Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Waff no dijo nada. Edrik y sus navegantes le habían conseguido auténtica arena de Rakis para sus experimentos.
—Pero aún hay que cavar mucho. Keen era una ciudad grande.
En su vida anterior, Waff había visto esas estructuras antes de que fueran destruidas. Conocía la ostentación que aquellos sacerdotes engañados desplegaron en cada sala y cada torre (¡como si a Dios le importara tanta extravagancia!). Ciertamente, Guriff y sus hombres encontrarían muchos tesoros allí. Pero de la clase equivocada.
—El templo del sacerdocio quedó más destrozado que la mayoría de los edificios grandes. Quizá fue uno de los objetivos directos del ataque de las Honoradas Matres. —El prospector sonrió con sus labios gruesos—. Pero muy abajo, en los niveles inferiores del templo, encontramos arcones llenos de solaris y melange. Una valiosa captura. Más de lo que esperábamos, aunque sigue sin ser suficiente. Estamos buscando algo importante. El Tirano enterró una gran reserva de especia en las regiones polares del sur… estoy seguro.
Waff profirió un sonido escéptico y sorbió su café.
—Nadie ha sido capaz de encontrar ese tesoro en mil quinientos años.
Guriff levantó un dedo, se vio un padrastro y lo mordisqueó.
—Aun así, es posible que el bombardeo haya removido lo bastante la superficie para sacar hasta los lodos de la creación. Y, alabados sean los dioses… ya no hay gusanos que nos atormenten.
Waff profirió un sonido indefinido.
Todavía.
— o O o —
Sin molestarse en dormir, consciente de que le quedaba poco tiempo, el tleilaxu empezó a realizar los preparativos para continuar con su trabajo. Sus compañeros de la Cofradía parecían convencidos de que el navegante volvería, aunque Waff no estaba tan seguro. Estaba en Rakis, y eso le producía un inmenso placer.
Mientras los ayudantes de la Cofradía acababan de conectar los generadores y sellaban los refugios prefabricados, el investigador tleilaxu volvió al transporte casi vacío. En la cubierta de carga sonrió con gesto paternal a sus extraordinarios especímenes. Los gusanos blindados eran pequeños pero feroces. Parecían listos para adueñarse de un mundo muerto. Su mundo.
En otro tiempo, los fremen eran capaces de llamar y cabalgar a los gusanos de arena, pero las criaturas originales murieron cuando las terribles operaciones de terraformación de Leto II convirtieron Arrakis en un jardín, con plantas verdes, ríos caudalosos y humedad proveniente del cielo. Un entorno fatal para los gusanos. Pero cuando el Dios Emperador fue asesinado y su cuerpo se fusionó con las truchas de arena, el proceso de desertificación volvió a empezar. Los nuevos gusanos se volvieron más feroces que sus predecesores, y aceptaron el enorme desafío de recrear el Dune que había sido.
Ahora Waff se enfrentaba a un reto mucho mayor. Sus criaturas modificadas estaban blindadas para resistir incluso en el entorno más severo, con bocas y protuberancias cefálicas capaces de agrietar las dunas vitrificadas. Podían sumergirse muy adentro bajo la superficie negra. Podrían crecer y reproducirse… incluso allí.
Waff se quedó ante el tanque, donde los gusanos se movían. Cada espécimen medía unos dos metros de largo. Y era fuerte.
Intuyendo su presencia, las criaturas se agitaban inquietas. Waff miró al exterior, donde el cielo se había tornado del intenso púrpura y marrón del crepúsculo. Las tormentas agitaban un polvo granulado por la atmósfera.
—Tened paciencia, mascotas mías —dijo—. Pronto os liberaré.
Somos ingenuos si pensamos que controlamos un precioso producto. Solo mediante el engaño y la eterna desconfianza podemos mantenerlo lejos de las manos de nuestros competidores.
Informe interno de la Cofradía Espacial
Edrik se llevó su crucero lejos de las ruinas de Rakis, despreocupándose del maestro tleilaxu. Waff ya había cumplido su misión.
Lo más importante, el Oráculo del Tiempo había convocado a todos los navegantes supervivientes, y él tenía una maravillosa noticia que darles. Ahora que los gusanos de mar medraban en Buzzell, tendrían tanta ultraespecia como quisieran. Hasta puede que aquella forma de inusual concentración fuera superior a la especia original: una melange temiblemente potente que mantuviera a los navegantes con vida al margen de la facción entrometida y avariciosa de los administradores o las brujas de Casa Capitular.
¡La libertad!
Le hizo gracia ver a Waff llevando sus gusanos de muestra a Rakis, convencido de que podía recrear el ciclo de la especia. Edrik no creía que el pequeño investigador lo consiguiera, pero lo cierto es que una fuente alternativa de especia sería un extra. Pero incluso sin eso, los navegantes nunca volverían a quedar asfixiados por los juegos de poder. Los cuatro ayudantes que Edrik había enviado con Waff eran espías que informarían secretamente de los avances del tleilaxu.
En su tanque, Edrik sonrió para sus adentros, satisfecho por haber sabido calcular todas las eventualidades. Con el primer paquete de ultraespecia a buen recaudo en la cámara de seguridad, el navegante guió su crucero al vacío del espacio. Incluso el Oráculo le felicitaría por aquella destacable noticia.
Sin embargo, antes de que pudiera dirigirse al punto de encuentro, a su alrededor el vacío se onduló. Cuando Edrik estudió las distorsiones, supo lo que eran. Momentos después, montones de naves de la Cofradía aparecieron como detonaciones en el espacio, saliendo del tejido espacial, apareciendo arriba y abajo, delante y detrás, y quedó completamente rodeado.
Edrik transmitió en una frecuencia que solo los navegantes podían recibir.
—Explicad vuestra presencia.
Pero ninguno de los imponentes recién llegados contestó.
Cuando vio los glifos y emblemas de los lados del casco, comprendió que se trataba de las nuevas naves de la Cofradía, guiadas por compiladores matemáticos ixianos.
Las naves controladas por ordenador lo cercaron. Intuyendo el peligro, Edrik transmitió con mayor alarma.
—¿Cuál es vuestra justificación?
Las otras naves formaron una red alrededor del crucero. El silencio de aquellos inmensos aparatos resultaba más intimidador que cualquier ultimátum verbal. Su proximidad distorsionaba sus campos Holtzman y le impedía plegar el espacio.
Finalmente, una voz habló, neutra y anodina, pero desquiciantemente segura.
—Queremos tu cargamento de especia de gusano de mar. Abordaremos tu nave para una inspección.
Edrik evaluó a sus enemigos, mientras su mente buscaba entre un laberinto de posibilidades. Aquellas naves parecían pertenecer a la facción de los administradores. Funcionaban con los artilugios ixianos, de modo que no necesitaban ni a los navegantes ni la melange. ¿Por qué entonces confiscar la ultraespecia? ¿Para que los navegantes no la tuvieran? ¿Para asegurarse de que la Cofradía dependía totalmente de los sistemas de navegación informatizados?
¿O quizá se trataba de un enemigo distinto? ¿Estarían aquellas naves tripuladas por piratas de la CHOAM y buscaban cualquier cosa de valor? ¿Eran las brujas de Casa Capitular, que querían perpetuar la dependencia de la melange de la Hermandad?
Pero ¿cómo podía saber nadie de la existencia de la ultraespecia?
Mientras el crucero de Edrik permanecía indefenso en el espacio, pequeños aparatos de abordaje salieron de las naves que lo rodeaban. No le quedó más remedio que permitirles el acceso al crucero.
Aunque Edrik no le reconoció, un hombre con la insignia de la Cofradía avanzó por las cubiertas y subió al nivel restringido, saltándose todas las barreras de seguridad. Seis hombres musculosos lo acompañaban. El líder se detuvo ante el tanque del navegante y miró dentro con una sonrisa condescendiente.
—Tu nueva especia ofrece fascinantes posibilidades. Queremos que nos la des.
Edrik habló con voz atronadora desde el interior de su tanque, amplificando deliberadamente el sistema de altavoces.
—Id a Buzzell y conseguidla por vosotros mismos.
—Esto no es una petición —dijo el hombre de expresión anodina—. Sabemos de la intensidad de esa sustancia y creemos que es un remedio para nuestra difícil situación. La llevaremos al corazón del imperio de las máquinas pensantes.
¿Las máquinas pensantes? ¿Qué tenían que ver los administradores con el Enemigo?
—No puedo dártela —repitió Edrik como si su opinión contara para algo.
El hombre de expresión anodina hizo una señal a sus fornidos guardaespaldas y estos se sacaron unos martillos con punta de hierro de las túnicas grises. Su líder les hizo una señal con la cabeza tranquilo y pragmático.
Edrik flotó hacia atrás, presa del pánico, pero no tenía adónde ir, a los musculosos guardaespaldas no les importaba que él estuviera en el tanque o que la exposición al aire pudiera matarlo. Con sus brazos gruesos, blandieron los pesados martillos y golpearon las gruesas paredes de plaz.
Las grietas empezaron a extenderse y el gas concentrado de especia empezó a escapar entre silbidos. Los guardas no reaccionaron cuando el chorro de melange les golpeó el rostro, aunque en aquella concentración un humano normal se habría mareado. El líder contemplaba la escena como quien intuye la llegada de una tormenta, mientras la atmósfera del tanque seguía escapándose.
Cuando la presión del aire ya no bastó para mantenerlo a flote, el navegante cayó al suelo del tanque. Levantó débilmente sus manos palmeadas exigiendo respuestas con una voz que era poco más que un jadeo. El hombre y sus acompañantes no le dieron ninguna explicación.
Edrik se quedó en el suelo, retorciéndose. Extendió un brazo correoso y trató de arrastrarse, pero el gas de especia se escapaba y el aire era demasiado enrarecido. Ya no podía respirar, apenas podía moverse. Y aun así tardó en morir.
El hombre de expresión anodina se acercó a la pared resquebrajada y sus facciones se metamorfosearon.
—Coged la especia concentrada —dijo Khrone a sus compañeros Danzarines Rostro—, con esta sustancia Omnius despertará a su kwisatz haderach.
Los otros salieron para registrar las diferentes cubiertas y no tardaron en localizar la reserva de melange modificada. Cuando volvieron a sus naves de abordaje, Khrone cogió uno de aquellos pesados paquetes en sus brazos. Aspiró profundamente.
—Excelente. Retirad a nuestra gente del crucero y después destruidlo.
Khrone miró con indiferencia a un Edrik moribundo. Apenas quedaban unas volutas rojizas que escapaban por las grietas del tanque.
—Has cumplido tu misión, navegante. Consuélate con ello.
El Danzarín Rostro se fue.
Edrik seguía dando boqueadas, pero apenas quedaba melange.
Para cuando las naves informatizadas de la Cofradía se pusieron en formación, estaba prácticamente inconsciente.
Las naves abrieron fuego, y el crucero estalló antes de que pudiera ni maldecir.
Contar leyendas es un arte, y es un arte vivirlas.
Dicho del antiguo Kaitain
Las operaciones para reponer los suministros del
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se realizaron en las latitudes más septentrionales, todavía ricas, lejos de los centros visibles de población. Garimi dirigió el complejo proceso con docenas de pequeñas aeronaves de los hangares, y dejó a Duncan en el puente de mando. Duncan se sentía atrapado, no podía abandonar el velo protector de la nave. Detestaba tener que quedarse atrás mientras otros hacían el trabajo peligroso… y ni siquiera sabía lo que el anciano y la anciana querían de él.
No tenía ni idea de lo que estaba pasando en el Imperio Antiguo, en Casa Capitular, a Murbella. Solo sabía que el Enemigo seguía buscándole… y él seguía escondiéndose, como había hecho durante décadas. ¿Era esa realmente la mejor forma de luchar, de defender a la humanidad? Llevaba tanto tiempo a la deriva como el
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, y últimamente las aguas de la incertidumbre parecían más profundas.
Habían pasado dos días y seguían sin tener noticias de Teg, Sheeana y su grupo. Si hubieran establecido contacto con los nativos alguien tendría que haber mandado ya algún comunicado. Duncan temía que se tratara de otra trampa como la que habían encontrado el planeta de los adiestradores.
Miles Teg había sido su mentor y su alumno y Sheeana… ah, Sheeana. Habían sido amantes y oponentes sexuales. Ella le había curado, le había salvado, así que, por supuesto que le importaba. Duncan había tratado de protegerse a sí mismo negándolo, pero ella no le había creído, ni él mismo se había creído. Los dos sabían que los unía un vínculo como no había otro igual, muy distinto del que él y Murbella habían impuesto sobre el otro.
Mientras estudiaba el paisaje allá abajo, sintió como si lo llamara. Muchas ciudades se distinguían en las latitudes boscosas más septentrionales y meridionales. Sentía que tendría que haber estado allí abajo, afrontando el peligro con los otros, no atrapado en el
Ítaca
, obligado a mantenerse a salvo y fuera de la vista.
¿Cuánto se supone que debo esperar?
Cuando era maestro de espadas de la Casa Atreides jamás habría dudado. De haber sido el joven Paul Atreides quien estaba en peligro, Duncan habría corrido a defenderle sin pensar en la amenaza intangible del anciano y la anciana. Como decían las brujas en su repetida letanía,
afrontaré mi miedo
. Ya era hora de que lo hiciera.
Cerró los ojos, deseando no ver el desierto en expansión como una cuchillada abierta sobre el continente.
—No dejaré pasar esto.
Duncan solicitó la presencia de Thufir Hawat y Garimi, que acababa de regresar a la no-nave con todas sus aeronaves después de cargar suministros para los depósitos del
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.
Cuando llegaron, Duncan se puso en pie.
—Vamos a rescatarlos —anunció—, y quiero que sea ahora. Desconozco la capacidad militar que tendrá la gente que vive ahí abajo, pero les plantaremos cara si el Bashar está en peligro.
Los ojos de Thufir se iluminaron y su rostro se encendió.
—Yo pilotaré una de las naves.
Duncan seguía con expresión severa.
—No, tú seguirás mis órdenes.
Garimi se sorprendió por la brusquedad del comentario, pero asintió.
—¿Tienes instrucciones para nosotros antes de que partamos? ¿Debo dirigir yo la misión?
—No… lo haré personalmente. —Antes de que ninguno de los dos pudiera discutirle, Duncan se dirigió hacia el ascensor, y tuvieron que seguirle—. Estoy harto de esconderme. Mi plan era huir y mantenerme fuera de la vista, estar siempre un paso por delante de la extraña red. Pero para hacer eso, he tenido que renunciar a una importante parte de mí mismo. Soy Duncan Idaho. —Levantó la voz al tiempo que entraban en el ascensor—. Fui Maestro de Espadas de la Casa Atreides, consorte de Santa Alia del Cuchillo. Actué como consejero y compañero del Dios Emperador. Si el Enemigo está ahí fuera, no dejaré que el resto de la humanidad se enfrente a él sola. Si Sheeana y el Bashar necesitan mi ayuda, la tendrán.