Gusanos de arena de Dune (43 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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La supermente se mostró severa.

—Según nuestras proyecciones matemáticas, el triunfo estará asegurado en cuanto se den las condiciones adecuadas. El éxito es inminente.

Con un destello de júbilo en su rostro de metal líquido, Erasmo sonrió a Paolo y al barón.

—¡Dos kwisatz haderach siempre serán mejor que uno!

62

El tiempo es una mercancía mucho más valiosa que la melange. Ni siquiera el hombre más rico puede pagar porque una hora tenga más minutos.

D
UQUE
L
ETO
A
TREIDES
, último mensaje desde Caladan

Una tela de araña de colores irisados se cerró en torno al Ítaca. Los motores de la no-nave se forzaron al máximo, pero no pudieron salir. Tratando frenéticamente de recuperar el control y liberarse de aquellas extrañas cadenas, Duncan activó los motores Holtzman, preparándose para abrir un agujero en la malla reluciente. Era su única salida.

—¡Llevaos esa cosa del puente de navegación! —ordenó Sheeana mirando con expresión furibunda al Danzarín Rostro muerto en el suelo. Las mujeres retiraron el cuerpo ensangrentado y flácido del cambiador de forma enseguida.

Ahora que todos veían la red, Duncan concentró sus capacidades de mentat en la cuadrícula que los tenía atrapados. Buscó frenéticamente agujeros o puntos débiles en aquella poderosa estructura, pero no encontró nada que apuntara a ningún defecto, ningún tramo deshilachado por donde colarse.

Tendría que probar con la fuerza bruta.

Años atrás, se había liberado de la red dando a los motores Holtzman un uso para el que no estaban diseñados, dirigiendo al
Ítaca
justo en el ángulo y la velocidad exactos para penetrar el tejido espacial. Le recordaba el movimiento de un maestro en el uso de la espada cuando mueve la hoja con lentitud para penetrar un escudo personal.

—Acelerando —dijo.

Teg se inclinó sobre los controles de navegación, sudando.

—Esto va a ser muy reñido, Duncan. —La enorme nave empujó contra las hebras multicolores, rompió varias de ellas y entonces aceleró—. ¡Lo estamos logrando!

Por un momento Duncan sintió un resquicio de esperanza, una oleada de triunfo.

Y entonces una explosión sacudió la nave, seguida de otra, y otra. Las vibraciones y las ondas de choque se extendieron por el casco y las cubiertas, como si un titán estuviera golpeándolos con un martillo gigante. El puente vibró.

Sujetándose a la silla, Duncan pidió mapas de diagnóstico.

—¿Qué ha sido eso? ¿El Enemigo nos dispara?

Las detonaciones hicieron caer a Teg, pero él se puso en pie y se agarró a la consola para mantener el equilibrio.

—¡Las minas! Me parece que acabamos de encontrarlas. —Las palabras le salieron sin pensar—. O Thufir o el rabino deben de haberlas programado para que estallen… —Y, como si fuera una confirmación, una nueva explosión sacudió la cubierta, mucho más cerca que las anteriores.

El
Ítaca
empezó a girar fuera de control, con los motores paralizados. La cubierta se inclinó, y los generadores de gravedad artificial quedaron inutilizados. Duncan sintió una desorientación enfermiza mientras la nave giraba descontrolada.

La red centelleante se volvió más brillante, se estaba cerrando como una soga.

Finalmente, a lo lejos empezaron a ver naves enemigas, como cazadores que se acercan a comprobar su trampa. Duncan se quedó mirando las pantallas externas. ¿Quién les había perseguido durante tanto tiempo? ¿Danzarines Rostro? ¿Alguna raza desconocida y perversa? ¿Qué podía ser tan temible para obligar a las Honoradas Matres a regresar al Imperio Antiguo?

—Los muy bastardos creen que nos han cogido. —Duncan cerró el puño.

—¿Y no es así? —El Bashar levantó la vista de sus pantallas de estado, descorazonado por los indicadores de daños graves que iluminaban secciones enteras de la nave como un espectáculo de fuegos artificiales—. Las minas han destruido los sistemas más vitales. Estamos perdidos en el espacio.

Con una concentración mentat, Duncan estudió los paneles de su consola de mando. Los intrincados datos indicaban que la red asfixiante estaba por todas partes. Con el dedo apuntó un nudo del diagrama, una zona de señales electrónicas intermitentes. A primera vista no parecía diferente del resto de los hilos interconectados, pero mientras lo estudiaba, pensó que tal vez había encontrado un punto débil.

—Mirad aquí.

Teg se inclinó con expresión febril.

—¿Un bucle?

—¡Si al menos pudiéramos movernos! —Duncan caminó arriba y abajo ante los controles, devanándose los sesos—. Sería coser y cantar pasar por ahí… si la nave pudiera volar.

—Trabajando todos en equipo, necesitaríamos una semana para hacer esas reparaciones. No tenemos tanto tiempo. —El Bashar señaló con el gesto las pantallas tácticas que mostraban datos de los sensores de larga distancia—. Las naves del Enemigo se acercan. Saben que nos han atrapado.

Duncan aceptó la cruda realidad.

—Los motores Holtzman no funcionan. No hay forma de repararlos a tiempo, no podemos escapar. —Estampó los puños sobre un panel, cerca del bucle intermitente y enmarañado de las proyecciones de la consola—. Pero sé que podría hacerlo. ¿Por qué no vuela este maldito trasto?

Teg echó una ojeada a los puntos intermitentes de las naves que se acercaban, vio el flujo de informes automatizados de daños y supo exactamente lo que había que hacer. Y solo él podía hacerlo.

—Yo arreglaré la nave. —No tenía tiempo para explicaciones—. Estad preparados. —Y desapareció.

— o O o —

Miles Teg aceleró su metabolismo y entró en el modo de velocidad súper rápida que había aprendido tras superarlas insoportables torturas de las Honoradas Matres y sus subordinados. A su alrededor el tiempo se ralentizaba. Lo que iba a hacer era arriesgado por los extremos requerimientos energéticos, pero tenía que hacerlo. Las luces estroboscópicas de alarma se convirtieron en un impulso lento que parecía alargar cada ciclo de luz-oscuridad una hora. Volver a consultar los registros de archivo de los sistemas de la nave le habría llevado demasiado tiempo, pero Teg ya los había consultado antes. Y, como mentat, lo recordaba todo, así que se puso manos a la obra.

Solo.

Incluso a aquella velocidad acelerada, Teg se obligó a correr tan deprisa como pudo. En cada cubierta, las personas parecían estatuas, con expresiones confusas y preocupadas. Y Teg pasaba como una exhalación de camino a los puntos afectados más próximos.

En el lugar donde había estallado la primera mina, Teg miró asombrado y consternado el metal retorcido, los cráteres fundidos en medio de la maquinaria, los sistemas vaporizados. Teg corrió de un lugar a otro, determinando el alcance de los daños, decidiendo que sistemas eran imprescindibles para su huida inmediata. Los Danzarines Rostro infiltrados habían colocado y ocultado bien las ocho minas, y cada detonación había resultado en un golpe decisivo: navegación, soporte vital, motores para plegar el espacio, armas defensivas.

Teg tomó decisiones rápidas. Su vida le había preparado para situaciones de emergencia; en el campo de batalla, no se puede vacilar. Si Duncan no lograba sacar el
Ítaca
de allí ahora, ya no necesitaría ningún sistema de soporte vital. Él, o alguna otra persona, podía arreglarlos más tarde. Una apuesta aceptable. Los generadores del campo negativo estaban fuera de combate.

Motores. Cuatro de las ocho minas habían sido utilizadas específicamente para dañar los motores que plegaban el espacio. El saboteador las había hecho estallar deliberadamente cuando estaban cerca del Enemigo, y las detonaciones les habían dejado inutilizados y a la deriva.

A hipervelocidad, Teg estudió, analizó y compiló un plan utilizando sus capacidades de mentat. Inventarió materiales, piezas de repuesto, material de emergencia. Tenía que actuar con rapidez con lo que tenía; y nadie podía ayudarle. Primero, redirigió y reprogramó las armas, y las preparó para lanzar una andanada a las naves que se acercaban. Eso les daría unos momentos de respiro.

Teg siguió corriendo. Las luces de alarma se encendían y apagaban, como un sol que sale y se pone, otra hora pasada en su estructura de referencia. En cambio, en tiempo real, solo habían pasado unos segundos desde que desapareció del puente. A continuación se puso con los motores, vitales para su huida.

Los anclajes primarios estaban rotos, los catalizadores Holtzman habían caído de sus soportes, no estaban alineados, eran inoperativos. Dos cámaras de reacción estaban agrietadas. La explosión casi había penetrado la pared. Teg estaba perplejo, los brazos le temblaban: no podría arreglar aquello. Pero se obligó a apartar aquellos pensamientos, y volvió al trabajo.

Los músculos le temblaban de agotamiento, los pulmones le ardían porque jadeaba con tanta rapidez que las moléculas de oxígeno apenas tenían tiempo de llegar a su sitio.

Arreglar la pared de las cámaras de reacción sería fácil. Teg corrió a los sectores de mantenimiento, localizó unas placas de repuesto. Dado que no podía hacer que la maquinaria para levantar material pesado operara con la suficiente rapidez, tuvo que arreglarse con unos suspensores. Aplicó los proyectores de nulgravedad a las pesadas placas y las hizo viajar a toda velocidad por los corredores, evitando a la gente petrificada.

A cada segundo las naves de guerra del Enemigo estaban más cerca. Algunos de los pasajeros de la nave acababan de enterarse de que las minas habían estallado. Dio otro acelerón y los suspensores corrieron a su paso.

En unas pocas «horas» de su metabolismo, y unos momentos en tiempo real, reparó los daños en la pared de las cámaras, daños que podrían haber provocado una brecha en los motores. El sudor le corría por el cuerpo, estaba al borde del colapso. Pero a pesar del agotamiento, no podía permitirse aminorar. Nunca antes había entrado en un torbellino tan intenso de aceleración.

El cuerpo de Teg no podría mantener aquel ritmo mucho más. Pero si no lo hacía, la nave sería capturada y todos morirían. El hambre le roía el estómago. Aquello no funcionaría. Tenía que concentrarse, tenía que alimentar el motor de su cuerpo para poder hacer lo que debía.

Hambriento, sin dejar aquella supervelocidad, Teg saqueó los almacenes de la nave, donde encontró barritas energéticas y gruesas obleas. Consumió nutrientes concentrados hasta que quedó lleno. Luego, quemando las calorías con la misma rapidez con que las tragaba, corrió de nuevo de una zona de impacto a otra.

Subjetivamente, pasó días dedicado a aquellas tareas altamente concentradas; para los observadores externos, atrapados en el paso glacial del tiempo normal, solo habían pasado uno o dos minutos.

Cuando la tarea empezó a superarle, el Bashar trató de valorar qué necesitaba la nave para funcionar. ¿Cuáles eran las reparaciones mínimas que permitirían a Duncan pasar por el agujero de la red?

La explosión de las minas había llevado a una reacción en cadena de daños. Teg estuvo a punto de perderse en los detalles, pero se obligó a recordar la urgencia de la situación y a moverse sobre la fina película de hielo de las posibilidades.

Teg y sus valientes habían robado la nave de Gammu más de tres décadas atrás. Aunque había funcionado admirablemente, el
Ítaca
no había pasado ninguna de las necesarias revisiones de mantenimiento en los astilleros de la Cofradía. Las piezas gastadas no habían sido sustituidas por otras nuevas, los sistemas fallaban por los años y el descuido, así como por las sustracciones de los saboteadores. Limitado por las piezas y los materiales que encontró en los muelles de mantenimiento, probó y descartó posibles reparaciones.

Las alarmas seguían su ritmo lento. Él se movía demasiado deprisa para que las ondas de sonido significaran algo. En tiempo real, se oirían sirenas, los gritos de la gente, órdenes contradictorias.

Teg arregló otro de los soportes de los catalizadores Holtzman, y entonces se tomó un instante para mirar por una de las pantallas panorámicas. En la imagen desplegada entre líneas de escaneo, vio que las naves enemigas finalmente habían llegado, inmensas y fuertemente armadas… una flota de monstruos, naves angulosas cubiertas de armas, sensores y otras afiladas protuberancias.

Aunque se sentía consumido, Teg supo con absoluta seguridad que tenía que correr más que nunca.

Corrió a los depósitos de melange de la nave y rompió los cierres con un rápido movimiento de la mano. Cogió galletas de aquella sustancia marrón comprimida, las miró con mente de mentat. Considerando su hipermetabolismo y la velocidad extraordinaria a la que su cuerpo estaba utilizando su maquinaria bioquímica, ¿Cuál era la dosis correcta? ¿Cuánto tardaría en hacer efecto? Teg se decidió por tres obleas —tres veces más del máximo que había consumido nunca— y las devoró.

Cuando la melange empezó a correr por su cuerpo y extenderse por sus sentidos, Teg se sintió vivo otra vez, recargado y capaz de cumplir con aquel imposible. Los músculos y los nervios estaban al rojo, corría tan deprisa que sus pies dejaban marcas en el suelo.

Reparó el siguiente sistema en unos momentos. Pero en ese tiempo, el Enemigo ya les había alcanzado y la no-nave seguía sin poder volar.

Teg se miró los antebrazos y vio que la piel se le estaba arrugando, como si hubiera consumido cada gota de energía dentro de su carne.

Fuera, las naves lanzaron una andanada de misiles destructivos. Las bolas de energía salieron disparadas como nubes de tormenta que se acercan con una lentitud exquisita. Aquellos impactos sin duda harían sus reparaciones inútiles, puede que incluso destruyeran la nave.

En otro impulso de extrema velocidad, Teg corrió a los controles de defensa. Afortunadamente, había reparado algunas de sus armas. Los sistemas defensivos del
Ítaca
eran lentos, pero los controles de disparo respondieron bastante bien. Con un disparo múltiple, como una salva de fuegos artificiales celebratorios, Teg devolvió el fuego, rayos cuidadosamente dirigidos para interceptar y disipar los proyectiles. Sin embargo, después de disparar, dio la espalda a las armas y corrió al otro motor dañado.

El bashar Teg se sentía como una vela que se ha consumido hasta quedar reducida a un pegote de cera descolorida. A pesar de sus esfuerzos y el agotamiento, vio que su destino se cerraba sobre ellos.

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