Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
—Vienen más máquinas…
—Ahora debo marcharme. —Mientras el Oráculo hablaba, los cruceros empezaron a desaparecer como burbujas que se rompen—. Mi lucha está en Sincronía.
—¡Espera! —gritó Murbella—. ¡Te necesitamos!
—Se nos necesita en otro lugar. Kralizec no se consumará aquí. Por fin he encontrado la no-nave donde viaja Duncan Idaho, y la localización secreta de Omnius. Debo ir allí para acabar con esto destruyendo a la supermente. Para siempre.
Murbella se tambaleó al oír aquello. ¿La no-nave encontrada? ¡Duncan está vivo!
En cuestión de momentos, el último de los cruceros desapareció por el tejido espacial, dejando a la madre comandante y sus naves solos ante la nueva oleada de atacantes. Las máquinas pensantes seguían avanzando.
Tenemos nuestros propios objetivos y ambiciones, para bien o para mal. Pero nuestro verdadero destino viene decidido por fuerzas sobre las que no tenemos control.
El Manifiesto Atreides
, primer borrador (sección eliminada por Comité Bene Gesserit)
Una puerta en la gran catedral de las máquinas se abrió deslizándose como una cascada de metal y dejando ver a dos figuras que avanzaron a la par.
Habían pasado horas desde que el barón Vladimir Harkonnen mató a Alia, pero sus labios gruesos aún trataban de contener la sonrisa de satisfacción. Sus ojos negros araña destellaban. El doctor Yueh lo miraba con ira, su bestia negra personal.
Paul no necesitaba sus recuerdos para reconocer al acompañante del barón, un joven delgado, casi un niño, pero fuerte y robusto, con una musculatura fruto del ejercicio constante. La mirada era más dura, las facciones más marcadas, pero Paul conocía bien la cara que le devolvía la mirada en el espejo.
A su lado, Chani dejó escapar un grito ahogado, pero el sonido se convirtió en un gruñido en su garganta. Reconocía al Paul más joven, pero también veía la terrible diferencia.
Una fría sensación de inexorabilidad le heló la sangre a Paul, porque lo vio todo muy claro. ¡Su visión presciente se hacía realidad! Así que las máquinas pensantes habían desarrollado otro ghola de Paul Atreides para utilizarlo como peón, un segundo kwisatz haderach potencial para su uso privado. Ahora entendía los sueños recurrentes en los que veía su cara riendo triunfal, consumiendo especia, la peculiar imagen de sí mismo apuñalado y moribundo, desangrándose en un suelo desconocido. El mismo suelo sobre el que estaba en aquellos momentos, la misma cámara abovedada.
Será uno de nosotros.
—Parece que tenemos abundancia de Atreides. —El barón empujó a su protegido hacia delante, sujetándolo con fuerza por el hombro. Casi con tono de disculpa, como si a aquel público hastiado le importara, dijo—: Llamaremos a este Paolo.
Paolo se soltó.
—Dentro de poco me llamaréis Emperador, o kwisatz haderach, el término que sea de mayor respeto. —El anciano y Erasmo, que observaban la escena, parecían encontrar aquello muy entretenido.
Paul se preguntó cuántas veces había quedado atrapado por el destino, por un terrible propósito. ¿Con cuánta frecuencia y en cuántas circunstancias distintas se había visto a sí mismo muerto de una cuchillada? Y se maldijo, porque tendría que afrontar aquella crisis como una simple carcasa de la persona que fue, sin el arma de sus recuerdos y habilidades del pasado.
Por mí mismo, tendré que bastarme solo.
Con expresión burlona, el Paul más joven caminó hasta el lugar donde su álter ego permanecía rígidamente en posición de firmes. Paul miró a su reflejo sin miedo. A pesar de la diferencia de edad tenían aproximadamente la misma altura, y cuando miró a los ojos de su
doppelganger
, Paul supo que no debía subestimar al tal «Paolo». Aquel joven era un arma tan certera y mortífera como el crys que él llevaba al cinto…
Jessica y Chani se acercaron a él en un gesto protector, listas para golpear. Su madre había recuperado sus recuerdos, era una Reverenda Madre completa. En cambio, aunque Chani aún no tenía su vida pasada, había demostrado una notable capacidad para la lucha en sus sesiones de entrenamiento, como si aún sintiera la sangre fremen correr por sus venas.
La frente de Paolo se arrugó, su expresión vaciló por un momento. Y entonces miró con gesto burlón a Jessica.
—¿Se supone que tú eres mi madre? ¡La dama Jessica! Bueno, puede que seas mayor que yo, pero eso no te convierte en una madre de verdad.
Jessica le dedicó una fugaz mirada de inteligencia.
—Conozco a mi familia, a pesar del orden en el que hayan vuelto a nacer. Y tú no eres uno de ellos.
Paolo cruzó la sala y se dirigió hacia Chani, mirándola con una altanería exagerada.
—Y tú, a ti también te conozco. Se supone que tú fuiste el gran amor de mi vida, una fremen tan insignificante que la historia no guarda memoria de tu juventud. Hija de Liet-Kynes, ¿no? Una don nadie hasta que te convertiste en compañera del gran Muad’Dib.
Paul sentía las uñas de Chani clavándose en su brazo cuando, haciendo caso omiso del niño, le habló a él.
—Las enseñanzas del Bashar eran correctas, Usul. El valor de un ghola no va intrínsecamente ligado a sus células. El proceso puede torcerse de forma irremediable… como se ve claramente con este monstruo.
—Se trata más bien del tutelaje —dijo el barón—. Imaginaos qué diferente sería el universo si el Muad’Dib original hubiera recibido instrucciones diferentes sobre cómo usar el poder… si yo le hubiera educado, como traté de hacer con el adorable Feyd-Rautha.
—Basta —interrumpió Omnius—. En estos momentos mis naves de guerra están enfrentándose (¿o debería decir aniquilando?) a los patéticos reductos de las defensas humanas. Según mis últimos informes, los humanos habían establecido zonas simultáneas de defensa por el espacio. Eso me permitirá destruirlos a todos a la vez y terminar con esto.
Erasmo miró a los humanos asintiendo con el gesto.
—De todos modos, en unos pocos siglos, vuestras propias facciones en guerra habrían dividido a vuestra raza.
El anciano dedicó al robot independiente una mirada molesta.
—Ahora que tengo aquí al kwisatz haderach final, todos los requisitos se han cumplido. Es hora de terminar con esto. No hay necesidad de pulverizar cada planeta habitado. —Sus labios se crisparon en una extraña sonrisa—. Aunque eso también sería entretenido.
Erasmo miró a Paolo, miró a Paul, meditando.
—Aunque sois genéticamente idénticos, tenéis edades diferentes, recuerdos, experiencias diferentes. Nuestro Paolo es técnicamente un clon, desarrollado a partir de células sanguíneas conservadas en una daga. Pero este otro Paul Atreides… ¿cuál es el origen de sus células? ¿Dónde las encontraron los tleilaxu?
—No lo sé —dijo Paul. Según Duncan, el anciano y la anciana habían iniciado su persecución implacable mucho antes de que nadie hubiera siquiera sugerido el proyecto ghola, antes de que Scytale revelara la existencia de la cápsula de nulentropía. ¿Cómo podía saber la supermente que Paul reaparecería allí? ¿Habían ideado las máquinas un complejo juego? ¿Habían desarrollado las máquinas racionales una forma de presciencia artificial pero sofisticada?
Erasmo profirió un murmullo.
—Aun así, creo que cada uno de vosotros lleva en sí el potencial de ser el kwisatz haderach que necesitamos. Pero ¿cuál de los dos demostrará que es superior y lo conseguirá?
—Soy yo. —Paolo caminó pavoneándose—. Todos lo sabemos. —Evidentemente, le habían inculcado bien su papel, y se sentía muy seguro de sí mismo… aunque era una seguridad nacida de la habilidad, no de la imaginación.
—¿Cómo pensáis determinarlo? —preguntó Jessica mirando a los dos Paul, valorando con la mirada.
Una puerta lateral se abrió cerca de la fuente de metal fundido, y un hombre con un traje negro de una pieza entró con una caja ornamentada de madera satinada rematada con un pequeño paquetito. Su rostro se veía demacrado, con facciones blandas.
—¡Khrone, si estás aquí! Estábamos esperando.
—Estoy aquí, lord Omnius. —El hombre miró a la concurrencia y, en un gesto que tanto podía ser de rendición como un ramalazo de independencia, sus rasgos blandos se desvanecieron y quedó solo un Danzarín Rostro pálido y de ojos hundidos. Tras dejar la caja a un lado, abrió cuidadosamente la tela translúcida que envolvía el paquete y mostró una pasta azul marronosa salpicada de vetas doradas.
—Esto es una forma concentrada e inusualmente potente de especia. —El Danzarín Rostro la rozó con los dedos y se los llevó a su nariz no humana, como si el olor le deleitara—. Extraída de un gusano modificado que crece en los océanos de Buzzell. Las brujas no tardarán en comprender y empezarán a capturar también los gusanos para extraer especia. Sin embargo, por el momento yo poseo la única muestra de ultraespecia que hay. Su poder extraordinario debería bastar para inducir en el kwisatz haderach (o en cualquiera de vosotros) un perfecto trance de presciencia. Te dará poderes que solo la profecía puede predecir. Lo verás todo, lo sabrás todo, y te convertirás en la clave para la culminación del Kralizec.
Cuando Erasmo habló, casi parecía contento.
—Después de ver cómo la raza humana lo arruina todo sin nuestra ayuda, definitivamente, el universo necesita un cambio. —El robot cogió la caja satinada y levantó la tapa finamente decorada. Dentro había una daga ornamentada con empuñadura de oro, y la cogió con algo parecido a la reverencia. La hoja conservaba una vieja mancha de sangre.
Detrás de Paul, su madre jadeó.
—¡Conozco esa daga! La veo tan clara en mi mente como si fuera ayer. El emperador Shaddam en persona se la entregó al duque Leto como presente, y años después, en el juicio de Shaddam, Leto se la devolvió.
—Oh, pues hay más cosas. —Los ojos del barón destellaron—. Creo que el Emperador dio esa misma daga a mi amado sobrino Feyd-Rautha para su duelo con tu hijo. Por desgracia, Feyd no salió muy bien parado en el duelo.
—Me encantan las historias tortuosas —añadió Erasmo—. Tiempo después, Hasimir Fenrig apuñaló al emperador Muad’Dib con ella y casi lo mata. Así que, como veis, esta daga tiene un pasado largo e irregular. —La levantó, dejando que la luz de la cámara brillara sobre la hoja—. El arma perfecta para ayudarnos a decidir, ¿no os parece?
Paul sacó el crys que Chani había hecho para él de la vaina que llevaba en el costado. La empuñadura parecía cálida en su mano, la hoja curva y lechosa en perfecto equilibrio.
—Tengo mi propia arma.
Paolo retrocedió enseguida con desconfianza, mirando al barón, a Omnius y Erasmo, como si esperara que saltaran en su ayuda.
Arrancó la daga con empuñadura de oro de manos del robot y apuntó su punta afilada hacia Paul.
—¿Qué van a hacer con esas armas? —preguntó Jessica, aunque la respuesta era evidente.
El robot la miró sorprendido.
—Es de lógica que resolvamos este asunto de la forma más humana posible: ¡un duelo a muerte, por supuesto! ¿No es perfecto?
El gusano está fuera, a la vista de todos, y el gusano está en mí, es parte de mí. Cuidado, porque yo soy el gusano. ¡Cuidado!
L
ETO
II, grabaciones de Dar-es-Balat, en su propia voz
Cuando se llevaron a Paul y los otros de la no-nave, Sheeana encontró al joven Leto II en sus habitaciones. El muchacho estaba solo en la oscuridad, hecho un ovillo, tembloroso y febril. Al principio Sheeana pensó que le aterraba que le hubieran dejado solo, pero enseguida se dio cuenta de que se encontraba realmente mal.
Al verla, el muchacho se obligó a ponerse en pie. Se tambaleaba, y el sudor brillaba sobre su frente. La miró con expresión suplicante.
—¡Reverenda madre Sheeana! Usted es la única… la única que conoce a los gusanos. —Sus ojos grandes y oscuros se movieron inquietos a un lado y a otro—. ¿No los oye? Yo sí.
Ella arrugó la frente.
—¿Oírlos? Yo no…
—¡Los gusanos! Los gusanos de la cubierta de carga. Me llaman, los siento deslizándose por mi mente, desgarrándome por dentro.
Sheeana alzó la mano indicándole que callara un instante, pensando. Toda su vida Shaitán la había entendido, pero nunca había recibido un mensaje real de aquellas criaturas, por más que había tratado de ser parte de ellas.
En cambio, en aquel momento, expandió sus sentidos y notó un tumulto en su cabeza, a través de las paredes de la no-nave dañada. Desde la captura del
Ítaca
, Sheeana había atribuido aquellas sensaciones al peso del fracaso después de su larga huida. Ahora empezó a comprender. Algo había estado arañando las paredes de su inconsciente, como unas uñas romas contra la tabla de sus miedos. Impulsos subsónicos que la llamaban. Los gusanos.
—Tenemos que ir a la cubierta de carga —anunció Leto—. Me llaman. Ellos… sé lo que tengo que hacer.
Sheeana lo sujetó por los hombros.
—¿Qué es? ¿Qué tenemos que hacer?
Leto se señaló a sí mismo.
—Una parte de mí está dentro de los gusanos. Shai-Hulud me llama.
Confiadas porque tenían a la no-nave atrapada bajo las construcciones de metal vivo, las máquinas pensantes no le prestaban mucha atención. Al parecer, querían controlar al kwisatz haderach… y eso no era tan sencillo como parecía, como la Hermandad había podido comprobar hacía tiempo. Ahora que tenía a Paul Atreides en la catedral, Omnius parecía pensar que tenía todo lo que necesitaba. El resto de los pasajeros eran prisioneros de guerra irrelevantes.
La Bene Gesserit había planificado la creación de este superhombre durante cientos de generaciones, controlando sutilmente las líneas genéticas y los mapas reproductivos para crear al largamente esperado Mesías. Pero cuando Paul Muad’Dib se volvió contra ellas y provocó estragos en su programa reproductor cuidadosamente ordenado, las hermanas prometieron no volver a liberar jamás un kwisatz haderach. Y sin embargo, los dos hijos gemelos de Muad’Dib nacieron antes de que entendieran realmente el daño que había hecho. Uno de esos gemelos, Leto II, fue también un kwisatz haderach, como su padre.
Una llave giró en la mente de Sheeana, abriendo la puerta a nuevos pensamientos. ¡Quizá las máquinas pensantes tenían un punto muerto en el joven Leto! ¿Es posible que el kwisatz haderach que buscaban fuera él? ¿Se había planteado Omnius la posibilidad de que hubieran cogido a uno equivocado? Se le aceleró el pulso. Las profecías destacaban porque solían llevar a error. ¡Quizá Erasmo se había saltado lo más obvio! En su interior, Sheeana oía la voz de Serena Butler riendo ante esta posibilidad, y se permitió aferrarse a un pequeño resquicio de esperanza.