Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
—Solo era una vida… era un simple bebé. Sin duda verás que tu raza tuvo una reacción desproporcionada, ¿no es cierto?
Sheeana percibió un cambio en el tenor y la cadencia de su propia voz, como si una fuerza interior se estuviera adueñando de su cuerpo.
—¿Solo una vida? ¿Solo un bebé? —Serena hablaba, poniéndose al frente de las innumerables vidas. Y Sheeana dejó que hablara. Después de tanto tiempo, aquel enfrentamiento con su gran verdugo correspondía a Serena—. Esa única vida llevó a la derrota militar de vuestro Imperio Sincronizado entero. La Yihad Butleriana fue un Kralizec por derecho propio. El fin de esa guerra cambió el curso de la historia del universo.
A Erasmo pareció gustarle la comparación.
—Ah, qué interesante. Y quizá el fin de este Kralizec invierta ese resultado y nos vuelva a poner a las máquinas pensantes al mando.
De ser así, esta vez será mucho más eficaz.
—¿Es así como prevés el fin del Kralizec?
—Lo preferiría. Algo debe cambiar en esencia. ¿Puedo contar con tu ayuda?
—Nunca. —La voz proyectada de Serena era fría e implacable.
Al mirar al robot independiente, Sheeana entendió más que nunca que era parte de algo mucho más grande e importante que una vida individual, que estaba conectada al vasto continuum de ancestros femeninos del pasado y —esperaba— del futuro. Una reunión destacable pero ¿sobreviviría?
—Veo un fuego que me es familiar en tus ojos. Si una parte de ti es realmente Serena Butler, debemos ponernos al día. —Las fibras ópticas de Erasmo destellaron.
—Serena ya no desea hablar contigo —dijo Sheeana con su voz.
Erasmo no hizo caso del desprecio.
—Llévame a tus habitaciones. La guarida de un humano dice mucho sobre su personalidad.
—No lo haré.
La voz del robot se endureció.
—Sé razonable. ¿O prefieres que decapite a algunos de tus compañeros para incentivarte? Pregunta a Serena Butler… ella sabe que lo haré.
Sheeana lo miró furiosa.
El robot siguió hablando, con voz tranquila.
—Aunque por el momento una simple conversación contigo en tus habitaciones calmará mi apetito. ¿No prefieres eso a una carnicería?
Indicando a los otros que se quedaran atrás, Sheeana dio la espalda al robot y fue hacia uno de los ascensores que aún funcionaban. Erasmo la siguió deslizándose sobre el suelo.
En su habitación, el robot pareció intrigado por el Van Gogh.
Casitas en Cordeville
era uno de los objetos más antiguos de la civilización humana. En pie, rígido, Erasmo lo admiró.
—¡Ah, sí! Lo recuerdo. Lo pinté yo mismo.
—Es la obra de un artista terrano del siglo XIX, Vincent Van Gogh.
—He estudiado al loco de Francia con gran interés, pero te aseguro que este es uno de los lienzos que yo mismo pinté hace miles de años. Copié el original con la más completa atención al detalle.
Sheeana se preguntó si aquello podía ser cierto.
Erasmo descolgó el delicado cuadro de la pared y lo examinó de cerca, pasando sus dedos de metal sobre el delgado plaz que protegía la áspera superficie de óleo.
—Sí, recuerdo cada pincelada, cada espiral, cada punto de color. Ciertamente, es la obra de un genio.
Sheeana contuvo el aliento, pues sabía lo antiguo y valioso que era, a menos que fuera una imitación.
—El original era obra de un genio. Si es como dices, entonces lo único que hiciste es copiar la obra maestra de otro. Solo puede haber un original.
Sus fibras ópticas brillaron como una galaxia de estrellas.
—Si es lo mismo, exactamente igual, entonces los dos son obra de un genio. Si mi copia es perfecta hasta la última pincelada, ¿no es como tener un segundo original?
—Van Gogh era un hombre creativo y con inspiración. Tú te limitaste a copiar lo que él hizo. Ya puestos también podrías decir que los Danzarines Rostro son una obra de arte.
Erasmo sonrió.
—Algunos de ellos lo son.
De pronto, con manos poderosas, el robot rasgó el cuadro y lo hizo añicos. Y, como si aquello fuera un signo de puntuación en su grotesco despliegue, giró y pisoteó las piezas rotas.
—Pues aquí tienes un poco de temperamento artístico. —Y, cuando ya se iba, añadió—: Omnius llamará pronto al kwisatz haderach a su presencia. Hemos esperado esto durante mucho tiempo.
¿Cuál es la diferencia entre datos y recuerdo? Mi intención es descubrirlo.
E
RASMO
, Cuadernos de laboratorio
El recuerdo que el robot independiente tenía de Serena estaba tan fresco como si hubiera sucedido apenas unos días atrás. Serena Butler… una mujer tan fascinante. Y, del mismo modo que Erasmo había sobrevivido a lo largo de milenios como un pack de datos que casi fue destruido pero se recuperó, de algún modo los recuerdos y la personalidad de Serena Butler seguían viviendo en las Otras Memorias de las Bene Gesserit.
Esto planteaba una pregunta inquietante: ninguna Bene Gesserit podía ser descendiente directa de Serena, porque él había matado a su único hijo, Pero claro, tampoco podía estar seguro de lo que había sucedido con todos sus clones experimentales. En numerosas ocasiones había tratado de recuperar a Serena, sin éxito.
Sin embargo, en la no-nave, los humanos habían desarrollado gholas del pasado, del mismo modo que él había hecho volver al barón Harkonnen y una versión de Paul Atreides. Erasmo sabía que había un tubo de nulentropía que un maestro tleilaxu había ocultado con un tesoro de células del pasado cuidadosamente reunidas.
Estaba convencido de que un verdadero maestro tleilaxu saldría airoso allí donde sus primitivos experimentos habían fallado y podría traer de vuelta a la verdadera Serena. Erasmo y Omnius habían absorbido los datos de suficientes Danzarines Rostro para respetar instintivamente las capacidades de un Maestro. El robot independiente sabía exactamente adónde debía ir antes de abandonar la no-nave.
Erasmo encontró el centro médico y las cámaras axlotl donde habían catalogado y almacenado una biblioteca entera de material celular histórico. Si Serena Butler estaba entre esas células…
Le sorprendió encontrar allí al tleilaxu, apresurado y nervioso.
Aquel hombre diminuto había desconectado los sistemas de soporte vital de los tanques. Con sus sensores olfativos, Erasmo captó el olor de los productos químicos, de los precursores, de la carne humana.
Sonrió.
—¿Tú debes de ser Scytale, el maestro tleilaxu, cuánto tiempo…?
Scytale se volvió con aire temeroso al ver al robot.
Erasmo dio un paso al frente y estudió el rostro del tleilaxu.
—¿Un niño? ¿Qué estás haciendo?
El tleilaxu se irguió.
—Estoy destruyendo los tanques y la melange que producen.
Tuve que entregar ese conocimiento como prenda. No dejaré que las máquinas pensantes y los traicioneros Danzarines Rostro me lo arrebaten… nos lo arrebaten.
Erasmo no parecía preocupado por el sabotaje de los tanques.
—Pero, pareces muy joven…
—Soy un ghola. He recuperado mis recuerdos. Soy todo lo que fueron mis encarnaciones previas.
—Por supuesto. Qué maravilloso proceso, perpetuaros a través de una sucesión de vidas ghola. Las máquinas entendemos muy bien esas cosas, aunque nosotros tenemos métodos mucho más eficientes de realizar transferencias de datos y copias de seguridad.
—Miró con intensidad la biblioteca genética, con células de gholas potenciales… Serena Butler…
Viendo el interés del robot, el tleilaxu se plantó de un brinco ante la pared sellada con las muestras.
—¡Cuidado! Las brujas instalaron sensores de seguridad en las muestras para evitar que nadie las manipulara o las robara. La biblioteca lleva un sistema de autodestrucción. —Entrecerró sus oscuros ojos de roedor. Si el maestro mentía, lo estaba haciendo muy bien—. Solo tengo que tirar de un cajón y la cámara se llenará de radiaciones gamma, que ionizarán cada muestra.
—¿Por qué —el robot estaba perplejo—, si las Bene Gesserit te quitaron las células y las utilizaron para sus propósitos? ¿No te obligaron a cooperar? ¿De verdad te pondrás de su parte? —Extendió una mano de platino—. Únete a nosotros. Te recompensaré generosamente por tu ayuda en el desarrollo de un ghola particular…
En un gesto amenazador, Scytale puso su pequeña mano en uno de los numerosos contenedores de células. Aunque temblaba, parecía totalmente decidido.
—Sí, me pondré de su parte. Yo siempre estaré contra las máquinas pensantes.
—¡Interesante! Los nuevos enemigos crean aliados inesperados.
El tleilaxu no se movió.
—Al final, todos somos humanos… y tú no lo eres.
Erasmo rio.
—¿Qué hay de los Danzarines Rostro? Son un punto intermedio, ¿no? Estos no son los cambiadores de forma que vosotros creasteis hace tiempo, sino máquinas biológicas infinitamente superiores que yo ayudé a crear. Y gracias a ellos, Omnius y yo somos los Danzarines Rostro más grandes… entre otras cosas.
Scytale no se movió.
—¿No te has fijado que los Danzarines Rostro ya no son de fiar?
—Oh, pero para mí sí.
—¿Estás seguro?
El robot dio un paso al frente tanteando. Scytale apretó los dedos sobre el tirador del armario de muestras. Erasmo amplificó su voz.
—¡Basta! —reculó enseguida para dejarle sitio. Habría tiempo de sobra para volver y probar la fidelidad de Scytale—. Me voy, te dejo con tus muestras.
Erasmo llevaba más de quince mil años esperando por Serena, y podía seguir esperando. De momento, el robot tenía que regresar a la catedral mecánica y preparar el espectáculo final. La supermente no tenía la misma paciencia que él para conseguir sus objetivos.
Vamos, comamos y cantemos juntos. Compartiremos una bebida y nos reiremos de nuestros enemigos.
De una antigua balada de G
URNEY
H
ALLECK
La supermente informática envió a sus tropas al
Ítaca
para que llevaran a Paul a la sede central de la ciudad de las máquinas. Guardias robóticos de nuevo modelo corrían por los pasillos como un enjambre de insectos de platino.
—Ven con nosotros a la catedral primaria —dijo uno de ellos acercándose a Paul.
Chani lo aferró del brazo y no quiso soltarlo, como si a ella también le hubieran salido manos de metal.
—Usul, no te dejaré marchar.
—No podemos evitar que me lleven —dijo Paul mirando a sus escoltas no humanos.
—Entonces iré contigo. —Paul trató de disuadirla, pero ella lo interrumpió—. Soy una fremen. ¿Intentarás detenerme? Te sería más fácil luchar con estas máquinas.
Disimulando una leve sonrisa, Paul dio la cara a aquellas máquinas lustrosas que se movían envueltas en sonidos mecánicos ante él.
—Os acompañaré sin resistirme, pero solo si Chani me acompaña.
Jessica salió en ese momento de sus habitaciones, donde el cuerpo de Alia yacía en la estrecha cama, se interpuso entre Paul y los robots. Aún tenía manchas de sangre en su uniforme de la nave.
—Es mi hijo. Hoy ya he perdido una hija, no podría soportar perderle a él también. Voy con vosotros.
—Estamos aquí para escoltar a Paul Atreides a la catedral primaria —dijo uno de los robots mientras su rostro de forma libre oscilaba como una fuerte lluvia contra un cristal en Caladan—. No hay otras restricciones.
Paul tomó aquello como un sí. Por alguna razón, Omnius le quería a él, aunque aún no había recuperado sus recuerdos. Por lo visto, los otros pasajeros y la tripulación no eran más que equipaje superfluo. ¿Él era el objetivo de la persecución desde el principio?
¿Cómo podía ser eso? ¿Sabían las máquinas pensantes de alguna forma que él estaría a bordo? Paul cogió a Chani de la mano y le dijo:
—Esto acabará pronto, en el sentido en que el destino decida. Desde el principio nuestro destino nos ha empujado a este punto, como trenes levitantes fuera de control.
—Lo afrontaremos juntos, amor —dijo Chani. Si algo lamentaba Paul era no recordar todos los años que habían compartido… y que ella pudiera recordarlos también.
—¿Qué hay de Duncan? —preguntó—. ¿Y Sheeana?
—Debemos partir —dijeron los robots al unísono—. Omnius espera.
—Duncan y Sheeana se enterarán enseguida —dijo Jessica.
Antes de irse, Paul insistió en coger el crys que Chani había hecho para él. Lo llevó orgulloso al cinto, como un guerrero fremen. Aunque la hoja de diente de gusano no serviría de nada contra las máquinas pensantes, le hacía sentirse más próximo al legendario Muad’Dib… el hombre que derrotó a poderosos imperios. Pero en su mente volvió a ver aquella visión recurrente, un destello de recuerdo o presciencia en el que se veía en el suelo en un lugar extraño, mortalmente herido… mirando a una versión más joven de sí mismo que reía con expresión triunfal.
Paul pestañeó y trató de concentrarse en la realidad, no en las posibilidades o el destino. Siguiendo a los robots insectoides por el corredor, intentó convencerse de que estaba preparado para afrontar lo que fuera que le esperaba allí delante.
Antes de que los gholas pudieran salir de la nave por el boquete que las máquinas habían abierto, Wellington Yueh trató de abrirse paso entre las filas de robots escoltas.
—¡Esperad! Yo quiero… necesito ir con vosotros. —Farfulló intentando excusarse—. Si alguien resulta herido, soy el mejor doctor Suk que hay. Puedo ayudar. —Bajó la voz y suplicó—: El barón estará allí, y querrá verme.
Debatiéndose aún con sus sentimientos doblemente heridos hacia él, Jessica le habló con voz ruda y amarga.
—¿Ayudar? ¿Acaso has ayudado a Alia? —Cuando Yueh oyó esto fue como si le hubieran abofeteado.
—Deja que venga, madre. —Paul se sentía resignado—. El doctor Yueh fue un partidario incondicional y mentor del Paul original en su infancia. No rechazaré la presencia de ningún aliado ni testigo para lo que va a suceder.
Siguiendo a los robots, salieron a las calles fluidas, que los llevaron como si fueran platillos flotantes. Vehículos aéreos con forma de murciélago surcaban el cielo muy arriba y ojos espía revoloteaban a su alrededor, observando el avance del grupo desde todos los ángulos. Detrás, la inmensa no-nave había sido incorporada a la metrópolis de las máquinas. Alrededor del casco, los edificios racionales de metal con formas libres habían crecido como el coral cuando se traga un barco naufragado en los mares de Caladan. Los edificios parecían cambiar cada vez que la supermente tenía un pensamiento pasajero.