El principe de las mentiras (16 page)

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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

BOOK: El principe de las mentiras
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«Sí, Rinda
—una voz apaciguadora brotó de todas partes y de ninguna, desde las pilas de pergaminos y las desconchadas paredes, desde dentro de la propia Rinda—.
Requeriría que otro dios ocultara tus acciones al Príncipe de las Mentiras. Las oscuras fechorías de Cyric preocupan a muchos en los cielos, y ha llegado el momento de actuar contra él y contra su libro de falsedades».

—¿Por qué yo? —inquirió Rinda procurando mantenerse a flote por encima de la marea de confusión—. ¿Qué queréis de mí?

«Lo mismo que quiere Cyric, tu habilidad como escriba, como narradora de relatos
—explicó la voz con tranquilidad—.
También yo quiero dejar constancia de la vida de Cyric, pero te voy a contar la verdad. Y con esta vida verdadera del Príncipe de las Mentiras demostraremos a quienes creen en él lo engañoso y peligroso que puede ser»
.

La habitación se volvió inestable ante los ojos adormilados de Rinda. Las pilas de esteras, las sillas y mesas desvencijadas, los conspiradores allí reunidos, todo empezó a ondear y a asemejarse a las imágenes en un espejo imperfecto. Cuando por fin dejaron de moverse, las personas y los objetos desaparecieron en un destello de irrealidad. Detrás de esa fachada derruida estaba la oscura torre de desesperanza construida con los planes que Cyric había hecho para ella. Sin embargo, ahora ya no era una espira solitaria en un mar abierto de posibilidades. Un millar de otras espiras, igualmente negras, igualmente amenazadoras, se cernía alrededor. Llenaban el mundo de uno a otro horizonte.

—¿Cuándo empezamos? —A Rinda la sorprendió el sonido de su propia voz. Era lo que se suponía que debía preguntar, lo sabía, precisamente lo que el dios misterioso había esperado.

También la respuesta le resultó extrañamente familiar.

«Ahora mismo
—dijo el dios, que llenó su mente con verdades largo tiempo ocultas sobre el dios de los Muertos—.
Por supuesto, empezaremos por el principio...»

De La vida verdadera de Cyric

Por más que los hombres traten de arrebatar a los dioses las riendas del destino, todos nacen a merced de la naturaleza, vinculados de cien maneras a cuantos los rodean. Es así como los dioses se aseguran de que los mortales están sometidos a su mundo de penalidades y sufrimientos. Cyric de Zhentil Keep no fue una excepción.

En el Flamerule más caluroso por el que haya pasado jamás Zhentil Keep, nació Cyric de una barda miserable, tan falta de talento que no podía ganarse ni un cobre cantando en las esquinas. Como muchas mujeres desesperadas de los barrios bajos, el poco dinero que conseguía lo ganaba vendiendo su cuerpo a los oficiales de los barracones zhentilares. De esa manera, la paternidad de Cyric estuvo rodeada de vergüenza y su destino quedó determinado para toda la década siguiente.

Esperando despertar piedad en el zhentilar que habla sido el padre de su hijo, la madre de Cyric se presentó ante él y le pidió unas cuantas monedas de plata para alimentar al niño. El hombre, un tipo de baja estofa totalmente insustancial y falto de ambición negó haber yacido con ella. Cuando ella persistió en sus pretensiones, la amenazó con matarla y con vender al niño como esclavo.

En los días que siguieron, la madre y el niño vivieron de la caridad de otras personas: taberneros y fregonas, cantantes callejeros y carteristas que les daban lo que podían para que siguieran subsistiendo. Pero los dioses no habían terminado todavía de decidir el futuro de Cyric, ya que de lo contrario la historia habría acabado ahí. Llevado por la avaricia y el odio, el padre de Cyric volvió a los barrios bajos. Mató a la madre de Cyric y se llevó a la berreante criatura recién nacida como pago por las inconveniencias que le había acarreado.

Vendido como esclavo antes de que diera los primeros pasos, Cyric fue transferido como si fuera una ternera al reino de mercaderes de Sembia. Allí, las familias sin descendencia solían comprar niños de corta edad, ya que las fortunas iban a parar a los cofres del estado si no pasaban de padres a hijos. Astolpho, el vinicultor, compró a Cyric por una suma razonable. En los años que siguieron, llegaría a renegar de aquella compra diciendo que había sido la peor inversión de su vida.

Cyric creció rodeado de lujos, sin que le faltara nada. Durante un tiempo pareció contento e incluso feliz. No obstante, con el correr de los años empezó a darse cuenta del sutil desprecio de sus compañeros y de sus padres. Sólo al cumplir los diez inviernos se enteró del motivo: no había nacido en los elegantes palacios de Sembia sino en los oscuros callejones de Zhentil Keep, temida en todo Faerun como una ciudad en la que reinaban el mal y la corrupción.

Atormentado por la vergüenza y desesperando de que sus padres llegasen a profesarle amor, Cyric simuló una huida, pero antes de que sus padres pudieran organizar su búsqueda, fue capturado por la guardia local y llevado a casa. La noticia del incidente se propagó por todos los palacios de los mercaderes, lo que aumentó aún más la desconfianza que sentían por él.

Cyric permaneció en Sembia dos años más. Los negocios de Astolpho empezaron a ir mal y sus conexiones sociales se debilitaron. Las sutiles demostraciones de desdén se convirtieron en muestras abiertas de desprecio. Cuando Cyric, que tenía ya edad para aprender el oficio de su padre, se enfrentó a él y a su madre respecto a sus orígenes, no le ofrecieron ninguna excusa por sus acciones, aunque expresaron un poco de arrepentimiento por haber llevado un niño zhentilés a un hogar civilizado. Cuando Cyric los amenazó con marcharse, ni Astolpho ni su mujer hicieron nada por impedírselo.

Los sirvientes de la casa de Astolpho encontraron los cadáveres del vinicultor y su esposa a la mañana siguiente. Por las pequeñas pisadas llenas de barro que había alrededor de sus camas, parece ser que alguien se había introducido en la habitación y los había matado mientras dormían. Ése fue el bautismo de sangre de Cyric, un cobarde golpe contra un anciano acaudalado y su esposa sobrealimentada.

En los días que siguieron, Cyric se dirigió al norte, atravesando Sembia, hacia las negras murallas de Zhentil Keep. Pensaba que allí el asesinato de sus padres podría valerle la aceptación. Sin embargo, el joven tenía poca experiencia para sobrevivir fuera del ambiente protegido de la casa de un mercader; al cabo de diez días estaba al borde del valle de las Sombras, apunto de morirse de hambre y delirando de fiebre.

Lo que sucedió a continuación puede haber sido que Tymora le sonriera al infortunado niño o que Beshaba derramase sobre él más mala suerte. Ya fuera buena o mala suerte, los agentes del Zhentarim que casualmente encontraron a Cyric en los campos yermos le salvaron la vida. También lo encadenaron preparándolo para los mercados de esclavos del lugar al que se dirigían: Zhentil Keep.

Fue así como volvió Cyric a su lugar de nacimiento, una vez más encadenado, una vez más a merced de esclavistas y mercaderes...

7. Pandemoniun

Donde Mystra y su patriarca debaten sobre las limitaciones de la divinidad y el Príncipe de las Mentiras demuestra el verdadero poder del caos.

Con su garra de escarcha, Auril, la Doncella de Hielo, había sumido a Cormyr en los días más fríos de un largo y crudo invierno. Un grueso manto de nieve cubría todo el reino de Azoun IV. Pasarían meses antes de que vieran el menor atisbo de verde. El país, como gran parte de Faerun, dormía bajo la blanca cubierta de muerte, salvo los restos del castillo de Kilgrave y las tierras que rodeaban esas ruinas pedregosas.

La nieve y el hielo se habían retirado de esas colinas dando lugar a una verde y jugosa alfombra de vida. Una vegetación lujuriosa crecía enmarañada en torno a tranquilos campos poblados de las flores multicolores de la primavera. Los pájaros, demasiado animosos y no necesitados de emigrar hacia el sur para pasar el invierno, se deleitaban con los frutos nacidos de repente y con las abundantes semillas. Tejones y conejos confundidos salían cautelosamente de sus madrigueras para corretear por las verdes colinas, incómodos con su pelambre de invierno ante la llegada del calor primaveral.

Después, sin advertencia previa, la falsa primavera desapareció y los crueles dedos de la Doncella de Hielo se cernieron nuevamente sobre la tierra. Los pájaros cayeron del cielo desplomados por las ráfagas de viento helado que barrían los campos. Las flores inclinaron sus corolas bajo las ventiscas cada vez más fuertes. Las viñas, los árboles y los setos se marchitaron bajo un cielo gris acero lleno de nubes. Los animales se enfrentaban a la tormenta sin poder encontrar sus madrigueras ocultas bajo un grueso manto de nieve.

El viento frío se intensificó, superando incluso lo habitual en Auril, y empezó a silbar por las colinas como una banshee enloquecida de dolor. En un instante, los árboles, arbustos y todos los vestigios de la primavera fueron barridos de la tierra. Los cuerpos rígidos de los pájaros fueron arrastrados por el viento y las ráfagas arrancaron la piel y la carne de los conejos, dejando unos diminutos esqueletos cubiertos de hielo arrinconados en las sombras de los montículos de nieve.

Ésos fueron los efectos de la magia desatada.

—No puedo creer que haga diez años —dijo Adon con tristeza—. Fue aquí donde vimos morir a la diosa de la magia hace ya una década. ¿Quién hubiera pensado que iba a causar todo esto?

El clérigo se arrebujó en su capote aunque no tenía necesidad. La esfera de energía mágica que los rodeaba a él y a su compañera no permitía el paso del frío y los protegía contra el viento.

—Realmente parece que fue ayer —murmuró Adon—. Aunque supongo que tú no notas el paso del tiempo como solías...

Mystra ni se volvió ni habló, y el comentario quedó sin respuesta. La actual diosa de la Magia se quedó mirando la tormenta y viendo cómo morían las plantas y los animales. Apretó los dientes mientras el caos mágico amenazaba con deformar incluso su encantamiento, pero la oleada pasó sin tocar el escudo.

Sintiéndose repentinamente incómodo, Adon siguió hablando para llenar el silencio.

—A pesar de todo, la tierra se ha repuesto bastante desde entonces. Solía haber pozos hirvientes de alquitrán hasta donde abarcaba la vista, bueno, al menos la vista humana —bromeó con atrevimiento—. ¿Tiene conciencia Helm del rencor que hizo falta para llamar a estas tierras Helmlands? Supongo que él pensó que cumplía con su deber incluso cuando mató a Mystra.

—Para Helm el mundo no es más que un premio remoto que debe proteger de un adversario incluso más remoto —dijo Mystra.

—Supongo que te refieres a Máscara. ¿A quién podría odiar más el dios de los Guardianes que al patrono de los Ladrones?

Lentamente, Mystra volvió sus brillantes ojos blanquiazules al patriarca. Una década atrás, cuando conoció a una maga mortal llamada Medianoche, Adon era un joven y vital sacerdote de Sune Cabellos de Fuego. Con apenas veinte años y no iniciado todavía en las lecciones más duras de la vida, se unió a Medianoche, Cyric y Kelemvor Lyonsbane en una aventura que rápidamente se convirtió en una búsqueda de las Tablas del Destino arrebatadas a los dioses. Su fe en sí mismo y en la impredecible diosa de la Belleza cayó hecha trizas cuando fue herido por un lunático. El hombre que se convirtió en sumo sacerdote de la nueva diosa de la Magia tenía mucho más mundo que el joven vano y petimetre que había partido de Arabel unos cuantos meses antes.

La señora de los Misterios podía ver al hombre de mundo en todo lo relacionado con su viejo amigo. Su cabello castaño se mezclaba con hebras de plata. Tenía pequeñas arrugas en torno a los ojos verdes. El mentón partido había mantenido su fuerza y conservaba los rasgos afilados. Sólo la cicatriz de Adon se había atenuado. En una época era una línea roja que iba del ojo a la mandíbula, pálida sobre el rostro bronceado. Era como si su aceptación de la herida la hubiera curado un poco.

—Cyric enviará a más asesinos —apuntó Mystra—. Debes tener cuidado.

Adon asintió, y su mano se desplazó inadvertidamente hacia la maza que llevaba al cinto. El desgaste de sus mallas en el punto en que las rozaba el arma le decía a cuantos lo observaban que no solía viajar sin ella.

—Ya lo han intentado antes, señora. Además, el anillo que tú me has dado ha funcionado admirablemente, anunciándome siempre su presencia.

—Cyric está planeando un golpe contra mi Iglesia —dijo Mystra con aire enigmático—. Tu muerte sería para él un logro que sólo podría superar el hallazgo de... —dejó la frase sin terminar.

—Lo lamentará si alguna vez encuentra a Kel —observó el sacerdote. Apartó un mechón de pelo negro como ala de cuervo de la frente de Mystra y la miró a los ojos no humanos—. Kel se las ha arreglado para mantenerse oculto todos estos años. Por lo que sabemos, está a salvo en alguna parte, tramando una venganza contra Cyric.

—Aprecio que pienses así, Adon, pero no soy una muchacha enamorada a la que haya que consolar con esas esperanzadas fantasías —lo reprendió Mystra, aunque sin dejar de sonreír—. Sólo cabe esperar que uno de los demás dioses esté ocultando el alma de Kel a la espera de negociar conmigo algún otro favor.

Adon se encogió de hombros.

—Kel consiguió que Bane eliminara la maldición de Lyonsbane mientras vivía. Si fue tan listo como para lograr eso, es posible que todavía consiga vengarse. —No le pasó inadvertida la tristeza que se propagó por las delicadas facciones de Mystra como nubes de tormenta sobre una rosaleda bañada por el sol, y cambió de tema sin disimulos—. La Iglesia está haciendo un buen trabajo en Tegea —dijo—. El pueblo prospera y hemos conseguido revertir la maldición del duque. Corene...

—Sé lo que pasa en mi Iglesia, Adon. Estás haciendo un trabajo admirable y tu protegida se ha convertido en una clériga destacada por mérito propio. —Mystra hizo una pausa y su mirada se perdió en la tormenta—. Es muy hermosa y te tiene un gran afecto.

—Medianoche —dijo Adon poniendo mucha devoción y respeto en el nombre—. Supongo que no me has traído hasta aquí sólo para hablar de Corene.

La diosa sonrió con tristeza.

—No, te traje hasta aquí por una razón más importante. Pensé que al ver este lugar podrías entender lo que quiero decirte.

Sus vestiduras de gasa flotaron en torno a ella moteadas por el sol al empezar Mystra a caminar colina arriba. El globo protector avanzó protegiéndola, y Adon se puso a caminar al mismo paso.

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