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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (18 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Mientras que El Chapo aún ocultaba su efectivo por todo el país en casas y escondrijos, El Mayo había ideado un método de lavarlo. A través de compañías ficticias, como Nueva Industria de Ganaderos de Culiacán S.A. de C.V., una compañía de productos ganaderos y lácteos instalada en Culiacán, y Jamaro Constructores S.A. de C.V., una empresa de construcción que opera en Sinaloa, Sonora y Nayarit, El Mayo lavó su dinero y legitimó su estilo de vida y el del Chapo. Se dice que su ex esposa y sus hijas pasaban por propietarias de las compañías. Según la Ley Kingpin de Estados Unidos, docenas de empresas estarían ligadas a él. El Mayo también emplearía los servicios de Víctor Emilio Cazares Gastélum y su esposa, La Emperatriz, una pareja acomodada de Culiacán, para lavar lo que a los sinaloenses les gusta llamar «dinero sangriento».

Hay cientos de negocios en Culiacán que, se cree, son frentes para lavar dinero. En la avenida Juárez del centro de la ciudad, vehículos blindados llegan todos los días a entregar efectivo a casas de cambio que, a continuación, lo filtran para que vuelva a incorporarse en el sistema. Cada tanto, la Policía Federal allana las casas, se incautan millones de dólares en efectivo y las clausuran; pero simplemente brotan nuevas oficinas y negocios, y el dinero sigue fluyendo.

La independencia del Chapo

Con la caída de Ramón y Benjamín Arellano Félix, El Chapo y El Mayo tuvieron también la oportunidad de reforzar sus contactos con Colombia. Había habido problemas entre los Arellano Félix y los colombianos; por ejemplo, dejaron de pagar cuentas, algo que los colombianos no tolerarían.

También se rumoraba que los Arellano Félix interrumpían los suministros colombianos para traficar con su propia hierba (el consumo de drogas en México aumentaba por esas fechas), en lugar de distribuirla directamente en Estados Unidos, con lo que se ponían en riesgo los márge nes de utilidad y la seguridad de entrega del producto. Los colombianos habían optado por no meter las manos, pero Arellano Félix estaba tentando su suerte.

Los colombianos buscaban otras organizaciones de narcotraficantes en las que confiaran más, y acudieron al Mayo.

Desde luego, toda esta actividad colocó al Mayo en la pantalla de los radares. El presidente estadounidense George W. Bush lo llamó «líder narcotraficante de primer nivel», lo que significaba que había quedado ubicado en la mira. La DEA comenzó a desplegar más agentes e informantes en el sur de Arizona y en Sonora para cazar al Mayo y pegó carteles de «Se Busca» en las principales carreteras entre Tucson y Phoenix.

La DEA comenzó a recibir más información de la relación entre El Chapo y El Mayo. Los seguían de cerca, vigilaban a los parientes del Mayo en Estados Unidos y hacían allanamientos en las casas del narcotraficante en Hermosillo. No estaban muy seguros acerca de quién estaba al mando, así que se enfocaron más en El Mayo (las autoridades creían que estaban a un paso del Chapo y a dos del Mayo; se pensaba que El Chapo sería detenido primero).

Pero la oficina local de la DEA recibía también llamadas en las que se afirmaba que El Mayo no era el que buscaban, sino que —aseguraban los informantes— El Chapo era el jefe. A diferencia de muchos capos, El Mayo y El Chapo tenían la misma actitud, principalmente porque compartían un interés común: que el negocio fuera sólido y no socavarse uno al otro. Habían tenido disputas sobre estrategias, pero nunca habían roto. Operaban cada vez con más independencia según lo que los estadounidenses llamaban un «pacto de no agresión».

Según la DEA, los dos narcos eran «muy cercanos». A fin de cuentas, se habían ayudado mutuamente para volverse sumamente exitosos. El Chapo siempre había admirado al Mayo. El Chapo era un guerrillero de las drogas, siempre a salto de mata. Aunque se las arreglaba para burlar a las autoridades, lo tenían en la mira.

Entre tanto, El Mayo se mantenía tras bastidores. Un agente de la DEA lo compara con el presidente de un consejo de directores, que trabaja a solas en el último piso y toma las decisiones ejecutivas. El Mayo sabía qué hacer con el dinero y sabía cómo manejar a los colombianos. También sabía qué le convenía al negocio. Era, como creía la DEA, el «tipo que quiere cooperar y unir a las personas».

Pero El Chapo quería hacerse valer y no dejaba de buscar su independencia. Cuando escapó de Puente Grande y pasó a la clandestinidad, poco a poco se vio obligado a retornar al redil del cártel de Sinaloa. El Mayo había dispuesto que volviera a ocupar su lugar junto al timón, pero tenía que demostrar que todavía era valioso para la empresa.

Cuatro meses después del escape del Chapo, durante una reunión con El Mayo y Los Beltrán Leyva en Toluca, en el centro del país, quedó claro que la prisión no lo había ablandado. El tiempo que había pasado prófugo lo había acostumbrado más a la vida difícil. Pasó la mayor parte de 2001 recorriendo México y no tenía reparos en seguir con esa rutina.

Así operó desde entonces, y aunque huía (las autoridades no habían renunciado a rastrear su pista), expandió sus operaciones y trabó nuevos contactos. El negocio ante todo.

Las ambiciones del Chapo iban más allá que amasar millones: quería ser El Padrino, estar al mando de todo. Sus motivaciones eran profundas y venían de su promesa de no volver a ser pobre, de su desafío al gobierno, de su determinación de no volver a pisar la cárcel.

No podía quedarse mucho tiempo en ningún lugar.

En 2002 El Chapo fue sin dificultades de Campeche, en el sureste, a Tamaulipas, en el noreste, a Sonora en el noreste y a la ciudad de México. El Ejército y la Policía Federal no dejaban de perseguirlo, pero como siempre, llegaban con un ligero retraso.

El viernes 14 de junio de 2002 pensaron que lo habían localizado en el barrio de Las Quintas, en Culiacán. Por delaciones, unos 200 policías federales rodearon cuatro casas en las que se pensaba que se escondían El Chapo y El Mayo. Encontraron a la ex esposa y la hija del Mayo, pero a nadie más.

Menos de un mes después, el martes 2 de julio, las autoridades recibieron un informe confiable de que El Chapo estaba en Atizapán, en el estado de México, apenas a las afueras de la capital. Allanaron el lugar; de nuevo, nada del Chapo.

Chávez, de la DEa, recuerda cuán frustrante era El Chapo. Chávez recibía informes de inteligencia de las oficinas de la DEa en la ciudad de México sobre el paradero del capo. Verificaba la información en la medida de sus posibilidades y la transmitía a las autoridades policiacas mexicanas para que hicieran la incursión. Pero nunca lo atrapaban. «Podíamos tener buenos datos acerca de su paradero, pero [ellos] siempre llegaban cinco minutos demasiado tarde, nunca lo alcanzaban».

Además, El Chapo adquiría más y más contactos. Mediante la corrupción, los hermanos Beltrán Leyva se abrían paso en su nombre en el sistema mexicano, y se pensaba que él estaba recibiendo informes de las altas esferas del poder. Compraban comandantes de policía de todos los niveles, suponiendo que algunos llegarían a los mandos superiores. Mientras que la DEA y las autoridades mexicanas dependían de información que podía resultar engañosa o, peor aún, una trampa, El Chapo recibía lo mejor de los informes de inteligencia. Se llegó a decir que Los Beltrán Leyva habían comprado al asesor de viajes del presidente Fox.

Para 2003 estaba claro que El Chapo no tenía que rendirle cuentas a nadie; al parecer ni siquiera al Mayo. Él todavía quería resarcirse, y la mejor manera de hacerlo era la más antigua: ir a la guerra. Lo hizo en contra de los deseos de estabilidad del Mayo, contrariando por primera vez a su colega más cercano.

Un problema en Tamaulipas

El cártel del Golfo fue el primer objetivo del Chapo.

Juan García Ábrego, fundador del cártel del Golfo, nació el 13 de septiembre de 1944 en un rancho a las afueras de Matamoros, una calurosa ciudad en la costa noroeste de México. Matamoros está del otro lado de la frontera, frente a Brownsville, Texas. Cuatro puentes la unen con Estados Unidos (de hecho, por un breve tiempo alrededor de 1820 fue parte de Texas). La población de Matamoros se ha incrementado a aproximadamente 500 mil personas, atraídas por las fábricas y las plantas industriales. La delincuencia ha prosperado.

Como El Chapo, García Ábrego no terminó la primaria y consiguió trabajo como lechero. Más tarde robaba autos. Pero, al igual que su contraparte sinaloense, García Ábrego tenía un tío en el tráfico de drogas. Había que enseñarle todo —un informante recuerda que le enseñó los modales para comer y la manera adecuada de mostrar su Rolex—, pero aprendía deprisa. Llegaría a la cima de lo que luego fue el cártel del Golfo.

A finales de la década de los ochenta del siglo xx, cuando el viejo imperio del Padrino Félix Gallardo adoptaba una nueva forma al mando del Chapo, Los Arellano Félix y Carrillo Fuentes, García Ábrego cobró fama como el narcotraficante más poderoso de la nación. Sus conexiones políticas eran profundas; fue su policía, Calderoni, quien arrestó al Padrino, el fundador del tráfico de drogas en México.

Estados Unidos lo quería y el FBI concibió un plan para detenerlo.

Un hombre del FBI, encubierto como agente corrupto, abordó a García Ábrego con una oferta. A cambio de 100 mil dólares, transmitiría a García Ábrego información sobre las actividades de la policía. Se comunicaban por carta y teléfono, así como por medio de mensajes. Se hicieron cercanos y se llamaban «amigo» y «hermano». Una vez, García Ábrego le mandó al agente 39 mil 880 dólares en efectivo.

En 1995 las autoridades mexicanas atraparon a García Ábrego. Para su desgracia, tenía la ciudadanía estadounidense, así que fue deportado para juzgarlo. En un tribunal de Houston, el agente rindió un testimonio condenatorio. El jefe del cártel del Golfo fue condenado por veintidós cargos de lavado de dinero, posesión y tráfico de drogas. Los fiscales calcularon que su cártel había pasado de contrabando, de México a Estados Unidos, más de 15 toneladas de cocaína y más de 20 mil kilos de marihuana, y había lavado alrededor de 10.5 millones de dólares. García Ábrego, de 52 años, fue sentenciado a cadena perpetua.

La caída de García Ábrego no destruyó el cártel del Golfo, sino que lo fortaleció o, por lo menos, lo hizo más decidido.

Un lugareño llamado Osiel Cárdenas Guillén se hizo cargo del timón. Nació en 1967 en Matamoros; Cárdenas era de origen humilde, como El Chapo. Trabajó de mecánico; luego fue mesero y hasta cubrió un turno en una maquiladora, las plantas manufactureras mexicanas notables por sus terribles condiciones de trabajo y su enorme producción.

A diferencia del Chapo, Cárdenas Guillén sí terminó la secundaria. Y a diferencia de su rival de la costa occidental, de joven no pudo evitar a las autoridades. Para cuando tenía veintidós años ya había pasado dos temporadas breves en la cárcel. En una ocasión fue detenido en Brownsville, Texas, con dos kilos de cocaína. Cuando volvió a México a cumplir su condena, ya era un delincuente endurecido. Era tan brutal que se ganó el sobrenombre del «Mata-amigos» cuando baleó a un aliado clave del cártel del Golfo.

En 1997, Cárdenas Guillén fundó Los Zetas, un grupo paramilitar de treinta y un soldados mexicanos desertores de fuerzas especiales. Encabezados por el desertor de veintitrés años Arturo Guzmán Decena (ningún parentesco con El Chapo), eran despiadados y su reputación los precedía.

Habían sido preparados por el Ejército mexicano para combatir a los narcotraficantes y se rumoraba que también se habían entrenado con el ejército estadounidense (en Washington, el gobierno lo niega). Operaban mediante células y su meta era asesinar a miembros de alto nivel de los cárteles de la nación para sembrar el caos en las organizaciones de traficantes de drogas. Pero Cárdenas Guillén les ofreció mejor salario que el Ejército y se convirtieron en mercenarios. Así nacieron Los Zetas.

Su inteligencia electrónica y sus armas eran de grado militar. Encontraron un medio de conseguir lanzagranadas, misiles tierra-aire y helicópteros. Tenían entrenamiento en explosivos, espionaje y disparos de precisión.

Rápidamente, Los Zetas se dieron a la tarea de entrenar reclutas en campamentos cercanos a la frontera con Texas, adonde llevaban muchachos de 15 a 18 años e inclusive algunos ex soldados guatemaltecos conocidos como kabiles. Gracias a sus antecedentes militares pudieron convocar más soldados desertores.

Para 2003 la Secretaría de la Defensa de México había señalado a Los Zetas, que entonces tenían 300 miembros, como uno de los escuadrones de la muerte más poderosos del país. Usan cortes de pelo de estilo militar y tatuajes, y para entrar en combate se ennegrecen el rostro con carbón y usan ropas negras. Siguen las órdenes de Z-1: Guzmán Decena. Algunos de los zetas originales tenían nombres enternecedores, por ejemplo «El Winnie Pooh» y «La Madrecita», pero eran sanguinarios. Se complacían al torturar a sus víctimas antes de matarlas. Decapitaban, descuartizaban, quemaban y disolvían a sus víctimas con una precisión militar y una indiferencia que no se había visto en México. En una ocasión, Los Zetas originales metieron a cuatro enemigos en barriles de gasolina y los quemaron vivos.

No iban a superar al Chapo. Él formó su propio escuadrón de la muerte, conocido como Los Negros.

Los Negros afiliaron miembros de las pandillas que ya existían como la mafia mexicana, y se dispusieron a ejecutar a integrantes de las bandas de Cárdenas Guillén en todo Tamaulipas.

El Chapo y Los Beltrán Leyva pusieron a cargo del escuadrón a uno de sus primeros lugartenientes, un texano apodado «La Barbie». Su nombre es Édgar Valdez Villareal y era diferente del Chapo en algunos aspectos: le gustaba la ropa de diseñador, los autos de lujo y ahogarse en alcohol y mujeres en los centros nocturnos. Pero al igual que El Chapo, se había demostrado que era sanguinario y estaba dispuesto a matar.

Los Beltrán Leyva lo habían entrenado como cobrador de cuentas, pero La Barbie también era experto en aprovechar su reputación, ganada de boca en boca e incluso a través de Internet, para infundir miedo en sus adversarios. La Barbie subió a la red un video de sus hombres torturando a un grupo de zetas. Al final del clip, uno de los zetas recibía un balazo en la cabeza. La idea era inspirar miedo en el enemigo y en quienes lo apoyaban.

La ciudad de Nuevo Laredo se convirtió en zona de combate. Durante dos años los pistoleros de los cárteles pelearon en esta ciudad, en Reynosa e incluso en Matamoros, donde habían nacido García Ábrego y Cárdenas Guillén. El Ejército también patrullaba las calles y cumplía su parte con algunas detenciones importantes. Z-1, Guzmán Decena, murió y su número dos fue capturado. Heriberto Lazcano Lazcano, alias «El Lazca», asumió el mando. La lucha continuó.

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