El secreto de los Assassini (21 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El secreto de los Assassini
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Los soldados británicos les llevaron hasta el consulado. Afortunadamente, los griegos habían preferido quedarse al margen cuando el cónsul les explicó que se trataba de unos espías turcos que se habían introducido en el país.

Una vez en el consulado, Hércules y Lincoln interrogaron al
assassini
capturado en una pequeña habitación de los sótanos de la embajada.

El tiempo jugaba en su contra, si Al-Mundhir escapaba de Atenas, las posibilidades de salvar a Yamile se reducían al mínimo y, aunque Hércules se resistía a reconocer el poder milagroso del Corazón de Amón, quería creer que en algo aliviaría su enfermedad.

—Está bien —dijo Hércules en árabe—. Sé cómo hacerte hablar.

Llevaban más de dos horas sin conseguir prácticamente resultados y comenzaban a estar desesperados. La camisa de Hércules tenía grandes cercos de sudor, pero la situación del prisionero era mucho peor. Habían dejado que los soldados lo golpearan, por eso tenía el labio partido, los ojos morados y la cara repleta de cardenales.

—Si colaboras te dejaremos en paz, si no lo haces, te ahorcarán por espía.

—¡Moriré como un mártir, maldito infiel! —gritó el prisionero y después escupió en la cara de Hércules.

—Pero lo peor no es morir. Te haremos vivir con deshonra para tu pueblo —dijo Lincoln.

Aprovechando que estaba atado le obligó a beber alcohol por un embudo. El vino le corría por el pecho y a ratos se ahogaba, pero le suministraron más de dos litros. La cabeza comenzó a darle vueltas, pero se mantuvo firme. Hércules sacó una jeringuilla y le pinchó en el brazo.

—Esto amplificará el efecto —dijo.

Pasados unos minutos el hombre comenzó a echar la cabeza para atrás y poner los ojos en blanco.

—Intentaré hablarle como si fuera su líder —dijo Hércules al oído de Lincoln.

—Nizário. Hijo de Alamut, buen
muyahidín.
[28]
Los infieles han engañado al hermano Al-Mundhir, le han dado un papel falso. Si no lo encontramos a tiempo, el ritual será invalidado. ¿Dónde está Al-Mundhir?

—No puedo decirlo, ellos me oirán.

—Tranquilo, estamos solos.

—Ellos me han atrapado —dijo el prisionero como en trance.

—Hermano, no temas. Si no advertimos a Al-Mundhir será la desgracia para el islam y para los hermanos.

—No puedo.

—No tengo tiempo, si huye no lo encontraré.

—Él regresa a casa.

—¿A casa?

—Vuelve a Alamut, allí está nuestro imán. Alá bendiga su nombre para siempre.

—¿Cuándo partirá?

—Esta misma noche. En el barco rojo.

—¿El barco rojo? ¿Cuál es su nombre?

—No lo sé, hermano.

Hércules le hizo un gesto a Lincoln y los dos abandonaron la sala.

—¿Crees que dice la verdad? —preguntó Lincoln.

—Está como bajo hipnosis. Lo que nos ha contado parece coherente.

—Entonces debemos darnos prisa y llegar al puerto antes de que escape.

—No tenemos mucho por donde empezar, esperemos que no haya muchos barcos rojos en el puerto —dijo Hércules, poniéndose la chaqueta y subiendo a la planta principal.

54

El puerto se encontraba completamente desierto. Apenas se veían las luces en algunos de los barcos y el silencio se interrumpía con el sonido del mar y el crujir de los barcos. Hércules y Lincoln buscaron durante más de una hora el barco sin conseguir nada. Lincoln pensaba que el prisionero los había engañado, al fin y al cabo, se trataba de un fanático religioso, que hubiera estado dispuesto a dejarse matar por su religión. Hércules insistía en buscar un poco más, en sus ojos cansados y su expresión de angustia se observaba el miedo a volver a la pensión con las manos vacías.

Cuando estaban a punto de abandonar, observaron un barco pequeño que les había pasado inadvertido. Su casco tenía un color indefinido. El salitre y la erosión habían comido gran parte de la pintura y era difícil determinar el color. Llevaba bandera de Italia, pero era bastante normal que los barcos turcos llevaran banderas falsas para pasar los controles y atracar en puertos occidentales.

Hércules hizo un gesto para que subieran a la cubierta y Lincoln sacó su revólver. No parecía haber nadie en cubierta. Caminaron despacio, de puntillas, para evitar que el crujido de la madera los delatase. Entonces, de las sombras salió una figura que corrió hasta la escalinata. Hércules y Lincoln corrieron tras él y lo atraparon justo cuando estaba a punto de abandonar la cubierta. Allí en el suelo, comenzó a gritar y agitar las piernas.

—Déjenme marchar, por favor.

Los dos hombres se dieron cuenta de que aquella no era la voz de Al-Mundhir y de que sus gritos no eran en árabe. Lincoln siguió apuntando a la cabeza del hombre, pero dejaron que se incorporara un poco. Unos grandes ojos negros los observaron durante unos instantes. Era tan solo un chiquillo asustado, con la cara manchada de grasa y sudor.

—¿Quién eres tú? —preguntó Hércules.

El muchacho no les respondió. Se sentía aturdido por los golpes y tenía la mirada perdida.

—¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? —insistió Hércules zarandeando al joven.

—Soy Roland Sharoyan —contestó el muchacho con voz temblorosa.

—No eres árabe, ¿verdad? —dijo Hércules.

—No, soy armenio.

—¿Qué haces en este barco? ¿Dónde está el resto de la tripulación? —preguntó Hércules, impaciente.

—Se han marchado, bueno todos menos mi guardián.

Hércules soltó al joven, que cayó sobre el suelo. Se puso las manos sobre la cara y dijo algo que no lograron entender. Lincoln ocupó su puesto y siguió interrogando al muchacho.

—¿Qué haces en este barco? ¿Sabes adónde se han marchado?

—No sé mucho señor, yo era su prisionero. Me iban a llevar con este barco a Estambul, pero algo debió de salirles mal y huyeron en una lancha más pequeña. Me dejaron con mi cuidador, un tipo desagradable. Justo antes de que subieran al barco, había logrado liberarme de él —contestó el muchacho en inglés.

Hércules comenzó a reaccionar y se dirigió de nuevo al muchacho.

—¿Adónde han ido? ¿Hace cuanto tiempo se marcharon?

—Escuché que iban a Estambul y desde allí viajarían al valle de Alamut. No sé más.

—¿Estaba con ellos Al-Mundhir? —preguntó Lincoln.

—Desconozco sus nombres.

—¿Por qué te tenían detenido? —preguntó Lincoln.

—Llevaba un mensaje para el Alto Mando británico en Salónica, me interceptaron y me obligaron a llevar otro mensaje, ahora regresaba para Estambul con la respuesta. Tienen a mi familia —dijo el joven derrumbándose y comenzando a llorar.

—Tranquilo —dijo Lincoln guardando su pistola y rodeando con el brazo al muchacho.

—¿Por qué te retuvieron los
assassini?
—dijo Hércules.

—¿Quién? Los que me retuvieron fueron los soldados turcos, señor.

—¿Los soldados turcos? —dijo Lincoln.

—Eso significa que los
assassini
y los servicios secretos turcos están colaborando —concluyó Hércules.

—No conozco a ese grupo, los servicios secretos turcos me detuvieron, amenazaron con matar a mi familia y me llevaban de vuelta a Estambul, eso es todo lo que sé.

—Han escapado, Lincoln. ¿Qué haremos ahora? ¿Qué sucederá con Yamile? —dijo Hércules totalmente desmoronado.

Lincoln lo miró sin saber que contestar. Conocía esa expresión de angustia e impotencia. Muchos años antes la había contemplado en su rostro, tras ver la muerte de una de sus mejores amigas, la periodista Helen Hamilton.

—Encontraremos la solución, querido Hércules. La encontraremos, se lo prometo —dijo Lincoln poniendo su mano sobre el hombro de su amigo, antes de que este se echara a llorar como un niño.

55

Estambul, 17 de enero de 1915

Nada más llegar a la ciudad se dirigió directamente a la casa del general. Ya tenía la joya y la trascripción, se sentía eufórico y nervioso al mismo tiempo. Llamó a la puerta del pequeño palacete y esperó respuesta. Unos criados le llevaron hasta un salón y después entró en el despacho.

El general era un hermano más. Tenía que vivir en medio del lujo y la ostentación, pero a veces Alá pedía sacrificios diferentes para unos que para otros. Siempre había sucedido así. Los hermanos se introducían entre los poderosos y en el momento adecuado, se ponían en marcha para servir a la causa.

Apenas había luz en la estancia. Sentado en la mesa le esperaba el general. Al-Mundhir se puso enfrente y saludó al hombre.

—¿Lo has conseguido?

—Sí, señor.

—Alá sea alabado.

—Alá sea alabado.

—Ahora tenemos poco tiempo. Debes partir cuanto antes.

—En cuanto salga el sol partiré.

—¿Has logrado matar a esos hombres?

—No, general, pero no creo que sean ya un problema. Desconocen el gran poder que tiene el rubí. La mujer árabe está a punto de morir, creo que abandonarán.

—Será mejor para todos.

—En cuanto llegue a Alamut y lo tengamos todo preparado, regresaré.

—Nuestro plan sigue adelante. El califa hará lo que nosotros digamos. A los armenios los estamos concentrando en varios campos y muchos han muerto ya, pero no te preocupes, los de Estambul son todos tuyos —dijo el general, sonriente.

—Alá sea bendito —dijo Al-Mundhir con el rostro iluminado por la alegría—. Por fin, devolveremos a los musulmanes lo que les pertenece.

56

Salónica, 19 de enero de 1915

—¿Quieren atravesar Turquía y Persia en plena guerra? —preguntó el primer lord del Almirantazgo. Acababa de llegar a la ciudad desde Alejandría, para planear los últimos detalles sobre el ataque a Gallípoli.

—No nos queda más remedio —contestó Hércules.

—Comprendo su posición, son unos caballeros y tienen que salvar a una dama en apuros, pero entrar en Turquía es un suicidio.

—No es solo eso, tememos que los
assassini
estén tramando algo. Algo que pueda cambiar el rumbo de la guerra —dijo Lincoln.

Hércules lo fulminó con la mirada. Habían acordado no hablar de ciertos temas con Churchill. El inglés los miró con los ojos muy abiertos.

—¿Los
assassini?
¿Están bromeando, verdad?

Churchill miró socarronamente a los dos hombres, pero la cara seria de sus dos viejos amigos no dejaba lugar a dudas.

—Pero, ¿me están hablando de la secta que asesinaba a soldados cruzados en los siglos
xi
y
xii
?

—Como usted sabrá, la secta sigue en activo, hace poco su imán en la India fue gratificado por el rey. De hecho, el rey le conoció siendo aún príncipe de Gales —dijo Lincoln.

—Ahora los
assassini
son tan solo un grupo religioso inofensivo, que ha prestado servicios a la Corona Británica, pero no creo que sean peligrosos.

—Tienen una... —empezó a decir Lincoln, pero Hércules le interrumpió.

—Tienen un as en la manga. Tenemos pruebas de que se han aliado con los turcos, posiblemente pretenden traicionar a su majestad.

Churchill se quedó pensativo. Estaba demasiado ocupado como para perder el tiempo con esas fantasías de sectas de asesinos.

—Les prometí ayuda y no voy a dejarlos en la estacada. Un barco les acercará hasta la costa turca, una vez allí, no puedo garantizar su seguridad. El profesor Garstang no podrá viajar con ustedes, él es británico y sería inmediatamente detenido.

—Muchas gracias, señor —dijo Lincoln, dibujando una sonrisa en su rostro.

—Pero, tengo una segunda condición. En cuanto regresen me informarán de todo lo que sea útil para el ejército británico.

—¿Nos está pidiendo que hagamos de espías? —preguntó Hércules, sorprendido.

—Les estoy ofreciendo un trato.

—Está bien, haremos todo lo que podamos, pero debemos salir cuanto antes —dijo Hércules.

—Esta misma noche partirán hasta una zona próxima a Gallípoli. Recen para que nadie los vea descender de un buque de guerra británico. Si alguien los relaciona con nosotros, están perdidos —dijo Churchill, entornando sus grandes ojos.

—Seremos cinco. Alicia, Lincoln, Nikos Kazantzakis, un joven armenio y yo.

—Espero que sepan lo que hacen. Los griegos y los armenios no son muy bienvenidos en Turquía —contestó Churchill.

—Por eso necesitamos que nos falsifique dos pasaportes, les haremos pasar por judíos persas —dijo Hércules.

—Y ustedes, ¿por qué se harán pasar? ¿Por hindúes? —bromeó Churchill de manera socarrona.

57

Estambul, 21 de enero de 1915

Después de ser transportados hasta una playa cercana a Estambul, el grupo tuvo que encontrar un transporte y dirigirse por sus propios medios a la capital. Los controles se sucedían constantemente y tuvieron que explicar por qué sus pasaportes no tenían un sello de entrada al país y cuál era el motivo de su visita a Estambul. Para las autoridades turcas, eran un pequeño grupo de comerciantes de países neutrales que pretendían vender material sanitario al ejército.

La ciudad estaba completamente tomada por el ejército. Algunas calles tenían barreras de sacos de arena y en cada sector había que enseñar la documentación. No había duda de que los turcos estaban preparando la ciudad para una posible invasión.

Roland Sharoyan les sirvió de guía en la ciudad. Debían contar con la ayuda de los armenios, al fin y al cabo, tenían que atravesar su territorio. Una zona que oficialmente pertenecería al Imperio otomano, pero que, de facto, se mantenía semiindependiente.

El joven armenio les llevó hasta una villa a las afueras. La casa estaba rodeada por hombres armados. Allí vivía uno de los líderes armenios que aún no había sido detenido. Roland habló con los guardas y entraron en el amplio jardín. Una vez dentro de la casa, Roland les presentó a Chrisostomo Andrass, uno de los líderes de la resistencia armenia en la ciudad. Roland habló atropelladamente en un intento de ocultar su nerviosismo, si la organización se enteraba de que los había traicionado, no dudarían en acabar con él.

—El joven Roland ha hecho bien en traerlos aquí. El mundo necesita testigos de lo que están haciendo a nuestro pueblo. Lo que quiero que sepan es que su misión será muy peligrosa. Turquía está en pie de guerra y se considera a todos los extranjeros como espías, especialmente si estos son cristianos.

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