Cuando el género humano empezó a desarrollar la agricultura y a domesticar a los animales, aprendió a asegurar su provisión de alimentos. Cuando aprendió a vivir en ciudades amuralladas y a regular con leyes la vida social, pudo protegerse mejor de sus enemigos humanos del interior y del exterior. Naturalmente, la esperanza de vida creció en alguna medida. En realidad, se dobló.
Pero dudo que la esperanza de vida durante la antigüedad y la época medieval llegara a los cuarenta años. Se calcula que en la Inglaterra medieval la esperanza de vida era de treinta y cinco, de manera que quien llegaba a los cuarenta era un sabio venerable. Y como la gente se casaba y tenía hijos muy temprano, no hay ninguna duda de que también era ya abuelo.
Esta situación seguía estando vigente en el siglo XX en algunos lugares del mundo. En la India, por ejemplo, en 1950 la esperanza de vida era de unos 32 años; en Egipto era de 36 en 1938, y en México, de 38 en 1940.
El siguiente gran paso lo dieron los adelantos de la medicina, que consiguieron controlar las infecciones y enfermedades. Veamos el ejemplo de los Estados Unidos. En 1850 la esperanza de vida de los hombres americanos blancos era de 38,3 (no demasiado distinta de la situación de la Inglaterra medieval o de la antigua Roma). Pero en 1900, después de los descubrimientos de Pasteur y Koch, subió hasta 48,2, de ahí a 56,3 en 1920, 60,6 en 1930, 62,8 en 1940, 66,3 en 1950, 67,3 en 1959 y 67,8 en 1961.
Las mujeres siempre se han encontrado en una situación ligeramente más favorable (ya que son el sexo fuerte). En 1850 su esperanza de vida era de dos años más que la del hombre, y en 1961 la diferencia era ya de casi siete años. Los habitantes de los Estados Unidos que no son de raza blanca están ligeramente por debajo, y estoy seguro de que esto no se debe a ninguna característica innata, sino a que generalmente ocupan una posición inferior en la escala económica. Su esperanza de vida es de unos siete años menos que la de los blancos. (Y si alguien se asombra de que los negros se muestren tan inquietos últimamente, que piense que pueden conseguir siete años de vida adicionales por cabeza, lo cual no está mal para empezar.)
Aun limitándonos a los blancos, los Estados Unidos no ocupan el primer lugar en cuanto a esperanza de vida. Más bien, creo que este lugar le corresponde a Noruega y a Suecia. Las últimas cifras que he podido encontrar (de mediados de los años cincuenta) dan a los hombres escandinavos una esperanza de vida de 71 años, y a las mujeres de 74.
Este cambio en la esperanza de vida ha provocado determinados cambios en las costumbres sociales. En los siglos pasados, un viejo era un fenómeno poco frecuente, un extraordinario almacén de antiguos recuerdos y una buena guía en lo referente a las tradiciones. La vejez era respetada, y en algunas sociedades en las que la esperanza de vida sigue siendo baja y los viejos siguen siendo poco frecuentes, la vejez sigue siendo muy considerada.
También puede ser vista con temor. Hasta el siglo XIX el nacimiento de los niños seguía estando rodeado de peligros, y pocas mujeres sobrevivían al nacimiento de varios hijos (las fiebres puerperales y todas esas cosas). Por tanto, había todavía menos viejas que viejos, y éstas se consideraban un fenómeno extraño y aterrador, con sus mejillas arrugadas y sus encías desdentadas. Es posible que el temor a las brujas de los primeros tiempos de la edad moderna sea la última expresión de este fenómeno.
Hoy en día hay muchos hombres y mujeres viejos, y no se les atribuye una maldad o bondad extremadas. Es posible que esto no cambie en mucho su situación.
Podría suponerse, en vista del continuo incremento de la esperanza de vida en los lugares más desarrollados del planeta, que no hay más que esperar otro siglo para encontrar hombres que vivan como si tal cosa un siglo y medio. Por desgracia no es así. A menos que se produzca un avance biológico decisivo de la geriatría, ya hemos llegado todo lo lejos que es posible en el aumento de la esperanza de vida.
En una ocasión leí una alegoría que me ha obsesionado durante toda mi vida. No soy capaz de repetirla palabra por palabra, aunque me gustaría. Pero es algo así: la Muerte es un arquero, y la vida es un puente. Los niños empiezan a cruzar el puente alegremente, brincando y haciéndose mayores, mientras la Muerte les dispara sus flechas. Al principio, tiene muy mala puntería, y sólo muy de vez en cuando un niño es atravesado por una flecha y cae del puente a las brumas y nieblas que hay debajo. Pero a medida que la multitud avanza, la puntería de la Muerte va mejorando y aquélla va cayendo cada vez en mayor número. Por último, cuando la Muerte apunta a los ancianos que se tambalean cerca del final del puente, su puntería es perfecta y nunca falla el blanco. Y ningún hombre logra jamás atravesar el puente para ver qué es lo que hay al otro lado.
Esto sigue siendo cierto a pesar de todos los adelantos de la estructura social y de la medicina a lo largo de la historia. Se logró empeorar la puntería de la Muerte en la primera mitad de la vida, pero esas últimas flechas perfectamente dirigidas son las flechas de la vejez, e incluso ahora no fallan nunca el blanco. Todo lo que hemos hecho para erradicar la guerra, el hambre y la enfermedad ha servido para dar a más personas la oportunidad de llegar a la vejez. Cuando la esperanza de vida era de 35 años, quizás una persona de cada cien llegaba a vieja; hoy en día lo consigue casi la mitad de la población, pero la vejez sigue siendo la misma. La muerte nos atrapa a todos con toda su antigua eficacia.
Para abreviar: dejando aparte la esperanza de vida, hay una «edad específica» que señala el momento en que es más probable que muramos desde nuestro interior, sin ningún tipo de ayuda exterior; la edad a la que moriremos, incluso aunque no hayamos tenido ningún accidente ni sufrido ninguna enfermedad, y aunque nos hayamos cuidado lo mejor posible.
Hace tres mil años, el autor de los Salmos dio fe de la edad específica del hombre (Salmos, 90, 10) al decir: «Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, su afán es fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan.»
Y así sigue siendo hoy; tres milenios de civilización y tres siglos de ciencia no lo han cambiado en nada. La edad más frecuente de muerte por vejez está entre los 70 y los 80 años.
Pero esa no es más que la edad más frecuente. No todos nos morimos al cumplir los setenta y cinco; algunos resistimos más, y no hay duda de que cada uno de nosotros alimenta la esperanza de que él, personalmente, será uno de los que resistan más tiempo. así que en realidad a lo que le tenemos echado el ojo no es a la edad especifica, sino a la edad máxima que podemos alcanzar.
Cada especie de seres multicelulares tiene una edad especifica y una edad máxima, y en las especies que han sido más o menos estudiadas, parece ser que la edad máxima representa entre un 50 y un 100 por 100 más que la edad específica. Por tanto, se considera que la edad máxima del hombre es de unos 115 años.
Desde luego, se sabe de hombres más viejos. El caso mas famoso es el de Thomas Parr («el viejo Parr»), que se supone que nació en Inglaterra en 1481 y que murió en 1635, con 154 años. La autenticidad de esta historia se pone en duda (hay quien cree que fue un fraude cuidadosamente preparado en el que intervinieron tres generaciones de la familia Parr), como la de todas las historias de este tipo. La Unión Soviética afirma que en el Cáucaso hay muchos casos de centenarios, pero todos ellos nacieron en una región y en una época en las que no se llevaban registros de los nacimientos. Por tanto, sólo tenemos la palabra del propio viejo en lo referente a su edad, y todo el mundo sabe que los ancianos tienen tendencia a echarse años. De hecho, se puede decir que es casi una regla la de que, cuanto más escasos son los registros civiles referentes a estadísticas vitales de una región determinada, más viejos afirman ser centenarios en esa región.
En 1948 una inglesa llamada Isabella Shepheard murió a la edad comprobada de 115 años. Era la última superviviente en las Islas Británicas de la época anterior al registro obligatorio de los nacimientos, así que no podemos estar completamente seguros de su edad exacta. Aun así, como mucho puede haber sido un par de años más joven. En 1814 murió un canadiense francófono llamado Fierre Joubert, quien, por lo visto, tenia pruebas fidedignas que demostraban que había nacido en 1701, así que murió a los 113 años.
Aceptemos, por tanto, 115 como la edad máxima del hombre, y preguntémonos si tenemos alguna buena razón para quejarnos de ello. ¿En cuánto sobrepasa esta cifra las edades máximas de otros tipos de organismos vivos?
Si comparamos a las plantas con los animales, no cabe duda de que la palma se la llevan las plantas. No todas las plantas en general, desde luego. Citando la Biblia una vez más (
Salmos
, 103, 15–16): «Los días del hombre duran lo que la hierba; florecen como flor del campo, que el viento la roza y ya no existe; el terreno no volverá a verla.»
Este símil alusivo a la fugacidad de la vida humana produce escalofríos en la espina dorsal; pero, ¿y si el autor de los
Salmos
hubiera dicho que los días del hombre duran lo que el roble, o mejor aún lo que la secoya gigante? Se cree que algunos ejemplares de este último árbol tienen más de tres mil años, y no se conoce su edad máxima.
Pero no creo que ninguno de nosotros quiera conseguir una larga vida a costa de convertirse en un árbol. Los árboles viven mucho tiempo, pero viven lentamente, pasivamente, y de una manera horriblemente aburrida. Veamos qué podemos hacer con respecto a los animales.
Los animales más simples tienen una vida sorprendentemente larga; se sabe de anémonas marinas, corales y criaturas por el estilo que tienen más de medio siglo, e incluso hay historias (aunque no muy dignas de crédito) que afirman que entre ellas hay algunos ejemplares centenarios. Entre los invertebrados más evolucionados, las langostas pueden llegar a los 50 años y las almejas a los 30. Pero creo que podemos olvidarnos también de los invertebrados. No hay ninguna referencia digna de crédito de la existencia de invertebrados evolucionados que vivan hasta los cien años, e incluso aunque los calamares gigantes, por ejemplo, alcanzaran esa edad, nosotros no queremos ser calamares gigantes.
¿Y los vertebrados? Aquí nos encontramos con algunas leyendas, sobre todo referentes a los peces. Algunas afirman que los peces no envejecen jamás, sino que viven y crecen eternamente y no mueren hasta que se los mata. Se habla de casos de peces determinados que tienen varios siglos de edad. Por desgracia, no es posible confirmar ninguna de estas historias. La edad máxima alcanzada por un pez, según los informes de un observador acreditado, es la de un esturión de cierto lago que, al parecer, tiene bastante más de un siglo de edad, según el recuento de los anillos de la raya de púas de su aleta pectoral.
Entre los anfibios, la marca la ostenta la salamandra gigante, que puede llegar a los 50 años. Los reptiles duran más. Las serpientes pueden llegar a los 30 años y los cocodrilos a los 60, pero las que ostentan la mejor marca del reino animal son las tortugas. Hasta las tortugas más pequeñas pueden llegar al siglo, y existe una razonable certeza de que al menos una gran tortuga ha vivido 152 años. Es posible que las grandes tortugas de las islas Galápagos lleguen a alcanzar los 200 años de edad.
Pero las tortugas también tienen un ritmo de vida lento y aburrido. No tan lento como el de las plantas, pero demasiado lento para nosotros. En realidad, sólo existen dos clases de seres vivos cuyas vidas sean intensas y vividas al máximo en todo momento, gracias a su sangre caliente, y son las aves y los mamíferos. (Algunos mamíferos hacen un poco de trampa e hibernan durante el invierno, y probablemente prolongan su vida de esta manera.) Podríamos sentir envidia de un tigre o de un águila si vivieran durante mucho, mucho tiempo, e incluso, a medida que las sombras de la vejez se ciernen sobre nosotros, podríamos desear cambiarnos por ellos. Pero ¿viven realmente durante mucho, mucho tiempo?
De las dos clases de criaturas, en conjunto las aves aventajan bastante a los mamíferos en lo que se refiere a la edad máxima. Una paloma puede vivir tanto como un león, y una gaviota tanto como un hipopótamo. De hecho, hay algunas leyendas referentes a la longevidad de determinados pájaros, como los loros y los cisnes, que supuestamente superan con facilidad la barrera de los cien años.
Cualquier aficionado a las historias del doctor Dolittle (¿no lo eran ustedes?) se acordará de
Polinesia
, el loro, que tenia trescientos y pico años. También está el poema de Tennyson
Titán
, que narra la historia de ese mítico personaje al que le fue concedida la inmortalidad, pero que, por descuido, no fue liberado de la maldición de la vejez, y se fue haciendo cada vez más y más viejo hasta que fue compasivamente transformado en un saltamontes. Tennyson le hace lamentarse de que la muerte le llegue a todo el mundo menos a él. Empieza diciendo que los hombres y las plantas del campo mueren, y el cuarto verso representa un primer momento culminante, al decir: «Y después de incontables veranos muere el cisne.» En 1939 Aldous Huxley utilizó este verso para dar titulo a un libro sobre la lucha por alcanzar la inmortalidad física.
Pero, como de costumbre, estas historias no son más que historias. La edad máxima confirmada alcanzada por un loro es de 73 años, y me imagino que los cisnes no deben de vivir mucho más. Se ha hablado de casos de cornejas negras y de algunos buitres que han llegado a los 115 años, pero no han sido confirmados ni mucho menos.
Naturalmente, los que más nos interesan son los mamíferos, ya que eso es lo que somos nosotros, así que incluyo una lista de las edades máximas de algunos tipos de mamíferos. (Soy consciente, desde luego, de que las palabras «rata» o «ciervo» se refieren a docenas de especies, cada una de ellas con su propia pauta de envejecimiento, pero no puedo hacer nada. Consideremos que los datos se refieren a la rata o al ciervo típicos.)
Elefante | 77 | Gato | 20 |
Ballena | 60 | Cerdo | 20 |
Hipopótamo | 49 | Perro | 18 |
Burro | 46 | Cabra | 17 |
Gorila | 45 | Oveja | 16 |
Caballo | 40 | Canguro | 16 |
Chimpancé | 39 | Murciélago | 15 |
Cebra | 38 | Conejo | 15 |
León | 35 | Ardilla | 15 |
Oso | 34 | Zorro | 14 |
Vaca | 30 | Cobaya | 7 |
Mono | 29 | Rata | 4 |
Ciervo | 25 | Ratón | 3 |
Foca | 25 | Musaraña | 2 |