Authors: Jack Vance
Gersen pudo resumir al menos tres áreas de incertidumbre en la situación.
Primera: ¿Llevaría Malagate todavía armas o tendría acceso a las guardadas a bordo de la espacionave?
Segunda: ¿Sería alguno de aquellos dos hombres o ambos a la vez, sus cómplices? De nuevo una posibilidad, aunque menos importante.
Tercera y con un juego de circunstancias menos simple: ¿Qué ocurriría cuando la nave llegase a la estrella apagada de Dasce? Entonces, las circunstancias variables se amontonaban indefinidamente. ¿Conocería, Malagate el escondite de Dasce? De ser así, ¿lo reconocería a primera vista? Ambas respuestas le parecieron a Gersen ésta: probablemente sí.
La cuestión, entonces, sería la de cómo sorprender y capturar o matar a Hildemar Dasce, sin que Malagate pudiera darse cuenta. Gersen llegó a una decisión. Detteras había sugerido la necesidad de una relación amistosa. De una cosa estaba seguro: de que tal relación amistosa se pondría a prueba antes de transcurrido mucho tiempo.
Las horas pasaron monótonas e iguales y se estableció la rutina propia de los viajes espaciales. Gersen buscó la ocasión propicia y dejó suelto en el espacio el cuerpo de Suthiro. La nave se deslizaba sin esfuerzo alguno entre las estrellas a una velocidad fabulosa, por medios vagamente comprendidos por los mismos hombres que la controlaban.
El límite de la civilización humana y de la ley llegaba a su fin; en cualquier instante la nave atravesaría la frontera de Más Allá y continuaría su vuelo hacia las lejanas y remotas zonas de la Galaxia. Gersen continuó la discreta vigilancia de sus tres compañeros de viaje, imaginando quién sería el primero que demostraría ansiedad o sospecha por el inmediato destino de la espacionave.
Aquella persona fue Kelle, aunque cualquiera de los tres pudo haberlo hecho en la conversación que en voz baja sostenían aparte y que llegaba a oídos de Gersen.
—Esta no es un área que atraiga a un prospector; nos hallamos prácticamente en el espacio intergaláctico...
—Bien, debo confesarles que no me he portado con absoluta sinceridad con ustedes tres, caballeros —respondió Gersen.
Los tres rostros se volvieron hacia él y tres pares de ojos le escrutaron ansiosamente.
—¿Qué quiere usted decir? —estalló Detteras.
—No se trata de una cuestión demasiado seria. Me he sentido impulsado a apartarme un poco de nuestro objetivo principal. Pero en breve continuaremos en busca de nuestros problemas originales. —Levantó la mano al advertir que Detteras se disponía a interrumpirle—. No vale el amonestarme ahora, puesto que la situación es irreversible.
Warweave habló con voz glacial.
—¿De qué situación habla usted?
—Me alegraré de explicarla, y espero que estén conformes. Primero y ante todo, parece ser que me he convertido en enemigo mortal de un criminal bien conocido. Se llama Attel Malagate. —Y Gersen miró el rostro de sus compañeros cuidadosamente, uno por uno—. Sin duda habrán oído hablar de él, es uno de los Príncipes Demonio. El día antes de partir uno de sus lugartenientes, un repelente criminal llamado Hildemar Dasce, raptó a una joven por la que da la casualidad me encuentro muy interesado, y la ha llevado por la fuerza a su mundo privado. Me siento obligado hacia esa joven, porque está sufriendo por algo en lo que no tiene culpa alguna, todo reside en el deseo de Malagate de intimidarme o castigarme a su estilo. Creo haber localizado el planeta de ese Dasce y he planeado rescatar a esa joven. Espero su cooperación, señores míos.
Detteras habló el primero con voz velada por la rabia.
—¿Por qué no me contó sus planes antes de salir? Usted insistió en la urgencia de despegar, obligándome a posponer nuestros compromisos y causarnos muchos inconvenientes...
—Es cierto que debe tener algún motivo para estar resentido —repuso Gersen con la mayor calma—; pero puesto que mi propio tiempo también está limitado, pensé que lo mejor sería combinar ambos planes. Con un poco de suerte, este asunto no llevará mucho tiempo y continuaremos nuestro camino sin otra demora.
Kelle intervino entonces pensativo:
—¿Dice usted que el raptor ha llevado a esa joven a un mundo de esta zona?
—Creo que sí y así lo espero.
—¿Y espera usted que le ayudemos a rescatarla?
—Solamente en forma pasiva. Lo único que les pido es que no se mezclen en mis planes.
—Supongamos que el raptor presiente su intrusión. Y supongamos que le mata a usted.
—La posibilidad existe, claro está. Pero yo cuento con la ventaja de la sorpresa. Tiene que sentirse completamente seguro y creo que tendré no muchos problemas en reducirle.
—¿Reducirle?
—Sí, o matarle.
En aquel momento el acelerador Jarnell emitió un chasquido y la espacionave entró automáticamente en la velocidad ordinaria de los viajes interplanetarios. Frente a ellos, a proa, lucía una estrella roja. Si era doble, la compañera aún resultaba invisible.
—La sorpresa es el factor más decisivo —continuó Gersen—, por tanto, tengo que rogarles que ninguno de ustedes adviertan nada por radio, ya sea por malicia o por descuido.
Gersen ya se había cuidado de poner la radio fuera de servicio; pero no vio razón para poner a Malagate en guardia.
—Les explicaré mi plan para que no haya malentendidos. Primero, llevaré la nave lo bastante cerca de la superficie para inspeccionarla bien; pero de forma que evite la detección por radar. Si mis teorías son correctas y localizo el escondite de Dasce, iré al extremo más alejado del planeta y tomaré tierra a ras del suelo tan cerca de ese criminal como sea posible. Entonces tomaré el pequeño aparato volador auxiliar y haré lo que tenga que hacer. Ustedes sólo tienen que esperar mi regreso y luego continuaremos hacia el planeta de Teehalt. Sé que puedo contar con su cooperación; porque, por supuesto, me llevaré el archivo del monitor y lo esconderé en alguna parte antes de encararme con Hildemar Dasce. Como es lógico, voy a necesitar las armas que se hallan en el armario, y no veo que haya objeciones por parte de ustedes.
Ninguno habló. Gersen, mirando de uno a otro, estudió más intensamente que nunca a su sospechoso, divertido por dentro. Malagate debería hallarse frente a un espantoso dilema. Si se interfería y avisaba de algún modo a Dasce, Gersen podría ser asesinado y sus esperanzas de adquirir el mundo de Teehalt reducidas a cenizas. ¿Encargaría entonces a Dasce la nueva búsqueda del planeta? Seguro que no. Malagate era insensible y astuto.
Detteras dejó escapar un profundo suspiro.
—Gersen —dijo—, es usted un hombre muy astuto. Nos ha colocado en una situación tal que, por motivos sentimentales, nos vemos obligados a acatar su voluntad.
—Les aseguro que mis razones son irreprochables.
—Oh, sí, claro está. La damita en apuros. Todo eso está muy bien, seríamos unos desalmados si rehusáramos la oportunidad de rescatar a esa joven. Mi exasperación no estriba en sus objetivos personales, si nos hubiera contado la verdad, sino en su falta de sinceridad.
Puesto que nada tenía que perder, Gersen fingió humildad.
—Sí, quizá debí haberlo explicado todo antes. Pero estoy acostumbrado a trabajar y a resolver los problemas por mí mismo. En cualquier caso, la situación es ahora como la he descrito. ¿Puedo contar con la cooperación de ustedes?
—Humm... —murmuró Warweave—. Tenemos poca opción, como usted sabe.
—¿Señor Kelle?
Kelle asintió con la cabeza.
—¿Señor Detteras?
—Como Warweave ha hecho constar, no tenemos opción.
—Bien, en tal caso procederé según mis planes. El mundo en que voy a tomar tierra, por cierto, es una estrella muerta más bien que un planeta.
—¿El exceso de gravitación no será un grave inconveniente? —preguntó Kelle.
—Lo sabremos enseguida.
Warweave se volvió y centró su atención en la enana roja. Su oscura compañera se había hecho ya visible: un gran disco marrón grisáceo de tres veces el diámetro de Alphanor, moteado y reticulado en negro y pardo. Gersen estuvo encantado al descubrir grandes espacios ricos en detritus y la pantalla de radar indicó docenas de minúsculos planetoides y pequeñas lunas en órbita alrededor de cada estrella. Así pudo aproximarse a la estrella extinta sin temor a ser detectado. Un momentáneo cambio en el interfisionador frenó la espacionave, y otro posterior la llevó a un estado de suave descenso a un cuarto de millón de millas sobre la enorme masa que en aquellos momentos tenían bajo la espacionave.
La superficie era opaca y sin relieves, con vastas áreas cubiertas por lo que parecían ser enormes océanos de polvo de color chocolate. La silueta se destacaba con nitidez contra la negrura del espacio cósmico, revelando un leve rastro de atmósfera aún latente. Gersen consultó el macroscopio y escudriñó la superficie. Se le apareció la topografía en perspectiva, aunque el terreno resultaba difícil de observar en detalle. La superficie estaba sembrada de cadenas de volcanes con un espantoso revoltijo de hendeduras y enormes grietas, y como contraste un número considerable de antiguas erupciones plutónicas y cientos de volcanes, unos en actividad y muchos otros apagados o inactivos.
Gersen dirigió la lente hacia un picacho en la demarcación existente entre la luz y la sombra; el objeto no parecía moverse ni alterar su posición con respecto a la línea de sombras: aparentemente aquel mundo presentaba la misma cara a su compañero, al igual que el planeta Mercurio en relación al Sol. En tal caso, el refugio de Dasce tendría que hallarse en la superficie iluminada cerca del ecuador, directamente bajo el sol. Escudriñó con minuciosidad toda la región, bajo la máxima magnificación del aparato. El área era muy extensa, existían en ella una docena de cráteres de volcanes, grandes y pequeños.
Gersen anduvo buscando durante casi una hora. Warweave, Kelle y Detteras le observaban con los más diversos grados de impaciencia y sardónico disgusto. El observador revisó sus razonamientos. La estrella enana roja había sido señalada en una hoja usada con frecuencia en la
Agenda
estelar de Dasce, se había encontrado mediante el computador en el elipsoide y tenía una compañera oscura. Aquélla debía de ser la estrella. Y con toda probabilidad, el cráter de Dasce estaría localizado en algún punto situado dentro del área cálida alumbrada por el sol.
Una formación de carácter singular atrajo su atención: una meseta cuadrada con cinco montañas en forma radial al igual que los dedos de una mano. La frase del imp de Melnoy Heights le vino instantáneamente a la mente: Thumbnail Gulch (la quebrada del dedo pulgar).
Gersen inspeccionó la zona correspondiente al dedo pulgar de aquella formación orográfica en forma de mano con el máximo aumento de las lentes del macroscopio. En efecto, allí se observaba un pequeño cráter, que parecía mostrar un color ligeramente distinto y una estructura diferente a los demás. Mirándolo con detenimiento se observaba un ligero resplandor y la mota blanqueada de algo extraño a aquel mundo muerto. Gersen redujo el aumento de las lentes y estudió el terreno circundante. Aunque Dasce no pudiese detectar la aproximación de una nave a distancias planetarias, el radar podría avisarle de espacionaves que estuviesen próximas a tomar tierra en sus cercanías. Hizo descender la espacionave en dirección a otro extremo alejado del lugar en cuestión y lentamente, oculto tras el horizonte para tomar tierra tras la meseta que formaba la palma de aquella mano, lo que podría proporcionarle la ocasión de sorprender a su enemigo.
Almacenó la información necesaria en el computador y conectó el piloto automático. La nave viró y comenzó a descender.
Kelle, incapaz de contener más tiempo su curiosidad, le preguntó:
—¿Y bien? ¿Ha encontrado lo que estaba buscando?
—Creo que sí, aunque aún no estoy muy seguro.
—Si no toma las precauciones necesarias nos coloca en una situación muy inconveniente.
Gersen asintió con la cabeza.
—Eso es lo que intentaba explicar hace poco. Estoy seguro de que ayudarán, al menos pasivamente.
—Ya acordamos hacerlo.
La estrella oscura descollaba con claridad bajo la nave. Tomó tierra suavemente en una formación de rocas desnudas, a un cuarto de milla de una elevación compuesta por unas bajas colinas ennegrecidas. La piedra tenía la apariencia del ladrillo, y la planicie de los alrededores presentaban el aspecto de un barro seco de color marrón.
Sobre sus cabezas, la enana roja parecía enorme. La nave expandía una densa sombra negra sobre el terreno. Un suave viento soplaba formando pequeños remolinos de polvo a través de la planicie.
—Bien, supongo que sería correcto que dejara aquí el archivo —dijo Detteras pensativamente—. ¿Porqué convertirnos en víctimas?
—No pienso dejarme asesinar, señor Detteras...
—Pero sus planes pueden fracasar.
—En tal caso, sus apuros serán triviales comparados con los míos. ¿Puedo tomar las armas?
Abrió el armario y los tres prohombres de la Universidad observaron con mirada hosca cómo Gersen se armaba. Este les miró a la cara, uno por uno. En la mente de uno de ellos debería existir en aquel momento un febril intento de algo desesperado. ¿Actuaría en la forma que Gersen sospechaba, es decir, reservándose para más tarde? Había una oportunidad que era preciso aprovechar. Suponiendo que estuviese equivocado, que no fuese el planeta que buscaba y Malagate lo supiera, y suponiendo además que Malagate, por alguna intuición, sospechase el objetivo de Gersen, estaría dispuesto a sacrificar sus deseos de obtener el planeta de Teehalt con tal de dejar a Gersen abandonado a su suerte por la eternidad en la estrella apagada que yacía bajo sus pies. Había, además, una precaución que era indispensable adoptar y que Gersen habría sido el más imbécil de los hombres de haberlo olvidado. Se dirigió hacia el cuarto de máquinas de la nave, y sacó de su sitio un pequeño dispositivo, componente vital del reactor de energía, que no obstante, en caso necesario, podría ser refabricado con ingenio y paciencia. Se lo echó al bolsillo junto con el archivo. Warweave, de pie en el umbral, le vio maniobrar sin hacer el menor comentario.
Gersen se vistió con un traje espacial y se dispuso a abandonar el navío. Abrió la escotilla delantera, descolgó el pequeño aparato volador auxiliar, cargó en él otro traje de repuesto y tanques de oxígeno y sin otra ceremonia abandonó la espacionave. Se dirigió volando a ras del suelo hacia Thumbnail Gulch con un suave viento zumbando en el parabrisas.