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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (130 page)

BOOK: El quinto día
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—¿Cómo está la moral, Jude?

—Muy bien, señor. El ataque nos ha causado un gran pesar, pero tenemos todo bajo control.

—¿Está motivada la gente?

—Más que nunca.

—Estoy preocupado. —El presidente parecía cansado. Estaba solo en el centro de mando de la base—. Hemos evacuado Boston. En Nueva York y Washington no queda nadie. Y además recibimos noticias terroríficas de Filadelfia y Norfolk.

—Lo sé.

—El país se va a pique. Y mientras tanto lo único que se hace es hablar de una inteligencia no humana que vive en el mar. La verdad es que me gustaría saber quién es el que se ha ido de la lengua.

—¿Qué importancia tiene eso, señor?

—¿Que qué importancia tiene? —El presidente dio un golpe en la mesa con la palma de la mano—. ¡Si Estados Unidos asume el mando, no aceptaré jugadas individuales de ningún hijo de puta de la ONU! Sólo porque ahí cada uno cree que tiene que meter en el juego a su maldito país. ¿Sabe qué está pasando ahí fuera, la dinámica que adquiere el asunto?

—Sé exactamente lo que está pasando.

—Entonces es que alguien de su círculo interno ha abierto la boca.

—Con todo respeto, señor, cualquiera podría haber llegado a la hipótesis de los yrr. Por lo que he oído, la mayoría de las suposiciones que se barajan en todo el mundo siguen girando en torno a fenómenos naturales y al terrorismo internacional. Esta mañana un científico de Pyongyang...

—Dijo que nosotros somos unos canallas. —El presidente hizo un gesto de displicencia—. Lo sé. Que tenemos submarinos ultrasilenciosos y atacamos nuestras propias ciudades para inculpar a comunistas inocentes. Vaya imbecilidad. —Se inclinó hacia adelante—. Aunque en el fondo no me importa. La verdad es que me importa un comino la popularidad. Quiero ver el problema resuelto, ¡quiero nuevas opciones sobre la mesa! Jude, maldita sea, ya no queda un solo país en condiciones de ayudar a otro. ¡Hasta los Estados Unidos de América tienen que pedir ayuda! Nos arrollan, nos envenenan, nuestros ciudadanos huyen al interior, y yo tengo que refugiarme en un sector de seguridad como si fuera un topo. En las ciudades reinan el saqueo y la anarquía. Los militares y las fuerzas del orden están completamente desbordados. La población no tiene más que alimentos contaminados y medicamentos ineficaces.

—Señor...

—Dios todavía tiende su mano protectora sobre Occidente, pese a que en cuanto metemos el pie en el agua, nos arranca los dedos de una dentellada. En las costas de América y Asia las poblaciones de gusanos son cada vez más densas, y La Palma está prácticamente fuera de juego. No me entristece que diversos gobiernos de aquí y de allá se tambaleen, pero en lo que a sus sistemas armamentísticos se refiere, en estos momentos no podemos ocuparnos de vigilar en qué manos caen.

—En su último discurso...

—No me hable. Me paso el día formulando declaraciones llenas de apasionamiento, y ninguno de esos redactores de discursos las recoge. Ninguno de ellos comprende lo que quiero decir a este país y al mundo ante Dios. Yo les digo: difundan confianza. El pueblo americano debe ver la determinación de un comandante en jefe que hará todo lo necesario para ganar esta batalla, por más que el enemigo oculte su rostro mil veces. El mundo debe recobrar fuerzas. Nosotros no queremos engañar a nadie; tenemos que prepararnos para lo peor, ¡y encontraremos el camino! Eso es lo que les digo, pero cuando difunden confianza se vuelven inverosímiles y patéticos, y a ello se añade su propio pánico. Me pregunto si alguno de ellos me escucha.

—Pero la gente sí que lo escucha —aseguró Li—. En este momento usted es una de las pocas personas a las que escuchan. Usted y los alemanes.

—Los alemanes, sí. —Los ojos del presidente se estrecharon—. Por cierto, ¿es verdad que los alemanes planean su propia misión?

Li estuvo a punto de caerse de la cinta. ¿A qué venía ahora esa tontería?

—No, de ninguna manera. Nosotros estamos guiando al mundo. Estamos legitimados por las Naciones Unidas. Alemania coordina Europa, pero trabajan en estrecha colaboración con nosotros. Piense en La Palma.

—¿Y entonces por qué la CÍA me dice que es así?

—Porque Jack Vanderbilt divulga esas cosas.

—Vamos, Jude.

—Sí, siempre ha sido y será un intrigante.

—Muchacha, cuando llegue la hora de que usted ocupe el lugar que se merece, Vanderbilt ni siquiera estará cerca.

Li dejó ir lentamente el aire. Había mostrado emoción. Había salido de su trinchera y en ese momento quizá había revelado demasiado de sí misma. Eso no estaba bien. Tenía que recuperar el aplomo.

—Naturalmente —dijo sonriendo—, no veo en Jack un problema sino un aliado.

El presidente asintió.

—Los rusos han enviado un equipo que ha informado exhaustivamente a la CÍA sobre la situación en la costa del mar Negro y tenemos estrechos contactos con China. Probablemente lo de los alemanes es una patraña. En realidad no tengo la impresión de que estén actuando por su cuenta, pero ya sabe los rumores que corren por los medios en épocas como ésta. No, podemos estar satisfechos. De hecho es impresionante la cantidad de personas de diversas naciones que rezan al Señor cuando el demonio sale del mar. —Se pasó la mano por los ojos—. Bien, ¿y cuánto falta? No quise preguntárselo delante de los demás, Jude, pues no deseo ponerla en la desagradable situación de tener que disimular, pero ahora sea sincera, ¿cuánto falta exactamente?

—Estamos a punto de conseguirlo.

—¿Qué significa a punto de conseguirlo?

—Rubin opina que si todo va bien terminará en uno o dos días. En el laboratorio hemos conseguido algo importante. Hay una sustancia aromática por medio de la cual se comunican los yrr. Pues bien, fabricaron artificialmente la sustancia y...

—Ahórreme los detalles. ¿Rubin dice que lo conseguirá?

—Está completamente seguro, señor. Y yo también.

El presidente frunció los labios.

—Confío en usted, Jude. Por lo demás, ¿alguna complicación con sus científicos?

—No —mintió—. Todo funciona perfectamente.

¿Por qué formulaba esa pregunta? ¿Acaso Vanderbilt había...?

Tranquila, Jude. Es un comentario casual. Eso no le convenía a Vanderbilt. La bolsa de grasa tenía mala lengua, pero no haría nada que lo pusiera fuera de circulación.

—Señor —dijo—, estamos muy avanzados. Le he prometido acabar con este asunto en beneficio nuestro, y lo haré. Salvaremos al mundo. Los Estados Unidos de América lo salvarán. Usted salvará al mundo.

—Como en el cine, ¿no?

—Mejor.

El presidente asintió sombrío. Luego sonrió súbitamente. No era del todo su sonrisa radiante de siempre. Pero en ella había algo de la inquebrantable voluntad de victoria por la que era admirado y venerado.

—Que Dios la acompañe, Jude.

Se desconectó. Li se quedó en su cinta; de pronto se preguntó si realmente lo lograrían.

Centro de Información de Combate

Más allá de lo que revelara el mensaje sobre el enemigo del mar, los gruñidos del estómago de Shankar daban tan elocuente testimonio de las necesidades objetivas de la bioquímica humana que al cabo de un rato Crowe no pudo soportarlo más y le mandó a comer.

—No necesito comer nada —insistió Shankar.

—Por favor —dijo Crowe.

—No tenemos tiempo para ir a comer.

—Ya lo sé. Pero tampoco sirve de mucho que en algún momento encuentren nuestros huesos blanqueados. Al menos yo me alimento de Lucky Strike. Vamos, Murray, ve a comer algo, vuelve fortalecido y resuelve nuestros problemas con un constructivo eructo.

Shankar se marchó, y ella se quedó sola.

Necesitaba estar sola. No tenía nada que ver con Shankar. Él era un científico brillante que le era de gran ayuda. Pero venía de la acústica, y tenía dificultades con las formas de pensamiento no humanas. Y además Crowe siempre había tenido las mejores ideas cuando no tenía nada ni a nadie a su alrededor, salvo humo.

Fumó un cigarrillo y volvió a revisar el asunto.

H2O. Vivimos en el agua.

El mensaje parecía el dibujo de un tapiz. Un informe hecho de H2O, siempre igual, pero cada H2O llevaba acoplado algún tipo de dato adicional. Millones de esos pares de datos en fila. En la versión gráfica se convirtieron en imágenes llenas de líneas. Por supuesto, era evidente que los datos adicionales describían propiedades del agua o algo que vivía en el agua.

Pero quizá esta idea era errónea.

¿Qué les transmitían los yrr?

Agua. ¿Y qué más?

Crowe reflexionó. De golpe se le ocurrió un ejemplo. Pensemos en dos enunciados. Primero: esto es un cubo. Segundo: esto es agua. Entonces el resultado es: un cubo de agua. Las moléculas de agua eran idénticas; los datos que describían el cubo, en absoluto: diferían en cuanto a la forma del mismo, su estructura superficial, sus posibles dibujos, etc. Tenía por tanto un conjunto de datos que describían un cubo, desglosado en miles de enunciados particulares, lo cual era algo diferente. Y en cuanto a la afirmación de que el cubo estaba lleno de agua, para hacerla no había más que agregar a cada uno de los enunciados sobre el cubo el enunciado adicional «agua».

Por otra parte, H2O se acoplaba a datos que describían algo que no tenía nada que ver con el agua. Es decir, a un cubo.

Nosotros vivimos en el agua.

¿Y dónde está el agua? ¿Cómo se pueden formular enunciados sobre el lugar de algo que en sí mismo no tiene forma?

Describiendo lo que lo limita.

O sea, costas y suelo marino.

Las superficies libres eran continentes; sus bordes, costas.

A Crowe casi se le cayó el cigarrillo. Comenzó a teclear órdenes en el ordenador. De golpe supo por qué todas las superficies juntas no daban como resultado una imagen: porque no describían un espacio bidimensional, sino uno tridimensional. Había que doblarlas para que combinaran. Doblarlas hasta que dieran como resultado algo tridimensional.

Una esfera.

La Tierra

Laboratorio

En ese mismo momento, Johanson seguía con las muestras que había tomado del tejido de los yrr. Tras doce horas de trabajo de laboratorio sumamente concentrado, Oliviera ya no estaba en condiciones de trabajar con el microscopio. Las noches anteriores había dormido poco. Paulatinamente, la expedición empezaba a exigir su tributo. Aunque avanzaban a pasos agigantados, tenían la inseguridad metida en los huesos. Cada uno reaccionaba a su manera. Greywolf había centrado su actividad en la cubierta del pozo. Cuidaba de los tres delfines que quedaban, analizaba los datos y eludía a los demás. Otros revelaban una irritación perceptible. Algunos mantenían el estoicismo, y Rubin compensaba el terror con la migraña. Además del bien merecido sueño de Oliviera, ésa era la segunda razón de que Johanson estuviera solo en el gran laboratorio en penumbra.

Había apagado las luces principales. Las únicas fuentes de luz eran las de las mesas y las pantallas de los ordenadores. Del simulador, que zumbaba permanentemente, salía un brillo azul casi imperceptible. La masa seguía cubriendo el fondo. Podría considerarse que estaba muerta, pero ahora Johanson estaba mejor informado.

Mientras emitiera luz, estaba perfectamente viva.

Se oyeron pasos en la rampa. Anawak asomó la cabeza.

—León. —Johanson alzó la vista de sus papeles—. Qué alegría.

Anawak sonrió. Entró, acercó una silla y se sentó del revés, con los brazos cruzados sobre el respaldo.

—Son las tres de la madrugada —dijo—. ¿Qué diablos haces aquí?

—Trabajando. ¿Y qué haces tú aquí?

—No puedo dormir.

—Tal vez deberíamos premiarnos con un trago de burdeos. ¿Qué opinas?

—Oh... —De pronto Anawak pareció turbado—. Es realmente muy amable de tu parte, pero no bebo alcohol.

—¿Nunca?

—Nunca.

—Qué raro. —Johanson frunció el ceño—. Normalmente estas cosas las noto. Todos estamos algo desenfocados, ¿no?

—Sí, podría decirse que sí. —Anawak hizo una pausa. Parecía querer hablar de alguna cosa, pero finalmente preguntó—: ¿Y bien? ¿Estás avanzando?

—Sí —respondió Johanson, y agregó como casualmente—: He resuelto vuestro problema.

—¿Nuestro problema?

—Tuyo y de Karen. El problema de la memoria del ADN. Teníais razón. Funciona, y también sé cómo.

—¿Y lo dices así, como de pasada? —dijo Anawak abriendo mucho los ojos.

—Discúlpame. Estoy demasiado cansado para la voltereta de rigor. Pero lo cierto es que tienes razón. Esto habría que celebrarlo.

—¿Y cómo lo has descubierto?

—Esas enigmáticas áreas hipervariables, ¿te acuerdas?, son clusters. En el genoma hay por todas partes clusters como estos que codifican determinadas familias de proteínas. Hum, ¿sabes de qué estoy hablando?

—Ayúdame un poco.

—Los clusters son subclases de genes. Genes encargados de algo, por ejemplo, formar receptores o producir alguna sustancia.

Cuando en un segmento de ADN hay una aglomeración de estos genes, se la llama cluster. Y el genoma yrr tiene muchísimos. Lo curioso es que las células yrr sí se reparan. Pero en los yrr la reparación no se inicia de forma global para todo el genoma, y las enzimas tampoco revisan todo el ADN en busca de fallos, sino que sólo reaccionan ante señales específicas. Es como un tramo ferroviario. Si reconocen una señal de inicio, empiezan a reparar; si llegan a una señal de alto, paran. Porque ahí empieza...

—El cluster.

—Exacto. Y los clusters están protegidos.

—¿Pueden proteger de la reparación partes de su genoma?

—Sí, mediante inhibidores de la reparación. Son porteros biológicos, si quieres. Defienden a los clusters de las enzimas reparadoras. Por eso esas zonas tienen libertad para mutar sin interrupción, mientras que el resto del ADN se repara como es debido a fin de conservar la información central de la raza. Astuto, ¿no? De este modo, cada yrr se convierte en un cerebro capaz de evolucionar sin límites.

—¿Y cómo se comunican?

—Como dijo Sue: de célula a célula. Por ligandos y receptores. Los receptores reciben los ligandos o impulsos de emisión de otras células y ponen en movimiento una cascada de señales en dirección al núcleo celular. El genoma muta y reenvía el impulso a las células cercanas. Todo funciona rapidísimamente. Ese montón de gelatina que está en el tanque piensa a una velocidad de superconductor.

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