El secreto del universo (10 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El secreto del universo
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Lo que es más, ahora que pueden decir la palabra, comprenderán mejor algo que me ocurrió en una ocasión. Hace algunos años trabé conocimiento con este compuesto en particular, porque disuelto en ácido clorhídrico se utiliza para detectar la presencia de un compuesto llamado glucosamina, cosa que en aquella época yo estaba ansioso por hacer.

Así que me dirigí a la estantería de los reactivos y le dije a la persona que estaba allí:

—¿Tenemos paradimetilaminobenzaldehido?

Y me contestó:

—Quieres decir PA-ra-di-ME-til-a-MI-no-ben-ZALde-hido.

Y lo hizo cantándolo al son de la melodía de
La lavandera irlandesa
.

Si no conocen la melodía, sólo puedo decirles que se trata de una giga irlandesa; en realidad, es
la
giga irlandesa: si la oyeran, la reconocerían. Me atrevo a afirmar que, si sólo conocen una giga irlandesa, o si intentan recordar alguna, se trata de ésta.

Es así: DAM-di-di-DAM-di-di-DAM-di-di-DAM-didi, y así casi indefinidamente.

Por un momento me quedé sin habla, y luego, dándome cuenta de la imposibilidad de permitir que alguien fantaseara a costa de mi experimento, dije:

—¡Claro! Es un tetrámero dactílico.

—¿Qué? —dijo.

Se lo expliqué. Un dáctilo es un conjunto de tres sílabas en el que la primera va acentuada y las dos siguientes no, y un verso es un tetrámero dactílico cuando tiene cuatro de estos conjuntos de silabas. Cualquier cosa que siga a este esquema puede cantarse con la melodía de
La lavandera irlandesa
. Por ejemplo, la mayor parte del poema de Longfellow
Evangeline
puede cantarse de esta forma, y me apresuré a ofrecerle un ejemplo a mi compañero:

«ESte es el BOSque ancesTRAL. Los Alegres Pinos, ciCUtas…», y así sucesivamente.

Para entonces ya estaba intentando alejarse de mi, pero le seguí al trote corto. En realidad, proseguí, cualquier cosa que siga un esquema yámbico puede cantarse con la música del
Humoresque
de Dvorak. (Ya saben a cuál me refiero: di-DAM-di-DAM-di-DAM-di-DAM-di-DAM. y así continuamente.)

Por ejemplo, dije. se podría cantar el parlamento de Porcia con la música del
Humoresque
de esta forma: «La CAliDAD en EL perDON no ES forZAda, CAe COmo SUAve LLUvia CElesTIAL soBRE luGAres MAS baJOS.»

Por fin, consiguió librarse de mi y no volvió a aparecer por el trabajo durante unos cuantos días, se lo tenía bien merecido.

Pero yo tampoco salí impune. Ni pensarlo. Me pasé varias semanas obsesionado con estos repetitivos ritmos dactílicos. PA-ra-di-ME-til-a-MI-no-ben-ZAL-de-hido-PAra-di-ME-til-a-MI-no…, resonaba una y otra vez en mi cerebro. Me revolucionaba las ideas, no me dejaba dormir y me redujo a un estado semidemencial, porque siempre estaba murmurando fieramente entre dientes, ante la alarma de los eventuales espectadores.

Por fin, logré exorcizar esta obsesión, dándole la siguiente forma. Me encontraba ante la mesa de una recepcionista, esperando la oportunidad de darle mi nombre para poder entrar a ver a una persona. Era una recepcionista irlandesa muy bonita, y por tanto yo no tenia ninguna prisa, ya que el individuo al que tenia que ver era un tipo muy masculino, y me gustaba más la recepcionista. Así que aguardé pacientemente y le sonreí, y en ese momento su aspecto irlandés me trajo a la mente el recuerdo de ese redoble de tambor, así que me puse a cantar en voz baja (sin darme cuenta de lo que estaba haciendo): PA-ra-di-ME-til-a-MI-no-ben-ZAL-de-hído…, repitiendo varias veces el estribillo.

Y la recepcionista juntó las manos encantada y exclamó:

—¡Oh, vaya, se la sabe usted en gaélico original!

¿Qué podía hacer? Sonreí modestamente e hice que me anunciara como Isaac O'Asimov.

Desde ese día no he vuelto a cantarlo, excepto cuando cuento esta anécdota. La historia se acabó, porque después de todo, amigos, en el fondo de mi corazón yo sé que no sé ni una palabra de gaélico.

¿Pero qué son estas sílabas que tanto se parecen al gaélico? Vamos a rastrear el origen de cada una de ellas, y a intentar comprender su sentido, si es posible. Quizá después se den cuenta de que ustedes también pueden hablar gaélico.

Comenzaremos por un árbol del sureste asiático, que crece principalmente en Sumatra y en Java. Este árbol rezuma una resina marrón rojiza que al quemarse produce un agradable aroma. En la época medieval los comerciantes árabes habían explorado el océano Indico y los países costeros, trayendo consigo esta resina, que llamaban «incienso javanés». Por supuesto, le llamaban eso en árabe, así que su nombre era
luban javi
.

Para los europeos que adquirían esta esencia a los comerciantes árabes, su nombre no era más que un conjunto de silabas sin sentido. La primera sílaba,
lu
, podría ser un artículo definido (
lo
es «el» en italiano;
le
y
la
son «el» y «la» en francés, y así sucesivamente). Por tanto, los comerciantes europeos llamaban a esta sustancia «el banjavi» o simplemente «banjavi».

Esto tampoco tenía sentido, y sufrió una serie de transformaciones: desde «benjamín», por ejemplo (ya que ésta al menos era una palabra conocida), hasta «benjoin», y, por último, hacia 1650, se llamó «benzoin». En inglés esta resina se llama ahora
gum benzoin
(goma benjuí).

Alrededor de 1608, se consiguió aislar una sustancia ácida a partir de esta resina, que acabó por conocerse por el nombre de «ácido benzoico». Más adelante, en 1834, un químico alemán llamado Eilhart Mitscherlich transformó el ácido benzoico (que contiene dos átomos de oxigeno en su molécula) en un compuesto sin ningún átomo de oxigeno, formado sólo por átomos de carbono e hidrógeno. A este nuevo compuesto le llamó «benzina»; la primera silaba hace alusión a su origen.

Otro químico alemán, Justus Liebig, no estaba conforme con el sufijo -ina, que afirmaba que se utilizaba solamente para compuestos que contienen átomos de nitrógeno, cosa que no ocurría en el caso de la benzina de Mitscherlich. Liebig tenía razón en este punto. Pero propuso el sufijo -oí, que es «óleo» en alemán, porque este compuesto se mezclaba mejor con las grasas que con el agua. Sin embargo, éste no es mejor que -ina, ya que, como explicaré dentro de un instante, el sufijo -ol es utilizado por los químicos para otros fines. Pero este nombre se popularizó en Alemania, donde el compuesto sigue siendo conocido como «benzol».

En 1845, otro químico alemán más (ya les dije que la química orgánica fue monopolio de los alemanes durante el siglo XIX), August W. von Hofmann, propuso el nombre «benceno», que es el que se utiliza correctamente en casi todo el mundo, incluidos los Estados Unidos. He dicho correctamente porque la terminación —eno se suele utilizar para designar muchas moléculas compuestas únicamente por átomos de hidrógeno y carbono (hidrocarburos), y, por tanto, la terminación y el nombre resultan adecuados.

La molécula de benceno está formada por seis átomos de carbono y seis átomos de hidrógeno. Los átomos de carbono están dispuestos formando un hexágono, y cada uno de ellos está ligado a un átomo de hidrógeno. Si recordamos esta estructura, basta con decir que la fórmula del benceno es C
6
H
6
.

Quizá hayan advertido que, en el largo y tortuoso camino recorrido desde la isla de Java a la molécula de benceno, las letras que recuerdan su origen insular se han perdido por completo. En la palabra «benceno» no hay ninguna «j», ninguna «a» ni ninguna «v».

No obstante, algo hemos conseguido. Si recuerdan el compuesto de
La lavandera irlandesa
, el paradimetilaminobenzoaldehido, sin duda advertirán la presencia de la silaba «benzo». Ahora ya conocen su origen.

Llegados a este punto, vamos a seguir un rastro totalmente distinto.

Ya se sabe cómo son las mujeres (tres hurras): durante muchos siglos se han pintado las pestañas, los párpados superiores y los ángulos de los ojos con la intención de que dichos ojos parezcan grandes, oscuros, misteriosos y seductores. En la antigüedad se servían de un pigmento oscuro (a menudo un compuesto de antimonio) que se molía hasta conseguir un fino polvo. Tenía que ser un polvo
muy
fino, por supuesto, porque una sombra de ojos grumosa tendría un aspecto espantoso.

Los árabes, con admirable sencillez, llamaban a este cosmético «el polvo finamente dividido». Pero, una vez más, lo hacían en árabe, con lo que el nombre resultante era
al-kuhl
; la «h» se pronuncia de una manera un tanto gutural que soy incapaz de reproducir, y «al» significa «el» en árabe.

Los árabes fueron los grandes alquimistas de la Alta Edad Media, y cuando los europeos empezaron a dedicarse a la alquimia en la Baja Edad Media, adoptaron muchos términos árabes. Los árabes habían empezado a utilizar la denominación
al-kuhl
para cualquier polvo finamente dividido, sin relación con sus funciones cosméticas, y los europeos les imitaron. Pero pronunciaban y escribían la palabra de maneras muy diversas, hasta degenerar en la forma «alcohol».

Se da la circunstancia de que los alquimistas siempre se sintieron incómodos con los gases o vapores. No sabían qué hacer con ellos. Tenían la vaga impresión de que los vapores no eran materiales en el mismo sentido que los sólidos o los líquidos, y por tanto los llamaban «espíritus». Les impresionaban de manera especial las sustancias que desprendían espíritus incluso a temperaturas normales (y no sólo al calentarlas), y de todas ellas, la más importante en la época medieval era el vino, así que los alquimistas hablaban de «los espíritus del vino» para referirse a los componentes volátiles de éste (y nosotros llamamos a veces a las bebidas alcohólicas «espiritosas»).

Ahora bien, cuando un liquido se evapora, parece pulverizarse hasta desvanecerse, así que los espíritus también fueron llamados «alcohol», y los alquimistas hablaban del «alcohol del vino». Y ya en el siglo XVII la, palabra «alcohol» se utilizaba únicamente para referirse a los vapores emitidos por el vino.

A principios del siglo XIX se definió la estructura molecular de estos vapores. Se descubrió que estas moléculas estaban formadas por dos átomos de carbono y uno de oxígeno alineados. Al primer átomo de carbono iban unidos tres átomos de hidrógeno, al segundo dos átomos de hidrógeno y el átomo de oxigeno, y al átomo de oxigeno un átomo de hidrógeno. Por consiguiente, su fórmula puede representarse como CH
3
CH
2
OH.

El grupo hidrógeno-oxigeno (-OH) se conoce de manera abreviada como «grupo oxhidrilo». Los químicos empezaron a descubrir un gran número de compuestos en los que existe un grupo oxhidrilo unido a un átomo de carbono, como ocurre en el alcohol del vino. Todos estos compuestos acabaron por ser conocidos por el nombre genérico de «alcoholes», y a cada uno se le dio un nombre determinado.

Por ejemplo, el alcohol del vino tiene un grupo de dos átomos de carbono al que están unidos un total de cinco átomos de hidrógeno. Se encontró esta misma combinación en un compuesto aislado en 1540. Este compuesto se evapora con mayor facilidad todavía que el alcohol, y el liquido desaparece con tanta rapidez que da la impresión de estar terriblemente impaciente por elevarse hacia su hogar en los cielos. Aristóteles había llamado a la materia que compone los cielos «éter», así que en 1730 esta sustancia que se evaporaba tan fácilmente fue bautizada con el nombre de
spiritus aethereus
, en castellano «espíritu etéreo», que acabó por acortarse a «éter».

El grupo de dos carbonos y cinco hidrógenos del éter (hay dos grupos así en cada molécula) fue llamado «grupo etílico», naturalmente, y como este grupo está presente en el alcohol del vino, éste dio en llamarse «alcohol etílico» alrededor de 1850.

Entonces sucedió que los químicos consideraron suficiente añadir al nombre de un compuesto el sufijo -ol para indicar que se trataba de un alcohol, con un grupo oxhidrilo. Esta es la razón de que se pusieran reparos al nombre «benzol» para el compuesto c
6
h
6
. El benceno no tiene ningún grupo oxhidrilo, no es un alcohol, y su nombre ha de ser «benceno» y no «benzol». ¿Me han oído?

Es posible eliminar dos átomos de hidrógeno de un alcohol quitando el átomo de hidrógeno que está unido al de oxígeno y uno de los dos átomos de hidrógeno que están unidos al carbono. En ese caso la molécula CH
3
CH
2
OH se transformaría en la molécula CH
3
CHO.

Liebíg (el responsable del horrible término «benzol») lo consiguió en 1835, y fue el primero en aislar el CH
3
CHO. Como la eliminación de átomos de hidrógeno se llama, naturalmente, «deshidrogenación», Liebig sintetizó un alcohol deshidrogenado, y así lo llamó. Pero como lo hizo en latín, el nombre era
alcohol dehydrogenatus
.

Este nombre resulta demasiado largo para un compuesto tan sencillo, y los químicos, que al fin y al cabo son tan humanos como cualquiera (¡de verdad!), tienen tendencia a acortar los nombres largos prescindiendo de algunas silabas. Si cogemos la primera sílaba de
alcohol
y las dos primeras silabas de
dehydrogenatus
y las colocamos juntas, tenemos la palabra «aldehído».

De esta forma, la combinación de un átomo de carbono con uno de hidrógeno y otro de oxígeno (-CHO), que constituye una parte tan importante de la molécula de alcohol deshidrogenado, dio en llamarse «grupo aldehído», y cualquier compuesto que lo contuviese era un aldehído.

Por ejemplo, volviendo al benceno, C
6
H
6
, imaginemos que quitamos uno de sus átomos de hidrógeno y lo sustituimos por un grupo -CHO; obtendríamos el compuesto C
6
H
5
CHO, que es el «bencenoaldehído», o, utilizando la forma abreviada universalmente utilizada, «benzaldehído».

Remontémonos de nuevo a los antiguos egipcios. El dios patrón de la ciudad egipcia de Tebas, en el Alto Nilo, se llamaba Amón. Cuando Tebas se impuso sobre las demás ciudades egipcias, durante las dinastías XVIII y XIX, la época de mayor poderío militar egipcio, Amón, como es natural, se impuso sobre el resto de los dioses egipcios. Amón exigió la construcción de un gran número de templos, entre ellos uno situado en un oasis del desierto norteafricano, bastante al oeste del centro principal de la cultura egipcia. Este dios era conocido por los griegos y más tarde por los romanos, que lo llamaban Ammon.

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