Gusanos de arena de Dune (27 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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—Utilizamos el poder del desierto. Eso es lo que podéis aprender de nosotros. Cuando entendáis que no somos vuestros enemigos, podemos aprender mucho los unos de los otros.

Bajo la mano firme de Stilgar, aquella gente podía llegar a entender sus posibilidades. Y cuando el pueblo despertara, el planeta despertaría, con plantaciones y zonas verdes para mantener el desierto a raya. Quizá lo lograrían, si conseguían encontrar —y mantener— un equilibrio.

Stilgar recordó algo que en una ocasión le dijo el padre de Liet.

Los extremos conducen invariablemente al desastre. Solo a través del equilibrio podremos disfrutar plenamente de los frutos de la naturaleza.
Se inclinó para mirar por las ventanillas de observación y vio unas familiares ondulaciones en la arena, ondas que delataban un movimiento profundo que perturbaba la superficie.

—¡Señal de gusanos!

—Preparaos para vuestro primer encuentro del día. —Una sonrisa arrugó el rostro ajado de Var cuando dio la espalda a la cabina—. El cargamento que llegó ayer noche nos trajo agua suficiente para dos gusanos… pero primero tenemos que encontrarlos.

¡Agua! La nave llevaba agua.

Los hombres cambiaron de posición y se dirigieron hacia las aspilleras y las mangueras que había instaladas en los lados de la nave, El piloto regresó hacia el lugar donde habían dejado caer el primer grupo de martilleadores.

Mientras los comandos se preparaban para atacar, Stilgar meditó en aquel extraño giro. Pardot Kynes hablaba de la necesidad de comprender las consecuencias ecológicas, de que los humanos no eran más que gestores de la tierra, nunca dueños.
En Arrakis debemos hacer algo que jamás se ha probado a escala planetaria. Debemos utilizar al hombre como fuerza ecológica constructiva —insertando una vida terraformadora adaptada: una planta aquí un animal allá, un hombre más allá— para transformar el ciclo del agua, para construir un nuevo paisaje.

La batalla de hoy sería la contraria. Stilgar y Liet ayudarían a evitar que el desierto se tragara Qelso.

Por la ventanilla más cercana, Stilgar vio un montículo en movimiento, un gusano de arena atraído por el martilleador. Liet se acercó para ver.

—Calculo que tiene unos cuarenta metros —dijo—. Más grande que los gusanos que Sheeana tiene en la cubierta de carga.

—Estos han crecido en un desierto abierto. Shai-Hulud reclama el planeta.

—No si puedo evitarlo —dijo Var. Pero, como si pretendiera desafiarlo, justo bajo la aeronave una inmensa cabeza salió a la superficie, buscando, tratando de situar los dos emisores opuestos de vibraciones.

Unos largos tubos sobresalían de la parte delantera y trasera de la nave. Los comandos sujetaron la estructura donde habían montado sus armas, unas mangueras que podían girar y apuntar. La aeronave descendió.

—Disparad cuando estéis listos, pero conservad tanta agua como podáis. Es mortífera.

Los combatientes dispararon chorros de agua a presión contra el gusano. Aquello era mucho más efectivo que la artillería.

La criatura, cogida por sorpresa, se retorció y sacudió su cabeza redonda a un lado y a otro. Los segmentos duros se abrieron, dejando al descubierto la carne rosa y frágil del interior, el agua quemaba como ácido en las zonas vulnerables. El gusano rodó por la arena mojada sufriendo visiblemente.

—Están matando a Shai-Hulud —dijo Stilgar sintiendo que se ponía malo.

Liet también estaba perplejo.

—Esta gente tiene que defenderse.

—¡Basta! Ya está muerto… o pronto lo estará —gritó Var. El pequeño grupo cerró a desgana las mangueras, mirando con odio al gusano moribundo. Y la criatura, mortalmente herida, incapaz de enterrarse lo bastante hondo para huir de la humedad venenosa, siguió retorciéndose mientras la aeronave volaba en círculos por encima. Finalmente, tuvo un último estertor y dejó de moverse.

Stilgar asintió, con expresión aún sombría.

—La vida en el desierto conlleva unas necesidades, hay que tomar difíciles decisiones. —Tenía que aceptarlo: aquel gusano no pertenecía a Qelso. Ningún gusano lo hacía. Cuando volvían hacia el campamento, encontraron un segundo gusano, atraído por las vibraciones de los motores de la aeronave. Los comandos vaciaron sus reservas de agua y el gusano murió más rápidamente que el primero.

Liet y Stilgar permanecieron sentados en un silencio incómodo, sumidos en las escenas que habían presenciado, pensando en aquella lucha a la que habían accedido a unirse.

—Aunque todavía no ha recuperado sus recuerdos —dijo Liet—, me alegro de que mi hija Chani no haya visto esto.

A bordo de la aeronave el ánimo de los combatientes era elevado, y sin embargo los dos jóvenes murmuraron unas oraciones fremen pensando en Arrakis. Stilgar aún estaba viendo en su cabeza lo sucedido cuando Var dio la alarma con un sonido ahogado.

De pronto, unas extrañas naves los rodearon.

40

Vosotros solo veis dureza, devastación y fealdad. Eso es porque no tenéis fe. A mi alrededor yo veo un paraíso en potencia, porque Rakis es el lugar donde nació mi amado Profeta.

W
AFF
, de los tleilaxu

Cuando vio por primera vez Rakis, tanta desolación llenó su corazón de pesar. Pero cuando el crucero de Edrik los depositó a él y su pequeño equipo de ayudantes de la Cofradía allá abajo, sintió la intensa alegría de volver a pisar el planeta desértico. Sentía la llamada sagrada en sus huesos.

En su vida anterior había pisado aquellas arenas, había estado cara a cara con el Profeta. Había salido a lomos de un gran gusano de las ruinas del sietch Tabr, junto con Sheeana y la reverenda madre Odrade. Sus recuerdos ghola estaban corrompidos e incompletos, llenos de irritantes lagunas. Waff no recordaba sus últimos momentos, cuando las rameras rodearon el planeta y desplegaron sus temibles destructores. ¿Corrió él buscando en vano un refugio, mirando atrás como la esposa de Lot para ver por última vez la ciudad condenada? ¿Vio explosiones y llamaradas que avanzaban hacia él?

Pero las células de otro ghola de Waff habían sido desarrolladas en un tanque axlotl en Bandalong como parte del proceso habitual. El Consejo secreto de los kehl ya había planificado la inmortalidad en serie de todos los maestros tleilaxu mucho antes de que nadie supiera de la existencia de las Honoradas Matres. Lo siguiente que recordaba es que le obligaron a recuperar su pasado en medio de un espectáculo de marionetas, mientras aquellas brutales mujeres asesinaban uno a uno a sus gemelos, hasta que uno —él— se sumió en un estado de crisis lo bastante profundo para romper la barrera ghola y ver en su pasado. Al menos una parte.

Sin embargo, hasta ahora Waff no había visto el Armagedón que las rameras habían hecho caer sobre su mundo sagrado.

El ecosistema de Rakis había sido destruido. Buena parte de la atmósfera se había consumido, la tierra era estéril, la mayoría de las formas de vida estaban muertas, desde el microscópico plancton de arena hasta los gigantescos gusanos. En comparación, el antiguo Dune parecía acogedor.

El cielo era de un púrpura oscuro, con un toque de naranja. Mientras la nave volaba en círculos buscando un lugar menos infernal donde aterrizar, Waff estudió un panel con lecturas atmosféricas. El nivel de humedad era anormalmente elevado. En algún momento de su historia geológica, Arrakis había tenido agua en superficie.

Pero las truchas de arena la habían aislado, Los bombardeos debían de haber liberado los ríos y mares subterráneos de los acuíferos.

Las espantosas armas de las Honoradas Matres no solo habían convertido las dunas en un paisaje lunar calcinado, también habían levantado inmensas nubes de polvo que, a pesar de las décadas transcurridas, aún no se habían asentado del todo. Las tormentas de Coriolis serían peores que nunca.

Waff y su equipo seguramente tendrían que llevar una protección corporal especial y mascarillas suplementarias para respirar. Los pequeños barracones tendrían que estar sellados y presurizados. A Waff no le importaba. ¿Tan distinto era eso a vestir un destiltraje? Quizá por la escala, pero en esencia era lo mismo.

El transporte ligero voló en círculos sobre las ruinas de una extensa metrópolis que en tiempos de Muad’Dib se conocía como Arrakeen; luego, durante el reinado del Dios Emperador, se conoció como ciudad del Festival de Onn, y más adelante, tras la muerte de Leto II, la ciudad con foso de Keen. Ahora que no tenía que esconderse, ahora que los gusanos de mar se habían instalado con éxito en Buzzell, Waff se alegró de tener a aquellos cuatro colaboradores para ayudarle en la dura tarea que le esperaba.

Mientras estudiaba la superficie, distinguió las formas geométricas de lo que habían sido calles y edificios. Sorprendentemente, en la penumbra de los turbios días del planeta, también localizó numerosas fuentes de iluminación artificial y unas pocas estructuras de construcción reciente.

—Parece que ahí abajo hay un campamento. ¿Quién más puede haber venido a Rakis? ¿Qué puede haberles traído aquí?

—Lo mismo que a nosotros —dijo el hombre de la Cofradía—. Especia.

Waff meneó la cabeza.

—Muy poca debe de quedar, al menos hasta que reintroduzcamos a los gusanos. Y nadie más puede hacerlo.

—¿Peregrinos entonces? Quizá sigue habiendo quien viene en un
hajj
—comentó un segundo ayudante. Waff sabía que de Rakis había salido un vertiginoso batiburrillo de grupos religiosos escindidos y de cultos.

—Seguramente —sugirió un tercer ayudante— se trata de cazadores de tesoros.

Waff citó un pasaje del Canto de la Shariat:

—«Cuando la avaricia y la desesperación se unen, los hombres consiguen gestas sobrehumanas… aunque por motivos equivocados».

Consideró la posibilidad de buscar otro lugar para su campamento, pero finalmente decidió que si unían sus recursos con los de aquellos desconocidos todos tendrían más posibilidades de sobrevivir en aquel entorno inhóspito. Nadie sabía cuándo volvería Edrik a buscarlos, o si volvería, ni cuánto tiempo le ocuparía su trabajo con los gusanos de arena, ni cuánto tiempo le quedaba. Su intención era quedarse allí lo que le quedaba de vida.

Cuando el transporte aterrizó sin anunciarse en el límite del campamento, los hombres de la Cofradía esperaron instrucciones de Waff. El tleilaxu se puso gafas de protección en los ojos para protegerlos del viento cáustico y salió. Para desplazamientos largos por el exterior, quizá necesitaría una mascarilla suplementaria de oxígeno. Pero la atmósfera rakiana resultó sorprendentemente respirable.

Seis hombres altos y sucios salieron del campamento. Se cubrían la cabeza con trapos, llevaban cuchillos y antiguas pistolas maula. Sus ojos estaban surcados de venillas rojas, la piel se veía áspera y agrietada. El que iba delante tenía el pelo estropajoso y negro, pecho fornido y una tripa dura como una piedra.

—Tenéis suerte de que sienta curiosidad por saber que os trae por aquí. De otro modo, habría derribado vuestra nave.

Waff levantó las manos.

—No somos una amenaza para vosotros, quienquiera que seáis.

Cinco hombres apuntaron sus pistolas maula, el sexto cortó el aire con su cuchillo.

—Hemos reclamado Rakis para nosotros. Toda la especia que haya es nuestra.

—¿Habéis reclamado un planeta entero?

—Sí, el jodido planeta. —El primer hombre se echó el pelo hacia atrás—. Soy Guriff, y estos son mis prospectores. Ha quedado muy poca especia en la superficie calcinada, y es nuestra.

—Podéis quedárosla. —Waff hizo una reverencia oficiosa—. Nosotros tenemos otros intereses, somos geólogos y arqueólogos. Venimos a tomar lecturas y hacer análisis para determinar el daño causado al ecosistema. —Los cuatro ayudantes de la Cofradía esperaban junto a él en silencio.

Guriff lanzó una risotada sentida.

—Pues juraría que no queda ningún ecosistema.

—Entonces ¿de dónde sale el oxígeno que respiramos? —Sabía que Liet-Kynes había hecho esa misma pregunta en otros tiempos, intrigado porque en el planeta no había una vida vegetal generalizada ni volcanes que pudieran generar una atmósfera.

El hombre se lo quedó mirando. Evidentemente, no se había parado a pensarlo.

—¿Tengo yo pinta de planetólogo? Adelante, estudiad lo que queráis, pero no esperéis ninguna ayuda de nosotros. En Rakis o te vales por ti mismo o la diñas.

El tleilaxu arqueó las cejas.

—¿Y si quisiéramos compartir parte de nuestro café de especia con vosotros como muestra de amistad? Parece que es más fácil conseguir agua que en los viejos tiempos.

Guriff lanzó una mirada a sus prospectores.

—Aceptaremos vuestra hospitalidad encantados —dijo—. Pero no tenemos intención de corresponderos.

—Aun así la oferta sigue en pie.

— o O o —

En la caseta polvorienta de Guriff, Waff utilizó sus provisiones personales de melange (sobrantes de sus experimentos con los gusanos) para preparar un café. Guriff no tenía problemas de abastecimiento de agua en el campamento, aunque la caseta olía a cuerpos sin asear y al humo dulzón de una droga que Waff no fue capaz de identificar.

A su orden, los cuatro ayudantes de la Cofradía levantaron unos refugios que habían bajado del crucero, tiendas para dormir blindadas y recintos para trabajo de laboratorio. Waff no vio la necesidad de ayudarlos. Después de todo, él era un maestro tleilaxu y ellos sus ayudantes, así que mejor dejar que hicieran su trabajo.

Cuando empezaron con su segunda cafetera de café de especia, Guriff Se mostró más relajado. No confiaba en el diminuto tleilaxu, pero no parecía confiar en nadie. Puso un gran énfasis en señalar que no tenía nada contra la raza de Waff, y que sus carroñeros no estaban enemistados con nadie de una posición social baja. A Guriff solo le interesaba Rakis.

—Toda esa arena fundida y hormiplaz. Arrancando la cubierta vitrificada de la superficie pudimos acceder a los cimientos de los edificios más sólidos de Keen. —Guriff sacó un mapa hecho a mano—. Arañar tesoros enterrados. Localizamos lo que creemos que fue la torre central de las Bene Gesserit… unos pocos refugios antiaéreos llenos de esqueletos. —Sonrió—. También encontramos el extravagante templo construido por los sacerdotes del Dios Dividido. Era tan enorme que no tenía pérdida. Estaba lleno de baratijas, aunque sigue sin ser suficiente para compensar tanto esfuerzo. La CHOAM espera que encontremos algo mucho más extraordinario, aunque parecen contentos vendiendo contenedores de «genuina arena rakiana» a un montón de idiotas.

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