Expulsado. La sensación de que no te quieren ya la conocía de otras épocas de su vida, o sea que subió al barco que lo había de llevar hasta la ciudad capital de provincia pensando que quizá no volvería a quemar ninguna casa de ningún amo, aunque sólo fuera por no tener que volver sin nada y con una boda a la vista.
TODAVÍA NO ES TU DESTINO
El único paseo con árboles de la ciudad capital de provincia acogió a Mimoun después de que los funcionarios de la aduana marroquí le dijeran: venga, vete. De allí se había ido haciendo autoestop y caminando, hasta que un camión lo recogió y lo llevó a ese lugar, al rincón más anónimo que se le había ocurrido.
Qué haría y cómo explicaría su situación y a quién se lo contaría eran asuntos en los que había pensado desde que iniciara el viaje de retorno tras la negra reja de la furgoneta. En todo eso debía de pensar mientras deambulaba por las aceras llenas de envases de todo tipo y se sentaba de vez en cuando bajo la sombra de algún árbol.
A ratos se le acercaba alguno de los esnifadores de cola y lo miraba con la vista borrosa y le extendía la mano, pidiendo. O alguria señora que se inclinaba hasta tocarse las rodillas, toda vestida de negro. Hasta algún loco de esos de la ciudad que se hacía el chiflado para no tener que pensar demasiado en la vida y que llevaba el pelo lleno de rastas y piojos le había pedido dinero a Mimoun. Y él pensaba: si supierais que mi situación no es muy diferente de la vuestra.
No lo era, por descontado. Ya se acercaba el final del día y Mimoun aún no sabía dónde ir ni a quién contar todo lo que había hecho, como le pasaba siempre cuando hacía alguna gorda. No es que tuviera miedo del abuelo, que ya no, o de decepcionar a su madre, que tampoco, porque ella lo quería y lo querría siempre pasara lo que pasara. De quien tenía más miedo en aquel punto de su existencia era del abuelo segundo, la persona que más poder podía ejercer sobre su vida.
Si volvía a casa sin dinero después de perder parte de la dote de su madre en un viaje en vano y eso llegaba a oídos del abuelo segundo, a buen seguro le negaría a su hija, a pesar del compromiso y de la boda inminente.
No tenía dinero ni para pagarse una comida o una pensión barata hasta saber qué debía hacer, e incluso tendría que pasar alguna noche a la intemperie. Probablemente lo despertó al despuntar el día la llamada a la oración desde los muchos minaretes esparcidos por la ciudad. De buena mañana, debía de notar esa sensación que se tiene cuando estás de viaje y te despiertas sin saber dónde te encuentras.
Se pasó mucho rato caminando por las calles con la arena del parque todavía marcándole las mejillas y apretando los dientes, como acostumbra a hacer aún hoy, sin tener en cuenta que la ciudad capital de provincia no era tan grande como parecía, y pronto, a pie de esquina, chocó de frente con su cuñado. Mimoun debía de gritar abrazándolo mientras éste todavía dudaba si era él o no. Pero ¿qué? Y no le preguntó mucho más, porque aquel tío marido de la tía siempre había sido muy buena persona. Se lo llevó cogiéndolo por los hombros y lo condujo hasta casa, y le hizo entrar en aquella habitación embaldosada con cortinas rojas en la puerta.
La tía siempre cuenta que cuando lo vio entrar, Mimoun empezó a llorar como un niño y que ella nunca lo había visto así. Dice que la abrazó y que incluso daba pena oírlo sollozar desde tan adentro, como si no hubiera podido llorar nunca antes. Ella se debía comportar como lo hace a veces, que te acaricia el pelo de ese modo mientras te sienta en su regazo, y debió de hablar con aquel tono dulce. Va, Mimoun, que todo tiene solución en la vida, y las cosas no siempre salen como uno querría. No sufras que todo se arreglará.
Ésa era la frase que Mimoun estaba acostumbrado a oír de sus hermanas, ellas lo arreglaban todo y esta vez no sería diferente, por grave que pareciera la situación. Muchos de los éxitos del gran patriarca no se explicarían si no fuera por las mujeres que lo han rodeado siempre y que le sacaban —y todavía le sacan— las castañas del fuego: la abuela, las tías y, más tarde, madre.
No sabemos si estaba arrepentido de todo lo que había hecho, porque al gran patriarca pocas veces se le ha visto arrepentido de verdad, pero seguramente confió en lo que ya maquinaba su hermana mientras dormía doce horas seguidas después de un baño caliente y el estofado de pollo lleno de especias. Ya estaba en casa, y se sentía aliviado por primera vez en muchos días.
Al día siguiente, durante el desayuno, su hermana le dijo, ahora cuéntame lo que ha pasado. Él le narró la aventura a su manera, aplicando la autocensura que estas situaciones requieren. Hablaba con una mujer, una mujer de honor que, además, era su hermana, o sea que nada de hablar de sexo, ni del explícito ni del que no lo es, nada de palabrotas, que ellas sólo se las permitían cuando tenía un episodio de los suyos, que ya sabéis que Mimoun no está bien, no está bien.
Ya sabes que suelo gustar a las mujeres, hermana, pero es que aquella cristiana me miraba con unos ojos que yo llegué a pensar que me había lanzado algún hechizo para enamorarme. Pero en aquellas tierras las mujeres no saben hacer ese tipo de cosas, ellas son más simples que las brujas que corren por aquí. Si les gustas, te lo dicen y punto. Y ella me perseguía, te lo juro, insistía e insistía, y yo le decía, le repetía, que no y que no. Pero debe de estar acostumbrada a tener a todos los hombres que quiere, ¡si vieras cómo iba vestida! Allí les da todo igual, incluso a su marido tanto le daba que la parienta fuera medio desnuda. Nada, no me dejaba en paz y me continuaba persiguiendo hasta que la amenacé con contárselo a su marido. Imagínate lo blandos que son que cuando se lo dije no sólo contestó que me despedía del trabajo, sino que hizo venir a la policía y me llevaron esposado hasta la frontera. Me han tratado como a un perro, hermana.
La tía se debía de llevar la mano a la boca de vez en cuando y diría aquello de será mala pécora o pobre hermano mío.
Ella aún explica ahora qué mala suerte tuvo Mimoun durante su primer viaje al extranjero y que seguro que aquel tío suyo tan envidioso estuvo muy contento de que las cosas le hubieran ido tan mal. Así, decidieron que Mimoun, a unos meses de la fecha prevista para la boda, se quedase a vivir con ellos y a trabajar con su cuñado para reunir aunque sólo fuera el dinero del banquete, que ella ya hablaría con el abuelo para tratar de solucionar el resto. Así era como Mimoun conseguía siempre que las mujeres de su vida le fuesen convirtiendo en patriarca.
EL PRIMOGÉNITO VUELVE A CASA
Mimoun se conformó con ese destino alternativo durante un tiempo provisional. La tía siempre cuenta que le habría dado mucha vergüenza enviar a su hermano al pueblo sin un duro y con el ánimo tan decaído que se le reflejaba en el rostro, que después de haber estado en el extranjero, de donde los pocos que volvían lo hacían más gordos y más radiantes que nunca, Mimoun había adelgazado y daba lástima verlo.
Así fue que durante todo el tiempo que estuvo en su casa lo fueron alimentando con las mejores viandas. Ella le decía, come, Mimoun, come, hasta que él ya no podía más y pensaba que reventaría de tan lleno que estaba. Come, que tienes que tener buena cara para la boda.
Mientras tanto, en casa, los abuelos debían de pensar qué se debe de haber hecho de Mimoun, y cómo le debe de ir por esos mundos de Dios, tan lejos de aquí. La abuela lo recordaba sobre todo cuando oscurecía, y debía de pensar cuánto tiempo sin sobresaltos, pero también que nada era lo mismo sin él. Atizaba el fuego con una rama pensando que si sufría allí alguna enfermedad de esas que los médicos de ahora no entienden, ¿quién lo curaría? Y estaba segura de que a Mimoun, tarde o temprano le daría el mal y haría alguna gorda. Y ella no le podría pasar por encima la babucha de su madre mientras él estaba tumbado e ir diciendo, por Dios, en nombre de Dios, por Dios. Pensaba que ojalá se acordara de ponerse el Corán debajo de la almohada para que no le atacaran los malos espíritus mientras dormía. Pensaba en cómo reaccionaría Mimoun cuando se despertara en plena noche imaginándose que alguien intentaba ahogarlo con una cuerda ceñida al cuello. Le decía, Mimoun, ponte el libro sagrado bajo la almohada y nada de todo esto te pasará. Pero Mimoun había seguido teniendo pesadillas y pensaba que sólo si era capaz de crear vínculos lo bastante fuertes con alguien que no lo abandonara nunca podría dejar de sufrir por las noches. Era su cuerpo el que le daría paz, y no el libro sagrado.
Tendremos que vender algunas tierras, dijo el abuelo. Mimoun había ahorrado bastante dinero para pagar el banquete y su hermana le había comprado regalos para llevar a la familia como si viniera directamente del extranjero e hiciera una aparición triunfal en medio de la casa blanca. Os quería dar una sorpresa y por eso no os he avisado. La abuela había ido al pozo a por agua y le dio un mareo de esos que le cogen en este tipo de situaciones al ver a su primogénito plantado en medio del patio. Por unos momentos debió de pensar que era una visión provocada por el calor del mediodía o que soñaba despierta. Hasta que llegó donde él estaba y empezó a toqueteado por todas partes. Eres tú, gracias a Dios, eres tú, no me equivoco, en carne y hueso, por fin. No sabes cuántas veces había tenido esta aparición y cuando estaba a punto de tocarte te desvanecías. Ahora no, gracias a Dios, ahora estás aquí de verdad.
Lo hicieron sentarse y le llevaron un té bien caliente, aceite de oliva; lo rodeaban y él debía de sentirse en casa del todo, arropado por sus hermanas y primos y por su madre. El abuelo aún no había vuelto de la oración del viernes y Mimoun seguramente estaba nervioso. No sabía si lo habría echado de menos o no. Hasta que lo vio y sintió ese impulso que le sobreviene a veces de abrazar a quien lo mira, aunque le dolía en un lugar que no sabía reconocer. Las chicas lloraban por un encuentro tan efusivo, pero aún a día de hoy no se sabe cuándo Mimoun es afectuoso de verdad y cuándo incorpora un cierto grado de teatralidad para conmover a los asistentes al espectáculo que es la vida.
Tendremos que vender algunas tierras para pagar la dote, Mimoun, con lo que has ganado en España sólo tenemos para pagar la fiesta, y a mí se me caería la cara de vergüenza si ahora tuviera que deshacer el trato con el señor Muhand. Piensa que hemos tenido a esa pobre chica esperándote dos años, y más de una vez me ha llegado la noticia de que había pretendientes que habían ido a pedirla en matrimonio. Su padre, que es un hombre de palabra, les dijo a todos no, no, que es con Mimoun de Driouch con quien mi hija se va a casar. Pronto volverá y se la llevará a casa de esa familia que parece tan respetable.
Mimoun debía de pensar por dentro, pobre de ti si rompes el compromiso, pobre de ti, pero no decía nada porque todo marchaba bastante bien.
Un trozo de tierra menos quería decir menos ingresos para la familia, que sacaba al año unos cuantos sacos de trigo para hacer pan. Pero no había otro remedio, para el abuelo la palabra de un hombre siempre ha sido más importante que cualquier otra cosa, incluso que la vida. No quedaba demasiado para la boda, tendrían que encontrar pronto un comprador que no se lo pensara mucho.
A Mimoun le daba igual el trozo de tierra, sólo pensaba en que dentro de pocas semanas la tendría tan cerca que no sabría qué hacer, pensaba empezar a crear los estrechos vínculos que los unirían para siempre.
Por eso había interrogado a alguno de sus conocidos del pueblo de aliado. ¿Habéis oído hablar de la hija mediana de Muhand? ¿Estáis seguros? Ellos le habían dicho que no, que no había ninguna chica más responsable y trabajadora en toda la zona y que si quería le hablarían de otras chicas que hacían de las gordas sin que lo supiera nadie de su familia, ya lo ves, putas hay en todas partes.
Le preguntó a Fatma si ella había oído algún rumor, si su futura esposa había asistido a bodas, contrariando lavoluntad que él le había expresado antes de marcharse, si había ido alguna vez a la ciudad o había enseñado sus encantos junto al pozo. Ella le decía y a mí que me importa tu negra, Mimoun, ¿no ves que esa chica es más una esclava que una esposa? Pero no, no he oído nada malo, que ya me gustaría, ya, podértelo contar, le decía mientras se dejaba levantar la falda bajo el rincón oculto que formaba la chumbera con el muro blanco de la casa.
LA GRAN NOCHE
De tan cerca que la tenía no sabía qué hacer, tanto tiempo soñada y esperada. Allí la tenía, encima de la cama de la barandilla, detrás de las cortinas y con el velo todavía cubriéndole el rostro, los ojos clavados en el suelo. La debía de querer máde lo que suele querer Mimoun a cualquier mujer con la que se mete en la cama, porque aquella noche incluso temblaba. Estaba tan poco acostumbrado a la ternura que no sabía cómo acercarse, no sabía cómo le tenía que retirar los vestidos ni cómo debía estrenar su matrimoniO.
Ya había pasado todo. Esta vez la ceremonia había sido la suya, los bailes eran en su casa, el paseo cantando el
subhanu jairi
alrededor de la vivienda, las manos con hena plantadas en la pared de la habitación, muy rojas, ir a buscar a la novia y subirla en el caballo que los vecinos le habían dejado. Darle de beber un trago de leche antes de que ella abandonara el hogar paterno, meter en la boca del otro un trozo de dátil. Esperar a la novia en la verja de entrada de lo que a partir de entonces había de ser su nuevo hogar, esperar hasta notar la miel fría en la planta del pie derecho que la abuela le debía colocar encima del plato. Si entras en mi hogar avanzándote en dulzura, dulce como esta miel será nuestra convivencia. Te querré como a una hija y a partir de ahora yo seré tu madre. O algo parecido debió de recitarle a su joven nuera.
Alguien había disparado un flash con una cámara de fotos enorme y a Mimoun le dio un momento de esos, a pesar de ser el novio. Cogió el aparato del chico y lo estrelló contra el suelo. En esta casa no quiero fotos. Aquí somos una familia decente y ni mis hermanas ni mi mujer saldrán retratadas por ti, desgraciado. Toda la gente que los rodeaba hizo un silencio unánime y consensuado, incluso las cantantes y los «iuius» habían enmudecido. Todos debían de pensar, Mimoun ya vuelve a las andadas.
No se sabe por qué extraño motivo, cuando Mimoun está rodeado por una multitud es cuando le dan más momentos de esos. En la familia no se recuerda ninguna boda, bautizo o incluso funeral en que el primogénito de los Driouch no montase un espectáculo.