clínico. Y eran menos reflexivos, más instintivos que tú —el ventilador revolvía ahora el abundante pelo del doctor Chaos—. Imagínate que encuentras una mujer joven… y que te demuestras, aunque sea una sola vez, que eres capaz… Se te abriría el mundo ¿no?

El doctor Chaos movió desolado la cabeza.

—Es que no puedo ni imaginarlo… Y además ¿qué significaría una sola vez?

—¡Mucho! Significaría enormemente… Porque podrías pensar en algo inédito de que te hablé en una ocasión: tener un hijo.

El doctor Chaos casi pegó un salto.

—Aunque pudiera, no tendría ningún hijo.

—¿Por qué no?

—Porque pienso como los nazis; sólo tienen derecho a la paternidad las personas seleccionadas, sin tara. Y porque he sufrido demasiado…

El doctor Andújar parecía ahora totalmente concentrado.

—El dolor es fecundo.

—En ese caso, esta tarde estoy yo fertilizando la tierra.

—Quién sabe… Es probable que te estés purificando.

—¡Por favor! No emplees, precisamente ahora, esa palabra…

—¿Por qué no? La he empleado adrede. Porque sé que te consideras, en estos momentos, absolutamente impuro y que te equivocas de medio a medio. Porque hay algo en ti que te redime: el amor.

—¿El amor?

—Sí. Tu defecto, en el fondo, es amor. Esta tarde necesitabas amor… Amar con la misma intensidad con que yo amo a los míos. Tú mismo lo has dicho: «No podía con mi sufrimiento». Y tenías razón. Si no fueras capaz de sufrir tanto no habrías amado nunca a nadie. Ni a hombres inferiores… Ni a tu perro. Ni me habrías llamado por teléfono.

—Te llamé por miedo, no por amor. Me asustaba la soledad.

—Claro. Porque la carne sola no se basta. Es el espíritu el que necesita constantemente compañía. En las autopsias eso no se ve, ya lo sé. Pero se ve al enfrentarse con la muerte. Hemos hablado de eso otras veces ¿no es así?

—¡Claro! —El doctor Chaos se tocó el pelo que el aire del ventilador revolvía sin cesar—. Y ya sabes lo que opino al respecto.

—He de insistir en que cometes un error. La vida es una ley; pero la muerte también lo es.

—La muerte no es ninguna ley, excepto la que significa que ha llegado el fin. La muerte es la estupidez definitiva.

—No es posible que hables así, tú que has estado durante unos meses al frente de un manicomio.

—No te entiendo.

—En todos los manicomios hay un loco que se cree inmortal. Lo hay incluso en ese manicomio que tú conoces… ¿No te da esto que pensar? Bien sabes que son los locos quienes en última instancia tienen razón.

En los ojos del doctor Chaos asomó otra vez la ironía.

—Da la casualidad de que ese loco a que aludes… es homosexual.

—Lo sé. Pero eso no destruye su certeza en la inmortalidad. Sigue dibujando alas en las paredes. Y cuando el sol está en lo alto, se siente dichoso.

El doctor Chaos miró con sarcasmo al doctor Andújar.

—¿También vas a procurar acercarlo a una mujer?

—A él no. Sería un error. Su mente es irrecuperable. Pero ése no es tu caso. Tú sí debes intentarlo. Hasta ahora fallaste, de acuerdo… Pero ahora estoy viendo tus canas… y pienso que muy probablemente esta vez sería distinto.

El doctor Andújar ponía tal calor en cada palabra, que la nuez, que tanto divertía a sus chicos, le subía y bajaba constantemente. El doctor Chaos consiguió valorar los buenos deseos de su amigo. Desconectó el ventilador. Y su pelo se aquietó. Y pareció que se aquietaba también un poco su corazón.

Todavía el forcejeo se prolongó, pese a que una monja llamó un momento a la puerta interrumpiendo inoportunamente a los dos médicos. Por fin el doctor Chaos se sintió fatigado y dio a entender que había terminado el combate.

—No hemos avanzado nada. Pero me siento mejor que cuando me apeé de mi Peugeot y entré en el Hospital… Te agradezco mucho que hayas venido.

La sonrisa del doctor significaba ya un triunfo para el doctor Andújar. Éste se levantó. Pronto los dos hombres se encontraron de pie, muy cerca, en el centro del despacho.

—No me prometas nada, amigo Chaos… Pero no digas tampoco que no. ¿Por qué asegurar que no has avanzado? No sólo los choques de la infancia pueden marcarnos para siempre. También puede ocurrimos eso en la madurez.

El doctor Chaos movió la cabeza y se dispuso a acompañar a su amigo hasta la puerta. El doctor Andújar estaba mucho más pálido que él. Goering se había despertado y los acompañaba también. Parecía alegre y el doctor Andújar comentó, mirando al animal:

—¿No te parece un buen indicio?

El doctor Chaos sonrió con tristeza.

—No desaprovechas detalle ¿verdad? —Al estrecharle la mano a su colega repitió—: Una vez más, muchas gracias.

El doctor Andújar salió del Hospital y se dirigió andando a su casa. Tenía la secreta impresión de que sus palabras no habrían caído en saco roto y de que el joven Rogelio le había hecho al doctor Chaos un gran favor. Ahora bien… ¿qué mujer podría servirle, a su amigo? ¿Y era moralmente lícito el consejo que él le había dado?

La gente salía de los cines. La sesión de la tarde de domingo había terminado. Hacía calor, el verano era explosivo… Parejas, parejas, incontables parejas cogidas del brazo.

* * *

—La escena es penosa, Marta, me hago cargo… No sé cómo decírtelo, no sirven las palabras. He luchado, luchado, semanas y más semanas. Me he agarrado a cualquier detalle para convencerme de que era una crisis pasajera, pero he salido derrotado. He llegado a la conclusión de que no seríamos felices, de que cometeríamos un error irreparable. Y somos muy jóvenes, lo mismo tú que yo… Quiero decir que tenemos tiempo para rehacer nuestras vidas en otra dirección… Si haces memoria, te darás cuenta de que, excepto en algún momento de euforia, lo nuestro ha sido siempre un forcejeo, como si hubiera algo que nos impidiera estar unidos como lo están, por ejemplo, Manolo y Esther, Pilar y Mateo. Por mi parte he llegado a la conclusión de que este algo es la política, tu pasión por la política. No soy capaz de hacerme a la idea de que mi mujer emplearía buena parte de su vida en otra cosa que no fuera el hogar. Sé que la mujer, y sobre todo una mujer como tú, ha de servir para algo más que para tener hijos y hablar de trapos; pero ese algo más, que sean los libros, la medicina, ¡qué sé yo! Cualquier cosa menos la política. Esto en las mujeres me molesta, no puedo remediarlo.

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