El Ultimo Narco: Chapo (22 page)

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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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12. Miles de armas decomisadas en la guerra contra las drogas se almacenan en una bodega en la ciudad de México. Para 2009 los militares se habían incautado de más de 300 mil armas.

13. El presidente Felipe Calderón y su esposa, Margarita Zavala, hacen guerdia junto al ataúd de su amigo cercano y No. 2, el secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño. Mouriño murió en un accidente de avión el 4 de noviembre de 2008; se le consideraba pieza clave en la guerra antidrogas.

14. Agentes de la policía permanecen de pie cerca de siete cadáveres encontrados el 25 de noviembre de 2008 en Ciudad Juárez. Junto a los cuerpos había tres mantas, supuestamente firmadas por integrantes de la organización del Chapo.

15. En una colina arriba de Santiago de los Caballeros, Sinaloa, se encuentra un cementerio exclusivo para los narcos locales. Esta tumba está reservada para Ernesto «Don Neto» Fonseca, quien se halla en prisión en México.

16. Soldado ante un campo de amapolas en la cima de las montañas mexicanas en 2009.

17. El Chapo de pie en el patio de la prisión de Almoloya de Juárez el 10 de junio de 1993, poco después de haber sido capturado en Guatemala. En 1995 sería transferido a la prisión de Puente Grande.

18. Un policía enmascarado fuma durante un descanso en el patrullaje de Ciudad Juárez, en 2009.

19. Un soldado en patrulla en Ciudad Juárez en 2009.

20. El área de la frontera entre México y Guatemala, donde el Chapo fue capturado en 1993. Aquí, miles de migrantes indocumentados y mercancías ilícitas cruzan la frontera todos los días.

21. Soldados queman amapolas de opio en las montañas de México, en 2009.

22. El cartel de «Se busca» que la DEA emitió por El Chapo en 2005.

Con el tiempo, su trabajo les permitió estar juntos. Los enviaron a San Diego a trabajar en un programa policiaco conjunto mexico-estadounidense en el que trazaron estrategias para depurar sus cuerpos policiacos. Su primer hijo nació en Estados Unidos. Fue la luna de miel que habían esperado tanto tiempo.

Cuando volvieron a México, comenzó el verdadero trabajo duro. El país acababa de experimentar la transición del régimen unipartidista y estaba a la vista el movimiento en contra de la corrupción. La guerra entre los cárteles estaba a punto de comenzar. Cuando Érica tuvo a su segundo bebé, Antonio fue puesto al frente de la auditoría de una institución federal; pero no soportó la suciedad del lugar, la presión de acomodarse al estilo viejo de trabajar, recuerda Érica. Había recibido incontables ofertas de sobornos, que había rechazado. Después de unos ocho meses, renunció. «Voy a terminar cayendo [en la corrupción]. Mejor me voy ya», le dijo a su esposa.

Terminaron trabajando en la AFI. Por primera vez trabajaban juntos, elaborando manuales de ética y capacitación para la AFI. Volver a redactar los manuales de la policía mexicana parecería un trabajo de papeleo, pero no es así. A las fuerzas policiacas de México les falta lo más imprescindible de una institución sólida. Antes del régimen de Calderón, ni siquiera había una base de datos federal de todos los policías del país. Si un oficial corrupto arrestado en Veracruz se iba a Ciudad Juárez cuando lo liberaran, no había modo de conocer sus antecedentes. Establecer reglas éticas y escribir manuales era de alta prioridad.

En la AFI, Érica y Antonio vieron por primera vez el poder de los cárteles para infiltrar instituciones. Cuando le encomendaron a Antonio que desplegara agentes en varias partes del país, se encontraba de frente (o en el teléfono) con un subordinado que no quería ir. El agente había convertido su plaza (como se llama a los puestos de trabajo, con el mismo nombre que los corredores para el contrabando) en un trabajo cómodo gracias a los sobornos de los traficantes locales. El agente le ofrecería dinero a Antonio; él lo rechazaría. Su antecesor había sido despedido por corrupción y no dejaría que le tocara el mismo destino.

Poco después, los jefes de Antonio le quitaron el poder de desplegar personal. El honesto policía se negó a darse por vencido. Ordenó el establecimiento de un nuevo sistema al que sus jefes inmediatos no podrían rehusarse, porque sus superiores sospecharían. Los despliegues se harían al azar, según la selección de un programa de cómputo. «Así nos desharemos de la corrupción», le dijo a su esposa.

Funcionó, y Antonio siguió su ascenso por las filas. Para entonces, él y Érica eran considerados policías de primer nivel y colaboraban estrechamente con entidades internacionales, como la DEA. Sólo algunos colegas privilegiados sabían que colaboraban con los estadounidenses; en efecto, una fuga de información a la persona equivocada podría matarlos. También cambiaban periódicamente de departamento en la AFI, teniendo el cuidado de no romper las leyes del nepotismo en un país en el que, muchas veces, la única manera de progresar era mediante conexiones familiares.

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