Pero el Tetis nunca pasó por el sistema de Vieja Tierra, así que De Soya debe tragarse la curiosidad y conformarse con saber que en los próximos mundos estará aún más cerca del sistema de Vieja Tierra.
Puertas del Cielo también les lleva ocho días, pero no por problemas de política eclesiástica interna. Hay una pequeña guarnición de Pax en órbita planetaria, pero rara vez baja a ese mundo arruinado. En los doscientos setenta y cuatro años estándar transcurridos desde la Caída, la población de cuatrocientos millones se ha reducido a ocho o diez investigadores chiflados que recorren la superficie lodosa: los enjambres éxters habían asolado ese mundo aun antes que Gladstone ordenara la destrucción de los teleyectores, fulminando la esfera de contención orbital, bombardeando la capital, Ciudad Lodazal, y sus bellos jardines, rociando con plasma estaciones de generación de atmósfera cuya construcción había llevado siglos y arrasando en general ese mundo antes de que la pérdida de los teleyectores salara el terreno al extremo de que nada volvería a crecer allí.
Ahora la guarnición de Pax custodia el planeta yermo porque se rumorea que posee materia prima, pero hay pocos motivos para descender allí. De Soya debe convencer al comandante de la guarnición —el mayor Leem— de que es preciso organizar una expedición. Al quinto día de su llegada al sistema de Vega, De Soya, Gregorius, Kee, Rettig, un tal teniente Bristol y una docena de efectivos de Pax con trajes ambientales bajan en una nave de descenso a los fangales donde antaño pasaba el río Tetis. Los portales teleyectores no están.
—Creí que era imposible destruirlos —dice De Soya—. El TecnoNúcleo los construyó para durar e instaló trampas que vuelven imposible su destrucción.
—No están aquí —dice el teniente Bristol, y ordena regresar a la órbita.
De Soya lo detiene. Usando su disco papal, insiste en realizar una búsqueda con sensores. Encuentran los teleyectores, separados por dieciséis kilómetros y sepultados bajo cien metros de barro.
—Eso resuelve el misterio —dice el mayor Leem por haz angosto—. El ataque éxter o derrumbes posteriores sepultaron los portales y lo que era el río. Este mundo se ha ido literalmente al infierno.
—Tal vez —dice De Soya—, pero quiero que exhumen los teleyectores, los rodeen con burbujas ambientales para que cualquiera que los atraviese sobreviva, y una guardia permanente en cada portal.
—¿Ha perdido la cabeza? —estalla el mayor Leem. Recordando el disco papal, añade—: Señor.
—Todavía no —dice De Soya, con ojos fulminantes—. Quiero que esto se haga dentro de setenta y dos horas, mayor, o pasará sus próximos tres años estándar aquí abajo, en misión planetaria.
Tardan setenta horas en exhumar los arcos, construir los domos y apostar la guardia. Si alguien viaja por el río Tetis, aquí no encontrará el río, sólo lodo hirviente, una atmósfera ponzoñosa e irrespirable y soldados con armadura de combate. Esa última noche en la órbita de Puertas del Cielo De Soya se arrodilla y ruega que Aenea no haya pasado por aquí. No encontraron sus huesos en medio del lodo y el azufre, pero el ingeniero de Pax que está a cargo de la excavación le explica que el suelo es tan tóxico que el ácido bien pudo carcomer los huesos de la niña.
De Soya no cree que haya ocurrido así. El noveno día se marcha del sistema, advirtiendo al mayor Leem que mantenga a sus hombres alerta y los domos habitables, y que sea más cortés con futuros visitantes.
Nadie espera para resucitarlos en el tercer sistema adonde los lleva el
Rafael
. La nave Arcángel ingresa en el sistema NGC
es
2629 con su cargamento de cadáveres y sus señales encendidas. No hay respuesta. Hay ocho planetas en NGC
es
2629, pero sólo uno de ellos, conocido con el prosaico nombre de 2629-4BIV, puede soportar vida. Por los registros disponibles para el
Rafael
, parece probable que la Hegemonía y el TecnoNúcleo se hayan tomado el trabajo de llevar el río Tetis hasta aquí como una forma de autocomplacencia, un aserto estético. El planeta nunca fue seriamente colonizado ni terraformado excepto por algunas siembras aleatorias de ARN durante los primeros días de la Hégira, y parece haber formado parte de la excursión del río Tetis sólo por su paisaje y su fauna.
Ello no significa que no haya seres humanos en este mundo, y el
Rafael
los detecta en órbita durante los últimos días de resurrección automática de sus pasajeros. En la medida en que los limitados recursos de los ordenadores
cuasi
IA del
Rafael
pueden reconstruir y comprender, la reducida población de NGC
es
2629-4BIV, integrada por biólogos, zoólogos, turistas y equipos de apoyo, quedó aislada después de la Caída y volvió a la vida salvaje. A pesar de una prodigiosa reproducción durante más de tres siglos, sólo unos miles de seres humanos aún poblaban las junglas y serranías de ese mundo primitivo: las bestias sembradas con ARN eran capaces de comer seres humanos, y lo hacían con deleite.
El
Rafael
llega al límite de su capacidad en la simple tarea de encontrar los portales teleyectores. Su memoria indica que los portales están situados a intervalos variables en un río de seis mil kilómetros en el hemisferio norte. El
Rafael
modifica su órbita para llegar a un punto sincrónico sobre el macizo continente que domina ese hemisferio, fotografía el río y traza un mapa. Lamentablemente, hay tres grandes ríos en el continente, dos hacia el este, uno hacia el oeste, y el
Rafael
no es capaz de priorizar probabilidades. Decide examinar los tres, una tarea analítica que abarca veinte mil kilómetros de datos.
Cuando el corazón de los cuatro hombres comienza a latir al final del tercer día del ciclo de resurrección, el
Rafael
siente alivio, o su equivalente en silicio.
Escuchando la explicación del ordenador mientras permanece desnudo frente al espejo en su cubículo, Federico de Soya no siente alivio, sino ganas de llorar. Piensa en la madre capitana Stone, en la madre capitana Boulez y en el capitán Hearn, que ahora están en la frontera de la Gran Muralla, quizá trabándose en fiero combate con el enemigo éxter. De Soya les envidia esa tarea simple y honrosa.
Tras deliberar con el sargento Gregorius y sus dos hombres, De Soya revisa los datos, rechaza el río del este como poco atractivo para el Tetis, ya que circula entre profundos desfiladeros, lejos de las junglas y marismas pobladas de vida; rechaza el segundo río por la alta cantidad de cascadas y rápidos —demasiado inhóspito para el tráfico del río Tetis— e inicia una sencilla lectura de radar del río más largo, con sus tramos extensos y suaves. El mapa mostrará docenas o cientos de obstáculos naturales semejantes a portales teleyectores —cascadas, puentes naturales, rocas en los rápidos—, pero el ojo humano puede estudiarlos en pocas horas.
El quinto día localizan los portales, excesivamente alejados entre sí, pero inequívocamente artificiales. De Soya conduce la nave de descenso, dejando al cabo Kee en el
Rafael
como respaldo por si hay una emergencia.
Es la posibilidad que De Soya temía. No hay modo de saber si la niña estuvo aquí, con o sin la nave. La distancia entre los teleyectores es la más larga que ha visto —casi doscientos kilómetros— y aunque sobrevuelan la jungla y las orillas del río, no hay manera de saber si alguien pasó por aquí, ni testigos, ni efectivos de Pax para dejar una guardia.
Descienden en una isla a poca distancia de un teleyector, y De Soya, Gregorius y Rettig deliberan.
—Han pasado tres semanas estándar desde que la nave atravesó el teleyector de Vector Renacimiento —dice Gregorius. El interior de la nave es estrecho y utilitario. Deliberan en sus sillas de vuelo. Las armaduras de combate de Gregorius y Rettig cuelgan en el armario como pieles metálicas.
—Si entraron en un mundo como éste —dice Rettig—, es probable que se hayan ido en la nave. No hay motivos para que hayan viajado río abajo.
—Es verdad —dice De Soya—. Pero es muy probable que la nave estuviera averiada.
—De acuerdo —dice el sargento—, ¿pero cuánto? ¿Podía volar? ¿Se autorreparaba? ¿Habrá llegado a una base de reparaciones éxter? Aquí no estamos lejos del Confín.
—O bien la niña pudo enviar la nave y atravesar el próximo teleyector —dice Rettig.
—Suponiendo que los demás portales funcionen —suspira De Soya—. Que lo de Vector Renacimiento no haya sido una excepción.
Gregorius se apoya las manazas en las rodillas.
—Señor, esto es ridículo. Encontrar una aguja en un pajar, como se decía antes, sería un juego de niños en comparación con esto.
El padre capitán De Soya mira por las ventanas de la nave.
Los altos helechos ondean en el viento silencioso.
—Presiento que ella viajará río abajo. Creo que usará los teleyectores. No sé cómo... la máquina volante que alguien usó para rescatarla en el Valle de las Tumbas de Tiempo, una balsa inflable, una embarcación robada... No lo sé, pero creo que usará el Tetis.
—¿Qué podemos hacer aquí? —pregunta Rettig—. Si ya ha pasado, la hemos perdido. Si aún no ha llegado, bien... podríamos esperar para siempre. Si tuviéramos cien naves Arcángel para trasladar tropas a cada uno de estos mundos...
De Soya asiente. En sus horas de plegaria piensa que esto sería mucho más sencillo si los correos Arcángel fueran naves robot que se trasladaran a los sistemas de Pax, irradiaran la autoridad del disco papal, ordenaran la búsqueda y se fueran del sistema sin siquiera desacelerar. Por lo que él sabe, Pax no está construyendo naves robot. Lo impiden el odio de la Iglesia por las IAs y su énfasis en el contacto humano. Por lo que sabe, sólo existen tres correos clase Arcángel: el
Miguel
, el
Gabriel
, que le había llevado el mensaje, y el
Rafael
. En el sistema de Renacimiento, quiso enviar el otro correo para la búsqueda, pero el
Miguel
tenía una importante misión del Vaticano. Intelectualmente, De Soya comprende por qué esta búsqueda es únicamente suya. Pero han pasado casi tres semanas y han examinado dos mundos. Un Arcángel robot podría alcanzar doscientos sistemas y enviar la alarma en menos de diez días estándar. De este modo, De Soya y el
Rafael
tardarán cuatro o cinco años estándar. El exhausto padre capitán siente ganas de reír.
—Siempre está la nave —dice animadamente—. Si continúan sin ella, tienen dos opciones, enviar la nave a otra parte, o dejarla en uno de los mundos del Tetis.
—Ellos, dice usted —interviene Gregorius—. ¿Está seguro de que hay otros?
—Alguien la rescató en Hyperion. Tiene que haber otros.
—Podría ser toda una tripulación éxter —dice Rettig—. Tal vez ya estén regresando a su enjambre, después de dejar a la niña en cualquiera de estos mundos. O tal vez la hayan llevado consigo.
De Soya alza una mano para interrumpir la conversación. Han hablado sobre esto una y otra vez.
—Creo que la nave recibió un impacto y fue averiada. Si la encontramos, puede llevarnos a la niña.
Gregorius señala la jungla. Allí está lloviendo.
—Hemos recorrido todo este tramo del río entre los portales. No hay indicios de una nave. Cuando lleguemos al próximo sistema de Pax, podemos enviar tropas para que vigilen estos portales.
—Sí, pero tendrán una deuda temporal de ocho o nueve meses. —De Soya mira las estrías de la lluvia en las troneras—. Revisaremos el río.
—¿Qué? —exclama el lancero Rettig.
—Si tuviera una nave averiada y quisiera dejarla, ¿no la escondería? —pregunta De Soya.
Los dos guardias suizos miran a su comandante. De Soya nota que les tiemblan los dedos. La resurrección los está afectando también a ellos.
—Sondearemos el río y parte de la jungla con radar —dice el padre capitán.
—Eso llevará un día más, por lo menos —dice Rettig.
De Soya asiente.
—Pediremos al cabo Kee que ordene al
Rafael
que analice la jungla con radar profundo, en una franja de doscientos kilómetros sobre ambas orillas. Nosotros usaremos la nave de descenso para estudiar el río. Aquí tenemos un sistema mas tosco, pero menos superficie que cubrir.
Los agotados guardias sólo pueden asentir.
Encuentran algo en el segundo tramo del río. Parece un objeto grande de metal, en un pozo profundo a pocos kilómetros del primer portal.
La nave de descenso revolotea mientras De Soya se comunica con el
Rafael
.
—Cabo, vamos a investigar. Quiero que la nave esté preparada para bombardear este objeto a los tres segundos de mi orden... pero sólo si lo ordeno.
—Enterado, señor —responde Kee.
De Soya mantiene la nave en sobrevuelo mientras Gregorius y Rettig se ponen los trajes, preparan las herramientas y aguardan en la cámara de presión.
—Adelante —dice De Soya.
Gregorius salta de la cámara, y el sistema EM del traje lo sostiene justo antes de que el sargento choque contra el agua. El sargento y el lancero flotan sobre la superficie, las armas preparadas.
—Tenemos el radar profundo en espacio táctico —comunica Gregorius.
—Alimentación vídeo nominal —dice De Soya desde su silla de mando—. Iniciar inmersión.
Ambos hombres caen, se sumergen. De Soya ladea la nave para ver por la ventana. El río es verde oscuro, pero dos lámparas brillan a través del agua.
—A ocho metros de la superficie —indica.
—Lo tengo —dice el sargento.
De Soya mira el monitor. Ve sedimentos arremolinados, un pez de muchas agallas que huye de la luz, un casco de metal curvo.
—Hay una escotilla o cámara de presión abierta —informa Gregorius—. La mayor parte de esta cosa está sepultada en el lodo, pero ahora veo lo suficiente para estimar que tiene el tamaño adecuado. Rettig se quedará aquí fuera. Yo entraré.
De Soya siente el impulso de decir «buena suerte», pero calla. Estos hombres han pasado juntos tanto tiempo que las palabras sobran. Prepara el tosco cañón de plasma que es el único armamento de la nave.
La alimentación de vídeo se interrumpe en cuanto Gregorius entra por la escotilla. Pasa un minuto. Dos. Dos minutos después, De Soya es un manojo de nervios. Teme que la nave espacial salte del agua, dirigiéndose al espacio en un desesperado intento de fuga.
—¿Lancero?
—Sí, señor —responde Rettig.
—¿No hay voz ni vídeo del sargento?