Fuckowski - Memorias de un ingeniero (16 page)

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Authors: Alfredo de Hoces García-Galán

BOOK: Fuckowski - Memorias de un ingeniero
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Una mañana, me despertó un batir de alas. El pájaro había volado hasta la otra punta de la mesa, se había posado en el filo de la taza del trigo, y estaba devorando los granos con avidez. Y al minuto, como el que no quiere la cosa, dio unos pasos hasta el vaso con agua, metió la cabeza dentro y empezó a beber.

Fue sublime comprobar que los seres vivos llevamos cosas aprendidas dentro, cosas que no hace falta que salgan por la tele, ni que nos las escriban en contratos. Sólo hay que esperar a que afloren, y luego aguantar el chaparrón del menosprecio social y tirar para adelante.

Y una tarde, al volver del trabajo, me encontré un extraño cuadro en mi habitación: Rockefeller se había cagado en el nido, en la taza y en el vaso, había volado hasta la ventana y estaba picoteando el cristal.

Me recordó a mí mismo. Estaba listo para largarse.

El sábado por la mañana, cerré la caja con Rockefeller dentro y me fui al parque central. Un silencio tan triste se apoderó de todo, que lo tuve que llenar con un LP de Vicente Amigo.

Camino del parque iba aterrorizado. ¿Sabría arreglárselas sólo? Parecía fuerte. ¿Y si se moría de frío? ¿Y si me lo quedaba en casa para siempre?

No. Aseguraría su supervivencia pero le robaría su verdadera vida. Un delito.

Estaba claro lo que tenía que hacer. Recorrí el parque buscando algún sitio apropiado, donde pudiese refugiarse del frío, y donde hubiese palomas cerca para que se uniese al grupo.

Encontré el lugar idóneo entre unos arbustos, frente a un banco. Saqué a Rockefeller de la caja y me lo puse en el hombro. Anduve hasta una papelera, y tiré la caja. Rockefeller me picó una oreja.

Paseé por allí largo rato. Finalmente, el pájaro saltó. Dio un vuelo corto y aterrizó entre los arbustos. Me senté en el banco a esperar. Pero no se movía. No hacía nada. Tenía ante sí un mundo sin ventanas y no hacía nada.

Rockefeller parecía estar muy asustado. Llamé a Rafa de nuevo y le expliqué lo que pasaba. Su consejo fue muy clarificador:

—No te preocupes, pasa como con las personas. Ahora no hace nada, pero cuando empiece a pasarlas putas ya espabilará...

Gran sabiduría la suya. Pues nada, a esperar. Yo miraba a Rockefeller, él me miraba a mí, y Vicente Amigo lloraba dulces escalas menores en un trémolo.

Por un momento cerré los ojos y no hubo más que una escala menor que lo bañaba todo de melancolía. Luego un Fa grave en suspenso y finalmente, para mi sorpresa, un fuerte golpe a un Mi mayor que cambió el sentido a toda la escala. Se hizo el silencio, abrí los ojos, y Rockefeller ya no estaba.

Me fui de allí con la sensación de que había pasado algo que no alcanzaba a comprender.

Y volví a ser un gilipollas congelado algunas semanas más. Luego a Paul le dio un infarto.

Parte 6

Aquella habitación de hospital olía a muerte y a desesperanza. Paul estaba tumbado en la cama. Era una mañana nublada y gris. Llovía barro y polvo.

—Me recuperaré, no ha sido demasiado grave. Sólo un susto —me dijo.

—Sí, susto el que nos has dado a todos, tío. Pero vamos, ¡bicho malo nunca muere! —yo no sabía muy bien qué decir en estas situaciones, así que me decantaba por trivialidades.

La mujer de Paul había ido a comer. Estábamos solos. La vida podía ser una gran putada.

—¿Vas a volver? —pregunté.

—Claro. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Yo no lo sabía. Pero estaba seguro de que no quería sufrir un infarto a los cuarenta.

Entonces sucedió. Una paloma se posó en la cornisa exterior de la ventana. Estaba sucia de polvo y barro. Seguro que no era Rockefeller, pero el hecho de que perfectamente podría haberlo sido me llenó el alma.

Estaba quieta. Miraba al cielo. De pronto, por un claro entre las nubes se coló el sol. Por un instante todo se iluminó en un húmedo dorado.

La paloma se sacudió la mierda de un golpe, y echó a volar.

Mientras la veía perderse en el infinito lo entendí. Un golpe. Bastaba un solo golpe para quitarse la mierda de encima. De un golpe una escala menor se convertía en mayor, desaparecía la melancolía y todo se iluminaba.

El golpe era esa última palabra. La voluntad. Todo podía cambiar.

Miré a Paul, pero parecía habérselo perdido. Pensé en explicárselo, pero ya sabía lo que me iba a contestar:
mariconadas
.

Joder. Yo lo entendía y Paul no. ¿Y si me había vuelto gay?

Tenía que comprobarlo.

—Ahora vengo —dije.

Salí de la habitación y me puse a deambular por los pasillos sin saber muy bien lo que andaba buscando. ¿Cómo verifica uno su tendencia sexual?

Doblé una esquina y paré en seco. Una enfermera imponente con un culo que parecía estar hecho de pura roca se aproximaba a un mostrador de información. Me escondí detrás de la esquina y me quedé mirando de reojo.

La mujer se puso a hablar con un celador sin ser consciente de que el culo podía reventar su blanca minifalda en cualquier momento. Se agachó a firmar unos papeles y yo no pude remediar echarme la mano al paquete. La costurilla de la falda se le abría. Yo me frotaba la bragueta. La cosa se me puso bastante dura.

—Es usted un enfermo —me dijo una señora gorda que salía del ascensor.

—Señora, esto es un hospital, ¿qué esperaba?

Me largué de allí erecto y ruborizado. La vida era bella.

Volví a la habitación, me despedí de Paul, y salí del hospital. Paseé despacio. Respiraba profundamente. En la rama de un árbol vi pájaros posados. Eran David Coverdale, Vicente Amigo, Charles Bukowski. Y todos eran Rockefeller.

Había gente que escribía, cantaba, tocaba flamenco, pintaba cuadros. El motivo era muy simple: la vida estaba llena de cosas que valían la pena. Siempre nos lo andábamos recordando unos a otros, pero había que saber escuchar.

Yo no iba a tener un infarto a los cuarenta. De hecho, iba a tener un orgasmo a los veinticinco. ¿Cómo? Pues no lo sabía muy bien. Pero al menos iba a hacer algo, que era mejor que no hacer nada.

Quizá escritor, quizá músico, quizá actor porno. Puede que incluso informático, pero de los de verdad. O a lo mejor todo a la vez. Para empezar volvería a la facultad a terminar la carrera. Me quedaba poco pero nunca había tenido tiempo. Luego ya veríamos.

Parte 7

Volví al trabajo y escribí mi primer relato corto. Empezaba así:

Estimado señor,

por la presente comunico mi renuncia al puesto de "Desarrollador Senior" que en la actualidad desempeño, haciéndose ésta efectiva en el plazo de cuatro semanas...

El resto era un poco ciencia ficción, pero tengo que reconocer que me quedó de puta madre.

Lo envié a RRHH. La noticia se corrió como la pólvora. A la hora del almuerzo muchos se acercaron a preguntar.

—¿Es verdad eso? ¿A dónde vas?

—Pues no lo sé. Simplemente me voy. Quiero hacer otras cosas. Viajar. Ver mundo.

—¿Y a estas alturas lo vas a dejar todo?

¿Todo? ¿Y qué era todo? ¿Un nido lleno de mierda y un vaso con agua? Pero no lo entendían. A la mayoría aún le daban de comer directamente en el pico.

—Pues sí. Voy a acabar la carrera, y en unos meses me largaré al extranjero.

—¿Y si no encuentras trabajo?

—Seguro que lo encontraré.

—¿Seguro? Tú no puedes estar seguro.

—Joder que no. Sólo hay que mantenerse firme y dar el golpe en el momento adecuado.

—Se te ha terminado de ir la pelota, macho...

Podía ser. Pero la cosa es que en mi puta vida me había sentido mejor. Notaba como algo en mi interior crecía, se desplegaba, desde muy dentro, y poco a poco se iba extendiendo hasta mis brazos y mis piernas. Era mi verdadero yo, que volvía. Había sido enterrado, a empujones:
la vida no es así, idealismo, tú no puedes, tú no puedes, tú no puedes
...

Pues mira tú por dónde, yo sí puedo. Cojones, ¡cómo me había echado de menos a mí mismo!. Me sentía como justo después de afeitarme, ducharme, comer bien, tomar unas cervezas y echar un polvo.

No, más bien era como si en ese mismo instante estuviera echando un polvo. ¿Sería eso estar vivo?

La última hora de trabajo la dediqué a escribir la historia de Rockefeller. La imprimí y la releí. Necesitaba retoques, pero al menos no era papel mojado. Un poquito de belleza había quedado allí capturada.

Doblé las hojas, me las metí en el bolsillo de atrás del pantalón y me encaminé a la salida.

Andaba deprisa. No me había dado cuenta de que estaba sonriendo. Bajé en el ascensor. Se abrieron las puertas. Con la mano le dije adiós a Lourdes, que estaba inmersa en su realidad virtual.

Aquel cordón que una vez había estado a punto de romperse, tiraba de mí con fuerza.

Salí a la calle. Brillaba el sol. Me sentía ligero, muy ligero. Me había quitado toda la mierda de encima. Eché una última mirada al cristal y el cemento.

Y luego, amigos, eché a volar.

16. I.T. Pito del Sereno

—Póngase cómodo, señor Fuckowski; ¿quiere una cerveza? En esta empresa no nos gustan las formalidades, no nos van los estirados con palos de escoba metidos por el culo…

Coño. Pues sí que empieza bien la cosa.

—Esto… sí, por favor, negra, bien fría…

—Maika, por favor, tráigale una jarra de cerveza negra helada al señor Fuckowski. Estamos en la 237 —dijo por el intercomunicador.

Era un tipo de unos cuarenta años, con clase, algún mechón de canas, pero lucía una sonrisa de aspecto juvenil. Prosiguió:

—Bien. Ha superado usted tres entrevistas técnicas. Ésta será la entrevista final. Vayamos al grano. Veo por su currículum que tiene usted bastante experiencia. Pero no dura usted mucho en las empresas, ¿eh? —el tipo me guiñó un ojo.

—Pues… es que…

—No, no se disculpe. Sigue usted buscando el empleo ideal, en ese sitio donde las cosas se hagan bien, ¿me equivoco?

—Eso, exactamente.

—Ocho años de experiencia. Está muy bien para su edad. Lleva usted diez años en la universidad, ¿cierto?

Joder. La pregunta del millón. A ver cómo le explico yo ahora el tema.

—Esto… sí. Tuve la oportunidad de trabajar, y consideré que… bueno… me quedan sólo seis asignaturas, y…

—No, no, por favor, nada de explicaciones. No le culpo por ello. Con la mierda de universidades que tenemos en este país… Pero no se preocupe, aquí no será prejuzgado por su expediente académico.

Entonces entró Maika y por poco no se me cayeron las pelotas. Una tía de mi estatura, morena, pelo sedoso, piel blanca, enormes ojos azules… ¡y qué cuerpo! La voluptuosidad hecha secretaria. Llevaba unos pantalones negros ajustados que se aferraban con fuerza a su imponente culo y bajaban justo hasta la mitad de las pantorrillas, tacones altos, y un top blanco que apenas podía contener las tetas más inmensas que había visto fuera de internet.

—Aquí está la cerveza, señor Fuckowski —me dijo Maika.

Encima tenía voz de tontita, de no haber roto un plato, de chuparse el dedo, de tenerlo todo afeitadito, de no decir nunca que no, de disfrutar como una perra chupando y chupando y dejándose chupar y…

—Si no la quiere, me la llevo —me había quedado embobado mirándole las tetas; tenía la boca abierta y la lengua colgando.

Cogí la cerveza e intenté decir gracias, pero con la lengua fuera sólo pude emitir un nosequé estúpido y baboso. Maika salió de la sala sonriendo. Juraría que me había guiñado un ojo…

El director de mirada joven prosiguió:

—Uno de nuestros análisis iniciales reveló que el 99.5% de alumnos con expediente brillante son borregos mediocres que jamás se dan cuenta de si aquello que les exigen hacer es una memez o no, que no piensan por ellos mismos, que presuponen a sus superiores el don de la verdad absoluta, que se autoculpabilizan de todo, y que son capaces de estudiar quince horas al día simplemente por miedo al fracaso, porque “así funcionan las cosas”. Acaban devorados por las consultoras, son el perfil ideal. Los mandan a marear la perdiz al cliente y ellos no se dan ni cuenta. ¿Cree usted que un cliente, en su ignorancia tecnológica, sería capaz de concluir que está pagando una millonada por cuatro chavales sonrientes con expediente de sobresaliente, por cambiarle los colorcitos de la página web? No, sobre todo cuando los cuatro chavales sostienen, porque de hecho están convencidos de ello, que están
“desarrollando un proyecto de reestructuración de cascade style sheets para adaptar los estilos subyacentes a la usabilidad de la quinta generación y así posicionar el producto a la cabeza del mercado”.
Y encima, como son unos mantas, pues tardan cien horas que se le cobran al cliente, y todos tan contentos. Así va el país…

Joder. Oír hablar a ése tío era como oírme hablar a mí mismo. Quería más.

—¿Y el otro cero coma cinco?

—¡Por el culo te la hinco! —me espetó el tipo a la vez que extendía el brazo y me señalaba con su dedo índice.

Yo no estaba preparado para aquello y se me quedó cara de absoluto gilipollas. Tenía que haber una cámara oculta en algún sitio.

—Bébase su cerveza, hombre, ¡que aún le veo un poco estirado!

Cuando el hombre termino de reírse a mi costa, me explicó lo del otro cuatro más uno:

—Los otros pertenecen al reducido grupo de los genios que no se han desmotivado, porque desde siempre quisieron dedicarse a la enseñanza e investigación y tuvieron claro que un buen expediente era su única posibilidad. Saben que la docencia es deficiente, que emplear carísimas horas de clase en copiar al dictado es una estafa, que en realidad lo que hay que saber no son las respuestas correctas, sino las que el profesor de turno considera correctas, y que posiblemente luego lo tengan que reaprender casi todo, pero aún así hacen el sacrificio en pos del futuro. Luego, después de unos años como becarios precarios haciendo el trabajo sucio del departamento, preparando apuntes de asignaturas nuevas, corrigiendo exámenes en fin de semana, yendo a por café, tiza y tabaco, redactando brillantes artículos que firman todos los demás, y en definitiva haciendo todo el trabajo de algún espabilado que se pasa el curso viajando por los cinco continentes de conferencia en conferencia y de hotel en hotel, consiguen su plaza. Y ahí es cuando empieza el verdadero infierno: su forma de hacer las cosas, su talento, su entusiasmo, deja en evidencia a todos los demás, así que se ven sometidos a la conjura de los necios, al más cruel acoso laboral, son perseguidos, calumniados, ninguneados. Salvo excepciones, acaban aislados en algún oscuro despacho, sufriendo algún tipo de úlcera y preguntándose en qué han fallado.

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