Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
—Entonces, la secta de los
assassini
no solo existe, sino que sigue teniendo mucho poder —dijo Hércules.
—Muchísimo poder, por eso nos localizaron. Seguramente tienen informadores dentro del ejército británico —dijo Garstang.
Yamile se levantó de la mesa y les pidió que la disculparan. Hércules la acompañó hasta el camarote y regresó al comedor. Alicia observó la mirada triste de Hércules. Nada deseaba más que su felicidad. La princesa no le había caído bien desde el principio, pero ahora que conocía su historia y la veía enferma, no podía evitar sentir un profundo pesar por ella.
—¿Qué tal se encuentra? —preguntó Alicia levantándose y acercándose a Hércules.
—Mal. Cada día peor.
—¿Cuánto tiempo le queda? —preguntó Garstang.
Alicia le hincó la mirada y el arqueólogo agachó la cabeza.
—No sé, tal vez un mes o dos. No creo que aguante mucho más —dijo Hércules, sin poder evitar que se le hiciera un nudo en la garganta.
—Tenemos que ser muy rápidos. Al-Mundhir tiene el rubí, pero estoy seguro de que ha encontrado alguna manera de llegar a Atenas. Él escuchó perfectamente que la única persona que puede descifrar la inscripción vive allí —dijo Lincoln.
—Tendremos que tenderle una trampa y recuperar la joya. Una vez que la tengamos, Yamile mejorará —dijo Alicia.
—Eso espero. Lo siento, pero no creo que una piedra pueda cambiar las cosas. Pienso que Yamile engañó a los
assassini
haciéndose pasar por la mujer del califa, pero que en realidad se trataba de una de las concubinas más jóvenes del harén. El contacto con la joya le ha producido algún tipo de reacción y eso la ha hecho enfermar, pero de modo alguno una joya puede rejuvenecer a una persona.
—Pero Hércules, eso no tiene sentido. ¿Por qué nos iba a mentir a nosotros? —dijo Alicia.
—No lo sé. Tal vez no acepta su pasado.
—Entonces, ¿por qué buscar la joya? Si no puede salvarla —dijo Lincoln.
—Mire, Hércules. He dedicado toda mi vida a la ciencia, creo que el método científico nos ha liberado de la esclavitud de la ignorancia, pero sé que hay muchas cosas que no podemos cuantificar, medir o pesar. Llámelo fe si quiere, pero sin ella, la vida no tendría sentido —dijo Garstang.
—Yo solo tengo fe en esto —dijo Hércules levantando sus manos.
—Pues vamos a necesitar algo más que eso para salvar a Yamile —dijo Lincoln levantándose de la mesa mientras seguía diciendo—: Nos enfrentamos a fuerzas oscuras, que tienen poderes que el hombre ha olvidado hace mucho tiempo. Será mejor que empecemos a aceptarlo, si queremos salir victoriosos.
Alejandría, 11 de enero de 1915
El árabe se acercó al navío. Observó cómo los marineros cargaban lentamente la mercancía. Era de noche y el puerto, normalmente atestado, se encontraba vacío y silencioso. Aprovechó el descuido de la tripulación y se introdujo en un inmenso tonel vacío. Un fuerte olor a pescado le revolvió las tripas, se tapó la boca con la mano y esperó en silencio a que le introdujeran en la gran bodega.
Unos minutos más tarde se encontraba en las entrañas del barco. Salió del tonel y miró a su alrededor. Apenas se veía nada. Estaba completamente a oscuras. Buscó en su bolsa un mechero de mecha y lo encendió. Miró la gran sala. Había cientos de cajas de diferentes tamaños. Se acercó a una y la abrió, dentro había suficientes latas para alimentarse durante todo el viaje.
Se sentó en el suelo e intentó calcular qué hora era y dónde se encontraba la Meca. Cuando se sintió seguro, se puso de rodillas y comenzó sus oraciones.
Mientras oraba, su mente voló a su pequeña aldea de Persia. Se imaginó a su madre trayendo un gran cuenco de leche de cabra y las risotadas de su padre cuando regresaba del huerto.
¿Qué habrá sido de ellos?,
se dijo. Notó un fuerte pinchazo en el corazón e intentó frenar una lágrima que se escapaba de sus ojos.
Rebuscó en uno de los bolsillos y sintió el tacto frío de la joya. A medida que la frotaba entre los dedos, comenzó a calentarse y a él le invadió una especie de paz. Abrió los ojos y al mirar hacia su mano, vio como la joya brillaba en medio de la oscuridad.
Alejandría, 15 de enero de 1915
Los cinco hombres de la sala parecían adormilados a aquella hora de la mañana. Vestían uniformes impecables, su cara estaba afeitada, pero sus ojos no podían disimular la tensión de las últimas semanas.
Un alto oficial entró en la sala. A diferencia del resto, su rostro no expresaba dudas, fatiga o cansancio. Se sentó en la mesa y con una gran sonrisa dio por comenzada la reunión.
Varios de los oficiales se fueron levantando y leyendo diferentes informes. Uno sobre las defensas marítimas del enemigo, otro sobre las fuerzas de tierra, hasta un total de cinco exposiciones. Cuando el último hombre hubo terminado, el oficial al mando se levantó de la mesa y se dirigió hacia un gran mapa que había colgado en la pared. Señaló un punto del mapa y comenzó a hablar.
—Por lo que han informado, nuestras fuerzas son superiores por mar y tierra. Los turcos no están preparados para resistir nuestro ataque. Durante los meses de enero y febrero atacaremos las defensas turcas con nuestra flota. De esa manera prepararemos el terreno para la invasión. Hemos ido reuniendo tropas de Australia y Nueva Zelanda, soldados voluntarios que estaban destinados al frente de Francia, pero que ahora son más útiles aquí —dijo el hombre.
—Sí, señor. Disponemos de miembros de la infantería formados en Australia y Nueva Zelanda
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que comprende la 1ª División de Australia y de Nueva Zelanda. También nos han asignado la 29ª División británica, de la Royal Navy, y el Cuerpo Expedicionario Francés Oriental
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—dijo uno de los oficiales.
—Gracias contestó el oficial al mando—, se ha decidido que las fuerzas de tierra son necesarias para eliminar la artillería turca móvil. Esto permitirá detonar explosivos para limpiar las aguas de los buques más grandes. El secretario de Estado británico para la guerra, lord Kitchener, nos apremia para que demos comienzo a las operaciones. Se han producido retrasos de más de seis semanas en el despliegue de las tropas que vienen de Gran Bretaña; si la situación continúa, la misión puede peligrar. Además, las fuerzas turcas tendrían tiempo para preparar sus defensas para un asalto. Saben que Egipto está lleno de espías y confidentes turcos —dijo el oficial al mando.
—A eso hay que añadir la sorprendente rapidez con la que los turcos reponen sus existencias de municiones y otros suministros. Hemos infravalorado la capacidad de nuestros enemigos, nuestro ejército en Oriente Medio está encontrando serias dificultades para mantener sus posiciones y avanzar —dijo un oficial.
—Esos malditos turcos estarían perdidos si no fuera por los alemanes. El Quinto Ejército Turco está bajo el mando del asesor alemán, el general Otto Liman von Sanders —dijo uno de los oficiales.
—El Quinto Ejército es el encargado de defender las dos orillas de los Dardanelos, integrado por seis de las mejores divisiones de Turquía con un total de 84.000 hombres. En Bulair, cerca del cuello de la península de Gallípoli, se encuentran las Divisiones 5ª y 7ª. En el cabo Helles, en la punta de la península, y a lo largo de la costa del Egeo, se sitúa la 9ª División y, en la reserva en Gaba Tepe, en el centro de la península, la 19ª División, bajo el mando de Mustafa Kemal. La defensa de la costa de Asia a Kum Kale, que se encuentra a la entrada de los Dardanelos, está asignada a la 3ª y la 11ª División del ejército —dijo otro de los oficiales, señalando las fuerzas enemigas en el mapa.
El grupo de oficiales comenzó a murmurar entre sí, hasta que el oficial al mando alzó la voz y dijo:
—Estamos esperando que uno de nuestros informadores llegue de Estambul, y, si su información es correcta, el plan de invasión está previsto para el 25 de abril de este año. En primer lugar, desembarcará la 29ª División en el cabo Helles, en la punta de la península y luego avanzaría a los fuertes en Kilitbahir. El
anzac
cubrirá la franja de tierra al norte de Gaba Tepe en la costa del Egeo, una zona no muy dura, desde donde puede avanzar a través de la península y prevenir la retirada de los refuerzos o de Kilitbahir. Los soldados franceses podrán desembarcar con facilidad en Kum Kale en la costa de Asia —dijo el oficial al mando.
—Si es que son capaces de encontrar Asia en el mapa —bromeó uno de los oficiales y el resto estalló en una carcajada.
—Caballeros, no hablen así de nuestros aliados —dijo el oficial al mando con su media sonrisa—. Al menos no huelen a canguro.
La risotada fue general y el oficial al mando tuvo que pedir que se calmaran. Unos segundos más tarde, el grupo comenzó a concentrarse de nuevo en sus planes.
—Lo que me preocupa de verdad —dijo el oficial al mando mordisqueando su puro—, es la tardanza de nuestro confidente, sin su confirmación no podemos seguir con nuestro plan.
—No se preocupe. La situación en Turquía es desesperada y han reforzado los controles terrestres y marítimos, pero estoy seguro que nuestro hombre logrará atravesar las líneas.
—Eso espero por el bien de todos —comentó el oficial al mando lanzando una larga bocanada de humo.
Estambul, 15 de enero de 1915
Los cantos de los muecines resonaron por toda la ciudad. El sol ya se había puesto y los fieles se dirigían a la última oración del día mientras Roland Sharoyan intentaba llegar al puerto antes de que un control lo localizara. Había logrado atravesar el centro de la ciudad, que en la actualidad estaba ocupado por el ejército, pero llegaba tarde y su contacto podía haberse esfumado. No partían barcos para Grecia, a pesar de su frágil neutralidad, tampoco para Egipto y la única manera de salir del país era por tierra hasta Irak o en algún barco pesquero que se arriesgara a ser detenido por los guardacostas o hundido por algún barco aliado.
Roland miró a un lado y al otro antes de entrar en el barco. Le extrañó que el viejo capitán no saliera a recibirlo como en otras ocasiones, pero se imaginó que la prudencia le había mantenido aquella noche alejado de la cubierta. El crujido de sus propios pasos sobre la madera vieja del barco le causó un escalofrío. Acudieron a su mente los rumores que corrían por todo el imperio de que los soldados armenios estaban siendo detenidos en campos de concentración y que, en breve, le seguirían el resto de armenios. Se imaginó a su madre y a su hermana arrastradas por las calles de su pequeño pueblo en la provincia de Adana, como unos años antes le había pasado a su padre y se estremeció. Esa era la razón principal de su odio por los turcos. Su pueblo se había visto sometido a humillaciones y torturas, pero todo eso iba a terminar con la guerra. Se preparaba una gran revuelta y, tras la derrota de los turcos, recuperarían su Estado y su honor.
Roland se dirigió a la cabina del barco y llamó al viejo marinero.
—Abu, sal de donde estés escondido, soy yo y tenemos que partir cuanto antes. Ahora todo el mundo está en la oración y nadie controla el puerto.
Nadie respondió a las palabras del joven. Se acercó a la entrada y descorrió la cortina. Frente a él se encontraba el cuerpo del viejo. Sus ojos permanecían abiertos, pero el cuello cortado y la sangre que había cubierto todo su pecho y la madera, reseca, no dejaban lugar a dudas. Unas botas resonaron en la cubierta y Roland intentó lanzarse al agua, pero varias manos se aferraron con fuerza a sus delgados brazos y le derrumbaron al suelo. El joven sintió un fuerte dolor en la cabeza y percibió el olor a pescado podrido de la cubierta antes de perder por completo el conocimiento.
Atenas, 15 de enero de 1915
La llegada a Atenas no pudo ser en peor momento. El Gobierno griego intentaba no enemistarse con sus vecinos turcos, pero la derrota de Serbia y la toma de Belgrado habían complicado la situación en la región. La evacuación de las tropas en Corfú por la marina italiana y la reorganización de las tropas aliadas y su instalación en Salónica complicaba la política de neutralidad del Gobierno griego y de su rey, de origen alemán.
La tensa calma de la ciudad podía sentirse en las calles ocupadas por militares griegos, en los mercados vacíos y en la cara malhumorada de los atenienses.
El grupo buscó alojamiento en una discreta pensión del centro de la ciudad. Si alguien los buscaba, seguro que el primer lugar donde lo harían seria en los hoteles de Atenas. Hércules y sus compañeros sabían que para recuperar la joya, Al-Mundhir tenía que encontrarlos, pero ellos elegirían el lugar y el momento. La pensión estaba regentada por una oronda judía de origen sefardí. Era una charlatana impenitente, pero cocinaba muy bien, era limpia y a Hércules le hizo ilusión escuchar a alguien hablando en español, aunque fuera el viejo castellano del siglo
xv
.
Una vez instalados, Garstang reunió a todos en el salón de la casa para elaborar un plan.
—Una de las cosas fundamentales es localizar cuanto antes a Nikos Kazantzakis. Él es el único que puede traducir nuestra inscripción. No veo a Nikos desde su estancia en Francia y no le escribo desde hace cinco años. Esperemos que siga viviendo en la misma dirección.
—Pero, ¿quién es Nikos Kazantzakis? —preguntó Hércules.
—Ya les comenté que se trata de un escritor y filósofo griego. Estudió leyes en la Universidad de Atenas y filosofía en París, pero también es un aficionado al griego antiguo, en especial a la lineal A, que es el idioma en el que está la inscripción.
—Una vez que lo hayamos encontrado, si consigue traducir el texto de la estatuilla, ¿cómo atraeremos a Al-Mundhir? —preguntó Lincoln.
—Lo único que se me ocurre es dejar pistas en nuestras embajadas, para que sepa que estamos en la ciudad. Todos los días yo iré a la embajada británica y uno de ustedes comprobará si me sigue alguien. Después habrá que buscar un lugar amplio y espacioso donde enfrentarnos a él —dijo Garstang.
Alicia se puso en pie y se acercó a los hombres. Había estado sentada con Yamile, que intentaba descansar en uno de los sofás. En los últimos días, la princesa apenas se podía mover y no había probado bocado.
—No será tan fácil. Con toda seguridad, Al-Mundhir cuenta con
assassini
en Atenas. La última vez que nos enfrentamos a él fue extremadamente peligroso. Ahora tiene la joya y no va a dejar pasar esta oportunidad, debemos estar preparados para lo peor.