Todavía faltaban horas para que Amy pudiera llamar a Harry B., o Carla, y no había manera de que pudiera dormir. Se preparó café y se sentó frente al ordenador. Empezó a repasar los relatos y los capítulos de las novelas que los alumnos le habían entregado en clase durante ese semestre. Aquello le refrescaría la memoria sobre cada uno de ellos o bien haría que se quedase dormida. Ahora que tenía esa carta, podría leer todos los textos, excepto el de Dot. Intentaría dar con pistas sobre el francotirador, buscar similitudes en su discurso, en el ritmo, quizá incluso en la idiosincrasia del uso de los recursos literarios o el abuso de palabras específicas. Amy se convertiría en la primera especialista forense en escritura creativa.
A eso de media mañana había recopilado tres listas: una de malos escritores, una de buenos y una de regulares. En la lista de los malos estaban Harry B., Marvy, y Syl. En la de los buenos estaban Edna, Tiffany, Chuck y Pete. Y en la otra quedaban Carla, Ricky, Dot y el doctor Surtees. Empezó a crear tres documentos de Word distintos para tratar a cada grupo por separado.
LOS BUENOS
Edna:
• Mi escritora favorita de la clase.
• Ejemplo: «Lo inmediato y lo eterno eran la misma cosa para él, y ahora se veía envuelto en un universo de vergüenza sin límite ni perspectiva».
• Podría ser el francotirador porque:
- No soporta a los imbéciles.
- Lleva escribiendo un montón de tiempo (Francotirador: «Me tomo la escritura en serio, Frank. Cuando acabo un relato, me siento satisfecho con él y lo envío a una lista de publicaciones previamente seleccionadas»).
- Francotirador: «Soy un ser humano civilizado». Edna también lo es.
• No puede ser el francotirador porque:
- Dibujo de mal gusto sobre Edna.
- Pañuelo, batido de mora, ¡mierda!
- Es Edna, ¡por amor de Dios!
Tiffany:
• Ejemplo: «Pero no hay nada que hacer: ninguna alarma de despertador, ningún traje colgado en el armario preparado para vestirse con él, ni siquiera el armario está abierto, el agua no corre en la ducha y ni se oye el eco de la NPR proveniente del baño… Tampoco está Jake».
• Buen ritmo. Adora el lenguaje.
• Podría ser el francotirador porque:
- Podría haber puesto la máscara de Bundy en su propio coche.
- Carácter, disposición.
- «Hoy es el peor día del resto de su vida». Inteligente. Presta atención a todo el mundo. Vive con su padre. (¿Qué significa eso?) Bebe demasiado.
• No puede ser el francotirador porque:
- Es joven. ¿Cuánto tiempo puede haber estado enviando textos? ¿Cinco o seis años?
- Está demasiado ocupada siendo ella misma. No puedo imaginármela haciéndose pasar por otra persona.
Chuck:
• Duende travieso, encantador y a gusto consigo mismo.
• No ha traído nada desde el ejercicio de la segunda clase.
• «Mycroft pertenecía a Jack. Estaba tan enamorada y tan entusiasmada por el hecho de que Jack se mudara a mi casa que, cuando abrió la caja de zapatos y sacó a Mycroft, no pude gritar: ¡largo de aquí con esa cosa espantosa, maldito sádico y pervertido gilipollas! Sino que dije ¡uau!, ¿dónde vas a ponerlo? Jack dijo que Mycroft simplemente deambulaba alrededor. Tenía motas en los ojos, manchas rojas, pero en realidad no perdí la consciencia y por el contrario me inventé una historia acerca de un gato del vecindario que siempre entraba por la ventana y cómo tendríamos que proteger a Mycroft de él».
• Podría ser el francotirador porque:
- ¡Es encantador! Y los psicópatas son encantadores.
- ¡Puede escribir desde el punto de vista femenino!
- Amigo de Frank. Frank habría confiado en él. Frank se habría sentido muy traicionado y probablemente estaba bastante asustado. ¿Chuck Heston en la neblina?
• No puede ser el francotirador porque:
- Es divertido. El francotirador no es divertido, sino gracioso.
- Verdaderamente es un tipo agradable. Una buena persona.
- Me gusta.
Pete:
• «Murphy Gonzalez miró a Brittany con gran desconcierto. Bueno, para ser más precisos bizqueó en dirección a Brittany, ya que sus gafas habían sido alcanzadas por el brick volador de zumo de naranja de la chica. —¿Qué? —preguntó—. ¿Qué he hecho ahora?».
• Chico dulce, pero aún muy joven. Único defensor de Dot. Obviamente, un lector, no un emprendedor.
• Podría ser el francotirador porque:
- Su carácter atento muestra ciertos rasgos de sufrimiento.
- Dio la cara por Dot justo antes de que muriese. Bastante diabólico.
• No puede ser el francotirador porque:
- No hay evidencias de que tenga un gran coco, aunque no es estúpido. Simplemente no es tan agudo como los otros.
LOS MALOS
Harry B.
• «Paul sabía que era peligroso, pero todo su instinto le hacía desconfiar de ella. ¿Cuándo habían sido tales criaturas dignas de confianza? En toda la historia de la humanidad, ¿se habrían visto alguna vez defraudadas? Si no fuera tan terriblemente bella…»
• Lo que escribe es una porquería.
• Podría ser el francotirador porque:
- Conoce las leyes y sabe todo acerca de la jurisdicción policial. Podría haber asesinado a Dot y a Frank en distintas ciudades a propósito.
- Carta del francotirador: «Los dientes, como espadas desenvainadas, hacen rememorar recuerdos…». Un poco escabroso.
• No puede ser el francotirador porque:
- Lo que lee es una basura. A Harry no le importan los libros.
Marvy Stokes:
• «Echando un vistazo alrededor de su pequeño despacho de detective abarrotado y polvoriento, Bill Mansfield dio un enorme bostezo y después, de mala gana, estiró su desgarbada figura de casi dos metros detrás de su escritorio gris metálico.
Las once en punto
, pensó para sí,
y ni un ticket de comida a la vista
.»
• Tipo majo, mujer agradable.
• Podría ser el francotirador porque:
- Técnicamente, cualquiera de ellos podría.
• No puede ser el francotirador porque:
- Es Marvy.
Amy se detuvo. Lo que estaba pasando con la lista era lo mismo que siempre le había sucedido con toda lista que había intentado mantener. Listas de la compra, de gastos, de clase, de direcciones, de verbos irregulares franceses… todas se iban apagando o se acababan perdiendo antes de que cualquiera de ellas llegara a cumplir una función. Había algo en ellas que la ofendía al más profundo nivel. Si no podía retener un grupo de cosas, personas o ideas en su cabeza, entonces, ¡al demonio con ellas! Incluso se estaba quedando sin inspiración para las listas de su blog. Amy tampoco había sido nunca capaz de tomar notas en clase y ni siquiera apuntar algo en el margen de un libro, incluso aunque fuera un libro que adorara o detestara. ¿Por qué se había convertido en escritora si odiaba tanto la escritura?
Todo lo que estaba haciendo con las listas, con todo el corta y pega y las lindas viñetas, era decir que no podía ser Edna porque simplemente no podía, y tampoco podía ser Marvy, y tampoco podía ser Tiffany porque se trataba de Tiffany. Había conseguido organizar la clase en subdivisiones estupendas, pero ¿y qué? Ella ya sabía que el francotirador era un buen escritor y un imitador con talento. Aunque pudiera sacar algo del ritmo y las frases de la carta del francotirador e identificar sus equivalentes en clase, tampoco lograría probar nada. Todos los escritores, buenos y malos, tomaban ideas los unos de los otros a manos llenas. Además de esto, estaba inventándose reglas sin sentido: «el francotirador no es divertido». ¿Quién lo dice? «El francotirador no puede ser una buena persona». Bueno, pero ciertamente puede abordarte de esa forma. «El francotirador no puede tener una familia normal y agradable». Seguro. Simplemente pregunta a la gente en Wichita.
Era hora de hacer algunas llamadas telefónicas, pero esta vez a gente normal. Carla sería la primera.
Saltó el contestador. Pero cuando estaba a punto de colgar y articular el mensaje que tenía pensado dejar, alguien cogió el teléfono y dijo:
—¿Quién llama?
—¿Carla?
—¿Quién es? —La mujer estaba furiosa. Tenía que ser la madre de Carla.
—¿Señora Karolak? Soy…
—No tomé el nombre de ese bastardo.
—¿Perdone?
—Mi apellido es Massengill.
Naturalmente. Amy pensó que sería emocionante presentar a la madre de Carla y al sargento Colostomía, y tuvo que contener la risa frente al auricular.
—He preguntado quién es.
—Soy Amy Gallup, señora Massengill, la profesora de Carla…
—Sé quién es usted. —Debió de dejar caer el teléfono al suelo porque se escucharon tres golpes a través de los cuales Amy pudo oír cómo llamaba a Carla desde la distancia—. ¡Carla! ¡Esa mujer está al teléfono!
Siguió dando gritos, pero Amy puso el auricular a cierta distancia de su oído para no escuchar los detalles. A la profesora le horrorizaba escuchar lo que hablaban de ella. Max siempre lo había encontrado gracioso. «¿Qué es lo que temes?», le decía siempre burlándose de ella, «¿escuchar un hecho revelador que sea verdad y no puedas encajar?». No, no era eso. En realidad era algo metafísico. Si los demás se referían a ella, entonces era que ella formaba parte de la sociedad, de la humanidad. Naturalmente, Amy sabía que, de hecho, era un miembro de la sociedad y la humanidad, pero siempre había preferido vivir como si no lo fuera. Amy no era tímida. «Estoy socialmente desconectada» le decía a Max, quien estaba totalmente de acuerdo. «Estás fuera de onda», le decía él, y ella a veces le respondía: «Excepto para ti».
¡Qué desagradable era la señora Massengill! Quizá, Amy pensó, debería añadirla a la lista.
—¿Amy? —Carla estaba sin aliento—. ¿Estás bien?
—He recibido una carta —dijo Amy.
Carla sabía perfectamente quién era el remitente, y cuando la profesora le explicó que había intentado llamar a la policía, Carla supo lo que hacer.
—Envíame la carta por fax —dijo—. Voy a llamar a Harry B.
—No sé cómo hacerlo —dijo Amy—. De todas formas, ¿qué puede hacer Harry que no pueda hacer yo?
Carla dijo que él tenía contactos. Conocía gente…
—Sí —dijo Amy—, conoce a otros abogados. Defiende criminales. ¿Eso debería posicionarle mejor frente a la policía? Además —añadió, odiando tener que abordar ese tema—, ¿por qué estamos suponiendo que él no es el francotirador?
—Porque mira —dijo Carla. Hubo una pausa prolongada—, ahora que sabemos que Dot, ya sabes, no es… —Esperó a que Amy la interrumpiera, pero ¿de qué serviría? Ciertamente, sabían que no era Dot, y de todas formas Amy estaba cansada de defenderla—. Tengo una pequeña lista —dijo Carla—. Apuesto a que tú también tienes la tuya.
—Tengo una. Pero la única razón por la que es corta es porque me he quedado sin energía.
—Y Harry B. no está incluido en ella. ¿Tengo, o no tengo razón?
—No tengo fax, y no me apetece salir a buscar uno.
—Pues llama a Harry y léele la carta.
Amy estuvo a punto de acceder, pero entonces pensó en lo poco efectiva que había resultado la lectura con el sargento Colostomía.
—Se la enviaré en un correo electrónico ahora mismo. Tengo su dirección.
—Ponme en copia —dijo Carla—. ¿Y si se la escaneas y le adjuntas el documento?
—¿Hablas en serio?
Amy colgó y se puso manos a la obra. Era muy desagradable tener que teclear «¡Hola, Amy!» y todo lo que seguía. Se sentía como la taquígrafa del francotirador (idea para el título de una novela), y pasó un montón de tiempo intentando averiguar cómo incluir esas malditas notas a pie de página en el cuerpo del mensaje. Al final de la carta escribió: «Esto es lo que he recibido hoy. Agradecería tu consejo», y presionó el botón de enviar.
De repente, se sintió un poco mareada, aturdida, como si el haber completado aquel acto de comunicación hubiese sido todo lo que necesitaba para librarse del peso de la carta del francotirador. Agarró la correa de su mascota y lo llamó desde la otra habitación. La mañana era soleada y las sombras se habían marchado. Un poco de ejercicio le vendría bien para poder luego echarse una siesta.
—¡Hora de dar un paseíto! —trinó con el acento británico de una dama inglesa. Alphonse era incapaz de resistirse a un paseo—. ¡Donuts! —lo llamó con una voz mucho más suave y seductora, y el perro vino disparado desde la esquina. Él no era tan crédulo. Como Pascal, él había decidido que la fe en buena medida era, en general, la mejor solución. «Primero el paseo, bobo», dijo amarrándole la correa al cuello. Estaban casi en la puerta cuando el teléfono sonó.
—¡Cógelo, cógelo, cógelo! —rogaba Carla como si fuera una niña.
Amy contestó al teléfono.
—Estoy saliendo. Luego te llamo.
—¡No! Harry está también en línea y tenemos que hablar.
No podían haber pasado más de diez minutos desde que había enviado el correo electrónico. Carla debía de haber estado planeando sobre su bandeja de entrada como si fuera una avispa. Debía de haber llamado a Harry, que a su vez debía de haber leído la copia de la carta al instante. Juntos habían organizado esa maravillosa llamada a tres, pero ¿para qué? Era un nuevo día, había un montón de tiempo, y total daba lo mismo después que ahora.
—¿Eres consciente —preguntó Amy—, de que en los próximos veinte años el sustantivo previsión y todos sus sinónimos pasarán a las listas de acrónimos junto con «anticipación»?
—¡Es tan guay! —dijo Carla, al parecer, a Harry B. ¿Por qué no hablaban entre ellos y la dejaban fuera del tema?—. Cuéntale —dijo Carla.
—Hola, Amy —saludó Harry—. ¿Has leído la carta detenidamente?
—Bueno, no la he memorizado, si es eso a lo que te refieres. Pero sí, estoy segura de haberla leído detenidamente.
—Suponiendo que la carta dentro de la carta haya sido interpretada correctamente…
—¿Por qué debemos de asumir eso? —preguntó Amy—. No adjuntó la carta, Harry. Siento si no lo he dejado claro. Lo que hace es citar la carta, y además de manera muy selectiva. Si lo que pasa es que os habéis emocionado por el hecho de que el editor pregunte si todavía está con B_________, siento decepcionaros. Chuck dice que Frank no estaba con nadie. Su padre aún vive, en Washington, y de hecho el cuerpo está siendo trasladado hasta allí.