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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

El secreto de los Assassini (23 page)

BOOK: El secreto de los Assassini
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—¡Hoy ha sido uno, pero dentro de poco morirán a cientos! —gritó uno de los
assassini
mientras limpiaba su daga con la ropa del anciano. Sus compañeros sonrieron y los tres hombres se dirigieron a por su próxima presa.

59

Estambul, 23 de enero de 1915

Cuando Mustafa Kemal entró en la sala del trono, el rostro del sultán estaba angustiado. Sus grandes ojos se mantenían cerrados y tenía la cabeza inclinada. No se había aseado aquella mañana y su aspecto era lamentable.

—¿Qué sucede, sultán? —preguntó el general.

—¿No lo sabéis?, pues a esta hora conoce la noticia todo Estambul.

Mustafa conocía las muertes violentas de la noche anterior, pero se resistía a que no se lo contara su angustiado monarca.

—Han matado a mi secretario de economía, Armen Movsisian, a tan solo unos metros de palacio. Nuestros enemigos están por todas partes —dijo el sultán en voz baja.

—Era un maldito armenio, qué importa su vida. Hace mucho tiempo que le pedimos que lo destituyera.

—Su familia ha servido a la mía durante más de doscientos años. ¿Por qué iba a destituirlo?

—Porque era cristiano y ya sabe lo que opina el pueblo de los favoritismos a los cristianos.

—¿Favoritismos con los infieles? Pueden criticar mi gobierno, pero he sido implacable con los armenios rebeldes.

—¿Acaso los hay leales? —preguntó Mustafa con media sonrisa.

—Pero, eso no es todo. Alguien mató a dos soldados de la guardia y, lo que es más grave, han asesinado a Yapar Büyükanýt —dijo el sultán horrorizado.

—¿El maestro de la
madraza
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más famosa de Estambul?

—Sí, en cuestión de horas comenzará una matanza en la ciudad. Será el caos.

—¡No lo permitiré! —gritó Mustafa—. Los ingleses están preparando un asalto a la ciudad. La ira contra los creyentes tendrá que esperar. Sacaré todos los soldados a las calles y protegerán hasta el último armenio. Cuando el peligro haya pasado en Estambul y los ingleses se alejen, ya veremos lo que hacemos con esos malditos armenios.

El sultán lo miró sorprendido. Nunca había visto a Mustafa Kemal tan alterado, normalmente era un hombre frío e inexpresivo.

60

De Erzerum a Ereván, 24 de enero de 1915

El tren marchó con puntualidad suiza hasta la zona armenia. Ninguno de sus guías podía creerse que hubieran atravesado toda Turquía sin el más mínimo incidente. La explicación parecía encontrarse en un grupo de altos funcionarios del Gobierno que viajaban en el tren y por los que se había dado preferencia al convoy.

Hércules parecía siempre como ausente. Apenas hablaba con nadie y se pasaba las horas observando el paisaje por la ventana. Lincoln y Alicia intentaban animarle, pero sin conseguirlo del todo. Poco a poco su relación iba afianzándose, aunque también discutían con frecuencia. Nikos y Roland conversaban animadamente sobre multitud de temas y, los cinco guías que les acompañaban vigilaban discretamente a los pasajeros que pasaban por su vagón.

Tras su llegada a Erzerum el camino se hacía más peligroso y difícil. No había comunicación con Ereván, pero lograron alquilar un pequeño camión, que intentaron hacer más confortable con varios colchones. La carretera principal estaba cortada, por lo que tuvieron que utilizar varias carreteras secundarias para acercarse a la frontera rusa.

El espectáculo espeluznante de miles de armenios desplazados hacia el oeste les acompañó el resto del viaje. La excusa oficial era que el Gobierno quería alejarlos de la zona de conflicto, pero los kurdos y otros pueblos no eran molestados. Las columnas de desplazados tenían un aspecto patético. Hombres, mujeres y niños atravesaban los campos helados, sin apenas comida, ropa o agua. Los soldados los escoltaban indiferentes. Si un anciano o un niño caía extenuado en el camino, allí lo dejaban a su suerte. Normalmente eran asaltados por kurdos y otros grupos, que les quitaban los zapatos y sus pobres posesiones, para dejarlos morir sin compasión.

Los soldados no los pararon ni una sola vez. Tenían miedo de que un rápido avance ruso los atrapara, pero los rusos concentraban sus fuerzas más al norte, por la zona de Kars y Ardahán. Las diferencias que percibieron al atravesar la frontera rusa fueron notables. Las tierras estaban labradas y sembradas, los campesinos vestían ropas más ricas y su aspecto era más saludable. Sorprendía el cuidado de los edificios y en especial de las iglesias, que era muy distinto al de la parte turca, con iglesias quemadas y abandonadas.

El camión llegó a Ereván. El grupo se encontraba agotado, pero en contra de lo que imaginaban, la ciudad tenía todo tipo de comodines y su aspecto era completamente europeo. Al fondo de la ciudad se veía el gran monte Ararat, donde según la tradición cristiana había reposado el Arca de Noé después del diluvio.

Los guías les llevaron hasta una de las iglesias de la ciudad a la que llamaban catedral. Subieron una gran escalinata y se introdujeron en la iglesia. A pesar de las imágenes, su interior tenía poco que ver con las recargadas iglesias ortodoxas en Grecia o Egipto. La luz penetraba por todas partes y las telas púrpuras y los tapices recubrían las frías piedras de los muros.

—Descansaremos hoy en la ciudad —dijo Artmut, el jefe de los guías.

—¿No podemos salir esta misma noche? —preguntó Hércules.

—Sería inútil. Llegaríamos a Bakú de noche y de todas formas tendríamos que perder un día, hasta que saliera el primer barco —contestó Artmut.

—Estamos agotados, nos vendrá bien un descanso —dijo Lincoln, animando a su amigo.

—Está bien —contestó, resignado, Hércules.

—Seremos huéspedes del obispo Levon Kocharian. Es uno de los hombres más prestigiosos de toda Armenia —dio Artmut.

—Me sobrestima —dijo un sacerdote, que se acercaba a ellos por el largo pasillo. No vestía los hábitos episcopales. Su indumentaria era parecida a la de algunos sacerdotes anglicanos. Traje negro, camisa negra lisa y un alzacuellos blanco.

—Eminencia, Levon Kocharian, me alegra volver a verle —dijo Artmut, fundiéndose en un abrazo con el obispo.

—¿No me vas a presentar a tus amigos?

Artmut hizo las presentaciones. El obispo saludó uno a uno a sus invitados, pero se detuvo en Hércules.

—¿Ustedes son los que quieren visitar el valle de los Asesinos? —le preguntó sin soltar la mano.

—Sí —contestó Hércules, aturdido por la expresión de la cara del obispo.

—Allí hay algo más que páramos solitarios y arboledas. Desde hace siglos se concentra toda la potencia del mal entre los muros de los castillos que levantaron los
assassini.
Dice la leyenda que el que se adentra en el valle se convierte automáticamente en uno de ellos.

—Tendremos cuidado —comentó Hércules, soltando la mano del obispo.

—Hay cosas que la voluntad humana no puede controlar. Como usted no puede disimular la angustia de su mirada.

Hércules lo miró sorprendido, pero luego pensó que todo era un truco. El mensajero que había avisado de su llegada, también le había hablado de la situación de Yamile.

—Estamos preparados para enfrentarnos con lo que sea —dijo Hércules.

—No se puede combatir el mal con armas humanas. Se lo aseguro. Tendrán que aprender a luchar contra él con otro tipo de pistolas.

—Lo siento padre, pero yo no creo en el agua bendita y todas esas mojigaterías religiosas.

El obispo frunció el ceño y lo miró directamente a los ojos. Después relajó la expresión y puso una mano sobre sus hombros.

—Perdóneme, no es de buen anfitrión discutir con sus huéspedes recién llegados y cargados de maletas. Le pediré a mi criado que los acomode, y esta noche en la cena seguiremos hablando.

Todos se dirigieron a sus habitaciones y el obispo se acercó al altar mayor. Comenzó a rezar en voz alta, hasta que una imagen terrible cruzó su mente y empezó a sudar.

61

Ereván, 24 de enero de 1915

La casa pastoral del obispo era modesta, pero estaba bellamente decorada. Hércules había visitado algunos palacios episcopales en España y la suntuosidad y el lujo contrastaban con la decrepitud de sus titulares. Levon Kocharian era un hombre joven para el cargo que ostentaba. Sus rasgos infantiles todavía se descubrían debajo de una barba rubia, no muy poblada y larga. Sus ojos azules se achinaban al sonreír y, cuando no le llevabas la contraria, se deshacía en halagos y amabilidad.

No había habitaciones para todos, pero Hércules y Lincoln recibieron una de las habitaciones más amplias, Alicia fue acomodada en una habitación sola, mientras que a Nikos Kazantzakis y Roland se les alojó en otra.

Después de darse un baño relajante, el primero que se daban desde su salida de Atenas, el grupo se dirigió al gran salón. En el centro, una gran mesa de caoba con diez sillas, estaba servida con varios manjares. A todos se les fueron los ojos tras la comida. Su alimentación a base de conservas había sido uno de los suplicios del viaje.

El obispo Levon Kocharian estaba sentado en la cabecera de la mesa. Hércules y Nikos se pusieron uno a cada lado, después Alicia, Lincoln y Roland.

—Me imagino que mi buen amigo Crisóstomo Andrass les habrá contado la historia de nuestro desgraciado pueblo.

—Nos informó de la situación actual y de las persecuciones que empezaron en el siglo pasado —dijo Hércules.

—No siempre hemos sido un pueblo perseguido —dijo el obispo, haciendo un gesto para que los criados sirvieran el vino—. Hubo una época en la que fuimos una nación admirada y temida por nuestros vecinos. Estamos orgullosos de ser la primera nación que adoptó el cristianismo como religión de Estado. La Iglesia armenia actual es la heredera de esa tradición. Nuestra sede es independiente de la católica y las iglesias ortodoxas de los países del Este.

—¿No son ortodoxos? —preguntó Lincoln.

—No exactamente, nuestra iglesia se separó de Roma en el 451 después de haber rechazado el Concilio de Calcedonia. La Iglesia apostólica armenia forma parte de la comunión ortodoxa oriental, pero no es una Iglesia ortodoxa oriental. Nuestras creencias son muy diferentes. San Gregorio el Iluminador fue nuestro gran patrón. Debido a sus creencias, fue perseguido por el rey pagano de Armenia, y fue castigado a ser lanzado por un acantilado en Khor Virap.

—¿Por qué le llaman el Iluminador? —preguntó Alicia.

—Él obtuvo el título de Iluminador porque ilumina los espíritus de los armenios trayendo la fe cristiana a estas tierras.

—Entonces, ¿el pueblo armenio no puede explicarse sin la Iglesia armenia? —dijo Nikos—. Algo parecido sucede en Grecia con la Iglesia Ortodoxa griega.

—En el año 406, la situación política de Armenia parecía incierta, pero el rey de Armenia, Mesrop Mashtots, realizó una renovación nacional. Creó el alfabeto único para adaptarse a las necesidades de la población y gracias a él, se inició una nueva Edad de Oro. Pero durante siglos, el paganismo acechó a Armenia. En el siglo
v
, el Imperio sasánida del sah Yazdegerd II, trató de conquistar Armenia e imponer la religión zoroástrica. Pero esto provocó una rebelión al mando de uno de nuestros caudillos, Vartan Mamikonian, que lideró a los rebeldes. Yazdegerd mandó un gran ejército para aplastarle y los dos contendientes se enfrentaron en la batalla de Avarayr. Los sesenta y seis mil rebeldes, en su mayoría campesinos, perdieron la esperanza de ganar la batalla, cuando Mamikonian cayó muerto. Sabían que sin su liderazgo no tenían posibilidad de enfrentarse al numeroso ejército persa. A pesar de la derrota, nuestro pueblo no se resignó y comenzó una posterior guerra de guerrillas que desgastó a los persas y desembocó en el Tratado de Nvarsak, que garantizaba la libertad religiosa a los armenios. Fue nuestra primera batalla por la libertad —dijo el obispo, comenzando a comer el primer plato.

—Hay algo en lo que no estoy de acuerdo, Armenia es cristiana, pero no tiene que pertenecer a la Iglesia apostólica armenia. La iglesia oficial muchas veces ha dado la espalda al pueblo y ha servido al invasor de turno —dijo Roland—. Tampoco ha hecho nada para impedir el asesinato de misioneros extranjeros, ni de cristianos de otras confesiones, cuando los turcos empezaron a perseguirlos, la Iglesia armenia miró para otro lado.

—No siempre hemos podido ayudar a todos. Primero hemos ayudado a los nuestros, pero ahora todo el pueblo armenio está unido contra los turcos —dijo el obispo.

—Pero a favor de Rusia. Mientras tengamos un amo, no seremos libres —dijo Roland, alzando algo la voz.

El obispo le hincó la mirada. Respiró hondo y le contestó.

—Nuestra historia ha sido siempre un peligroso equilibrio entre lo ideal y lo posible. Primero tendremos que estar bajo el yugo suave de Rusia, al menos ellos son cristianos como nosotros. Lo mismo sucedió en el año 591, cuando el gran guerrero y emperador bizantino Maurice derrotó a los persas e incorporó parte del territorio de Armenia a su imperio. No éramos libres, pero estábamos mejor que con los persas —dijo el obispo.

—Sí, pero las luchas de las diferentes facciones cristianas debilitó a Bizancio y nuestro pueblo también aceptó con agrado la invasión de los ejércitos musulmanes —contestó Roland.

El resto de comensales seguía con dificultad la conversación. Cuando los dos armenios se enfadaban hablaban en su idioma, dejando al resto fuera de la discusión. El obispo, comenzando a perder la compostura, dijo al joven:

—Sin embargo, muchos armenios apoyaban a los bizantinos. El mismo emperador Heraclio era de origen armenio, como sucedió también con el emperador Philippicus. El emperador Basilio I, que tomó el trono bizantino en 867, fue el primero de lo que se considera la dinastía armenia. Me temo que esos misioneros protestantes ingleses te han explicado una historia distinta a la verdadera.

—No eran ingleses, eran norteamericanos, pero la historia la aprendí de mi padre, que era un gran hombre y un gran estudioso —dijo Roland ofendido.

—Bueno, caballeros. Lo importante ahora es que tienen un enemigo temible. Durante todo el camino hemos visto filas interminables de deportados. Muchos no llegarán con vida a la costa —dijo Hércules.

—La situación empeorará si los turcos avanzan en el frente —comentó Nikos—. Grecia e Italia están en negociaciones con Gran Bretaña para entrar en la guerra. Creo que los rusos han pedido desesperadamente que los ingleses abran un nuevo frente a los turcos. Temen que logren romper sus líneas y hagan una pinza con el ejército alemán.

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