Authors: Ken Follett
¿Había algún modo de encerrar a Daisy en el desván?
No se permitió el lujo de detenerse a pensar en el peligro. Volvió corriendo al dormitorio de su padre, donde la puerta del armario seguía abierta. Daisy debía de seguir allí dentro, escrutando la habitación de arriba abajo con aquellos ojos de aspecto castigado, preguntándose si no habría ningún escondrijo secreto lo bastante grande para albergar a una mujer adulta y ligeramente sobrada de carnes.
Sin pensarlo dos veces, cerró la puerta del armario.
No había cerradura, pero la puerta era de madera maciza. Si lograba atrancarla, Daisy no lo tendría fácil para abrirla por la fuerza, pues dentro del armario apenas había espacio para maniobrar.
Quedaba una estrecha rendija entre el umbral y la puerta Si pudiera calzarla de algún modo no habría manera de abrí la, al menos durante unos segundos. ¿Qué podía usar? Necesitaba un trozo de madera o cartón, o incluso un fajo de papel Abrió el cajón de la mesilla de noche de su padre y encontró un libro de Proust.
Empezó a arrancar páginas.
Kit oyó a la perra ladrar en la habitación de al lado.
Eran ladridos fuertes, agresivos, de los que solía emitir cuando un extraño llamaba a la puerta. Venía alguien. Kit empujó la puerta de vaivén que conducía al comedor. La perra estaba de pie sobre las patas traseras y apoyaba las delanteras sobre el alféizar de la ventana.
Kit se acercó y miró hacia fuera. La nevada había remitido, y ya solo caían algunos copos de nieve dispersos. Kit dirigió la mirada hacia el bosque y vio asomar entre los árboles un gran camión con un lanzadestellos naranja en el techo y una pala quitanieves delante.
—¡Ya están aquí! —gritó.
Nigel entró en la habitación. La perra lo recibió con un gruñido y Kit la mandó callar. Nellie se retiró a un rincón. Nigel se pegó a la pared de la ventana y asomó la cabeza para mirar hacia fuera.
La máquina quitanieves avanzaba despejando a su paso una franja de ocho o diez metros de ancho. Pasó por delante de la puerta principal y se acercó todo lo que pudo a los coches aparcados. En el último momento giró a un lado, barriendo la nieve que se había acumulado delante del Mercedes de Hugo y el Toyota de Miranda. Luego dio marcha atrás hasta el edificio del garaje. Mientras lo hacía, un Jaguar tipo «S» de color claro la adelantó por el camino recién despejado y se detuvo frente a la puerta principal.
Alguien se apeó del coche, una mujer alta y delgada con el pelo largo que lucía una chaqueta de aviador forrada de piel de borrego. A la luz de los faros del coche, Kit reconoció a Toni Gallo.
—Deshazte de ella —ordenó Nigel.
—¿Qué pasa con Daisy? Está tardando mucho en...
—Ella se encargará de tu hermana.
—Más vale.
—Confío en Daisy más de lo que confío en ti. Ve a abrir la puerta. —Nigel se fue al recibidor de las botas con Elton.
Kit se dirigió a la puerta principal y la abrió.
Toni estaba ayudando a alguien a apearse del asiento trasero del coche. Kit frunció el ceño. Era una anciana con un largo abrigo de lana y un sombrero de piel.
—Pero ¿qué coño...? —masculló.
Toni tomó a la anciana del brazo y se dieron la vuelta. El rostro de la primera se ensombreció en cuanto vio quién había salido a abrir.
—Hola, Kit —saludó, mientras acompañaba a la anciana hasta la puerta.
—¿Qué quieres? —le espetó este.
—He venido a ver a tu padre. Ha habido problemas en el laboratorio.
—Papá está durmiendo.
—No le importará que lo despiertes, créeme.
—¿Quién es la vieja?
—Esta señora es mi madre. Se llama Kathleen Gallo.
—Y no soy ninguna vieja —replicó la anciana—.Tengo setenta y un años y estoy en perfecta forma física, así que cuidadito con lo que dice, joven.
—Tranquila, madre. Estoy segura de que no era su intención ofenderte.
Kit no se dio por aludido.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Se lo explicaré a tu padre.
La máquina quitanieves había dado la vuelta delante del garaje y volvía por el camino que acababa de despejar, cruzando el bosque para regresar a la carretera principal. El Jaguar la seguía.
El pánico se apoderó de Kit. ¿Qué se suponía que debía hacer? Los vehículos se marchaban pero Toni seguía allí.
El Jaguar se detuvo bruscamente. Kit deseó con todas sus fuerzas que el conductor no hubiera visto algo sospechoso. El coche volvió hasta la casa dando marcha atrás. La puerta del conductor se abrió y un pequeño fardo cayó en la nieve. Kit pensó que casi parecía un cachorro.
El conductor cerró dando un portazo y arrancó.
Toni volvió sobre sus pasos y recogió el fardo. Era, en efecto, un cachorro de pastor inglés que no tendría más de ocho semanas de vida.
Kit no salía de su asombro, pero decidió no hacer ninguna pregunta.
—No puedes entrar —le dijo a Toni.
—No digas tonterías —replicó ella—. Esta casa no es tuya, sino de tu padre, y él querrá recibirme.
Toni seguía caminando despacio hacia la casa, con su madre colgada de un brazo y el cachorro en el otro, pegado al pecho.
Kit estaba paralizado. Esperaba ver llegar a Toni en su propio coche, y su plan consistía en decirle que volviera más tarde. Por un momento, consideró la posibilidad de echar a correr detrás del Jaguar y pedirle al conductor que volviera. Pero seguramente este querría saber por qué, y los policías que iban en la máquina quitanieves podrían preguntarse a qué venía tanto jaleo. Era demasiado peligroso, así que optó por no hacer nada.
Toni se detuvo delante de Kit, que le cerraba el paso.
—¿Ha pasado algo? —preguntó ella.
Kit se dio cuenta de que estaba en un callejón sin salida. Si se empeñaba en obedecer las órdenes de Nigel, Toni podía hacer que los policías volvieran, y resultaría más fácil de manejar estando sola.
—Será mejor que pases —repuso él.
—Gracias. Por cierto, el perro se llama Osborne. —Toni y su madre pasaron al vestíbulo—. ¿Tienes que ir al baño, mamá? —preguntó Toni—. Está aquí mismo.
Kit vio desaparecer entre los árboles las luces de la máquina quitanieves y del Jaguar. Se relajó un poco. No había podido quitarse a Toni de encima, pero por lo menos la policía se había largado. Cerró la puerta.
Entonces se oyó un sonoro golpe en el piso de arriba, como si alguien hubiera aporreado la pared con un martillo.
—¿Qué demonios ha sido eso? —inquirió Toni.
Miranda había arrancado un grueso fajo de hojas del libro, las había doblado en forma de cuña y las había metido en la rendija de la puerta del armario. Pero sabía que eso no retendría a Daisy durante mucho tiempo. Necesitaba una barrera más resistente. Junto a la cama había una antigua cómoda que hacía las veces de mesilla de noche. Con gran esfuerzo, empujó el pesado mueble de caoba maciza desrizándolo sobre la moqueta. Luego la inclinó un poco hacia atrás y la empotró contra la puerta. Casi al instante, oyó a Daisy empujando desde el otro lado. Cuando se dio cuenta de que empujar no serviría de nada, pasó a los golpes.
Miranda supuso que Daisy tenía la cabeza en el desván y los pies en el armario, y que golpeaba la puerta con las suelas de las botas. La puerta se estremeció pero no cedió a sus patadas. Daisy era fuerte y acabaría abriéndola, pero mientras tanto Miranda había ganado unos preciosos segundos.
Corrió hasta la ventana. Ante su mirada incrédula, dos vehículos -un camión y un turismo- se alejaban de la casa.
—¡Nooo! —exclamó. Los vehículos ya estaban muy lejos para que sus ocupantes la oyeran gritar. ¿Sería demasiado tarde? Salió de la habitación.
Se detuvo en lo alto de la escalera y miró hacia abajo. En el vestíbulo, una anciana a la que nunca había visto se dirigía al aseo
¿Qué estaba pasando?
Entonces reconoció a Toni Gallo, que se estaba quitando la chaqueta para colgarla del perchero.
Un pequeño cachorro blanquinegro olisqueaba los paraguas.
Entonces vio a su hermano. Se oyó otro golpe procedente del vestidor.
—Parece que los chicos se han despertado —dijo Kit.
Miranda no salía de su asombro. ¿Cómo podía ser? Kit se comportaba como si nada hubiera pasado.
Estaba tratando de engañar a Toni, concluyó. Esperaba poder convencerla de que todo iba bien. Si no lograba persuadirla de que se marchara, la reduciría por la fuerza y la ataría junto con los demás.
Mientras tanto, la policía se alejaba.
Toni cerró la puerta del aseo en el que había entrado su madre. Nadie se había percatado de la presencia de Miranda.
—Será mejor que pases a la cocina —dijo Kit.
Ahí era donde la atacarían, supuso Miranda. Nigel y Elton la estarían esperando.
Se oyó un estruendo procedente de la habitación de Stanley. Daisy había logrado salir del armario.
Miranda actuó sin pensar.
—¡Toni! —gritó.
Toni miró hacia arriba y la vio.
—¡Mierda, no!... —farfulló Kit.
—¡Los ladrones están aquí, han atado a papá y van armados.. —
Daisy irrumpió en el descansillo y arrolló a Miranda, que cayó rodando escaleras abajo.
Toni tardó unos segundos en reaccionar.
Kit estaba de pie junto a ella, mirando hacia arriba sin disimular su ira.
—¡Cógela, Daisy! —gritó torciendo el gesto.
Miranda seguía rodando escaleras abajo, y sus rollizos muslos blancos asomaban por debajo del camisón rosado.
Tras ella bajó corriendo una mujer joven y poco agraciada, con el pelo cortado al rape y los ojos pintarrajeados de negro, toda ella vestida de piel negra.
Y la señora Gallo estaba en el aseo.
De pronto, Toni comprendió lo que estaba pasando. Miranda había dicho que los ladrones estaban allí, y que iban armados. No podía haber dos bandas distintas actuando en la misma zona aislada, la misma noche. Tenían que ser los mismos que habían entrado a robar en el Kremlin. La mujer calva que estaba en lo alto de la escalera sería la rubia que había visto en la grabación de las cámaras de seguridad. Habían encontrado la peluca en la furgoneta utilizada para la fuga. Los pensamientos se sucedían a toda velocidad en la mente de Toni: Kit parecía estar compinchado con ellos. Eso explicaría que hubieran logrado burlar el sistema de seguridad...
Justo cuando este pensamiento tomaba forma en su mente, Kit se le acercó por la espalda, le rodeó el cuello con un brazo y tiró hacia atrás, intentando hacerle perder el equilibrio al tiempo que gritaba:
—¡Nigel!
Toni le propinó un fuerte codazo en las costillas y tuvo la satisfacción de oírlo gruñir de dolor. Kit aflojó el abrazo, lo que permitió que Toni se diera la vuelta y le asestara un puñetazo en el estómago con la zurda. Kit intentó devolverle el golpe pero Toni lo esquivó sin dificultad.
Alzó el brazo derecho, preparándose para asestarle el puñetazo definitivo, pero justo entonces Miranda se desplomó al pie de la escalera y chocó contra sus piernas en el momento en que había arqueado el cuerpo hacia atrás para tomar impulso. Toni perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Instantes después, la mujer vestida de cuero negro tropezó con los cuerpos postrados de ambas y fue a darse de bruces con Kit, por lo que acabaron los cuatro amontonados unos sobre otros en el suelo de piedra.
Toni se dio cuenta de que no podía ganar aquella batalla. Se enfrentaba a Kit y a la tal Daisy, y no tardarían en llegar refuerzos. Tenía que salir de allí, recuperar el aliento y pensar en lo que iba a hacer.
Se zafó de aquella maraña de cuerpos y rodó sobre un costado.
Kit yacía de espaldas en el suelo. Miranda estaba hecha un ovillo y parecía magullada pero no gravemente herida. Entonces Daisy se puso de rodillas y la golpeó con furia, asestándole un puñetazo en el brazo con el puño enfundado en un guante de ante beige de lo más femenino, lo que no dejó de sorprender a Toni.
Se levantó de un brinco. Saltó por encima de Kit, se fue derecha a la puerta y la abrió. Kit le apresó el tobillo con una mano. Toni se volvió y le golpeó el brazo con el otro pie, alcanzándolo en el codo. Kit aulló de dolor y la soltó. Toni cruzó el umbral de un salto y cerró dando un sonoro portazo.
Se fue hacia la derecha y echó a correr por el camino que había despejado la máquina quitanieves. Oyó un disparo, y el estrépito de un cristal que se hacía añicos en alguna ventana cercana. Alguien le estaba disparando desde la casa, pero había fallado el tiro.
Corrió hasta el garaje, dobló la esquina y se refugió en el acceso hormigonado de las puertas automáticas, donde la máquina quitanieves había abierto un claro. Ahora el edificio del garaje se interponía entre ella y la persona que le había disparado.
La máquina quitanieves, con los dos agentes de policía en la cabina, había partido a velocidad normal por el camino despejado, avanzando con la hoja elevada. Eso quería decir que ya estaría demasiado lejos para darle alcance a pie. ¿Qué iba a hacer? Si tomaba el camino despejado alguien podía seguirla fácilmente desde la casa. Pero ¿dónde podía esconderse? Miró hacia el bosque. Allí les costaría dar con ella, pero iba mal abrigada para estar a la intemperie, pues justo se había quitado la cazadora cuando Miranda dio la voz de alarma. En el interior del garaje la temperatura no sería mucho más elevada.
Corrió hasta el extremo opuesto del edificio y asomó la cabeza por el otro lado. Distinguió la puerta del granero a escasos metros de distancia. ¿Se atrevería a cruzar el patio, arriesgándose a que la vieran desde la casa? No le quedaba más remedio.
Estaba a punto de echar a correr cuando se abrió la puerta del granero.
Toni dudó. ¿Y ahora qué?
Un niño salió del edificio. Se había puesto una chaqueta por encima del pijama de Spiderman y unas botas de agua demasiado grandes para él. Toni reconoció a Tom, el hijo de Miranda. El chico no miró a su alrededor, sino que se fue hacia la izquierda y avanzó con dificultad por la espesa nieve. Toni dio por sentado que se dirigía a la casa, y se preguntó si debía detenerlo. Pero enseguida se dio cuenta de que estaba equivocada. En lugar de cruzar el patio en dirección a la casa principal el pequeño se fue hacia el chalet de invitados. Toni lo urgió mentalmente para que se diera prisa y se quitara de en medio antes de que las cosas se pusieran feas. Supuso que iba en busca de su madre para preguntarle si podía abrir los regalos, sin imaginar que Miranda estaba en la casa principal, encajando los golpes de una troglodita con guantes de piel. Pero quizá su padrastro estuviera en el chalet. Toni pensó que lo más prudente sería dejar que el chico siguiera su camino. La puerta del chalet no estaba cerrada con llave, y Tom desapareció en su interior.