Fuckowski - Memorias de un ingeniero (11 page)

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Authors: Alfredo de Hoces García-Galán

BOOK: Fuckowski - Memorias de un ingeniero
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Aquello representaba perfectamente la estructura de la sociedad: te pusieras donde te pusieras, siempre tendrías a alguien dándote por detrás. En el centro, algún cretino sonriente recitando su mantra de la felicidad:
Hemos facturado un 32% más, España va bien, Estados Unidos está devolviendo la paz al mundo
.

Y las ratas tan felices, mientras la gran caja negra agotaba recursos y amontonaba mierda. Yo no quería participar en el baile. Era un aguafiestas y un infeliz.

Libertad me cogió de la mano y me susurró al oído:

—Vámonos de aquí.

Me besó. Vámonos de aquí. Probablemente lo más romántico que me habían dicho nunca.

Parte 4

Era una bonita noche. Paseamos despacio en dirección a mi casa sin perturbar el silencio.

En el ascensor nos besamos delicadamente. Cuando se abrieron las puertas, saqué las llaves de mi bolsillo. Mi perro, Satán, reconoció el tintineo y empezó a ladrar. Al abrir la puerta de mi apartamento, cuarenta kilos de negra lealtad con forma de pastor belga se me echaron encima. Le dejé lamerme la cara, y acto seguido saludó a Lib sin dejar de mover el rabo.

—Espérame en mi cuarto, si quieres —le dije a ella.

Fui a la cocina, le puse a Satán su comida y saqué dos cervezas de la nevera.

Entré a mi cuarto. Lib estaba tumbada en mi cama, fumando marihuana. Yo no podía abusar de la hierba. Me fumaba medio de esos y me pasaba tres días mezclando Java con C. Bueno, aún era sábado.

Me tumbé a su lado y me agarré a ella.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí, ahora sí. Pero el trabajo, la gente... no sé. Estoy harto de todo.

—¿Y qué quieres en realidad?

—No estoy seguro. Quiero volar por encima de todo esto.

—Volar. ¿Volar a dónde? ¿Qué quieres encontrar?

—Aún no lo se. Pero al menos quiero tener la oportunidad de salir a buscarlo. Me siento encerrado. Tengo la amarga sensación de estar desperdiciando mi tiempo.

—¿Y si no hay nada más?

—Si no hay nada más, volveré. Pero tengo que comprobarlo.

—¿Tienes algún plan?

—Más o menos. He ahorrado algún dinero. Lo justo para coger un avión y empezar de nuevo en alguna parte. Quiero viajar, trabajar aquí y allí, ver el mundo...

—Me recuerdas al poema de Sabines.
Los amorosos siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte... Los amorosos son locos, sólo locos, sin dios y sin diablo... juegan a coger el agua, a tatuar el humo...

Me encantaba aquel poema.

—Puede que yo sólo sea un romántico. Pero no entiendo otra forma de vida.

—Llévame contigo —me dijo.

Bebimos, charlamos, nos besamos, reímos describiendo sueños que quizás estuvieran al alcance de nuestra mano.

—Tenemos que ir a Florencia —dijo ella.

—Por supuesto. Desde allí le mandaré una postal al gordo que diga:
recuerdos a tu puta madre del David de Miguel Ángel.

Yo también hacía mis pinitos con la poesía.

Trazamos nuestro itinerario. Florencia, Praga, Dublín, Helsinki, Tokio, Sydney... el mundo se nos quedaba pequeño.

Lib me pasó mi guitarra y dijo:

—Tócame algo.

Yo dejé la guitarra en el suelo, y me lo tomé al pie de la letra.

Parte 5

Me despertó Satán, lamiéndome una mano. Era su hora de salir. Amanecía.

Lib dormía plácidamente. La dejé en la cama, me vestí, cogí el mp3 y las llaves y salí del apartamento. Satán me seguía moviendo el rabo.

La ciudad iba despertando. De camino a la playa paré en un bar, y pedí un café sólo en vaso de plástico. Llegamos a la playa y Satán corrió a la orilla. Yo me senté, me quité los zapatos y hundí los pies en la fría arena.

A lo lejos sonaron las campanas de la iglesia. Me puse los auriculares y pulsé play en el mp3.
Stairway to Heaven
. Miré a mi alrededor. La arena, el mar, el horizonte. No había indeseables a la vista. Estaban en la iglesia, perdiéndose todos los milagros.

Contemplaba el mundo. Veía evolución, energía, equilibrios de fuerzas, fractales. No encontré a dios por ningún lado. Dios era el gran acrónimo sin sentido, el camino más corto a ninguna parte.

Las ratas bailaban al son de alguna imbecilidad mientras todo lo que en el mundo tenía algún sentido se iba irremediablemente a tomar por culo.

Bush había sido reelegido. Algún día, si el orden mundial se desmoronaba y se montaba una gorda, las ratas fantasearían con hipotéticos viajes en el tiempo.

Si pudieses volver al año en que nació Bush, sabiendo lo que iba a pasar...

Imbéciles. Bastaba con no haberle votado.

Satán jugaba con las olas, ajeno a la miseria del mundo. Una gaviota surcaba el cielo. Yo miraba al horizonte, preguntándome qué podía hacer yo.

El horizonte me respondió, alto y claro:

To be a rock, and not to roll...

12. El Zen del éxito profesional en 20 actos

Parte 1

Terminó la tercera serie de abdominales y se metió en la sala de rayos uva. Se miró al espejo, y entonces supo que el puesto sería suyo.

Tenía una reunión al día siguiente. La corporación necesitaba un arquitecto con experiencia en filostros para el proyecto ShopMaster. Él había participado en varios proyectos de superficies cuadrúpedas.

El puesto tenía un nombre: Minglanillas. Arquitecto. El arquitecto Minglanillas.
Buenas tardes, soy Minglanillas, el nuevo arquitecto.

Mientras le decía esto a su reflejo, ensayó un gesto de modestia, de condescendencia, dejando clara su posición de superioridad y a la vez abriendo un canal informal, de tú a tú. Llevó su mano izquierda, bien abierta, a la altura del pecho y la bajó lentamente con un giro (…
arquitecto
…), como si acariciase su ego. Era un gesto muy metrosexual, con estilo. No podrían resistirse.

Minglanillas sospechaba que tenía un don.

Durante el baño de rayos uva soñó despierto. Se vio enfundado en un traje negro junto a un flamante descapotable rojo; el sol hacía brillar su tarjeta de identificación nueva. Él abría la puerta del coche y hacía entrar a una rubia.

Se duchó y se fue a casa. Se metió en la cama y leyó un capítulo entero de la
Guía Zen del Éxito Profesional
. El mensaje era claro:
no basta con ser el mejor, también hay que parecerlo
. Estaba a punto de quedarse dormido cuando reparó en algo que había pasado por alto: para la tarjeta de identificación necesitaría una foto nueva.

Era hora de cambiar de peinado.

Parte 2

Despertó a las 6:00. Se dio una ducha y se afeitó.

¿Cómo se peina un arquitecto? ¿Sobrio con un toque informal? ¿O quizá informal, como los genios, pero con un toque de elegancia que sugiera respeto por el deber?

Probó varias combinaciones; usó agua, gomina, laca, peine, cepillo. Al final optó por un peinado sin raya, muy formal alrededor de la cabeza, y un poco alocado y chisporroteante por la parte de arriba. Parecía un sobrio ejecutivo que no dejase de tener chispeantes ideas. Era perfecto.

Parte 3

—Es usted uno de los mejores, señor Minglanillas. Su expediente es intachable, su actitud es un ejemplo para todos —dijo el señor Smith. Se pasó la lengua por la encía superior emitiendo un chasquido, y siguió:

—No hay más que mirarle para darse cuenta de que es usted serio, responsable, y con buenas ideas. Es el candidato ideal para el puesto. Esta es una gran oportunidad para su carrera, ¿se ve capacitado para afrontar el reto?

Era el momento. Ahora o nunca. Dijo:

—Considero que tengo el perfil adecuado —levantó la mano e hizo el gesto—, pero usted sabe mejor que nadie si estoy o no capacitado.

Mostrar confianza en sus superiores. Era otro de los principios de la Guía Zen del Éxito Profesional.

—Yo apuesto por usted, señor Minglanillas. Será el
Pretending Architect
de ShopMaster. El lunes le desplazaremos a la capital.

El
pretending
era una de las innovadoras medidas introducidas en la corporación por el señor Smith. Antes de ser ascendido, cada empleado pasaba una temporada no inferior a seis meses desempeñando las nuevas funciones sin modificación de su contrato. Esto incrementaba la velocidad de reacción de la empresa, pues en caso de urgencia se podía disponer de nuevos perfiles sin necesidad de pasar por los siempre engorrosos trámites de Recursos Humanos. Además motivaba a los empleados, pues durante el periodo
pretending
tenían que demostrar su valía para el nuevo puesto. Sentían que ya casi tenían el ascenso y se dejaban la piel.

Aún había una tercera ventaja: al cliente se le cobraban las horas al precio del puesto desempeñado, y al empleado se le pagaban al precio del que aún figuraba en su contrato. El 70% de la plantilla trabajaba en modalidad de
pretending
, lo que significaba un sustancial ahorro en salarios y un jugoso incremento de los bonus mensuales de la directiva. Había empleados que pasaban al borde del ascenso más de dos años. El señor Smith era un genio de los negocios.

Minglanillas aceptó sin dudarlo.
Todo gran avance implica un gran sacrificio
.

El señor Smith hizo unas llamadas.

—Ya tiene habitación reservada. Le estamos preparando la tarjeta de crédito, su nueva identificación, y el kit de viaje. Enhorabuena —le tendió la mano.

—Es un honor. No le defraudaré.

Minglanillas estrechó la mano del señor Smith.

—Estoy seguro de ello. Ah, se me olvidaba. Llévese mi
Business Card
. Ante cualquier eventualidad, tiene línea directa conmigo.

Línea directa. Minglanillas ya vislumbraba la dorada luz de las altas cumbres.

Parte 4

El vuelo se le hizo muy corto. Apenas tuvo tiempo de revisar unos PDF’s.
ShopMaster; el más novedoso centro comercial jamás construido. Fondos públicos. Proyecto adjudicado por unanimidad a TeddyBear Consulting. Finalizada fase de cimentación. Comenzando fase de diseño. Pretending Architect: Minglanillas. Support Analyst: Fuckowski.

Minglanillas tenía que diseñar el edificio. Cerró los ojos, dejó la mente en blanco y trató de visualizar los planos. Sin darse cuenta, se metió la mano en el bolsillo y acarició la tarjeta del señor Smith.

Sólo consiguió ver un descapotable rojo y un pendón en minifalda. El piloto indicó que iban a proceder al aterrizaje. Se ajustó el cinturón de seguridad, procurando no arrugarse la camisa.

A la media hora abandonaba el aeropuerto, con la pequeña maleta en una mano y el paraguas de empresa en la otra.

Paró un taxi y preguntó al conductor:

—Disculpe, ¿se puede pagar con tarjeta corporativa?

—¡Suba, amigo…!

Entró al vehículo, indicó al conductor la dirección del hotel y sacó unos cuantos documentos de la maleta.

—En viaje de negocios, ¿eh?

—Bueno, sí, me quedaré dos meses. Es un proyecto muy importante;
yo soy el arquitecto
.

Había soñado tantas veces con pronunciar esas palabras… era un gran momento. Una gran cagada de paloma se estrelló contra la luna delantera.

—Me cago en la leche. Estos bichos parece que lo hagan aposta, amigo…

Minglanillas miró al cielo a través del cristal e intentó de nuevo visualizar los planos. El taxista accionó el limpiaparabrisas y la mierda de paloma fue esparcida por toda la luna.

Cuando se hubo disuelto la cagada Minglanillas estaba inmerso en sus documentos. Gráficas, análisis de requerimientos, comparativas de sinergias y simulaciones 2D.

A fin de cuentas toda la fachada estaba ya diseñada y el suelo totalmente cimentado. Sólo faltaba lo de dentro; tenía que ser trivial.

Llegaron al hotel. Era de cinco estrellas.

—Pues ya estamos. ¿Le hago un recibo, amigo?

—Sí, por favor —le pasó la tarjeta al conductor.

—Hay un par de clubs
interesantes
por la zona, por si se aburre el fin de semana —el taxista le guiñó un ojo.

—Bueno, los fines de semana vuelo a casa.

—¡Coño! ¿Todos los fines de semana?

—Pues sí…

—¡Vaya, amigo! Aviones, hoteles, tarjeta de crédito… ¡debe usted estar forrado!

—Bueno, no nos podemos quejar. Esto… ¿no le sobrará un cigarro?

—Sí, cómo no —el taxista le pasó un pitillo al arquitecto.

Se puso el cigarrillo en la boca, cogió el recibo, su maleta y su paraguas y se encaminó al hotel. Justo cuando el taxista arrancó, Minglanillas se dio cuenta de que no tenía fuego.

Parte 5

A las diez llegó al complejo ShopMaster. Mostró su identificación a la recepcionista, una rubia de ojos azules y sonrisa de porcelana. Charló un rato con ella, y luego cruzó las instalaciones a la búsqueda de las oficinas.

Gente yendo y viniendo, grúas, tractores, cables, ruido. Por todas partes se respiraban prisas. De pronto Minglanillas sintió pánico; todo aquello le pareció una especie de enorme monstruo metálico que amenazaba con devorarle, y lo único que tenía para defenderse eran unos rollos de papel en blanco.

El éxito es de los valientes
. Trató de combatir el miedo repitiéndose la frase una y otra vez, pero no funcionó. Atravesó rápidamente el bullicio sin dejar de mirar su reloj y se perdió entre las múltiples oficinas prefabricadas que Teddybear había habilitado en el solar.

Necesitaba esconderse un rato, relajarse, meditar, ponerse a punto. Revisar la guía Zen. Pero al llegar a la puerta de su despacho, alguien le estaba esperando.

—¿Minglanillas? —preguntó el tipo. Llevaba un abrigo largo, negro. Se había aflojado el nudo de la corbata y desabrochado el cuello de la camisa. Parecía serio, pero se le adivinaba una sonrisilla un tanto pretenciosa. Con esa pinta oscura, tenía que ser uno de esos fanáticos de Matrix. O peor aún, un Jedi.

—Sí, soy Minglanillas, el arquitecto —ejecutó el gesto.

El oscuro observó el gestoarquitecto y sonrió de medio lado.

—Fuckowski, el pito del sereno —dijo, haciendo una exagerada reverencia.

Así que ese cretino era el tal Fuckowski, el programador maldito. Había oído hablar de él. Batía todos los records de actitud negativa, pero por algún motivo no le despedían. Al parecer, técnicamente era bueno, así que la empresa simplemente le toreaba.

—Encantado —dijo Minglanillas, incómodo.

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