Gay Flower, detective muy privado (18 page)

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Authors: PGarcía

Tags: #Intriga, Humor

BOOK: Gay Flower, detective muy privado
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Podía haberle recomendado a la doncella, pero uno también es celoso. Por eso dije:

—Hable con Tatiana Putain Proskouriakoff, señor. En su compañía petrolífera trabajan señoritas muy escogidas. Hay una tal Rutie Sansad, ascensorista, que a buen seguro le hace olvidar a nuestra asesina.

—Usted tiene gusto, Míster Flower. Voy a seguir su consejo.

Dirigió la silla de ruedas hacia el teléfono.

La doncella parecía profundamente atareada con el plumero.

Con mi pijama rosa, una bata persa bordada con motivos de las guerras médicas, pañuelo de París al cuello y las pantuflas con la borla empolvada, me senté en la oficina a esperar la Visita. Por una vez no la que trajera trabajo sino la que vendría con la Recompensa.

Dando breves sorbos a una copa repasé el caso. Un caso que, de nuevo, Gaylor R. Flower resolvía con la heterodoxia acostumbrada; porque en él se hurgaba las narices la inculpada, se las hurgaba Berenice, las hurgaba la doncella a terceros, y no me extrañaría que se las hurgaran Arthur, Clyde y la señorita Wise, que es un vicio de lo más extendido.

Para mí que Berenice, Kristine y Azalea le daban al tribadismo. La primera porque lo había reconocido. Las otras dos porque estaban implicadas en el culto de las Hijas de Cleis.

Si la doncella se escondía tras las cortinas del cuarto de su señorita la mañana que entré en él era porque tenía lío con ella, que después del crimen también se habían acostado juntas y la había visto tocarle las mamas; porque tenía lío con la señorita y sospechaba que le ponía los cuernos con la enfermera, cosa que comprobó según declaró. Berenice estaba pirada y se liaba con lo que fuera. Esto explicaba la animadversión mutua que sentían doncella y enfermera, y explicaba igualmente que el culo de Azalea me turbase tanto, porque un culo de lesbiana para un tipo de mi idiosincrasia no es como los de las demás tías: tiene misterio. Antes de saber lo que sabía ahora mi instinto lo detectó muy pronto.

Me bebí otro trago.

Para mí que Berenice se cachondeaba de Clyde y su torpe pasión, sin llegar al final, poniéndolo en el frenesí incestuoso, que eso iba mucho a su temperamento borde. Había aceptado el cortejo de Fatty porque se las arreglaba para que ganara siempre en su garito, proporcionándole el dinero que su padre le negaba; porque, mira, era un compañero para ir al hurgadero de Li Fong; y porque le servía para chotearse de Clyde y viceversa.

Me serví la tercera copa.

Arthur entró en la casa impuesto por Morny, sólo para espiar a Berenice, pero en cuanto descubrió el pastel que había montado bajo el tejado de pizarra negra quiso aprovechar la circunstancia para zumbarse a su señorita. Creo que es lo que intentaba la mañana que lo conocí. Habría estado dispuesto a entrar en escena después de ver acostadas a Kristine y Berenice tetas contra tetas, amenazando con chivarlo todo al coronel si la chica no se plegaba a sus caprichos. Sólo que aparecí yo jodiéndole el plan. Luego Berenice lo contó a Eddie y lo único que sacó fue un puñetazo en los morros y la bronca correspondiente.

Llené el vaso por cuarta vez.

La víspera la situación había llegado al límite. Eddie ya estaba aburriéndose de meter mano al escote de la Stradivarius y aspiraba a realizaciones más concretas. Fue hasta Dresden Avenue para exigir una promesa de que la chica aquella noche sería complaciente en Bel-Air sin darse cuenta de que ponía en marcha el mecanismo que habría de destruirle, porque el coronel se asustó, el servicio se asustó, y se asustaron hasta Clyde y la señorita Wise, que aunque no tenía intereses eróticos en la chica sí los poseía en su hermano, que por eso me dio diversos rastros para que terminara por depositarlo en sus amorosos brazos.

Me bebí el culo de la botella mientras me cabreaba lo que tardaba el culo de Azalea.

Por la noche todos los seguimos al chalet. Yo en el Sedán, Clyde en su "Cadillac", la señorita Wise en el coupé, supongo que Arthur en el "Packard" y la doncella en el deportivo de su ama. Yo tiré por la calle principal y los otros por la segunda, que permitía el acceso trasero. Pensaba que Eddie se pondría exigente en el dormitorio, y Berenice, que lo que le gustaba de verdad eran las mujeres, trató de desembarazarse del pandillero con el cortauñas, pero la sangre y los berridos le restaron valor para rematar su obra. Entonces entró por la parte posterior la señorita Wise y empuñó el arma homicida siguiendo su trabajo para que la policía culpase a Berenice y quedarse con el cariño del jefe.

Abrí una nueva botella.

La señorita Wise no terminó el trabajo al escuchar pasos en la casa. Irrumpiría entonces Clyde, que ciego de odio ante su rival, siguió cortando carne y grasa con el instrumento mortífero hasta que le interrumpieron a él. Según mis deducciones, en este momento entraría en escena Haste, que iba a cobrarse el trompazo de su jefe y aprovechar para tirarse a Berenice definitivamente. Tampoco lo consiguió, porque al poco de la degollina llegaba Azalea pisándole los talones. La doncella, tan enamorada de su señorita, al encontrarse con el gordo que había intentado violentarla, siguió con el degüello por relevos hasta que las pisadas de la Kleinman le pusieron el espanto en el corazón. Y Kristine, por amor, remató la carnicería dejándose atrás un moco delatador. Suponía que le habría apetecido rematar con un buen revolcón con Berenice, pero yo estaba cerca y no era plan que la sorprendiera con las manos en la masa. Esto lo aclaraba todo: los diferentes coches que escaparon antes de que llegara al dormitorio y las diferentes direcciones de la herida en la garganta del bandido.

La nueva botella iba por la mitad, porque la tentaba sin parar.

Sabiendo lo que sabía habría de habérselo contado a Coxe, pero diversas razones se pusieron en contra: de un lado la muerte de Morny más que un asesinato era un acto de justicia que ahorraba dinero al contribuyente; de otro yo estaba a sueldo del coronel y tenía que tratar de evitar problemas enojosos a la familia; del tercero, debía una compensación a la señorita Wise por sus buenos servicios y debía evitar que Art, que era un chico guapo, malograse su belleza en el interior de San Quintín; por el cuarto, me tenía chalado la posibilidad de un "affaire" con la criada Virgopotens, tan lesbiana ella; por el quinto, sabía que la enfermera le tiraba un rato a Coxe, le hacía un favor sirviéndosela en bandeja, que soy un casamentero. Y no había más lados. Me salían cinco. Un pentágono. Muy bien. Esto es América.

Flower favorecía a todos, sin perjudicar a nadie. Su peculiar sentido de la justicia funcionaba fenómeno.

Terminé la segunda botella.

Ahora vendría el final glorioso con la criadita.

Pero no vino. No vino la doncella, ni tampoco el final glorioso.

Me dormí con una trompa monumental.

20

Tampoco acudió al día siguiente. Ni al otro. Ni al tercero.

Acudió la Borrachera, requerida con urgencia por servidor, para que ayudara a olvidar a la Mujer, para que ayudara a mandar a la mierda a la Sociedad.

La Sociedad quiere que busques la Mujer, que te enceles con el reclamo de su sexo, que la lleves a la vicaría, que fundes una familia y la llenes de niños pringosos y berreadores. Formas la familia y pierdes la libertad convirtiéndote en un zombi que únicamente sirve para trabajar de sol a sol, que no protesta, que sólo dice "sí, señor", "lo que usted mande, señor", porque ya no sirves sino para proteger tu familia y engordar niños asquerosos que cuando crezcan fundarán nuevas familias. Y así hasta la consumación de los siglos.

La Sociedad quiere que te jodas con la familia porque de ella surge el equilibrio que le conviene, donde está la sucia savia que constituye su alimento y la perpetua fuerte y pujante hasta la eternidad.

Flower fue un tío listo. Descubrió pronto el truco. Descubrió así mismo que la Mujer lo único que recibía eran putadas. Sucedía con las niñas de su infancia. Ocurrió con las jóvenes de su adolescencia. Es que no fallaba. Por eso Flower, en plan de interpretación economicista de la existencia, escogió al Hombre para luchar contra el miedo a la Soledad. De esta forma garantizaba su independencia y su libertad.

La Sociedad acusó el golpe. Le tildó de "gay", le llamó afeminado, le llamó invertido. Y cosas peores. Fue un combate largo, duro, sin cuartel.

Y llegó el día en que Flower bajó sus defensas. Dejó que le turbara un culo con aromas de espliego sentado en el regazo. Permitió que le encandilasen unos inmensos ojos ámbar muy separados en un rostro triangular, unas cejas ligeramente oblicuas, unos pómulos altos y una boca de labios gruesos que descubría afilados dientes lobunos. Toleró que le atrajese una cabellera caoba cortada a lo Tedda Bara, una voz musical y unas pantorrillas con hoyuelos, pensando que su instinto le había guiado hacia una lesbiana, y que en su compañía bisexual sería diferente. Pero, no. Era la Mujer, y con la Mujer no sacas más que disgustos.

Después de la borrachera de la noche en que resolví el caso Stradivarius a su gusto, me enteré que había marchado en un trasatlántico a Europa en compañía de su amada Berenice. No recuerdo si lo leí en algún periódico o lo escuché por la radio. La noticia dijo que la señorita Stradivarius, de la conocida y adinerada familia de los Stradivarius, Pasadena, partía en un crucero hacia el continente milenario acompañada por su doncella y dama de compañía Miss Virgopotens, para olvidar la muerte del célebre "gángster" Edward Morningstar en la que se viera envuelta. Y yo me quedé en pijama rosa, bata persa bordada con motivos de las guerras médicas, pantuflas con borla empolvada y perfumado con lavanda. Como un imbécil. Como un cretino.

Los demás podían creer la historia de la nota de sociedad. Yo, no. Yo sabía que no era un viaje para olvidar, sino un periplo de luna de miel. Aquello era el remate de un plan cuidadosamente trazado para que Azalea Virgopotens se librara de sus rivales: de Eddie, de Clyde, de Haste y sobre todo, de Kristine Kleinman, la más peligrosa de todas.

A la Kleinman se la llevó el sargento Coxe. A Fatty se lo llevó el cortauñas. A Haste se lo llevarían los demonios. Y Azalea se había llevado a Berenice al barco, para vivir en su compañía interminables jornadas de amor.

Para salirse con la suya me empleó como marioneta, tirando sabiamente de los hilos, metiéndome el culo en las rodillas y los dedos en la nariz. Lo mismo que en la ocasión anterior me utilizara Tatiana Tereskova Putain para desembarazarse del bellísimo Teo y quedarse con su fortuna. Pero en esta ocasión entraron en juego sentimientos de Flower más profundos que cuando lo de Teo, por culpa de la Sociedad a la que estúpidamente trató de agradar emparejándome al fin con la Mujer. Por eso estaba jodido. Por eso en cuanto conocí la noticia requerí a la Borrachera para que me trajera el olvido.

Bebí tres días sin pausa. No el "peppermint" que ya saben es lo mío, sino "scotch" puro, que pega más fuerte y tiene algo simbólico: es el whisky de la tierra de los hombres con faldas.

Entre los vapores del whisky me llegó otra noticia: la de que el sargento Keenan Coxe no había llevado a la Kleinman a la comisaría. Telefoneó a sus jefes desde una cabina en la misma Dresden Avenue solicitando excedencia por un tiempo ilimitado, pasó por el banco para recoger todos los ahorros y se largó con la rubia a México a vivir la vida.

Había entrado dentro de mis previsiones. Por eso cargué las tintas contra la enfermera al desenmascarar al criminal, porque sabía lo que le gustaba la tía al sargento, y que actuando de aquella manera les hacía un favor a los dos. Que así es la genuina justicia de Flower. Lo que no pude adivinar es que también esto entrara dentro del plan de la doncella y sólo iba a servir para que me quedara compuesto y sin tortillera. Uno no puede preverlo todo, coño.

Ignoro lo que habría durado aquel tablón sensacional, de no ser por el "Times". El cuarto día, como los anteriores, Sammie deslizó el ejemplar correspondiente bajo la puerta. Ni me incliné a recogerlo. Pero me resultó imposible no reparar en los titulares a siete columnas y con caracteres visibles hasta para un ciego.

UN VAMPIRO ESPERMÁTICO EN PASADENA.

APARECE EL CADÁVER DE STEPHEN STRADIVARIUS SIN UNA GOTA DE SEMEN EN EL CUERPO.

Ignoraba que era la parte final de algo que había tenido comienzo en mi despacho cuando una voz lasciva me llamó por teléfono en la fría mañana de enero y una millonaria mórbida y maciza acudió a sobarme y a agujerearme la chaqueta del traje con sus acerados pezones. Pero fue como un aldabonazo llamando al viejo espíritu de lucha de los Flower. Me arrastré como pude hasta eso que yo llamo cocina y preparé una cafetera hasta los bordes. Tomé la infusión ardiente hasta que me salía por las orejas. Entonces leí el reportaje.

Lo había escrito Antek Witicky y era un buen trabajo sensacionalista. Relataba el hallazgo del cuerpo sin vida del hijo del coronel en una cuneta en los alrededores de Pasadena. Estaba desnudo, sin señales de violencia, más exprimido que un limón, con la sorprendente particularidad de hallarse privado de todo contenido espermático. "Como si un vampiro seminal —escribía La Cotilla— lo hubiera succionado al igual que el conde Drácula hacía con la sangre de sus víctimas en los relatos de Stoker". Hasta citaba al veterano Brahm. Witicky es un tipo leído.

La muerte estaba rodeada de misterio. No se conocía aún el resultado de la autopsia. Lo mejor de La Cotilla era la idea del Vampiro. El "Times" iba a aumentar sus ventas. Es lo que interesa. Ventas, que no información.

El espejo me devolvía un semblante macilento, con la barba crecida y los ojos inyectados en sangre. No estaba para recibir a nadie, y como cuando uno se encuentra de lo peor y menos presentable, alguien vino a la oficina.

—Hola, Flower —ladró, desabrido, el teniente O'Mara.

Entró como una apisonadora, para dejarse caer sin miramientos en el sofá en que Triple M me violara por segunda vez, sin hacer caso de si se cargaba los muelles. Era el superior inmediato de Keenan Coxe, mucho más grosero que él, que para eso tenía mayor graduación.

O'Mara me despreciaba por detective privado. Me despreciaba sobre todo por "gay". Me hubiera gustado contarle que se sentaba donde Triple M me había poseído. Para ver la cara que ponía. Le volvían loco las faldas y en su vida se había tirado algo ni parecido a Flossie Vagina. Le hubiera contado lo de Tatiana para verlo ponerse verde. Pero no estaba de humor.

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